1.- ¿Por qué escribes?
Muchas veces me lo pregunto, con
tono lastimero. No me ha quedado otra opción, ya que lo deseaba desde niño, y
eso lo convierte en una maldición a la que no puedo resistirme. Uno no escribe
permanentemente pero sí quiere escribir siempre, y esa lucha entre el querer
escribir siempre y no ser siempre capaz de hacerlo es algo devorador, la verdad. No se debería
tener el deseo de escribir desde tan chico, porque el camino de la literatura y
de la publicación es tan duro y mezquino que acaba agotándote. Yo sería más
feliz no deseando ser escritor pero es algo que no puedo decidir. En una
sociedad como la que vivimos, en la que muchos escritores, como chiste de moda,
desprecian la literatura, ¿tiene algún sentido escribir? Insisto, sin embargo,
en que no hay remedio. Hay quien afirma, con desapego, que es mejor no quejarse
y simplemente decir “no”, dejar de escribir. Respeto que haya escritores para
los que eso sea posible. Ojalá lo fuera para todos.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Creo que el único modo de
escribir es con disciplina y continuidad, y con horas por delante. Cuando no
tienes horas por delante, ni puedes escribir con disciplina y continuidad, no
puedes tener costumbres, ni preferencias, ni supersticiones. Te limitas a
sobrevivir.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Supongo que el más indicado para
hablar de la propia obra no es uno mismo, pero es curioso que a pesar de que
siempre me ha interesado cambiar de registro, intentando que cada historia no
tenga demasiado que ver con la anterior, acaban apareciendo ciertos temas que
atraviesan los distintos proyectos en los que me embarco. Desde que comencé a
escribir me interesó el plantearme la literatura un poco a la manera en que
afrontaban el cine los directores clásicos: ahora un western, ahora un
policiaco, una historia de terror, un drama furibundo, un vitalista musical.
Lograr una invisibilidad del autor, como esa cámara a la altura de los ojos del
cine americano. Eso es posible quizás para los cuentos, pero los rasgos comunes
aparecen con más evidencia en las novelas. Creo que mis personajes son siempre
antihéroes que sin embargo tienen una tarea heroica, que luchan por lograr algo
que les niega el mundo exterior, y las historias dan testimonio de ese proceso
fracasado. Al fin y al cabo ese es el sustrato de las novelas de aventuras,
aunque en mi caso esos aventureros han leído a Kafka y Camus. También reconozco
atracción por las historias oscuras, inquietantes o incluso perversas. Me gusta
el fantástico cotidiano y quiero que eso impregne cualquier historia, por
realista que sea.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Leer a los grandes, pensar en los
grandes. Te comprenda alguien o no, te lea alguien o no, negarse a
contemporizar, como si fuera la mayor de las corrupciones.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Planifico mis novelas
meticulosamente, con toda la documentación posible, acabe siendo utilizada o
no. Creo que hay que construir para las novelas una sólida muralla medieval y,
una vez hecho esto, en el patio de armas, permitir la mayor de las juergas.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Hay numerosos autores de cabecera
que se van sucediendo en distintas épocas y que se unen a esas épocas hasta
definirlas en mi memoria literaria. Autores que leí con voracidad y que luego
no siempre han seguido acompañándome o que no he releído por el arrastre de las
nuevas lecturas. Ejemplo de ello pueden ser Delillo, al que leí a comienzos de
los noventa, cuando no era una moda un poco histérica, o Auster, al que le he
tomado una cordial manía después de disfrutarlo mucho. Pero puntales, puntales,
los cuentos de Cortázar, Thomas de Quincey, Rousseau, o ese grupo magnífico de
amargados: Pessoa, Pavese, Bernhard; también Sciascia, Stevenson, siempre
Stevenson, Cheever, Flaubert, Camus, Chéjov, Flannery O’Connor y, de los
últimos años, Chirbes o Mcewan, entre muchos otros. Por nombrar unos cuantos
libros inolvidables, Madame Bovary, las Confesiones de Rousseau, El rey de los
alisos, y los que más veces he leído: La isla del tesoro y Lazarillo de Tormes.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
El último libro que he publicado
ha sido la novela “La canción de Brenda Lee”, a finales de año. Es un proyecto que
me ha ocupado varios años, del que estoy muy satisfecho. Su protagonista es un
músico de jazz que se mete en un desvarío sexual, y que se desarrolla en la
primera mitad de la década pasada y en los años setenta, época en la que el
padre del protagonista triunfó en el mundo de la música. Me lo pasé bien
mezclando una historia sobre los límites del deseo y otra sobre el peso de la
canción que heredamos a través de la familia y la relación padre-hijo.
Respecto a los proyectos, acabé
esa novela hace bastante tiempo y ahora mismo estoy atrapado en uno de esos
bloqueos que yo creía eran puro mito. Sinceramente, alterno bipolarmente entre
arranques creativos y susurros de nuevas historias y largos periodos en que
quisiera tener fuerzas para no volver a escribir nada más, nunca más.
4 comentarios:
Qué próximo me siento a muchas de las cosas que el autor dice, y que leo como si las escuchara desde el otro lado de una mesa de cafetería; pero eso, naturalmente, ya lo sabe el autor. Me he sentido, me siento, en esa lucha devoradora; la dureza y mezquindad del camino que separa el acto creativo de las manos del lector ha acabado agotándome; el propio acto creativo es frecuentemente una tortura. Y hay veces, muchas veces, en que uno prefería no hacerlo, nunca más....
Y sin embargo, ¿qué otra cosa somos sino aquel deseo primero, el de escribir, el de inventar, el de contar historias...?
Espero que siga escribiendo Miguel Ángel Muñoz, del que tan amigo fui en otra época, porque su mente creativa y lúcida no debe parar. El éxito es un accidente, la continuidad no: es la expresión de la verdad del yo.
Me alegra que el anterior comentario lo dejara mi buen amigo Juan Herrezuelo, perteneciente, como Miguel ángel y el que suscribe, a la Tertulia de la calle Suipacha, algo del pasado y creo que aún vivo que nos sirvió para forjarnos como futuros escribidores y personas. Tengo últimamente la sensación de que nunca debimos abandonar aquella grata tarea de leer y escribir sin más, de compartir, de tener claros cuáles eran nuestros referentes primeros. Miguel Ángel siempre tuvo muy presente el cine, y crea sus novelas como un director de cine, uno grande, con mucho talento, con mucha imaginación y la mejor ambición, buscando siempre y ante todo comunicar. Juan creaba diálogos y personajes que eran el perfecto reflejo de unos héroes heridos que reflejaban a la perfección al hombre medio de nuestro tiempo. Y en sus historias latía algo duradero, sincero, esencial, porque la literatura de ambos nunca ha sido impostura ni pose ni deseo de convertir las páginas en oro.
Cuando han pasado muchos años veo aquella época y pienso que no nos queda otra que seguir y la primera obligación es orillar la tristeza, la amargura: se nos dio lo más importante y no ha que rechazarlo: el sueño y las palabras con que traducir el sueño y los sueños.
UN SUEÑO..................
Sin duda escribir es una labor vital, del día a día, es como la sangre, se lleva dentro de sí, no se ve, pero se puede sentir su latido. Miguel Angel es el arquetipo de escritor hecho a partir de sus lecturas y sería una lástima que perdiera ese "swin" del escritor, ese dejarse llevar por las palabras, que a veces llega como un sueño para quedarse y a veces nos despierta del sueño cuando se va. Enhorabuena Miguel Angel, espero que sigas deleitándonos con tu literatura.
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