domingo, diciembre 31, 2006

Escritores premonitorios

¿Puede un autor predecir acontecimientos del futuro? Lo cierto es que existen algunos casos asombrosos.

Julio Verne es, sin duda, el escritor premonitorio por excelencia. Muchos de los datos que aparecen en su novela "Viaje a la luna", se corresponden con la realidad. La nave de la novela se llama "Apollon" y su velocidad era de 40.000 kms/hora. La nave de la NASA, el "Apolo", viaja a 38.500 kms/hora. Hay numerosas coincidencias entre el hecho ficticio y el hecho real. Además, acertó con los efectos que tiene la falta de gravedad sobre los objetos. De hecho, el astronauta Frank Borman, cuya nave fue lanzada desde el mismo sitio que describió Verne y que amerizó a tan sólo cuatro kilómetros del lugar en el que lo hace la nave de la novela, manifestó que aquello no podía ser fruto de la casualidad, dando a entender que Verne debía poseer algún tipo de poder sobrenatural.
Además se anticipó al submarino, a la evolución del automóvil, del aerostato, del telescopio, de la iluminación en las calles... De hecho, en su novela "Paris en el siglo XX", habla de trenes que circulan bajo tierra e incluso de una torre de metal dominando la ciudad, en un momento en que la Torre Eiffel ni siquiera estaba proyectada.

Un caso muy reciente es el de Gordon Thomas, que describe en una de sus novelas, "Deadly Perfume", los atentados que realizan grupos terroristas con Anthrax en diferentes ciudades del mundo. Algunas de las cosas escritas por Thomas coincidieron con los hechos que rodearon el atentado con gas sarín que tuvo lugar en el metro de Tokio. Sin embargo, en este caso parece ser que el libro sirvió de fuente de inspiración a los terroristas, y no se trata pues de una premonición.
En este sentido cabe señalar que, al parecer, la Agencia Espacial Europea analiza obras de ciencia ficción en busca de proyectos viables.

No es este el caso, por supuesto, que envuelve la coincidencia extraña que se encuentra entre la novela de Edgar Allan Poe, "Las aventuras de Arthur Gordon Pym", y el suceso que se produjo tras el naufragio del barco "Mignonette", en 1884, unos cuarenta y siete años después de la aparición del libro. En ambos casos, cuatro supervivientes, a la deriva en un bote, deciden que uno de ellos ha de morir para que los demás puedan alimentarse y sobrevivir. En ambos casos, el hombre que sufre tan trágica suerte se llama Richard Parker.

Sobre coincidencia en el nombre, podemos recordar que Orson Wells sembró el pánico con la retransmisión radiofónica de la novela "La guerra de los mundos", de H.G. Wells.

Sin embargo, uno de los casos más espectaculares es el que tiene como protagonista a Morgan Robertson. Morgan Robertson nació en Nueva York y escribía sobre temas marineros sin demasiado éxito. Su novela "Futilidad" se publicó en 1898 y en ella describía el hundimiento de un trasatlántico británico, llamado Titán, que choca contra un iceberg en el Atlántico Norte, un mes de abril, cerca de las doce de la noche. El hundimiento del Titánic ocurrió catorce años más tarde, a las 11:40 horas del 14 de Abril de 1912. Nadie recuerda a Morgan Robertson, excepto por el hecho de que predijo con una exactitud sobrenatural una de las mayores catástrofes del siglo. De hecho, al comprobar las asombrosas coincidencias que existían entre el barco de ficción y el real, la novela fue reeditada después del dramático suceso y su titulo fue cambiado por el de "El hundimiento del Titán".
Este libro se encuentra disponible en internet, en inglés.

viernes, diciembre 22, 2006

El año del pensamiento magico



Un libro sobre la pérdida, sobre el dolor. Una disección quirúrgica del sentimiento de la ausencia, del vacío absoluto y la fragilidad. El pensamiento mágico es característico de los niños le dijo Joan Didion a Eduardo Lago en una entrevista (El País, 2 de Septiembre de 2006). Cuando una pareja se divorcia es frecuente que los hijos se sientan culpables; tienden a creer que la causa de la separación es su mal comportamiento. Los ritos propiciatorios que buscan provocar la lluvia son un ejemplo muy característico de pensamiento mágico entre adultos. Cuando perdí a mi marido me aferré al pensamiento mágico con una intensidad que después me causó asombro. Me negaba a tirar sus zapatos porque estaba convencida de que si los conservaba, John volvería a por ellos.

El 30 de Diciembre de 2003, Joan y su marido, el también escritor John Gregory Dunne, regresaron del hospital en el que se encontraba ingresada su hija por lo que en un principio parecía un caso de gripe invernal. Decidieron cenar en casa. Hablaron de que no se deben mezclar los whiskeys y de la Primera Guerra Mundial. Y de pronto, él dejó de hablar y se desplomó. Estaba muerto. La vida cambia en un instante.

Una experiencia así te golpea con fuerza y te deja noqueado. No es fácil asimilar una muerte, y menos una muerte repentina. Uno se queda como envuelto en una nube, como fuera de su cuerpo, flotando, el mundo sigue marchando, pero muy lentamente, todo se produce de pronto a cámara lenta. El cuerpo se vuelve pesado, el entorno se distorsiona. Y Joan Didion comienza a moverse como un autómata, haciendo con diligencia lo que tiene que hacer. Llama a la ambulancia. Va al hospital. Da su consentimiento para la autopsia. Recoge sus pertenencias. Entra en una especie de shock en el que únicamente piensa en las cosas que tiene que hacer.

La escritura de este libro es una catarsis. Ella busca una explicación. Busca también un desahogo. Revive una y otra vez los acontecimientos, la secuencia de los hechos, acumula datos, horas, detalles, volviendo a los mismos momentos. Joan Didion nos habla de la muerte, del impacto que produce en nosotros la desaparición de un ser querido, del periodo de duelo, de los misterios que envuelven nuestros pensamientos, nuestras creencias.

En épocas difíciles, me habían enseñado desde niña, lee, aprende, prepárate, recurre a la literatura. La información es control.

Nos habla pues de sus lecturas. Ocupan una parte importante de la narración. "Una pena en observación", de C. S. Lewis, el pasaje de "La montaña mágica", de Thomas Mann, en el que habla del efecto que la muerte de su esposa produce en el personaje Hermann Castorp, "Blues del funeral", de W. H. Auden; guías de autoayuda, algunas prácticas, otras inspiradas, la mayoría, inútiles; literatura profesional como los artículos recopilados en "Bereavement: Reactions, Consequences and Care", en el que se dice, por ejemplo, que los supervivientes pueden experimentar la sensación subjetiva de estar dentro de una cápsula o envuelos en una manta; un estudio de Harvard sobre el "Duelo en la infancia", el libro "Funerales", de Emily Post, que guía al lector desde el momento en que la muerte se produce (...) hasta las instrucciones de cómo deben sentarse los asistentes al funeral; o "Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días", que reúne una serie de conferencias de Philippe Ariès. También los libros la ayudan a afrontar la enfermedad de su hija, a moverse por el hospital y a tomar una postura activa, especialmente "Intensive Care: A Doctor’s Journal", de John F. Murray, un médico que había sido jefe la unidad de Neumología y Cuidados Intensivos, en el Hospital de la Universidad de California, en San Francisco, y que describe el día a día, a lo largo de cuatro semanas, de una UCI.

Todo trata de ser racionalizado, desmenuzado, comprendido, asimilado, intenta reconstruir todos los detalles y recordar lo que había ocurrido un día determinado, un año antes. También los recuerdos del pasado están presentes. El lector se da cuenta de que está asistiendo a la exposición de la vulnerabilidad de una persona, a su intimidad más dolorosa.

El protagonista de este libro es el pensamiento. La mente de la autora, descarnada y sincera. El pensamiento como refugio, pero también como fuente de dolor al recordarnos momentos felices que ya no volverán. El pensamiento irracional que confía en que la situación es reversible. El pensamiento analítico, que intenta estudiar con frialdad los hechos, los datos. El pensamiento humano, que nos sobrecoge ante una imagen, como cuando recuerda a su hija a los tres años o el día de su boda con John, o los recuerdos asociados a los años en que la familia había residido en Los Ángeles.

Sobrecoge la sinceridad del libro. Joan Didion expone sus sentimientos, su intimidad. Nos los pone delante de la cara en un acto particular de exorcizar el dolor. Asistimos a su manera de afrontar el duelo. No oculta nada, se hace preguntas y enuncia todas las dudas que su situación le provoca. ¿Era yo la «viuda media»? se pregunta ante un artículo que afirma que el viudo medio tarda varios años tras la muerte del cónyuge en recuperar su anterior nivel de satisfacción vital. Y se pregunta también: ¿Cuál había sido realmente mi «anterior nivel de satisfacción vital»?

El tema de la muerte. No solemos pensar en ella, pese a que somos conscientes de que ha de llegar el momento en que abandonemos el mundo, en que lo abandonen nuestros seres queridos. ¿Qué ocurre entonces? ¿Puede llegar a comprenderse algo así? John y yo estuvimos casados cuerenta años, nos cuenta Joan Didion. Estábamos juntos veinticuatro horas al día (...). No podría contar las veces que, a lo largo de un día normal, se me ocurría algo que necesitaba decirle. Pero de pronto todo cambia. Queda sola y ha de acostumbrarse a ello, asumirlo. Y nosotros la acompañamos en ese camino. Nos cuenta que tiene pensamientos irracionales, que ella sabe que son irracionales, pero que le proporcionan alivio, como cuando ante la muerte de una amiga piensa que se encontrará con John y podrán cenar juntos y charlar y reír.

El estilo de Didion es sencillo, claro y, sobre todo, eficaz. Se centra en lo que quiere contar y no se recrea en el sentimentalismo, lo cual no quiere decir que el libro no sea profundamente doloroso, su lectura se clava en el pecho del lector. Joan Didion te coge el corazón y te lo aprieta. Toca nuestros terrores más profundos y nos vuelve vulnerables.

El libro termina al llegar el aniversario de la muerte. Un año. A partir de ahí, los recuerdos del mismo día del año anterior ya no tendrán a John. Los últimos capítulos son una despedida. También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos.

Por la solapa del libro nos enteramos de algo que ha quedado fuera del texto. Quintana, la hija de Joan y John, murió el 26 de Agosto de 2005, a los 39 años de edad.

domingo, diciembre 17, 2006

Caché


Fragilidad y miedo. Esas son las dos cualidades de nuestro mundo acomodado y seguro. Falsamente acomodado y falsamente seguro. Vivimos en estado de alerta, conscientes de la cantidad de peligros que nos amenazan. Unos ladrones pueden asaltar nuestra casa, y golpearnos brutalmente y llevarse todos nuestros ahorros, así que nos esforzamos en blindar nuestro hogar, en construir un rincón donde podamos sentirnos seguros. Y sin embargo... Supongamos que un día recibimos un paquete que contiene una cinta de vídeo. La ponemos en el reproductor y vemos que alguien se ha dedicado a grabar la fachada de nuestra casa desde el exterior. Nada más. Pero, ¿por qué alguien iba a hacer algo así?

Este es el inquietante inicio de "Caché", el último film de Michael Haneke, el interesante realizador de origen austríaco que saltó a la fama, principalmente, por la perturbadora película "La pianista". Haneke se muestra fascinado por la violencia que genera el hombre moderno, por las tensas relaciones que anudan el tejido social. Su puesta en escena suele ser sobria, elegante, fría. Los personajes son personas normales, de exquisita educación que, en un momento dado, muestran su lado cruel, abyecto o vulnerable, según el caso, dejando al espectador sobrecogido por ese golpe inesperado. En "La pianista", vemos a esa elegante profesora interpretada por Isabelle Huppert cómo al acabar una de sus clases va paseando tranquilamente hasta un sex-shop y se mete en una cabina a visionar películas pornográficas; o cómo en su bañera se tortura produciéndose cortes con una cuchilla de afeitar. En "Funny Games", vemos a esos inmaculados y educados jóvenes cómo se convierten de repente en dos sádicos sin piedad. En "El tiempo del lobo" la historia se inicia con un asesinatogratuito. Y aquí, en "Caché", vemos cómo el ambiente asfixiante va trastornando la vida de los protagonistas hasta que culmina con una escena de inesperada violencia.

La sensación de amenaza se va extendiendo como un cáncer. El marido, interpretado por Daniel Auteuil, escarba en su propio pasado en busca de alguien que pudiera tener un motivo para agredirle, extorsionarlo, llegando a encontrar el posible detonante de la situación en un episodio sucedido en su niñez. Un hecho que ha mantenido enterrado en su mente pero que ahora, de pronto, le asalta con la fuerza de los remordimientos, demostrando que el sentimiento de culpa que encierra siempre estuvo ahí. ¿Se merece pues ese castigo? ¿Le tranquiliza pensar que el temor que le inspiran los misteriosos videos lo tiene, en cierto modo, bien merecido? Por otra parte, la amenaza invisible que se cierne sobre la seguridad del hogar de esa familia de clase media, se extiende a otros aspectos como la precariedad del empleo del protagonista o la desaparición repentina del hijo. Señales que van desmoronando la vida de esa familia, que alteran los nervios de la esposa, una magnífica Juliette Binoche, que vuelven taciturno y agresivo al padre, que aíslan al hijo. Sin escenas de acción, sin alardes de cámara, sin música de fondo, el espectador se va sumergiendo en una situación cada vez más asfixiante. Se pone de manifiesto la vulnerabilidad, la indefensión, la precariedad sobre la que en realidad se sustenta una aparente felicidad de valores occidentales, basada en gran parte en nuestra posición en la escala social. Una situación cuya posible esperanza de salida se encuentra en la educación, en la integración y el respeto como asignaturas obligatorias de los colegios.

Un film de gran fuerza que, imperceptiblemente, irá enrareciendo el aire a nuestro alrededor hasta que nos demos cuenta de que nos cuesta respirar.

Director: Michael Haneke. Intérpretes: Daniel Auteuil, Juliette Binoche, Maurice Bénichou

miércoles, diciembre 13, 2006

Buscando a Klee

Un día Gregorio Klee salió de su casa y desapareció sin dejar rastro, abandonando a su mujer y a sus dos hijas pequeñas. Los esfuerzos por encontrarle fueron inútiles. Ocurrió en Diciembre de 2001 y ahora, varios años después, el caso vuelve a ponerse de actualidad debido a que, al parecer, existen numerosos testimonios que afirman haber visto a Gregorio Klee en las más dispares emisiones televisivas. Suele ser una presencia de bulto, un observador más entre un grupo de curiosos que se arremolinan en torno a un famoso, o a un accidente o a cualquier suceso que reclame la presencia de las cámaras.

Su mujer, Simone, se ha convertido, como no podía ser de otra forma, en la principal impulsora del movimiento que se ha dado en llamar "Buscando a Klee", compuesto por multitud de aficionados que graban miles de horas de programas de televisión para visionarlas después con detenimiento, en busca del escurridizo personaje. Sin embargo, hasta el momento, sólo disponemos de siluetas difusas, rasgos granulados, indefinidos, lo cual da pie a la conocida controversia sobre la veracidad o no de estas apariciones. No deja de ser curiosa la diversidad de lugares en los que parece haber sido localizado: detrás de un importante ídolo del rock en un local londinense, o entre la audiencia de una intrascendente conferencia en Alemania, o en la inauguración de una estatua en China, o con la gente que corre en una manifestación en Uganda, por poner algunos ejemplos. Hay quien dice que es tal el afán de la familia por encontrar al desaparecido señor Klee, que su mente imagina verlo en los más extravagantes eventos. El caso es que seguidores y detractores defienden con igual intensidad sus puntos de vista, y es este un asunto que seguirá dando que hablar durante mucho tiempo. Algunos programas fueron grabados en días consecutivos, con pocas horas de diferencia, lo cual acrecienta el misterio, pues nadie es capaz de desplazarse tan rápidamente.

Sea como fuere, quienes creen en la veracidad del fenómeno aseguran haber constatado, sin ningún género de dudas, que emisiones de los más diversos países han recogido la figura solitaria, un poco abatida, de Gregorio Klee, quien deja constancia así de haber conseguido su objetivo de desaparecer, no sólo de su vida cotidiana, sino del mundo real, para convertirse en una sombra, una imagen anónima que representa una existencia falseada.

domingo, diciembre 10, 2006

Audiencia

La televisión es el fenómeno más importante que nos ha sucedido. La televisión cambió todo, modificó la imagen del mundo. La inmediatez de las noticias nos conectó de un modo inimaginable. La televisión se mostró como la más eficaz herramienta para influir en las masas. Así que los diferentes programas se pelean por conseguir audiencia porque, de este modo, los anunciantes querrán aparecer en ellos, para llegar al mayor número de gente posible. Los mensajes emitidos por televisión obtienen un resultado casi inmediato. No es extraño que haya bofetadas por la audiencia. Los programas de televisión no quieren divertirnos, la finalidad última de la programación es hacernos consumir.

La audiencia se escurre como una anguila. Nadie la entiende. Los programadores se vuelven locos. Algunos están más obsesionados en boicotear a la competencia que en idear programas innovadores. Narciso Ibáñez Serrador explicó en una entrevista que, para él, la audiencia tiene la mentalidad de un joven de catorce años. Ese es sin duda el secreto de su éxito. Pero hay poca gente con la mente lúcida de Ibáñez Serrador, así que lo normal es que se empiece a apelar a los instintos primarios del ser humano, a nuestro lado morboso. ¿Cómo? De la forma más burda: peleas en el plató, insultos, sexo, escándalos, sensacionalismo puro y duro. Hasta los telediarios utilizan música de fondo, adelantos de lo que ha de venir, imágenes impactantes...

Y el último fenómeno mediático es un individuo que forma parte del jurado del programa "Operación Triunfo" y que se dedica a humillar a los concursantes. Sus opiniones son un ejemplo del más zafio desprecio barriobajero. Una de sus últimas perlas: "Hoy quiero felicitar a los estilistas porque por primera vez no las han vestido a ellas de putas y a ellos de payasos". Fenomenal. Hay quien le vitorea. Ya lo entrevistan en revistas y talk-shows. Qué listo. Le da a la gente lo que quiere: carnaza. La lucha por la audiencia no tiene escrúpulos. Lo importante es que hablen de ti, ya sea bien o mal. Y yo lo estoy haciendo, así que me callo.

miércoles, diciembre 06, 2006

Adicción 2

Quedó claro que soy comprador compulsivo de libros. Y no estoy solo.
Ahora, me planteo aislar aquellos elementos que me impulsan a adquirir un libro. Identificar los síntomas. Examinar el impulso desde cierta distancia.

En líneas generales, se puede decir que cuando uno se acerca a un libro le llaman la atención varias cosas: el autor, el titulo y el diseño de la portada. Esto es lo que primero nos atrae. En algunos casos, cualquiera de estos aspectos puede ser determinante para que la compra se consume. Sin embargo, lo normal es que se produzca un segundo paso: coger el libro. Y entonces se empiezan a valorar otras cosas: texto de la contraportada, temática y estilo del texto. Podría decir que por ese orden. Hablo de la compra compulsiva, por supuesto.

En mi caso:
El autor es importante, tanto si se trata de un autor de mi devoción como si es alguien que me llama la atención por algún motivo, como me ocurrió con el libro de relatos de Guillermo Arriaga, un nombre que me interesó porque conocía ya su faceta de guionista.

El titulo no suele ser un factor que por sí solo me impulse a comprar un libro, pero sí tiene importancia para que me interese por él. Así me ocurrió, por ejemplo, con "Geografía de la novela", de Carlos Fuentes o "Los hechos de la vida", de Graham Joyce.

El diseño de la portada también es importante a la hora de llamar la atención. Aquí habría que incluir otros aspectos del merchandising, pero me limitaré a la portada. Suelen gustarme las fotografías en blanco y negro que utiliza con frecuencia Anagrama. Últimamente también captó mi atención la portada del último libro de García Valiño: "Querido Caín".

El texto de la contraportada es muy importante. En él se puede encerrar la clave que nos obligará a seguir adelante en el examen del libro. Debe conseguir transmitirnos el entusiasmo que provoca la novela, lo excepcional de su texto, etc. No es un tema menor. El texto de la contraportada puede ser un revulsivo si no es capaz de destacar su aspecto más comercial. También es importante la selección de críticas favorables, si las hay. El texto de la contraportada del libro "La orilla del mar" me puso un nudo en el estómago.

Una trama sugestiva y la aparición de alguno de los temas por los que el potencial lector siente atracción son factores más subjetivos. En mi caso puede ser cierta dosis de violencia, de crítica descreída, denuncia de lo que se esconde bajo las apariencias, el hombre cuya vida se desmorona de pronto, la exploración del alma humana, la reinterpretación del mundo... Me gusta especialmente la idea de que el mundo no es igual para todos sus habitantes. Por ejemplo, uno de los aspectos que más me gustaron del libro "La costa de los mosquitos" de Paul Theroux, fue el hecho de que el padre pudiera convencer a su familia de que EE.UU. ya no existía. Pero hay otros temas, como la metaliteratura por ejemplo, es decir, la propia literatura como elemento narrativo. Las situaciones extremas, los ambientes opresivos... Tantos y tantos.

El lenguaje, el estilo, suele ser el último paso. Abrimos el libro y analizamos aquí y allá. Si el libro está precintado con un plástico, estamos casi obligados a la rotura de dicho plástico. La primera frase es importante. También valoro el estilo directo, seco, poco sentimental, frío incluso. El tono distante, cierto toque cínico, socarrón, incluso una dosis de ironía cruel, pueden engancharme a un texto. Y también entraría aquí su estructura, el modo en que el autor decide contarnos la historia. Particularmente, no suele gustarme que la novela esté narrada por un personaje muerto ni en segunda persona, salvo casos muy excepcionales, como "Desde mi cielo". Tampoco me suele atraer el género epistolar, salvo "Las amistades peligrosas". Ni siquiera he leído aún "84 Charing Cross Road" por este motivo, aunque no descarto que acabe comprando también este libro. Las manías existen para que podamos saltárnoslas.

Hay más aspectos, por supuesto. Una película, una reseña, una recomendación... También las liquidaciones me impulsan a comprar libros que había decidido no adquirir. Y, tal vez, hasta el propio estado de ánimo en el momento de entrar en una librería. En fin, que creo que esto es grave. Son algunos de mis motivos, de mis preferencias, y me temo que son incompletos y que cambian o pueden cambiar en cualquier momento.