miércoles, abril 30, 2008

John Fante


Cuando a uno le preguntan por su libro favorito, resulta muy difícil dar una contestación clara y contundente. De hecho, la respuesta suele cambiar de una vez a otra. Es lógico. Sin embargo, sí hay títulos que han quedado unidos a nuestra biografía, que se nos metieron en las tripas y nos agitaron desde dentro, libros que nos ayudaron a ser como somos. En mi caso, hay un libro en particular que forma parte de mi manera de enfocar la literatura. Un libro muy especial en mi vida, que siempre procuro tener cerca y que hojeo de vez en cuando. No entiendo por qué no hablé de él antes. Quizá quería escribir algo tan brillante que no escribí nada, a veces pasa. El libro se titula “Pregúntale al polvo” y su autor se llama John Fante.
La edición que tengo es de abril de 1989, de Empúries/Paidós. Está gastada, llena de papelitos señalando determinadas partes del libro. No está subrayado porque yo, hasta hace poco, no escribía en los libros. Ahora sí lo hago. Y me arrepiento de no haberlo hecho antes, pero esa es otra cuestión.
Como mucha gente sabrá, el libro viene avalado por un excelente prólogo de Charles Bukowski. Yo leí el prólogo de pie, en la librería, y ya no pude salir de allí sin aquel libro. Bukowski comienza con una frase certera: Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Y cuenta que iba a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles y nada de lo que allí encontraba le satisfacía. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Hasta que un día, por fin, encontró un libro que consiguió interesarle. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. El entusiasmo de Bukowski resulta contagioso. Su texto nos incita a imaginarlo dando saltos de alegría por el gran hallazgo de aquel libro. Y, por supuesto, tiene su sello personal. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”.


Arturo Bandini es el alter ego de Fante, la voz protagonista no sólo de “Pregúntale al polvo”, sino también de “Espera a la primavera, Bandini”, “Sueños de Bunker Hill” y “Camino de Los Ángeles”. Sus libros están publicados por la editorial Anagrama, incluyendo “Un año pésimo”, “La hermandad de la uva” y “Al oeste de Roma”. Todos ellos tienen una fuerte inspiración biográfica.
En “Pregúntale al polvo”, Bandini es un joven aspirante a escritor que no tiene dinero y pasa hambre, pero está firmemente decidido a alcanzar su meta. Es un soñador que, constantemente, se da de bruces con la realidad. Sus aventuras, su constancia, sus luchas internas, su educación católica, su amor por Camila, la bondad con la que contempla lo que le rodea, su sentido del humor… todo nos arrastra con un ritmo rápido, sin interrupciones, en el que los diálogos, las descripciones y las reflexiones fluyen de un modo magistral. El estilo de Fante es directo y elegante, una combinación perfecta que siempre me ha llenado de envidia. Así que, como le pasó a Bukowski, también yo he querido siempre llegar a escribir como Fante. Su estilo, su forma de enfocar la historia, han tenido una influencia decisiva en mis preferencias literarias.

He aquí un ejemplo del estilo de Fante en “Pregúntale al polvo”:

Daban asco aquellas naranjas. Ya sentado en la cama, hundí las uñas en la fina corteza. La carne me temblaba, se me hacía agua la boca y la vista se me nublaba sólo de pensar en ellas. Cuando mordí la pulpa amarillenta, me sentó igual que una ducha fría. Oh Bandini, dirigiéndome al reflejo del espejo de la cómoda, ¡cuántos sacrificios por el arte! Habrías podido ser un rey de la industria, un príncipe del comercio, un gran jugador de béisbol de primera división, el pichichi de la Liga Americana, con una media de 415, ¡¡pero no!! Hete aquí viviendo como un gusano día tras día, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable!

John Fante nació en Denver, el 8 de Abril de 1909, y murió en California, el 8 de Mayo de 1983. Su familia era de origen italiano. Escribió guiones de cine. Comenzó a publicar novela en 1938. En 1955 le diagnosticaron diabetes. A causa de esta enfermedad, en 1977 se quedó ciego y, poco después, tuvieron que amputarle una pierna.

Para finalizar, no me resisto a copiar también el principio de “Pregúntale al polvo”:

Cierta noche me encontraba sentado en la cama del cuarto de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que decidir algo sobre la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota; la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.

sábado, abril 26, 2008

De libros

Nuevo paseo literario. Curioseando por las librerías. Varios libros llaman mi atención, como siempre. Y aprovechando que acaba de celebrarse el día del libro y que se ha inaugurado la Feria del Libro en Valencia, comparto mis intereses.


“Los buenos deseos”, de Yiyun Li. Publicado por Lumen. Un libro de relatos de una escritora de origen chino afincada en EE. UU. que ha cosechado no pocos premios y que, en breve, verá cómo algunas de sus historias son adaptadas al cine. Dos películas dirigidas por Wayne Wang, la primera de las cuales acaba de estrenarse y se titula “Mil años de oración” y la otra (no creo que tarde en llegar) se titula “The princess of Nebraska”. Las críticas que he leído sobre este libro son muy elogiosas.




“Naturaleza infiel”, de Cristina Grande. Una escritora que, hasta el momento sólo tenía dos colecciones de relatos en el mercado, muy recomendables por cierto, y que irrumpe en el mundo de la novela con la historia de Renata, una historia de deriva que es reflejo de una generación. La critica está celebrando la aparición de este libro y lo elogian en todos los suplementos. La cadena Fnac la señala como Nuevo Talento Fnac Abril 2008.




“Los príncipes valientes”, de Javier Pérez Andújar. Lo saludan como la mejor novela de su generación (que es la mía). Un libro ambientado en una época muy concreta, la evocación de una infancia en los años finales del franquismo, un despliegue de memoria, de cultura, en el que tienen cabida los clásicos, las series de televisión y los cómics. Un libro que está avanzando con discreción, pero imparable. Puede ser toda una revelación.




“Espejos”, de Eduardo Galeano. Seguro que este escritor uruguayo no necesita presentación. Galeano tiene una gran cantidad de seguidores. Sus historias son de una intensidad que contrasta con su brevedad. Nunca defrauda. Un amigo, buen lector, corrió a decirme que lo comprara enseguida, que era lo mejor que había leído en mucho tiempo. En este libro, el autor, según sus propias palabras, pretende “la aventura delirante de querer contar la historia del mundo”.




“Objetos frágiles”, de Neil Gaiman. Hace tiempo que quiero leer algo de este autor que se dio a conocer en el mundo del cómic y cuya imaginación y originalidad es elogiada por gran cantidad de admiradores y autores contemporáneos. Así que la publicación de un libro de relatos es la mejor ocasión para acercarse a él. Y, cuando leo, al principio de la sinopsis, que “en esta recopilación de historias los narradores y el arte de la narración tienen el papel protagonista”, ya no necesito más para saber que he de comprarlo. De hecho, éste ya lo he comprado. Y les copio el final de la contraportada: “Estos relatos -varios de ellos merecedores de premios Hugo y Locus- conforman este extraordinario libro que nos sumerge en el universo particular de Neil Gaiman: tierno, gótico, infantil, fantástico, cargado de un oscuro sentido del humor y, sobre todo, de una imaginación fuera de lo común y un talento que lo convierten en un escritor excepcional”.

domingo, abril 20, 2008

Barreras

Camino con dificultad, arrastrando la mitad de mi cuerpo. También me cuesta hablar. La mitad de mi rostro se encuentra paralizado. Cuando intento abrir la boca, la parte izquierda de mis labios se queda inmóvil y todo mi rostro se desencaja ya que la mitad de mi expresión intenta estimular a la otra mitad y una ceja sube y la otra se queda igual y un ojo se abre y el otro se queda quieto. No es extraño pues que las palabras me salgan a medias, también mutiladas, surgen con dificultad, a trompicones. Algunas personas me vocalizan como si creyeran que soy sordo o que estoy idiota y no comprendo las cosas que me dicen. No les culpo. No es ilógico que supongan que dentro de un cuerpo desarticulado debe encerrarse un cerebro igualmente ruinoso. En ocasiones me dejo llevar, me sumerjo en su ignorancia con la misma amargura con que supongo darán el último paso los suicidas que se arrojan desde el puente a las frías y revueltas aguas del río. A veces, algún gracioso me intenta imitar, habla como yo, me ridiculiza y se ríe. Me concentro en su risa, me cubro con su desprecio. Intento borrar de mi mente otras imágenes más terribles, otras sensaciones, otras palabras, como el día en que sufrí el derrame o la sentencia de mi médico la semana pasada. Cuando llego a casa y me acuesto en la cama, esas risas continúan resonando en mi cabeza. También me duelen las frases de lástima, las explicaciones que algunas madres dan a sus hijos cuando éstos me señalan con el dedo, las miradas lánguidas, sobre todo de la gente cercana, de quienes me conocieron antes del ataque. Me gustaría gritarles, mandarlos al infierno, pero agacho la cabeza y paso de largo, en silencio. El que no tiene nada no tiene derecho a despreciar la mierda. Es triste quedar atrapado en un cuerpo roto, desde luego. Lloro muy a menudo, aunque intento sobreponerme, seguir adelante, superar los obstáculos, darme de hostias con los rituales, con la cotidianidad, con el menosprecio, con la lástima, con las burlas, con esto, con lo otro, día tras día, sintiendo el irrefrenable impulso de ponerme a gritar hasta caer inconsciente. Ahora, sin embargo, parece que ya todo da lo mismo, que carece de importancia, pues mi batalla está perdida. Me he encontrado con un viejo amigo a quien hacía tiempo que no veía. Me ha visto cojear y se ha acercado a mí y me ha preguntado qué me había pasado en la pierna. Luego me ha mirado el rostro, se ha fijado más detenidamente en mi brazo caído, y su expresión se ha ensombrecido de repente. He tratado de sonreír, pero creo que ha sido peor el remedio que la enfermedad, como suele decirse. Mi amigo ha intentado actuar como si nada ocurriera, como si tal cosa. Me ha dicho que se alegraba de verme y se ha preguntado cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que nos habíamos visto. Ya apenas lo recordaba. En cualquier caso, seguro que yo todavía no había sufrido el ataque. Afortunadamente no llegó a decir que por uno parece que no pasan los años. Me habló un poco de su trabajo, del estrés, se quejó lo normal y luego recordó algún momento del pasado en que él y yo habíamos reído juntos. Procuraba no mirarme directamente, miraba mucho al cielo, como si temiera que fuera a ponerse a llover de un momento a otro, pese a que el sol brillaba con fuerza y le deslumbraba implacable y le obligaba a parpadear y a mirar a otro lado, más allá de mi silueta torcida, por supuesto. Por fin, guardó un momento de silencio y creí que había llegado el momento de decir algo. A veces ocurre que uno se salta las buenas maneras y estalla como una bomba de relojería. Traté de erguirme al máximo y hablé, con mi voz trémula y pastosa de palabras doloridas.
Uno cree que no puede morir sin haber hecho nada en esta vida. La vida sin sentido es algo corriente, te lo aseguro. Tengo una familia que me necesita y un montón de proyectos en la cabeza, pero no podré llevarlos a cabo porque mi tiempo se agota sin remedio. Nadie puede pararlo. Esa es la realidad. Tu y yo fuimos al colegio juntos y ahora yo me voy y tu te quedas. No sé por qué. Nadie lo sabe.
Eso le he dicho. No se ha reído. Su rostro se ha vuelto blanco y sin duda su lengua le ha caído garganta abajo. Parecía una estatua cuando decidí seguir mi camino y empecé a arrastrar la mitad de mí mismo hacia delante, hacia ninguna parte, hacia el final.

domingo, abril 13, 2008

Taxi Driver


En este texto me dispongo a contar una de esas películas que se te meten en las tripas y ya no te abandonan. Vi “Taxi Driver” en el cine Artis (ya desaparecido). Yo tenía esa edad en la que se cree uno que ya es adulto y está convencido de poder entender el mundo. Nunca más en la vida de una persona, ni antes ni después, se vuelve a creer semejante despropósito. Había poca gente en la sala. Era una película dura, extraña, polémica, y, por tanto, verla era, en cierto modo, un rasgo de reafirmación personal. Recuerdo que una de las escenas que más se comentaba era aquella en la que Travis (Robert de Niro) limpiaba sus botas camperas con grasa de caballo. Por entonces, muchos jóvenes usaban botas camperas y las limpiaban con grasa de caballo. No sería de extrañar que la demanda de este producto se hubiera multiplicado a raíz del estreno del film. También se hablaba, por supuesto, de la Magnum 44, la pistola que empleaban en África para cazar elefantes, nada menos. Y, por supuesto, del momento en que Travis ensaya delante del espejo: ¿Con quién hablas?, ¿Te diriges a mí? Aquí no hay nadie más, de modo que debe ser a mí.... Después, la he vuelto a ver muchas veces, recurro a ella en los momentos especialmente melancólicos, para acompañar mi tristeza con la del taxista neurótico.

El film comienza con un taxi surgiendo de la niebla, "un ataúd de metal", como lo definió Paul Schrader, autor del guión de la película. Es una aparición fantasmal. En su interior, los ojos de Travis observando la realidad que le rodea, una realidad que aparece difusa tras el cristal mojado por la lluvia. Acompañado todo por la música suave, profunda y monótona de Bernard Herrmann, como un réquiem secundado por otros sonidos tales como el limpiaparabrisas, el taxímetro o la sirena de la policía que se deja escuchar intermitente durante toda la cinta.
Seguimos a Travis y somos testigos de su solicitud de trabajar en el turno de noche, alega que no puede dormir, quiere trabajar incluso en días festivos. Nos damos cuenta de la soledad que atenaza al personaje. Nos enteramos de otras cosas: ha servido en infantería de marina, se licenció en mayo del sesenta y tres, y le resulta muy difícil comunicarse con los demás. Seguidamente vemos su apartamento. Lo primero que se nos muestra es un petate militar colgado de la pared. Puerta y paredes agrietadas pintadas de blanco, desnudas, una bombilla encendida, un espejo junto a una cocina desordenada, la puerta de la calle atrancada con una barra de hierro, la cama desecha, el televisor, latas de bebidas por todas partes, arrugadas, ventanas enrejadas y Travis inclinado sobre una endeble mesita de camping, escribiendo un diario. Escuchamos su voz en off, que ya no nos abandonará en ningún momento. Gracias señor por la lluvia que ha limpiado de basura las calles... Parece dirigirse a Dios, esto recalca el carácter místico de la película. Travis es un ser asustado, solitario, incapaz de comunicarse con otros seres humanos, asqueado del entorno, por la noche salen bichos de todas clases. Todo está narrado con un tempo lento, desde el punto de vista de Travis, podríamos decir que estamos realizando un viaje al interior de la mente perturbada de un hombre.
Travis pasa su tiempo libre en un cine porno. Travis está solo, atrapado, alienado. Pero hay un momento en que está a punto de salvarse, de salir de su agujero. Cuando conoce a Betsy (Cybill Shepherd), la idealiza, piensa que ella no es como las demás. La suciedad no podía alcanzarla a ella, a ella. Betsy trabaja para la campaña del senador Palantine (Leonard Harris). Travis la invita al cine y, atrapado por su rutina, por los límites ruinosos de su existencia, por sus monótonas y defensivas costumbres, ajeno ya a otras realidades, ajeno a otras personas, la lleva al cine porno. Ella se ofende y se aleja de él. Travis la llama repetidamente, le ruega que le dé otra oportunidad. Es que yo no sabía los gustos de usted, puedo llevarla a otros sitios. Hay una escena en la que él está hablando con ella por teléfono, dándole todo tipo de explicaciones y, entonces, la cámara se aparta y nos enfoca un pasillo desolador, solitario, al que será abocado Travis al perder definitivamente a Betsy. Es como las demás, fría y distante.
Aparece fugazmente una joven prostituta (Jodie Foster), casi una niña, que es sacada de su taxi por un chulo (Harvey Keitel) de aspecto desagradable. El chulo deja un billete arrugado en el taxi de Travis y le dice: no has visto nada. Este billete será conservado por el taxista, como un modo de decirnos que este encuentro le ha afectado profundamente y, tarde o temprano, tendrá sus consecuencias. Hay otra escena con función detonante, interpretada precisamente por el propio Martin Scorsese. Aquella es mi mujer, pero esa no es mi casa. Un tipo nervioso va a matar a su mujer con una "magnum 44". Tampoco olvidará Travis lo que escucha sobre tal arma.
Todavía encontramos otro intento por salvarse, una petición de auxilio. Travis habla con un compañero taxista al que llaman "Mago" (Peter Boyle). Le cuenta que está asqueado, que quiere salir, hacer algo. Pero la filosofía de Mago no podemos decir que sea precisamente tranquilizadora: un hombre elige un oficio y, ese oficio, le convierte a uno en lo que es. Es decir, no hay salida.
Todo empieza a precipitarse. Travis está más nervioso. Por primera vez le vemos tocar el claxon con el gesto crispado. Resignado, confiesa: soy un hombre solitario. Decide comprar armas. Compra cuatro pistolas. Empieza a prepararse físicamente, vemos heridas en su espalda, secuelas de su pasado. Lo vemos disparar. Se comporta cada vez de un modo más extraño. Su conversación con uno de los responsables de la seguridad del senador Palantine durante un mitin es propia de un loco.

Travis quiere cambiar la sociedad, asestarle un golpe, descargar su ira. Escuchad, imbéciles de mierda. Aquí hay un hombre que va a cortar por lo sano. Necesita darle salida a la agresividad reprimida. Intenta incluso asesinar al senador Palantine, pero no le es posible.
Entonces decidirá rescatar a la joven prostituta. No puede cambiar el mundo, pero puede salvarla a ella. La mente de Travis, perturbada, arrinconada por una sociedad que le asusta, intenta rebelarse, y lo hace de un modo violento. La rabia acumulada por su insatisfacción estalla al fin, se produce una sobrecogedora huida hacia delante. La escena final es una especie de vía crucis de violencia, inexorable, serena incluso, implacable y, desde luego, escabrosa. Llegar al cuarto de la joven prostituta le va a suponer un gran esfuerzo. Un reguero de sangre queda a su paso. Sangre por todas partes. Finalmente intenta suicidarse, pero ya no le quedan balas. Cuando llega la policía, todo ha terminado.
Cuando la veo, me doy cuenta de que "Taxi Driver" refleja, con un planteamiento magistral, el germen de la violencia, el aislamiento, la anulación del individuo en un sistema social que lo engulle sin esperanza. Claro que tiene una lectura fascista, pero yo la veo como una historia existencialista, un film sobre la insatisfacción, la alienación y la angustia. Nos metemos en la mente del protagonista y llegamos a entender la sordidez que le rodea. Su rabia, sus reacciones, llegan a resultar patéticas.

domingo, abril 06, 2008

Si vuelves te contaré el secreto


En el libro “El arte de la novela”, Milan Kundera dice: Hasta los veinticinco años me sentía mucho más atraído por la música que por la literatura. Lo mejor que hice en aquel entonces fue una composición para cuatro instrumentos: piano, viola, clarinete y batería. Prefiguraba casi caricaturescamente la arquitectura de mis novelas, cuya existencia futura, por aquel entonces, ni siquiera sospechaba. Y realiza una interesante exposición sobre la influencia de la música y de las matemáticas en la composición de sus libros. Sin remedio, he recordado estas reflexiones del autor checo al terminar la lectura del libro “Si vuelves te contaré el secreto”, de Mónica Gutiérrez Sancho, escritora nacida en Sevilla y afincada en Zaragoza cuya primera novela no está pasando desapercibida.

Un local abre sus puertas en una calle corriente de cualquier anodina ciudad. Un local muy especial llamado, precisamente, “The Club”. El local tiene un gran éxito, pues promete pasar una velada de felicidad plena, aunque está establecido que nadie pueda asistir a él más de una vez. Los empleados tienen prohibido comentar con nadie lo que ocurre allí dentro ni facilitar que nadie, ni siquiera un amigo o un familiar, pueda acceder por segunda vez al interior del club. Esta es la premisa principal del libro, a partir de la cual se articula una historia coral en la que cuatro personajes nos servirán de hilos conductores, presentados en el primer capítulo: Sara, vendedora de trajes de novia, Rita, la prostituta, Julia, la camarera y Simón, el portero. Estos personajes actuarán como instrumentos principales de una estructura jazzistica, interpretando incluso sus propios solos, en fragmentos narrados en primera persona. A ellos se unirán otros que adquirirán relevancia a lo largo del relato, dándole densidad.

Encontramos pues una historia que gira en torno al jazz y que incorpora a su composición elementos propios de este género, como si de una “jam session” se tratara, un poco caótica en algunos momentos, utilizando la repetición de varios motivos para dar cohesión al conjunto, y cuya lectura fluye sin problemas, hipnótica, sin tropiezos, gracias a una prosa elegante y precisa al mismo tiempo, que consigue transmitirnos la información de un modo muy visual y que no carece de humor, sin rehuir la dureza o la sordidez de ciertos momentos, pero siempre con una extraordinaria ternura hacia los personajes, pese a las luces y sombras de éstos. Valga como muestra el siguiente párrafo:
Marcadas ojeras, gafas redondas de montura fina y plateada, color blanco grisáceo, enfermizo, tos seca, pelo rizado y largo sin alopecia a la vista y ojos grises y fríos, sin reflejo alguno, eran su aspecto. Habría pagado por ser bello, por enamorar a damas imposibles, a hadas encantadas, por contraer la sífilis o la tuberculosis, pero tenía que conformarse con unas diarreas matutinas persistentes que, al menos, le ayudaban a conservar un aspecto demacrado de planta marchita que no termina de morir. Habría matado por poseer las agallas para suicidarse por amor, pero tenía que conformarse con mezclar sus fluidos y su cuerpo con poetisas de medio pelo, adictas a músicos, golfas que no llegaban a cobrarle un precio fijo.

El libro posee su propia banda sonora, y nos propone sus temas al inicio de cada capítulo, en una selecta selección de intérpretes claves en la historia del jazz. Recorremos de un modo lineal, pero plagado de contrapuntos, la historia de ese club misterioso que ofrece una dicha absoluta a sus clientes, una velada mágica que atraerá a gente de todo tipo, personajes insatisfechos que buscan ese algo indefinido y abstracto que es la felicidad, y que tendrán la oportunidad de atisbarla durante una noche cuyo recuerdo los dejará aturdidos, con el deseo de repetir la experiencia, sabiendo que tal cosa es imposible y sin sospechar que esa imposibilidad viene determinada por la propia naturaleza de lo buscado. Desde el casting del personal hasta la última sesión del club, entramos en una historia con aire de cine en blanco y negro de los años cincuenta que, no obstante, me trajo ecos de un autor tan dispar como Philip K. Dick. Una historia original, sencilla y engañosa a la vez, de cuidada arquitectura, que supone un debut espectacular de una escritora a la que hay que seguirle la pista.

Les dejo, para acabar, con el gran Thelonious Monk:


jueves, abril 03, 2008

Narrativas 9

Acaba de salir el número 9 de la revista Narrativas. Se puede descargar gratuitamente. Su índice ofrece un contenido muy interesante, y he tenido la suerte de figurar en él. Con este número, la revista Narrativas cumple dos años de loable labor literaria, ayudando a difundir el trabajo de escritores noveles y dándonos la oportunidad de participar en un proyecto en el que figuran también autores de reconocida trayectoria.
Espero que lo disfruten. Y que “Narrativas” cumpla muchos años más.

ÍNDICE:

Ensayo
La poética en “Axolotl” de J. Cortázar, por Osvaldo Ulloa Sánchez
La sensibilidad mediterránea: herencia y equilibrio para una razón más vital, por Enrique Ferrari Nieto
Gilgamesh y la escritura, por José Ángel García Landa
Obra maestra de las adaptaciones literarias al cine: “Carta de una desconocida”, de Max Ophüls, por Alfredo Moreno

Relato
"Crónica de un cazador", por Manuel Díaz Martínez
"Nada antes que la fe", por Vicente Luis Mora
"Algo provisional", por Ismael Grasa
"El poeta en excedencia", por Salvador Gutiérrez Solís
"Final de cuento", por Jorge Villarruel
"Seguir observando", por Pablo Lorente Muñoz
"La perla de Córdoba (I)", por Carlos Montuenga
"El faquir", por Rosy Palàu
"El círculo de Eliot", por Norberto Luis Romero
"El paso de la oca", por Recaredo Veredas
"Ochenta pisos", por Juan Carlos Vecchi
"Pueblo de Jones", por Luis Emel Topogenario
"Dos misivas", por Julio Blanco García
"El colorao", por Adriana Serlik
"Enfrente de la casa, toda la noche", por Agustín Cadena
"Ajustando cuentas", por Fernando Sánchez Calvo
"Ballenas", por Alfredo Carrera
"Los hombres que lloraban lágrimas rojas", por Carlos Garvín
"Lirios blancos", por Soledad Acedo Bueno
"Lisa", por Javier Guerrero
"Pistoleros famosos", por Paul Medrano
"Me niego rotundamente", por Jonathan Minila
"Los días felices de Edwin", por Josué Barrera
"El diablo de las Hespérides", por Ahmed Oubali
"Extranjeros y fantasmas", por Carlos Frühbeck
"Últimas palabras para Wendy", por Javier Esteban
"Como un canto rodado", por Esteban Gutiérrez
"Pero no matarás", por Luis Tamargo
"El gringo", por Pablo Giordano
"Lo que trajo la noche", por Salvador Alario Bataller
"La luna y las comedias", por Noemí Pastor
"El tren", por Miguel Sanfeliu
"Metempsicosis", por Gemma Pellicer
"Reencuentro", por Edilberto Aldán
"Instrucciones para treintañeras desordenadas y tibias", por Ana Muñoz de la Torre
"Corazón de fuego", por Carlos Arnal
"Liviandad", por Antonio Ramos
"Paisaje sin batalla", por Sergio Borao Llop
"De ámbulos concéntricos", por Héctor Huerga
"Cándida en el cielo", por Antonio Toribios
"La manda de Názaro", por Roberto Strongman

Novela
Rapsodia vagabunda (Capítulo), por Juan Carlos Guerrero
En la ciudad inmóvil (Capítulo), por Moisés Ramírez

Narradores
En esta ocasión, el espacio de Narradores está dedicado a la escritora peruana Patricia de Souza

Entrevista
Marco Tulio Aguilera, por Germán Martínez

Reseñas
Golpes de mar de Antón Castro, por Magda Díaz y Morales
La hermana de Sándor Márai, por Sandro Cohen
La carga de la brigada ligera de Gonzalo Calcedo Juanes, por Juan Carlos Márquez
Prosa temprana y obras póstumas publicadas en vida de Robert Musil, por Eugenio Sánchez Bravo
Nunca llueve sobre el Sáhara de Pedro M. Martínez, por Guillermo Ortiz López
Espejo roto de Mercé Rodoreda, por C. Martín
Los lobos de la luna de Frank Quasar, por Hari Seldon
Arde el musgo gris de Thor Vilhjálmsson, por María Aixa Sanz

Miradas
"Comentario a Pedro Páramo, las cien páginas más célebres de la literatura mexicana", por Javier Cercas Rueda
"Lo desmemorioso en los ojos", por Juan Fernando Covarrubias Pérez
"H. P. Lovecraft y la seducción del misterio", por Jorge Villarruel

Literatura e imagen
El sueño de Cthulhu, pintura del artista mexicano Ricardo Olvera, basada en el relato “La llamada de Cthulhu” de H.P. Lovecraft.
La lectura de la literatura, de la ilustradora aragonesa Blanca BK Gimeno.
Ilustración que forma parte de tres expuestas en la Biblioteca de María de Huerva.
Vandalismo, del ilustrador y dibujante José Antonio Ruiz-Roso, ilustración basada en el relato de Carlos Arnal, "Corazón de fuego".

Novedades editoriales