viernes, octubre 27, 2006

Un Premio Pulitzer de Fotografía

La fotografía que ganó el Premio Pulitzer de 1994 continúa grabada en mi mente. Muestra a una niña sudanesa, de unos cuatro o cinco años, extremadamente delgada, caída en el suelo, como si no pudiera mantenerse en pie, extenuada, con la mano apoyada en el antebrazo. Sabemos que se está muriendo lentamente. Detrás de ella, un buitre espera paciente a que la vida abandone el cuerpo de la niña para darse un festín. La escena sobrecoge, es terrorífica.

La imagen la captó el fotógrafo sudafricano Kevin Carter en una aldea de Sudán. La concesión del premio y el impacto de la imagen convirtieron a Carter en una celebridad y fue objeto de múltiples entrevistas. Kevin Carter explicó cómo había estado siguiendo el vacilante caminar de aquella niña, y mostró otras fotos en las que se la podía ver todavía de pie, desorientada, tambaleante. Él estaba fotografiando a un lado y a otro y, cuando ya se marchaba, giró la vista de nuevo hacia la niña y se encontró con ese espectáculo que, estuvo seguro, constituía un valioso documento en sí mismo. Entonces regresó sobre sus pasos, preparó la cámara, realizó el encuadre preciso y disparó. Luego siguió con su trabajo.
Le preguntaron si había ayudado a aquella niña y reconoció que no, que únicamente ahuyentó al buitre y se marchó. Dijo que tenía remordimientos de conciencia por ello, pero así había sido. Intentó justificar su actitud diciendo que había muchos niños muriendo diariamente, que tanto daba que aquella niña muriera allí o cinco minutos después debajo de una carpa, dijo que "aquello era como intentar sacar agua del mar con una cesta".

He oído que, para entender ese comportamiento, es preciso estar en un lugar así, donde uno puede llegar a creer que la vida no tiene valor y se ve obligado a ver morir a la gente a su alrededor todos los días.
Sin embargo, la imagen de esa niña atormentó la mente del fotógrafo y, poco tiempo después, Kevin Carter se suicidó en Johannesburgo. Se gaseó en el interior de su propio coche. Tenía 33 años.

domingo, octubre 22, 2006

Creer en algo


El hombre occidental, moderno e intelectual, no se plantea el sentido de la vida, simplemente ha llegado a aceptar la idea de que la vida no tiene ningún sentido. Niega a Dios, la razón es incompatible con su existencia, pero no posee ninguna explicación alternativa. La muerte es el fin y con eso se conforma. Hace poco, en un programa de radio, escuché a una mujer preguntar: "¿No hace falta más fe para creer que este mundo ha surgido de la nada, porque sí, que para creer que ha sido creado por algo o alguien?". En efecto, no creer en Dios también es un acto de fe. Lo cierto es que el hombre necesita creer en algo, necesita que las cosas tengan su explicación. Así, resulta que muchos no creyentes se muestran absolutamente convencidos de que los fantasmas existen, o los ángeles, o los seres demoníacos, o los extraterrestres, los maleficios, los conjuros y demás asuntos no probados científicamente y que requieren, por tanto, su dosis de fe.

Ante un golpe, una muerte inesperada, necesitamos pensar que existe algo que nos trasciende, algo capaz de explicar todo aquello que ahora no podemos entender. En cierto modo, se puede intuir que existe un mundo más allá del que percibimos a través de nuestros sentidos. Seguro que entonces entenderemos todo lo que escapa a nuestro limitado cerebro. Yo quiero creer en eso.

Mi fe no es fuerte, ojalá lo fuera. No me puedo enorgullecer de no creer en Dios. Me gustaría tener esa convicción. No pienso que no creer en Dios me haga más listo o interesante, creo que me hace más desgraciado. La falta de fe es una carencia mía. Me gustaría poder creer que sobreviviré a mi muerte. Me gustaría pensar que si soy buena persona obtendré algún tipo de recompensa y, por el contrario, si soy injusto o cruel, obtendré un castigo. Me gustaría tener la convicción de que importa lo que hagas y no pensar que todo da igual. Me gustaría poder creer que volveré a encontrarme con los seres queridos que ya han muerto y darles un abrazo. Me gustaría tener la seguridad de que las muertes inesperadas e injustas suceden por algo que ahora no soy capaz de entender.

viernes, octubre 13, 2006

Intermedio

Recuperaré el ritmo poco a poco.
Necesito un poco de tiempo...
Todo a mi alrededor parece haber perdido fuelle. Todo es ahora más pesado y lento, después de la vorágine de unos días en los que las cosas se precipitaron y nos arrastraron ante nuestro estupor e incredulidad.
Volverá la rutina poco a poco, aunque el mundo, mi mundo, haya cambiado.

lunes, octubre 09, 2006

Hay Festival Segovia - Final


Siento no haber podido estar en todos los sitios y haber visto todos los actos. Disfruté cada segundo que pasé en el mágico casco antiguo de la ciudad de Segovia. Estuve paseando por sus calles, cruzándome con escritores a los que miraba de reojo. Dicen que el año que viene se celebrará una nueva edición de este Festival y procuraré estar allí de nuevo. Ha sido toda una experiencia.

Los organizadores no estaban seguros del éxito de este evento, no confiaban en que la gente estuviera dispuesta a pagar para asistir a la charla de un escritor, pese al precio reducido de las entradas: siete euros para las conferencias y coloquios, tres euros para las películas de cine. Pero las colas ante las taquillas desbordaron todas las previsiones. Supongo que el año próximo la cobertura mediática será más amplia y todo el mundo querrá aparecer en la foto. Sólo me gustaría que los actos se repartieran en algún día más y fuera posible acudir a todos, incluso a las películas. Lo peor fue tener que elegir.

A raíz de estas crónicas, me he enterado de que existe un proyecto para crear un "pueblo de libros" aquí, en la Comunidad Valenciana, concretamente se trata de la localidad de Requena. Sólo espero que la iniciativa llegue a buen puerto.

Por lo demás, sólo queda decir que fue una experiencia enriquecedora. Que hay muchos temas con los que se puede estar de acuerdo o discrepar. Que disfruté de mi anonimato en general, aunque hubo algún momento en que me sentí fuera de lugar, pero es que a mí me pasan cosas de estas de vez en cuando, bajones esporádicos, no es grave.
Agradezco mucho el interés con el que han sido seguidos los resúmenes de las charlas. Me gustó convertirme en reportero por un tiempo.

jueves, octubre 05, 2006

HFS - Doris Lessing


Último acto al que asisto en el Hay Festival de Segovia. Una figura mítica de las letras. Muy cerca de mí se encuentran sentados Laura Restrepo y Vikram Seth. El lleno es absoluto. La expectación, total. El salón de San Juan de los Caballeros está abarrotado. Siento un hormigueo de excitación en el estómago.
Por fin aparece Doris Lessing acompañada por Marianne Ponsford, que es la directora de la revista cultural "Arcadia". Lleva el pelo recogido, blanco, y viste un traje azul de una sola pieza, sencillo. Lleva una bufanda colgando del cuello.
Marianne Ponsford nos dice que la escritora no quiere que la presenten. No quiere elogios.
La charla no tiene desperdicio. Doris Lessing va desgranando su pensamiento, sus ideas.

Hizo una defensa de África. Habló del comunismo y de la desilusión que produjo. Ahora, lo políticamente correcto ha sido superado por la histeria políticamente correcta. Tenemos un nuevo enemigo: el Islam. Y todo le recuerda a lo que ocurrió cuando la guerra fría. Se puede ver la misma histeria que rodeó entonces al comunismo. Dice que a la gente le gusta tener enemigos, pero hemos de esforzarnos en no verlos como enemigos.
Dijo que no creía que el Holocausto hubiera sido lo más grave que ocurrió en la II Guerra Mundial. Stalin mató a más personas que Hitler. Ya nada nos parece una barbaridad. Estamos insensibilizados.
No somos libres, nos conformamos de aspectos que nos han impuesto la sociedad, la familia, los otros...

Marianne Ponsford preguntó si la tragedia tenía más valor literario que la felicidad. "La felicidad es cursi", dijo Lessing.
La entrevista parece difícil. La escritora se muestra rebelde y poco condescendiente. Cada vez que le preguntan algo del tipo "usted ha dicho que..." ella responde "yo no recuerdo haber dicho eso". Esto se produjo varias veces. Ponsford sólo tenía, a mi juicio, que haber cambiado las preguntas. En vez de "usted ha dicho que..." debía haber dicho "¿cree usted que...?", y asunto arreglado. Pero no ocurre esto. A veces Marianne Ponsford replica: "lo ha dicho usted en una entrevista" o "figura en uno de sus libros". Pero Doris Lessing se mantiene en su postura de no creer que aquello hubiera sido dicho por ella o, en algún caso, admitir que en una entrevista a veces se dicen cosas que no se han meditado lo suficiente.

Doris Lessing dijo que ahora que está escribiendo su autobiografía comprueba que algunas de sus escenas de ficción tienen más fuerza que otras escenas basadas en acontecimientos que realmente ocurrieron.
Dijo que muchos de sus amigos ya no están y que vive rodeada de fantasmas.

Contó el episodio en que intentó experimentar con la locura, sin dormir ni comer durante tres días. Se volvió loca. Se dio cuenta que muchas cosas que había leído sobre la locura eran ciertas. Le vino a la mente una especie de criatura terrorífica que la odiaba. Tardó seis semanas en deshacerse de esa criatura. Aconsejó al público presente que nunca intentase algo así. "Yo lo hice aposta. He conocido a gente que se ha vuelto loca. Los estrechos de mente se vuelven locos muy fácilmente, sólo hay que mirar a nuestro alrededor, aunque es cierto que cuando un estrecho de mente se desmorona y luego consigue curarse, mejora mucho".

Dijo que cuando uno envejece puede verse con cierto distanciamiento. No hay por qué estar sumergido en las emociones. Admitió que se casó demasiado pronto y que no se tenía que haber casado. Abandonó a su marido y a sus hijos y se marchó de Rodesia a Inglaterra, donde contrajo matrimonio con otro hombre. Fue siempre una mujer rebelde e independiente. "Corríamos en cosas que ya hemos visto que son estúpidas: el comunismo, el fin del racismo... ésas cosas", comentó con ironía.
Ahora está estudiando el sofismo, pero no quiere hablar de ello. Dice que si se leyeran todos los libros sagrados, la Torá, el Antiguo Testamento, el Corán... todos, uno detrás de otro, como dijo haber hecho ella, nos daríamos cuenta de que todo hace referencia a una misma religión. Son los mismos personajes, las mismas historias.
"No se asusten de lo que ven a su alrededor. No va a durar. Vivimos una época de cambios muy rápidos".

martes, octubre 03, 2006

HFS - A uno y otro lado del Atlántico


Esta charla debía tratar sobre el uso del idioma español. Estaba a cargo de Jorge Edwards y Laura Restrepo, moderados por Cesar Antonio Molina.

Jorge Edwards comenzó diciendo que los latinos tenemos fama de ser creativos, capaces de escribir poesía, pero incapaces para las cosas prácticas como la economía, la política, etc.
Los prejuicios también se encuentran entre los hispanohablantes de uno y otro lado del Atlántico. Contó que su primera novela se la tradujeron del español de Chile al de España. "Los chilenismos tienden a ser traducidos por los correctores de pruebas de aquí". Resulta paradójico que sea más fácil para un escritor finlandés llegar al público hispano que para un autor de otro país hispano. Y concluyó diciendo que al idioma hay que acercarse con curiosidad y con simpatía.

Laura Restrepo dijo que somos una cultura que mira hacia fuera en lugar de mirarnos unos a otros. El español del Siglo de Oro ha sobrevivido en alguno de los países sudamericanos. En Colombia se habla un español muy puro. Y en México había escuchado algunas expresiones que le parecían fascinantes. "¿Saben cómo dicen para expresar que la plaza está llena de gente? La plaza estaba llena de raza". Y contó entusiasmada que al dinero se le llama "la dolarisa", y a los policías "los gimenos", por los jean-men, los gringos. Todo esto lo contaba con un entusiasmo contagioso, con pasión.
En Colombia se escucha la frase: "Fulano se enamoró de mí para matarme".

Jorge Edwards se quejó de que aquí sólo se habla de América cuando ocurren grandes dramas. A veces, la unidad de españoles y americanos no es fácil de entender. Las "colonias", dijo, son más conservadoras con el idioma, aunque también son más caóticas. Pero, a pesar de todo, se declaraba relativamente optimista, y eso que tenemos la capacidad de perder la memoria.

Laura Restrepo dijo que la literatura, cuando es buena, va más allá de cualquier limitación de comunicación. Y habló de la censura que supone lo políticamente correcto, una censura a lo que se sale del espectro de una democracia manejable, de bolsillo. Contó que su novela "La novia oscura", para ser publicada en Francia, Italia, Inglaterra, le exigían cambiar el titulo porque "oscura" no era considerada una palabra políticamente correcta. Es demasiado ridículo, dijo. Habló de la riqueza del idioma español y nombró una retahíla de palabras en nuestro idioma que hacen referencia al color de la piel: moro, mestizo, mulato, zambo, ario, tostado, cobrizo, aceituno, alabastrino, dorado, alborozado, etc. Por último, pidió una mayor unión entre España y Latinoamérica, pues este país forma parte de sus raíces. Por eso mismo, se debería tener mayor flexibilidad con los inmigrantes hispanoamericanos.

Jorge Edwards dijo que el idioma chileno tenía varios niveles. Y contó que estuvo en el jurado del Festival de Cine en el que fue premiada la película "Taxi para tres". "Yo entendía un 60% de lo que se hablaba en la película. El español del jurado entendía un 10%. Los ingleses, con los subtítulos, lo entendían todo". Fueron pues los ingleses los responsables de que la película fuera premiada, pero la gente creyó que él había conspirado.

lunes, octubre 02, 2006

HFS - Enrique Vila Matas y Eduardo Lago



La charla entre estos dos grandes escritores estuvo moderada por Mercedes Monmany, una de las mejores críticas literarias del país. La charla se anunciaba con el titulo "La novela actual como campo infinito de experimentación y regeneración del género en nuestros días", y lo primero que hizo la moderadora fue renegar de la rimbombancia de semejante titulo que, además, se le había ocurrido a ella. Un titulo demasiado artificial como para presidir lo que había de ser la charla entre dos escritores con muchos planteamientos en común.

Eduardo Lago es un hombre recio, de mirada inteligente, lleva un pantalón de cuero negro y se sienta ligeramente encorvado hacia delante. Ha sido el ganador del último premio Nadal con su novela "Llámame Brooklyn". Es su primera novela. Su faceta más conocida es la de articulista literario. Un artículo suyo sobre las traducciones del "Ulises" de Joyce recibió un importante premio en 2002, el "Bartolomé March". "Fue un artículo impuesto, tuve que asumirlo yo porque nadie quería encargarse de él". Ha estado coordinando la sección de críticas en la web El Boomerang, de la que ahora se encarga Jorge Volpi quien, por cierto, se encuentra entre el público.
Enrique Vila-Matas se sienta un poco más recto en el asiento, tiene cierto aire ausente, tímido, casi desvalido, pero creo que es consciente de la fascinación que transmite, de su magnetismo. Es un hombre que respira literatura por todos sus poros. La lista de sus libros es muy extensa, "Lejos de Veracruz", "Bartleby y compañía", "Historia abreviada de la literatura portátil", "París no se acaba nunca", "Suicidios ejemplares", "Hijos sin hijos", "El mal de Montano", "Doctor Pasavento", etc. etc. Es uno de los más importantes escritores que existen hoy en España. Sus comentarios suelen estar llenos de digresiones y, más que teorizar, lo que hace es contar historias. Le sonó el móvil en plena presentación, también le había sonado el día anterior, durante el coloquio sobre "El placer de leer", por lo que gastó una broma haciendo ver que se trataba de la misma persona.

Vila-Matas explicó que siempre había querido vivir en Nueva York. De hecho, solía tener un sueño recurrente en el que se veía jugando a la pelota rodeado de rascacielos. Cuando por fin visitó Nueva York y se asomó a la ventana de su hotel y vio los rascacielos no sintió nada especial, por lo que pensó que lo importante del sueño debía ser el niño.
Eduardo Lago contó que siempre había imaginado una escena relacionada con un hombre que se encontraba escribiendo en una habitación. Un día tuvo que entrevistar a Frank McCourt y, al leer "El profesor", encontró, en ese libro, exactamente el mismo pasaje que él había imaginado durante años.

Cuando le preguntó Eduardo Lago a Vila-Matas si era cierto ese encuentro con Salinger que narra en su libro "Bartleby y compañía", Vila-Matas sonrió malicioso y dijo: "Si Vila-Matas lo dijo, es verdad".
Vila-Matas dijo que le gustaba el cuento, el ensayo breve, los diarios... y le gustaba mezclar todo aquello. Tiene tendencia a encontrar autores raros, marginales. Dice que no lee a Philip Roth. Explica que le impactó México, que siempre es bien recibido allí. Pitol, su maestro, le dijo que gustaba tanto en México por la excentricidad. México es una cultura excéntrica.
Dijo también que durante mucho tiempo estuvo recomendando a Gombrowicz sin haberlo leído. Veinte años después lo leyó y se dio cuenta de que no tenía nada que ver con él. "A fuerza de creer que lo imitaba, me hice con un estilo propio".
Eduardo Lago se declaró admirador de Philip Roth, aunque admitía que escribía un realismo un poco cansado. Probablemente, el escritor del futuro, en el sentido de ser un escritor transnacional, es Roberto Bolaño, pues es y no es chileno, mexicano, catalán, español... Y también manejaba la literatura como realidad.

Vila-Matas contó algo que le ocurrió en París. Lo invitaron a unas charlas y, como es tímido, decidió beberse un whisky mientras hacía tiempo. Al salir del bar, se entretuvo ante el escaparate de una librería. De pronto, se le acercó una mujer y le dijo que era de Alcohólicos Anónimos, y le dio una tarjeta. Estuvo a punto de reaccionar con violencia y lo que de verdad quiso decirle fue: ¡Yo no soy anónimo! Pero calló, porque se dio cuenta de que, en el fondo, prefería ser anónimo.
"Yo lo que prefiero es escribir. En casa, que es donde escribo. No quiero decir que me guste estar en casa, porque para eso viajo. Pero lo que más me gusta es escribir".

domingo, octubre 01, 2006

HFS - El filandón


Esta charla reivindicaba el placer de contar historias. Reuniones en torno a un fuego en las que se transmitían todo tipo de narraciones. Esta práctica era muy común en el Noroeste de España, de donde provienen los cuatro escritores encargados de conversar sobre este tema y, sobre todo, de leer algunos de sus relatos: Luis Mateo Díez, Antonio Pereira, José María Merino y Juan Pedro Aparicio. Cuatro narradores de primera magnitud, un ambiente amigable entre ellos, mucho sentido del humor y buenas historias llenaron el salón de San Juan de los Caballeros.

Luis Mateo Díez fue el encargado de romper el hielo, y lo hizo hablando sobre la tradición oral, de gran riqueza y, desgraciadamente, casi perdida. Habló de la importancia que había tenido en el pasado y de lo sugestivas que resultan esas reuniones en las que se narran cuentos y anécdotas.

Le tocó el turno a Antonio Pereira, quien comenzó esbozando toda una teoría del relato. Dijo que el microcuento está sobrevalorado, y mucho de lo que se conoce como microcuento termina derivando en mero chascarrillo. Para que algo sea cuento o microcuento necesita disponer de tejido narrativo. Aunque admite que existen algunos chascarrillos ingeniosos, como aquel que dice: "Entró en el pajar y se clavó la aguja". Es divertido. También el del pesimista: "¡Mira que si nos quitan lo «bailao»!". Pero no los considera relatos, ni microrrelatos. Además, está en contra de diferenciar el nombre de los textos basándose en su extensión. "Todo debería llamarse novela", dijo, "del mismo modo que todo se llama poesía". Sacó algunos papeles del bolsillo y leyó unos cortos microrrelatos. Tardó en escogerlos, pasando los papeles en un sentido y en otro. La lectura era interrumpida constantemente con aclaraciones y comentarios del autor.

Juan Pedro Aparicio dijo que, en su opinión, la clave del microrrelato se encuentra en la elipsis. Mejor es cuanto mayor es la elipsis que contiene. Y como ejemplo de su teoría leyó el primero y el último de uno de sus libros, argumentando que se trataba de una colección de textos que, en cierto modo, evidenciaban lo que opinaba él del microcuento. El último, la síntesis absoluta, se titulaba "Luis XIV", y el texto era: "Yo".

Por último, José María Marino quiso resaltar las diferencias que existen entre el relato escrito y el oral. El escrito contiene, en su redacción, las pausas y entonaciones que hay que interpretar en el oral. Contó que había podido comprobar lo difícil que resultaba adaptar un relato escrito a uno oral, cuando los habitantes de una aldea en la que se encontraba con un equipo de cine que andaba rodando una película basada en unos relatos, les pidieron que les contaran alguno de dichos cuentos. "Nos pusieron en una posición muy difícil", afirmó. Luego leyó alguno de sus textos e, incluso, una de las historias nos la contó sin leerla. Se trataba de la historia de un hombre, (no recuerdo ahora cómo se llamaba, así que lo llamaré Ramón), que se dispone a realizar la ruta del tapeo antes de comer y, cuando entra en uno y otro bar, siempre le pasa que la gente lo recibe con efusividad. Le gritan: "Ramón, cuánto me alegro de verte, qué bien que hayas regresado a la ciudad después de tanto tiempo". Así una y otra vez. Finalmente regresa a su casa: "Cuando volví a casa andaba ya un poco «achispado» por el vino, pero no lo suficiente como para no saber que yo nunca había salido de aquella ciudad y que no me llamaba Ramón".

Se fueron turnando los cuatro para contar sus historias, que resultaron siempre divertidas, y el público se sintió partícipe de un auténtico y ya perdido filandón.
Más tarde, se abrió el turno de preguntas y nadie se animó a decir nada. Juan Pedro Aparicio comentó que había estado en el auténtico Hay on Wye y que allí, cuando se abría el turno de preguntas, todo el público se lanzaba a intervenir. "Sólo quiero decir –concluyó-, que ni ellos tanto ni nosotros tan poco".
Aún así, nadie preguntó nada, por lo que siguieron leyendo relatos y, estoy seguro, nosotros salimos ganando.


El Cuento de Antonio Pereira.

Antonio Pereira contó un relato que está publicado en el libro "Me gusta contar". Se titula "Una novela brasileña". Dijo que lo había copiado de un periódico, era una noticia en la que había un auténtico relato, lleno de drama y tragedia. Como sonaba bien era en su lengua original, pero él lo fue traduciendo. De vez en cuando, se detenía y hacía alguna aclaración, que voy a intentar reproducir, entre paréntesis, en el modo en que me lo permita la memoria.

El capitán del ejército Agenor Araújo de Medeiros (Agenor es un nombre corriente en Brasil, un nombre de cierto empaque), 39 años (es ésta una edad crítica en la que a uno le puede dar por hacer balance y en la que se suelen hacer muchas tonterías), fue asesinado por la noche al intentar reprimir un asalto en la Rua Bertolini, próxima a Praia Branca, en Guanabara. (Atentos ahora) El militar estaba en su coche en compañía de Palmira Fernandes Oliveira (este detalle es importante) cuando dos criminales surgieron con arma en puño. Agenor murió antes de ser socorrido en el Hospital Bom Jesús de Estrela. Estaba casado con Fernanda Veléria Martins Costa (no con Palmira Fernandes Oliveira) con quien tenía una hija de siete años. Se levantó acta del suceso. (Aquí está contenido un verdadero drama lleno de incógnitas, ¿qué le contaron a esa hija? ¿Qué pensó esa esposa cuando se enteró de lo ocurrido? ¿Cómo se llegó a esa situación? Me ha hecho pensar más esta pequeña crónica que muchos novelones).