viernes, enero 30, 2009

El horror

Dice Antonio Muñoz Molina en el prólogo a la excelente novela "Tanguy", de Michel del Castillo:
Quien inventa el horror quiere magnificarlo para lograr un efecto del que no está seguro: quien lo ha vivido intuye que basta su simple enunciación para transmitir toda su naturaleza monstruosa, y tal vez siente también el pudor de no exhibir demasiado abiertamente sus heridas, y la necesidad de contener o domar todo el espanto de la memoria en una forma objetiva, casi impasible.

Pienso en el caso del llamado monstruo de Amstetten, un hombre llamado Josef Fritzl que mantuvo a su hija secuestrada en un zulo, construido bajo su propia casa, durante veinticuatro años, violándola sistemáticamente y llegando a tener con ella siete hijos, uno de los cuales falleció al poco de nacer. Los periodistas intentaron mostrar todo lo posible: las fotos del zulo, imágenes de la hija, del padre en prisión, de los hijos-nietos que habían crecido ajenos al drama que se vivía bajo sus pies… Y todo el mundo esperaba más: la presencia de alguno de esos hijos que habían crecido sin ver la luz del sol, o la entrevista en exclusiva de turno.
Parece que algo no se termina de demostrar si no se muestra completamente, y mejor si se puede exhibir con toda crudeza, de esa que obliga a advertir que “se puede herir la sensibilidad del espectador”. No hay mejor reclamo para que el espectador se quede clavado en la silla, dispuesto a comprobar si su sensibilidad resulta maltrecha por lo que va a ver.

No parece ser ésta la mejor forma de transmitir el horror. Alfonso Basallo, en su libro de cine “2001: La Odisea del Cine” dice que una simple insinuación, apenas apuntada, puede ser mucho más atractiva que una explicación (…) El poder de evocación de un gesto, de una mirada, de un paisaje, incluso de un objeto inanimado puede superar a mil imágenes. Ahí reside la superioridad del cine clásico sobre el comercial. El exceso de crudeza puede terminar por banalizar el hecho que se quiere contar.
La simple enunciación del número de años que había durado el encierro, volviendo al caso de Amstetten, ya cortaba la respiración. Pensar en las visitas del padre, en su violencia, en las violaciones… ya era demasiado. Y pese a todo, algunas de las fotos que más horror produjeron fueron las de ese tipo en bañador, en Tailandia, de vacaciones mientras sabíamos que su hija permanecía encerrada.

Jorge Semprún, en su libro “La escritura o la vida”, nos narra su experiencia en un campo de concentración alemán. Comienza hablando del día de la liberación y en lugar de intentar describirnos cuál era su aspecto en ese momento, opta por contar el efecto que tiene sobre la mirada de tres soldados que se fijan en él. Así comienza el libro: Están delante de mí, abriendo los ojos enormemente, y yo me veo de golpe en esa mirada de espanto: en su pavor. Muestra su preocupación por llegar a transmitir el horror de lo vivido: una duda me asalta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. Sólo alcanzarán esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación. Únicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio.

miércoles, enero 28, 2009

Murió John Updike


Murió John Updike. Tenía 76 años. Murió a causa de un cáncer de pulmón. Eterno candidato al Nobel se marchó sin que se lo dieran, aunque lo merecía. Sí ganó el Pulitzer en dos ocasiones: 1982 y 1991; también el National Book Award; y otros importantes premios. Clásico indiscutible de las letras norteamericanas, autor de una extensa obra que incluye títulos como “Corre, Conejo”, “Parejas”, “Lo que queda por vivir”, “Un mes de domingos”, “El centauro”, “La versión de Roger”, “Brasil”, “La belleza de los lirios”, “El libro de Bech”, etc. Su última novela aparecida en España se titula “Terrorista”, pero al parecer estaba a punto de publicarse en EE.UU. un nuevo libro: “Las viudas de Eastwick”, continuación de “Las brujas de Eastwick”. Se le considera el cronista por excelencia de la clase media estadounidense y se le emparienta con John Cheever, con Sinclair Lewis, con Carson McCullers… El erotismo, la religión y la insatisfacción, tienen gran importancia en sus obras. También su faceta de crítico literario era muy apreciada.
La foto es de Robert Spencer para el New York Times, 2006, encontrada en la página Boston.com.

sábado, enero 24, 2009

Mostrar

El autor no debe nunca explicar cómo se sienten sus personajes. Este me parece un principio fundamental. Y una lucha constante. A veces uno se inclina a explicar las cosas demasiado. Y esto puede hacer zozobrar un texto.
Dice Medardo Fraile: “Ni una sola concesión al estilo para exhibir, fuera del tema, ingenio, humor o cualquier otro hallazgo inoportuno, poniéndose el autor en primer plano y asomando la oreja vanidosamente”.

El autor no debe inmiscuirse en la acción, hay que intentar que sean los personajes los que, a través de su comportamiento, indiquen lo que sienten o piensan.
No es suficiente con decir que Fulano estaba aterrado. El lector tiene que verlo correr, gritar, cómo le cae algo de las manos, como intenta colocarse cerca del cuchillo de la cocina, cómo sube los cristales del coche y baja los seguros…
No basta con decir que Mengano estaba triste. Hay que verlo hundido en su sillón, pasando los canales de la televisión sin ver ninguno, o asomado a una ventana, o parado dentro de su coche, o dando vueltas por el barrio hasta que se da cuenta de que se ha perdido.
Y algunas cosas sólo deben intuirse, como el dolor de una despedida:

Edna me rodeó con sus brazos y acercó sus labios a los míos. Percibí el perfume de su pelo, la suavidad de su piel. La abracé con fuerza. Luego ella se soltó, me miró a los ojos y dio media vuelta. Sabía que no nos volveríamos a ver. La vi alejarse calle abajo. Estuve allí parado, en medio de la acera, hasta que desapareció de mi vista.

En este párrafo, creo que aún se dan demasiadas explicaciones. Para que funcione, debería eliminarse también la frase “Sabía que no nos volveríamos a ver”. ¿O tal vez no?

domingo, enero 18, 2009

Trayecto literario

Hay veces, muchas veces, que los libros parecen salir a nuestro encuentro. No somos nosotros quienes los buscan, sino ellos quienes nos acorralan. Esto ocurre de un modo casi imperceptible, como consecuencia de la conjunción de diversas circunstancias, detalles que se confabulan de forma sorprendente en muchos casos.

A finales de Noviembre asistí al acto de presentación de la colección Vagamundos, de la editorial Traspiés, en la librería madrileña “El bandido doblemente armado”. Allí saludé a diferentes personas, entre ellas, alguien llamado Agustín que, cuando se marchó, me aclararon que se trataba de Agustín Cerezales. La noticia me dejó noqueado. No lo había reconocido. Agustín Cerezales, el hijo de Carmen Laforet, la ganadora, en 1944, de la primera convocatoria del Premio Nadal con su novela “Nada”. Agustín Cerezales es autor de varios libros, entre ellos un muy recomendable libro de relatos titulado “Perros verdes”, reeditado hace unos años por Menoscuarto. Un libro que no tenía y en cuya búsqueda me lancé sin remedio.
Lo encontré algún tiempo después, en Madrid. Y después de esto, marché a Asturias, a Oviedo, donde pasé las Navidades.

En Oviedo, mi cuñado me habló de una librería de viejo. Y allí fui, a echar un vistazo, a curiosear entre libros amontonados y en aparente desorden. Anduve un rato husmeando, maldiciendo no haber llevado las gafas, que al parecer se han convertido en imprescindibles por mucho que me empeñe en negarlo.
El caso es que un volumen llamó mi atención. Editorial Destino. “De oca a oca”, de Cristina Cerezales. Me sonaba el libro, pero lo tenía olvidado. Creo que es la única novela que había editado Cristina Cerezales.

La coincidencia me sorprendió. El apellido Cerezales parecía saltar frente a mí. Pero no compré esa novela. Tengo demasiadas lecturas pendientes y debo controlar un poco la compra de libros, así que me fui dándole vueltas al asunto.
Al llegar a casa, abrí el periódico, fui a la sección de Cultura y leí el siguiente titular: Los enigmas de Carmen Laforet, vistos por su hija. Cristina Cerezales ha escrito un libro sobre su madre titulado “Música blanca”.
Así que la colección “Vagamundos” me llevó hasta el libro “Música blanca”, que será el próximo libro que compraré.

viernes, enero 09, 2009

Vía Revolucionaria


Ahora que está a punto de estrenarse la película protagonizada por Kate Winslet, cada vez más espléndida, y Leonardo DiCaprio, a quien no acabo de imaginar en este papel, dirigidos por Sam Mendes, tal vez sea un buen momento para acercarse al magnífico libro en que se basa: un indiscutible clásico de las letras norteamericanas.


Recuerdo que una de las cosas que pensaba conforme iba leyendo “Vía revolucionaria”, de Richard Yates, era que así es como me gustaría escribir a mí. Primera sensación, por tanto: una envidia sana que me mantenía alerta ante los recursos que el autor iba desplegando página tras página. Su manejo del tiempo, la agilidad con que nos desplazamos a un recuerdo concreto del pasado y volvemos a la acción, y unos capítulos más adelante ese recuerdo se nos vuelve a hacer palpable por el simple hecho de intercalar un trozo de diálogo, entre paréntesis, fuera de lugar, tan sólo para hacernos recordar algún detalle. Magistral. Y el modo en que la voz del personaje se inmiscuye en la descripción, haciéndose más palpable, como en el siguiente ejemplo: «Sí, por supuesto, la gente cambia, se decía a veces; imagino que lo que pasa es que me vuelvo vieja».
Todo esto hace que la acción fluya con una naturalidad excepcional. Yates conduce la historia con mano firme, señalando aquellos detalles que son relevantes, dirigiendo con precisión nuestra mirada y presentando los hechos detallada e inexorablemente. Asistimos impotentes al deambular de los personajes, a su desorientación, a su desesperación en suma.
El libro nos cuenta la historia del matrimonio formado por Frank y April Wheeler, que se encuentran en ese momento de la vida en que uno empieza a asumir sus propios fracasos, y se esfuerza por aceptar el lugar que le ha tocado ocupar en la sociedad. Una sociedad en la que la búsqueda de seguridad y bienestar conlleva cierta alienación y conformismo, lo cual queda subrayado por el hecho de que Frank trabaje en el mismo lugar en que lo hizo su padre, por una ironía del destino, ya que no era eso lo que él deseaba. Sin embargo, parece aceptar las cosas con resignación y su rebeldía le empuja a buscar consuelo en brazos de una joven secretaria. April, por su parte, se opone frontalmente a aceptar que los sueños han terminado, que se han convertido en una familia de clase media dispuesta a aceptar la mediocridad con tal de mantener una casa con jardín, se revuelve y se le ocurre una solución: se trasladarán, con sus dos hijos pequeños, a París. Allí, ella trabajará mientras Frank intentará encontrar su verdadero destino. Tanto April como Frank tienen un concepto de sí mismos que les sitúa por encima de sus amigos y vecinos. Desde este planteamiento, Yates nos recordará que no siempre es posible escapar, que perseguir un sueño puede terminar convirtiéndose en pesadilla, que no hay lugar para las grandes gestas en ese mundo manufacturado y edulcorado que envuelve la muerte de las ilusiones. Nos introduce en el hogar de los Wheeler y luego revisa los rincones, levanta los muebles y nos muestra la mugre, con una actitud de pesadumbre, de tristeza.
Yates adopta una actitud como escritor que le emparenta con gente como John Cheever, Tobías Wolff, Lorrie Moore o John Updike, todos ellos capaces de encontrar sus grandes temas en la aparente banalidad de las vidas corrientes.

“Vía revolucionaria” acaba de ser editada por Alfaguara, que también tiene prevista la edición de otra novela de Yates titulada “Las hermanas Grimes”. Espero que no se detengan ahí y podamos disponer también de los relatos de este autor, de los que existe una edición inencontrable en Emecé-Argentina con el título “Once tipos de soledad”.

domingo, enero 04, 2009

Adiós 2008

Despedimos 2008.
El año en que comenzó una de las más duras crisis económicas de la historia.
El año en que un personaje como Rodolfo Chikilicuatre representó a España en el Festival de Eurovisión.
El año que Javier Bardem ganó un Oscar.
El año que se celebraron las Olimpiadas en China, pese a que la Antorcha Olímpica tuvo uno de los recorridos más accidentados que se recuerdan.

El año en que se produjo uno de los accidentes aéreos más graves de la historia de nuestro país.
El año en que se descubrió uno de los casos más espeluznantes que jamás haya llevado a cabo un ser humano: el del conocido como “monstruo de Amstetten”.
El año en que fue detenido Radovan Karadzik, disfrazado de médico naturista.
El año en que fue liberada Ingrid Betancourt.
El año en que ganó las elecciones de EE.UU. Barak Obama.
El año en que J. M. G. Le Clézio ganó el Premio Nobel de Literatura y Juan Marsé el Cervantes, y Margaret Atwood el Príncipe de Asturias.
Un año en que siguieron las muertes de mujeres a manos de hombres que se sentían sus dueños, lapidaciones salvajes, ablaciones, atentados sangrientos, ahogados intentando huir de la miseria en pateras, guerras, muertos en accidentes de tráfico… tragedias inacabables como cualquier otro año, desgraciadamente.

Y el año en que nos dejaron muchos nombres importantes, como Bobby Fisher, Leopoldo Calvo Sotelo, Roy Schneider, Heath Ledger, Anthony Minghella, Sydney Pollack, Isaac Hayes, Bo Diddley, Paul Newman, Forrest J. Ackerman, Betty Page...

Y también un año que ha supuesto relevantes pérdidas en el mundo literario: como Michael Crichton, David Foster Wallace, Hugo Claus, Ángel González, Pepín Bello, Rafael Azcona, Leopoldo Alas, Harold Pinter, Aleksander Solzhenitsyn, Arthur C. Clarke, Isaac Montero, Paco Ignacio Taibo, José Luís Giménez-Frontín, Francisco Casavella…

Esperemos, pese a quienes auguran lo contrario, que 2009 sea un año con un balance más positivo.