martes, julio 27, 2010

Escritura y compromiso

El escritor comprometido piensa que quienes dicen mantenerse al margen, ser imparciales, no sentirse vinculados con una actitud beligerante o incluso sentir indiferencia hacia la política, es decir, los escritores que no están concienciados de su responsabilidad, están faltando a un deber. Yo creo que, más bien, faltan a la realidad porque, como dice Antonio Soler, “cualquier mundo que el literato invente tiene componentes políticos”. Ahora bien, supongo que la cuestión es saber si el componente político de lo que se escribe se encuentra presente antes o después de lo escrito. Es decir, si el escritor se sienta con la idea de escribir una trama que refleje determinadas ideas o si será después de terminada la obra cuando esas ideas parezcan desvelarse.
Yo creo que el escritor, al hablar del ser humano, de sus circunstancias, su naturaleza y sus sentimientos, reflejará inevitablemente su visión de la realidad, del entorno.

Hace unos meses acudí a una conferencia sobre “Cultura y compromiso”, a cargo de Belén Gopegui, que estuvo acompañada por Miguel Morata, de la Librería Primado, y Fabiola Meco, de la fundación CEPS. En ella Belén Gopegui habló de la responsabilidad del escritor como intelectual y dijo algo que es muy cierto: al escritor, por el mero hecho de serlo, se le va a pedir opinión sobre los más diversos temas, lo cual implica tomar partido, posicionarse. Esto me parece abrumador, porque creo, sinceramente, que el hecho de escribir una novela no es requisito suficiente para que uno tenga una opinión interesante sobre todo lo que ocurre a su alrededor. Es más, siempre he creído que un escritor se dedica más a formular preguntas que a ofrecer respuestas. Para mí, escribir es indagar. No obstante, estoy de acuerdo con Miguel Morata en que el intelectual ha de mantener un compromiso ético y social, y que debe ser un elemento de resistencia ante el discurso unificador, por supuesto.
Hace unos días estuve en una charla a cargo de Luis Landero y Carlos Marzal; y éste último dijo algo con lo que estoy muy de acuerdo: si sé lo que va a pasar en mis libros, no los escribo. Es decir, (interpreto yo) que se escribe para saber.

Me pregunto si el compromiso se ha de expresar más allá de la propia obra. Claro que el escritor, como ciudadano, como ser humano, tendrá sus propias ideas, sus propias creencias, pero el desafío de escribir me parece que es precisamente enfrentarse a las propias convicciones. Creo que una cosa es el compromiso del escritor con su obra, como proceso de indagación, y otra su compromiso con la sociedad como figura pública.

Paul Auster afirmó en una entrevista en el programa literario “Página 2” que en EE.UU. nadie entrevista a los escritores en la televisión, nadie quiere saber su opinión en materia de política : En mi país a nadie le interesa lo que pienso yo, ni lo que piensa Woody Allen o cualquier creador. Sin embargo, muchos creadores toman partido activo en las campañas electorales. Supongo que será porque a alguien le interesará. En fin, que la postura comprometida del escritor suele ser una bandera que se enarbola con mayor o menor entusiasmo dependiendo de las propias ideas y del sentido de la responsabilidad de cada uno.

Recientemente, en el suplemento ABCD, hubo un intercambio de opiniones entre Andrés Ibáñez y Rafael Reig en torno a este tema. Ibáñez, en un artículo titulado “De nosotros al yo”, escribe: Eso de «ser útil a la sociedad» es una patochada cursi y pasada de moda. Mi compromiso como escritor es un compromiso conmigo mismo, con la realidad, y con las palabras, con el arte y con la belleza. Este compromiso va mucho más allá de la política o de los problemas sociales. En ese artículo se preguntaba ¿Por qué surge una y otra vez el tema de una supuesta literatura que «se preocupa de los demás» opuesta a otra que es «egoísta» o «individualista»?
En el mismo suplemento, dos semanas después, se publicaba una respuesta a este artículo escrita por Rafael Reig y titulada “Alma y caparazón”. En dicho texto decía que Es el que escribe el que se siente o no comprometido con los demás. Si lo está, sin duda lo trasladará a lo que escriba, salvo que se tome su literatura como una broma, algo que me parece bastante evidente. Pero también caía en su texto en una generalización que me parece bastante reduccionista: La derecha químicamente pura escribe (mejor o peor) sin compromiso, es ese arte deportivo y «deshumanizado» que pugnaba Ortega; la izquierda escribe (mejor o peor) literatura comprometida. Es una frase que intenta imponerse como verdad, cuando lo cierto es que todos conocemos escritores de derechas, comprometidos con sus ideas, que mantienen una actitud beligerante en sus escritos.
Y nuevamente Andrés Ibáñez replicó en un artículo titulado “Respuesta a Rafael Reig”, en el que decía que La actividad del escritor no es social: es individual. Son los políticos y los legisladores quienes tienen tareas sociales. El escritor tiene un compromiso con el arte, porque el escritor es un artista, no un político, no un gestor. El verdadero problema es que los que pensáis como tú adoráis tanto la política como despreciáis el arte.
Este intercambio de opiniones y, también, de reproches, creo que ejemplifica las dos posturas más extremas frente a esta cuestión.

José Saramago decía a este respecto: Estoy comprometido, o sea, vivo, en un mundo que es un desastre. Como escritor y como persona, mi empeño es no separar al escritor de la persona que soy. Me esfuerzo, en la medida de mis posibilidades, en tratar de entender y explicar el mundo.

El escritor trata de entender el mundo, de entender a los demás. La literatura ofrece una oportunidad innegable de ponerse en el lugar del otro. Para mí, esa es la postura más honesta. Y será inevitable que la obra refleje el grado de compromiso de su autor. A partir de ahí, su mayor o menor intervención pública, su mayor o menor lucha por sus ideas, su actuación en actos reivindicativos y extraliterarios responderá a una postura personal tan respetable, creo yo, como la contraria.

martes, julio 13, 2010

Standdart

Ya está en red el número 2 de la revista Standdart.

http://www.standdart.com/


Entrevistas y artículos que tienen como protagonistas a Montero Glez, Montxo Armendáriz, Julián Rodríguez, Ouka Leele, Sergio Makaroff, María de Medeiros, Laurie Lipton, John Lennon, Jordi Esteva, Kiko Alcázar, Dana Ellyn, Mar Cuervo, Alive, Berlín, California o la mísmisima ciudad de New York entre otros. Espero que os guste.

lunes, julio 12, 2010

Oé, oé, oé

Debo admitir que nunca he sido aficionado al fútbol. De hecho, de no ser por mi hijo es muy probable que todavía no hubiera pisado un estadio, cosa que hice por primera vez en mi vida hace apenas dos o tres años. De todas formas, esto no ha sido obstáculo para que siguiera con interés este mundial. Y, por supuesto, el partido de la final con Holanda, partido de nervios que se resolvió en los últimos cinco minutos de la prórroga y con el que quedó demostrado, al menos, que existe en este planeta un pulpo que entiende de fútbol.

Ahora, me sumo a esa inexplicable euforia general que nos tiene a todos con una media sonrisa en la cara.
Enhorabuena a un equipo que ha hecho historia y a un entrenador que ha demostrado lo que tenía que demostrar sin bravuconadas ni estridencias, con elegancia y profesionalidad.
La gente grita por la calle, hace sonar el claxon de su vehículo, salta y brinca de alegría por la gesta de su equipo. Así es el fútbol. Así somos. Hoy no hay otro tema de conversación.

martes, julio 06, 2010

Bibliotecas llenas de fantasmas


Yo no tenía el hábito de subrayar los libros, hasta que admití que era un error, ya que a veces buscaba un determinado párrafo y encontrarlo, cuando podía, me suponía un esfuerzo y un tiempo excesivos. Así que decidí que subrayaría los libros. Una frase, una señal, una idea... Sin embargo, con el libro de Jacques Bonnet, “Bibliotecas llenas de fantasmas”, tuve que replantearme este hábito, contenerme, limitarme a una marca, a sólo una frase, puesto que corría el riesgo de subrayarlo en su totalidad. Hacía tiempo que un libro no me sacudía de esa forma. He visto que Bonnet era alguien que padecía una enfermedad libresca que yo conozco muy bien. Me he sentido identificado en casi todas sus observaciones. El libro de Bonnet habla de Bonnet, pero también habla de mí y de mucha más gente que comparte la afición de buscar libros, conservarlos, leer unos, tener disponibles otros... Ya hablé hace tiempo en dos post de este asunto: Adicción y Adicción 2.

Dice que George Perec, en “Pensar/Clasificar”, intentó enumerar todas las formas posibles de ordenar una biblioteca: por orden alfabético, por continentes o países, por colores, por encuadernación, por fecha de adquisición, por fecha de publicación, por formato, por géneros, por grandes períodos literarios, por idiomas, por prioridad de lectura y por serie. Y concluye que, “en la práctica, toda biblioteca se ordena a partir de una combinación de estos modos de clasificación”. Entonces miro a mi alrededor y me pregunto cómo tengo organizada la mía. Tal vez el criterio prioritario sería “por prioridad de lectura”, aunque tengo algunos lugares dedicados al ensayo histórico, a los manuales sobre literatura, a un determinado autor o a un determinado tema. Y el orden va cambiando. Es posible que, en algún momento, se me ocurra escribir algo sobre un tema concreto, la violencia en televisión o la vida en un internado o lo que sea. Entonces rebusco en mi biblioteca los libros que puedan tener alguna relación con dicho tema y alguno que tenga una estructura similar a la que pienso utilizar en mi libro o alguna biografía que guarde relación con el asunto, etc. De este modo, los libros de este grupo pasan a estar juntos en una zona concreta por un motivo del que únicamente yo soy consciente. La biblioteca va cambiando, se va acomodando a un orden cuyo mapa sólo yo soy capaz de entender. El caos es sólo aparente, pues se rige por un orden oculto, personal: es el desorden ordenado.

Bonnet realiza un recorrido bastante extenso sobre lo que rodea al libro. Habla de la formación de una biblioteca, de cómo unos libros nos llevan a otros, de cómo una biblioteca nos pone en contacto con el mundo, con realidades que nos son ajenas; también habla del fin de algunas bibliotecas, y salpica el texto con citas y anécdotas, pero sobre todo nos contagia su pasión por los libros.

Algunas citas:

«¿Los ha leído todos?» No, por supuesto que no. O tal vez sí. En realidad, no lo sé. Es complicado. Hay libros que leído y olvidado (muchos) y algunos a los que sólo he echado un vistazo rápido y de los que me acuerdo. Así pues, no todos han sido leídos pero sí hojeados, gulusmeados, sopesados.

Conservo pocos periódicos pero los recorto mucho. Los artículos pueden entonces ir a parar a dos lugares distintos: o a un libro en el que tienen un lugar lógico y por lo tanto fácil de recordar o a una gran caja de cartón de «artículos que conservar» en la que, por lo general, no consigo encontrar nada de nada.

Bernard Berenson, cuando se enteró de que se le acababa de aparecer la Virgen a Pío XII, hizo inmediatamente la pregunta que se plantea todo historiador del arte: «¿En qué estilo?»

Lo más extraño, en el caso de estas largas búsquedas, es encontrar, unas semanas después de haber conseguido por fin el tan deseado ejemplar, y por descontado a menor precio, otro. [...] La tentación de comprarlo entonces es fuerte, aunque ya no tenga ninguna utilidad, simplemente a modo de homenaje a todos esos años de búsqueda.

El convivir con miles de libros influye en el funcionamiento de la memoria. La mía se preocupa más de poder localizar rápidamente el libro en el que se encuentra el dato que busco que de llenarse de hechos, datos o citas que ya están en mis anaqueles.

Escoger qué hay que conservar y qué hay que desechar requiere una energía que nunca he querido invertir.


BIBLIOTECAS LLENAS DE FANTASMAS
Jacques Bonnet
Editorial Anagrama