1.- ¿Por qué escribes?
Nunca lo he tenido muy claro. A
veces he creído que escribir me era necesario para situarme en el mundo y que
me moriría si me lo quitaban. Otras, lo veía como una simple distracción.
Supongo que la verdad, igual que siempre, se halla en la tierra de nadie entre
ambos extremos: escribir es una distracción que nos ayuda a estar en el mundo.
Como dijo Eliot, el hombre es una criatura que no soporta demasiada realidad.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
En un tiempo fui muy rígido con
el ritual necesario para sentarme a escribir. No toleraba ruidos, ni sitios
llenos de gente; debía hacerlo a mano y en folios de colores siguiendo una
pauta estricta. Luego llegaron acontecimientos que me quitaron las tonterías y
entendí que, si de veras pretendía seguir escribiendo, debía acostumbrarme a
todo: a cualquier formato, a cualquier lugar. Empecé a escribir en el portátil,
en bares atestados, en el trabajo, de noche. Ahora sigo con las manías, pero
son cíclicas: la última, escribir sólo con bolis comprados en tiendas chinas.
Pero en cualquier caso, creo que el darwinismo también es aplicable a la
literatura: sólo sobrevive el escritor capaz de adaptarse a cualquier medio.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
También eso varía con el tiempo,
por suerte, porque de lo contrario nos pasaríamos la vida repitiendo las mismas
monsergas. Aun así, he acabado por resignarme a la monótona aparición, en todo
cuanto escribo, de las siguientes sombras: las bibliotecas, los dobles, la
metafísica, Alemania, la música, las momias, los museos, de cera y de otras
cosas, los cadáveres, el detective, y yo qué sé más. Me agrada pensar en lo que
escribo como un cajón de sastre dentro del que, en cualquier momento, uno puede
pincharse con las tijeras. O acariciar el terciopelo, también.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Que escribir es para uno mismo,
primero y ante todo. Hay un lector fantasma que observa por encima del hombro, y
ese eres tú, mañana, ayer, dentro de un rato, en otra dimensión. Intenta
contentar a ese extraterrestre y todo irá más o menos bien. En el momento en
que terceras personas entran en juego, todo se va a la mierda: soy muy
conservador en esto de los triángulos.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
No, no, yo soy puramente
estalinista: plan quinquenal. Lo tengo todo planificado desde la línea de
salida, lo cual tranquiliza muy mucho mis tendencias autistas. Eso no implica
que a veces la historia no te dé una sorpresa, como cuando en una melodía se
produce un cambio repentino (y muy gustoso) en la tonalidad o el compás. Pero
la tónica y la dominante siguen siendo las mismas: por eso Mozart, entre otros,
sigue siendo adorable.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
La tira: Borges, Pessoa,
Cortázar, Calvino, Buzzati, Poe, Lovecraft, Baroja. Ahora ando muy engolfado
con China Miéville, al que llaman autor de “ciencia ficción marxista”. Lo que sí tengo muy claro es que no me limito
a la narrativa: el ensayo es tanto o más estimulante. Para la poesía nunca he
tenido mucho paladar, la
verdad. O para los poetas, si he de ser exacto.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Lo cierto es que escribo tanto
que padezco un severo problema de superávit. Si a ello se suma el estallido de
la burbuja literaria, la crisis atroz que padece el sector editorial y la
política actual de sequía en materia de publicaciones, obtendremos que escribo
mucho más que publico. De hecho, escribir es la parte fácil y rápida del
proceso: lo peor, en tiempo, esfuerzo y paciencia, viene a la hora de buscar
acomodo a lo que uno ha escrito. En la actualidad, ando moviendo un par de
novelas, detectivesca una y de ciencia ficción otra. Para colmo, tengo una más
a medias, que no sé por dónde saldrá. Mi estudio amenaza con convertirse pronto
en el camarote de los Hermanos Marx, con novelas en lugar de camareros.
Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973) compagina su labor como
profesor de Filosofía con la colaboración en diversos medios de prensa, entre
ellos el diario El País.
Su primera novela, El criterio
de las moscas (Alfaguara,
1998) consiguió el Premio Novela Corta de la Universidad de Sevilla. Y la
segunda, Sólo una cosa no hay (Alfaguara, 2000), recibió en la Feria
de Frankfurt de 2001 el Premio Internacional de Novela, con un jurado compuesto
por seis prestigiosas editoriales de todo el mundo. También en Alfaguara ha
publicadoObertura francesa (2002), La habitación de cristal (2004), El ojo del halcón (2007) y Tormenta sobre Alejandría (2009). En 2010 recibió el Premio
Iberoamericano "Cortes de Cádiz" al mejor libro de relatos por Sesión Continua (Algaida, 2010). Sus obras han sido
traducidas a varios idiomas.
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