1.- ¿Por qué escribes?
No sé por qué escribo, porque escribo
desde siempre. Es una especie de pulsión oscura reconvertida en vocación, y
anterior a cualquier discurso acerca de mí mismo. Cuando tenía 7 años la
vicedirectora de mi colegio anunció a mis padres que yo iba a ser escritor,
pero yo no tengo conciencia de esa edad. Hoy, sé que escribir me da sentido,
llena mis horas, es un doble fondo del pensamiento. Aunque esté haciendo otra
cosa, siempre estoy escribiendo en mi cabeza. No me aburro nunca. Y de alguna
manera todo lo que veo y siento y pienso acerca del mundo, está filtrado por esa
naturaleza de narrador.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
No soy un escritor disciplinado
ni tengo cábalas o supersticiones. Tampoco tengo horarios para escribir, suelo
ir robándole horas al día. Alterno chispazos inspirados con ratos más arduos de
edición. Escribo en computadora, pero siempre con un cuaderno cerca, en el que
hago dibujos y garabatos, pequeños esquemas. Cuando no estoy en la computadora,
uso el teléfono como libreta: anoto ideas, frases, o diálogos, que se me vienen
a la cabeza en momentos inoportunos, y que luego copio y pego al archivo final.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
La identidad. Los vínculos
familiares. La muerte. La extrañeza ante los otros. El impacto de la historia y
la política en la vida de personas comunes. Y también de lo digital o la
tecnología.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Cuando leí a Fogwill por primera
vez, hace relativamente poco tiempo, me di cuenta cuál era la operación central
de su literatura. Él quiere ser grande y va a pelear con los grandes. “Help a
él” no se queda en un homenaje borgeano, en ese cuento largo él tiene un duelo verdadero
con Borges, de igual a igual. Y a pesar del riesgo de la jugada, de su
arrogancia, me quedó como aprendizaje. Parte de la pulsión de escribir tiene
que ver con emular el placer que me produjeron ciertas historias que leí. Como
un paraíso perdido. Para mí, los cuentos de ciertos autores, Salinger, Borges, Cheever,
Hernández... Entonces, si uno va a escribir, cuando tanta gente escribe
alrededor, con tanto que hay para leer, eso que uno escribe tiene que ser digno
de diálogo o batalla con ellos. Al menos, como inspiración y aspiración.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Ni una cosa ni la otra. En
general, tengo claros el principio y el final, y pequeñas ideas anotadas para el
desarrollo. Eso no significa que todo esté planificado, es más bien una
intuición de por dónde va la cosa. El trabajo duro está en el medio: la
dosificación, la intriga, las transiciones, las ideas encarnadas en conflictos
o personajes, las vueltas de tuerca. A veces, tengo menos claro el camino hacia
el final, pero encontré el tono y eso hace que me atreva a avanzar más
ciegamente. Lo más importante es encontrar esa voz (que es ritmo, estilo, punto
de vista, tiempo verbal, todo junto), la que te da la autoridad necesaria para
contar la historia.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Hay un libro que marca el
comienzo de todo: Antología de la literatura fantástica. Tenía trece años
cuando lo leí. De adolescente, empieza el descubrimiento de los grandes
argentinos: Borges, Cortázar, Quiroga, Bioy, Ocampo. Es la etapa mitológica de
lector. Por eso, uno siempre vuelve a ellos. Más tarde, cuando ya tenía claro
que quería ser escritor, fui conociendo a los cuentistas americanoso
anglosajones que me marcaron: Salinger, Hemingway, Cheever, Carver, Mansfield. Después,
con ese afán de descubrir cosas nuevas, aunque en el fondo no sean tan nuevas,
uno va encontrando joyas sueltas, que convierte en autores de cabecera:
Felisberto Hernández, Alice Munro, Grace Paley, Andrés Caicedo,
Clarice Lispector. Y hay dos escritores contemporáneos que para mí son imprescindibles
para entender cómo se puede escribir hoy: Bolaño y Fogwill.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Familias de cereal, mi primer libro, publicado por Candaya en 2015,
es un libro escrito a lo largo de muchos años. Hay cuentos escritos hace una
década y otros que terminé justo antes de que el libro fuera a impresión. A pesar
de que cada cuento es autónomo, y no fueron pensados para un libro en
particular, el hilo conductor son las familias disfuncionales. Muchas de las cosas
que ahora puedo decir acerca de Familias
de Cereal, las fui descubriendo a partir de lectores, de las críticas que
han salido, y hasta de las entrevistas. Cada familia del libro
es un mundo cerrado y extraño, con sus propias leyes. Por eso, en varios de los
cuentos, se narra la entrada de una mirada ajena a esa casa. Es un libro
sobretodo de interiores. Hay cuentos con personajes adolescentes, adultos,
ancianos, pero domina cierta mirada adolescente sobre el mundo. La figura del
padre es una amenaza en casi todos. Y después hay, en varias historias, un
interés sobre cómo ha influido la tecnología y lo digital en nuestras vidas.En
cuanto al estilo y al género, varias de las críticas coinciden en que hay una
voluntad de romper la verosimilitud, algo que no acaba de ser realismo pero
tampoco es fantástico, quizás por la influencia de dos grandes genealogías del
cuento. La rioplatense que es sobre todo fantástica, y la americana, que viene
de Chéjov. Para mí, aunque pueda estar de acuerdo, es una zona más intuitiva
que consciente.
Tomás
Sánchez Bellocchio nació
en Buenos Aires en 1981. Es publicista y vive actualmente entre México DF,
Barcelona y Buenos Aires.
Ha publicado cuentos, crónicas y ensayos
en diversas revistas y sitios de literatura, como El Malpensante, Literofilia,
Picnic y Suelta. Forma parte de la antología Emergencias, doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013).
Familias de Cereal es su primer libro.
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