Cuando a uno le preguntan por su libro favorito, resulta muy difícil dar una contestación clara y contundente. De hecho, la respuesta suele cambiar de una vez a otra. Es lógico. Sin embargo, sí hay títulos que han quedado unidos a nuestra biografía, que se nos metieron en las tripas y nos agitaron desde dentro, libros que nos ayudaron a ser como somos. En mi caso, hay un libro en particular que forma parte de mi manera de enfocar la literatura. Un libro muy especial en mi vida, que siempre procuro tener cerca y que hojeo de vez en cuando. No entiendo por qué no hablé de él antes. Quizá quería escribir algo tan brillante que no escribí nada, a veces pasa. El libro se titula “Pregúntale al polvo” y su autor se llama John Fante.
La edición que tengo es de abril de 1989, de Empúries/Paidós. Está gastada, llena de papelitos señalando determinadas partes del libro. No está subrayado porque yo, hasta hace poco, no escribía en los libros. Ahora sí lo hago. Y me arrepiento de no haberlo hecho antes, pero esa es otra cuestión.
Como mucha gente sabrá, el libro viene avalado por un excelente prólogo de Charles Bukowski. Yo leí el prólogo de pie, en la librería, y ya no pude salir de allí sin aquel libro. Bukowski comienza con una frase certera: Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Y cuenta que iba a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles y nada de lo que allí encontraba le satisfacía. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Hasta que un día, por fin, encontró un libro que consiguió interesarle. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. El entusiasmo de Bukowski resulta contagioso. Su texto nos incita a imaginarlo dando saltos de alegría por el gran hallazgo de aquel libro. Y, por supuesto, tiene su sello personal. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”.
Arturo Bandini es el alter ego de Fante, la voz protagonista no sólo de “Pregúntale al polvo”, sino también de “Espera a la primavera, Bandini”, “Sueños de Bunker Hill” y “Camino de Los Ángeles”. Sus libros están publicados por la editorial Anagrama, incluyendo “Un año pésimo”, “La hermandad de la uva” y “Al oeste de Roma”. Todos ellos tienen una fuerte inspiración biográfica.
En “Pregúntale al polvo”, Bandini es un joven aspirante a escritor que no tiene dinero y pasa hambre, pero está firmemente decidido a alcanzar su meta. Es un soñador que, constantemente, se da de bruces con la realidad. Sus aventuras, su constancia, sus luchas internas, su educación católica, su amor por Camila, la bondad con la que contempla lo que le rodea, su sentido del humor… todo nos arrastra con un ritmo rápido, sin interrupciones, en el que los diálogos, las descripciones y las reflexiones fluyen de un modo magistral. El estilo de Fante es directo y elegante, una combinación perfecta que siempre me ha llenado de envidia. Así que, como le pasó a Bukowski, también yo he querido siempre llegar a escribir como Fante. Su estilo, su forma de enfocar la historia, han tenido una influencia decisiva en mis preferencias literarias.
He aquí un ejemplo del estilo de Fante en “Pregúntale al polvo”:
Daban asco aquellas naranjas. Ya sentado en la cama, hundí las uñas en la fina corteza. La carne me temblaba, se me hacía agua la boca y la vista se me nublaba sólo de pensar en ellas. Cuando mordí la pulpa amarillenta, me sentó igual que una ducha fría. Oh Bandini, dirigiéndome al reflejo del espejo de la cómoda, ¡cuántos sacrificios por el arte! Habrías podido ser un rey de la industria, un príncipe del comercio, un gran jugador de béisbol de primera división, el pichichi de la Liga Americana, con una media de 415, ¡¡pero no!! Hete aquí viviendo como un gusano día tras día, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable!
John Fante nació en Denver, el 8 de Abril de 1909, y murió en California, el 8 de Mayo de 1983. Su familia era de origen italiano. Escribió guiones de cine. Comenzó a publicar novela en 1938. En 1955 le diagnosticaron diabetes. A causa de esta enfermedad, en 1977 se quedó ciego y, poco después, tuvieron que amputarle una pierna.
Para finalizar, no me resisto a copiar también el principio de “Pregúntale al polvo”:
Cierta noche me encontraba sentado en la cama del cuarto de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que decidir algo sobre la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota; la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.
La edición que tengo es de abril de 1989, de Empúries/Paidós. Está gastada, llena de papelitos señalando determinadas partes del libro. No está subrayado porque yo, hasta hace poco, no escribía en los libros. Ahora sí lo hago. Y me arrepiento de no haberlo hecho antes, pero esa es otra cuestión.
Como mucha gente sabrá, el libro viene avalado por un excelente prólogo de Charles Bukowski. Yo leí el prólogo de pie, en la librería, y ya no pude salir de allí sin aquel libro. Bukowski comienza con una frase certera: Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Y cuenta que iba a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles y nada de lo que allí encontraba le satisfacía. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Hasta que un día, por fin, encontró un libro que consiguió interesarle. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. El entusiasmo de Bukowski resulta contagioso. Su texto nos incita a imaginarlo dando saltos de alegría por el gran hallazgo de aquel libro. Y, por supuesto, tiene su sello personal. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”.
Arturo Bandini es el alter ego de Fante, la voz protagonista no sólo de “Pregúntale al polvo”, sino también de “Espera a la primavera, Bandini”, “Sueños de Bunker Hill” y “Camino de Los Ángeles”. Sus libros están publicados por la editorial Anagrama, incluyendo “Un año pésimo”, “La hermandad de la uva” y “Al oeste de Roma”. Todos ellos tienen una fuerte inspiración biográfica.
En “Pregúntale al polvo”, Bandini es un joven aspirante a escritor que no tiene dinero y pasa hambre, pero está firmemente decidido a alcanzar su meta. Es un soñador que, constantemente, se da de bruces con la realidad. Sus aventuras, su constancia, sus luchas internas, su educación católica, su amor por Camila, la bondad con la que contempla lo que le rodea, su sentido del humor… todo nos arrastra con un ritmo rápido, sin interrupciones, en el que los diálogos, las descripciones y las reflexiones fluyen de un modo magistral. El estilo de Fante es directo y elegante, una combinación perfecta que siempre me ha llenado de envidia. Así que, como le pasó a Bukowski, también yo he querido siempre llegar a escribir como Fante. Su estilo, su forma de enfocar la historia, han tenido una influencia decisiva en mis preferencias literarias.
He aquí un ejemplo del estilo de Fante en “Pregúntale al polvo”:
Daban asco aquellas naranjas. Ya sentado en la cama, hundí las uñas en la fina corteza. La carne me temblaba, se me hacía agua la boca y la vista se me nublaba sólo de pensar en ellas. Cuando mordí la pulpa amarillenta, me sentó igual que una ducha fría. Oh Bandini, dirigiéndome al reflejo del espejo de la cómoda, ¡cuántos sacrificios por el arte! Habrías podido ser un rey de la industria, un príncipe del comercio, un gran jugador de béisbol de primera división, el pichichi de la Liga Americana, con una media de 415, ¡¡pero no!! Hete aquí viviendo como un gusano día tras día, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable!
John Fante nació en Denver, el 8 de Abril de 1909, y murió en California, el 8 de Mayo de 1983. Su familia era de origen italiano. Escribió guiones de cine. Comenzó a publicar novela en 1938. En 1955 le diagnosticaron diabetes. A causa de esta enfermedad, en 1977 se quedó ciego y, poco después, tuvieron que amputarle una pierna.
Para finalizar, no me resisto a copiar también el principio de “Pregúntale al polvo”:
Cierta noche me encontraba sentado en la cama del cuarto de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que decidir algo sobre la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota; la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.