Cualquier excusa en buena para promover la venta de libros. Ferias, presentaciones, festivales, actos promocionales o lo que sea. Son síntomas de que el mundo literario se mueve. Son cosas que no imagino cómo podrían mantenerse en un mundo en el que sólo existieran libros electrónicos. Me gusta que los libros salgan a la calle, que invadan el espacio público, que se rebelen contra un mundo cada vez más tecnificado. Hace tiempo que admití que soy un comprador compulsivo de libros, es la única compra que me produce emoción. Los libros crean una segunda realidad, un mapa de ruta de la existencia. Ese placer que produce adquirir libros se tornaría en angustia si no pudiera estar cerca de ellos. Los libros nos hablan, a veces con nuestra propia voz. La lectura es una excusa para evadirnos, para casi desaparecer, para desafiar a la naturaleza y vivir otras vidas. Hace poco, un librero me confesó que no existía mayor placer para él que madrugar los días de fiesta y, antes de que su familia se despertase, salir a la terraza de su casa y ponerse a leer. Desde luego, no se me ocurre nada mejor.
Dice José Jiménez Lozano: De lo que no estoy tan seguro es de que haya que arrastrar o seducir a nadie para que lea, entre otras razones porque eso es como imponer la vida y la hermosura, y robarles la fascinante aventura de su búsqueda a quienes deberían de anhelarlas. Quizá lo que habría que hacer, por el contrario y pensando en aquello de Kafka de que sólo debemos acercarnos a un libro que nos dé un hachazo en la cabeza, era trazar en esas ferias de los libros, como en las cajetillas de tabaco se ponen ominosas advertencias, una leyenda que al comprador del libro previniese de que, al llevárselo consigo, pone en jaque y riesgo sus adentros, que es el honor que al fin y al cabo han hecho todas las satrapías, con sus censuras de los libros, al libro.