Isaac Asimov era un gran orador. Dio muchas conferencias y siempre fue capaz de encandilar a su público.
En su autobiografía escribe: “Cuando alguien da una conferencia, la presentación corre a cargo de otra persona. Hay un riesgo en ello, ya que, a menos que la introducción sea corta y concisa, puede crear problemas: si es larga y aburrida enfría la audiencia, pero si es ingeniosa, corta o larga, eclipsa al orador”.
Y añade: “Por lo general, prefiero que no haya ninguna presentación. Me gustaría entrar en un escenario vacío a la hora programada para el comienzo, avanzar hacia el podio y decir: «Señoras y señores, soy Isaac Asimov», y después empezar a hablar. Ésa es toda la introducción que quiero y necesito, pero hasta el momento nunca lo he podido conseguir. Siempre hay alguien que quiere su momento de gloria”.
A mí me gustarías ser como Asimov, pero la verdad es que me aterra hablar en público; ese tipo de actos me crean taquicardia. Me siento muy identificado con el artículo de Vila-Matas titulado "Sobre la angustia de hablar en público".
Un amigo me invitó el año pasado a presentar un libro de cine. Llevé un texto escrito y lo leí de tirón, sintiendo que me temblaba la voz. Pero lo hice y me sentí bien. Y luego me relajé y creo que la cosa no estuvo mal. Ahora bien, debo confesar, y juro que es cierto, que unos días antes llegué a ir a un cardiólogo porque pensé que la opresión que tenía en el pecho podía deberse a alguna dolencia del corazón. Y resulta que todo se me pasó después de la presentación del libro. A veces pienso en esos escritores que no dan entrevistas, que no se dejan fotografiar, como Pynchon o Salinger… Pero claro, uno es consciente de que no es Pynchon ni Salinger ni Cormac McCarthy…
A primera vista, se puede decir que el acto de la escritura es directamente contrario a las actividades sociales. Quiero decir que uno escribe en soledad, pasa muchas horas aislado, y luego tiene que exponerse ante los demás. Son cosas muy distintas. Pero claro, si uno lo piensa bien, es cierto que hablar en público no tiene nada que ver con el hecho de escribir, hablar es público es algo relacionado con el hecho de publicar. Ésa es la cuestión. Es un paso más en esa exhibición a la que el escritor decide someterse libremente. Cuando uno da el paso de publicar, debe asumir que tiene que participar en el teatro implícito en el acto de promocionar un libro, debe asumir que deja de ser un solitario y se convierte en alguien que está a gusto con la gente, que deja de hablar consigo mismo y pasa a hablar a una audiencia más o menos extensa.
Cuenta Vila-Matas que se compró el libro “Aprender a hablar en público”, de Juan Antonio Vallejo-Nájera y que, en contra de lo que esperaba, el libro aún aumentó su pánico y angustia. Yo compré hace unos años el clásico de Dale Carnegie “Cómo hablar bien en público”, que tiene el añadido, en letra más pequeña, “e influir en los hombres de negocios”. Bueno, parece “dos libros por el precio de uno”. El libro se presenta como ayuda necesaria y afirma al poco de empezar: “De una cosa por lo menos podemos estar seguros: de que el adiestramiento y la ejercitación harán desvanecerse el temor al auditorio, infundiéndonos por siempre valor y confianza en nosotros mismos. No debemos creer que nuestra situación es única. Aún aquellos que luego llegaron a ser los oradores más elocuentes de su época, se vieron al principio entorpecidos por este miedo y esta timidez ofuscadores”.
El libro es como una sesión de palmaditas en la espalda. Y eso no suele venir mal. Pero una de las cosas que recomienda al poco de comenzar es que “no leamos ni tratemos de recordar los discursos palabra por palabra”. Cuando precisamente leer un texto me parece una manera válida de salir airoso del trance. Luego da consejos sobre cómo debe prepararse la charla, señala errores que deben evitarse, técnicas para recordar ciertos datos… Pero resulta que, pese a todo, los síntomas son físicos: puede uno llevar un discurso muy lúcido y no poder evitar que le falte la respiración… Como ocurre con tantas otras cosas, parece que sólo se puede aprender a hablar en público, hablando en público. Aunque yo tomo buena nota de lo que aconseja Vila-Matas en el artículo que mencioné antes; “Junto al calmante y el humor, pensar que no hay público es la tercera solución para evitar, a trancas y barrancas, el pánico escénico”.
En su autobiografía escribe: “Cuando alguien da una conferencia, la presentación corre a cargo de otra persona. Hay un riesgo en ello, ya que, a menos que la introducción sea corta y concisa, puede crear problemas: si es larga y aburrida enfría la audiencia, pero si es ingeniosa, corta o larga, eclipsa al orador”.
Y añade: “Por lo general, prefiero que no haya ninguna presentación. Me gustaría entrar en un escenario vacío a la hora programada para el comienzo, avanzar hacia el podio y decir: «Señoras y señores, soy Isaac Asimov», y después empezar a hablar. Ésa es toda la introducción que quiero y necesito, pero hasta el momento nunca lo he podido conseguir. Siempre hay alguien que quiere su momento de gloria”.
A mí me gustarías ser como Asimov, pero la verdad es que me aterra hablar en público; ese tipo de actos me crean taquicardia. Me siento muy identificado con el artículo de Vila-Matas titulado "Sobre la angustia de hablar en público".
Un amigo me invitó el año pasado a presentar un libro de cine. Llevé un texto escrito y lo leí de tirón, sintiendo que me temblaba la voz. Pero lo hice y me sentí bien. Y luego me relajé y creo que la cosa no estuvo mal. Ahora bien, debo confesar, y juro que es cierto, que unos días antes llegué a ir a un cardiólogo porque pensé que la opresión que tenía en el pecho podía deberse a alguna dolencia del corazón. Y resulta que todo se me pasó después de la presentación del libro. A veces pienso en esos escritores que no dan entrevistas, que no se dejan fotografiar, como Pynchon o Salinger… Pero claro, uno es consciente de que no es Pynchon ni Salinger ni Cormac McCarthy…
A primera vista, se puede decir que el acto de la escritura es directamente contrario a las actividades sociales. Quiero decir que uno escribe en soledad, pasa muchas horas aislado, y luego tiene que exponerse ante los demás. Son cosas muy distintas. Pero claro, si uno lo piensa bien, es cierto que hablar en público no tiene nada que ver con el hecho de escribir, hablar es público es algo relacionado con el hecho de publicar. Ésa es la cuestión. Es un paso más en esa exhibición a la que el escritor decide someterse libremente. Cuando uno da el paso de publicar, debe asumir que tiene que participar en el teatro implícito en el acto de promocionar un libro, debe asumir que deja de ser un solitario y se convierte en alguien que está a gusto con la gente, que deja de hablar consigo mismo y pasa a hablar a una audiencia más o menos extensa.
Cuenta Vila-Matas que se compró el libro “Aprender a hablar en público”, de Juan Antonio Vallejo-Nájera y que, en contra de lo que esperaba, el libro aún aumentó su pánico y angustia. Yo compré hace unos años el clásico de Dale Carnegie “Cómo hablar bien en público”, que tiene el añadido, en letra más pequeña, “e influir en los hombres de negocios”. Bueno, parece “dos libros por el precio de uno”. El libro se presenta como ayuda necesaria y afirma al poco de empezar: “De una cosa por lo menos podemos estar seguros: de que el adiestramiento y la ejercitación harán desvanecerse el temor al auditorio, infundiéndonos por siempre valor y confianza en nosotros mismos. No debemos creer que nuestra situación es única. Aún aquellos que luego llegaron a ser los oradores más elocuentes de su época, se vieron al principio entorpecidos por este miedo y esta timidez ofuscadores”.
El libro es como una sesión de palmaditas en la espalda. Y eso no suele venir mal. Pero una de las cosas que recomienda al poco de comenzar es que “no leamos ni tratemos de recordar los discursos palabra por palabra”. Cuando precisamente leer un texto me parece una manera válida de salir airoso del trance. Luego da consejos sobre cómo debe prepararse la charla, señala errores que deben evitarse, técnicas para recordar ciertos datos… Pero resulta que, pese a todo, los síntomas son físicos: puede uno llevar un discurso muy lúcido y no poder evitar que le falte la respiración… Como ocurre con tantas otras cosas, parece que sólo se puede aprender a hablar en público, hablando en público. Aunque yo tomo buena nota de lo que aconseja Vila-Matas en el artículo que mencioné antes; “Junto al calmante y el humor, pensar que no hay público es la tercera solución para evitar, a trancas y barrancas, el pánico escénico”.
Nota aparte.
El viernes publicaré el último texto antes de irme de vacaciones. El blog quedará inactivo durante el mes de Agosto. Se trata de un artículo sobre Kafka que surgió a raíz del comentario que Clara dejó en mi relato “Jeep”. Nos volvemos a encontrar en Septiembre.