Suelo comprar más libros de los que puedo leer. Me gusta tenerlos. Sé que si en algún momento necesito sumergirme en las páginas de una determinada obra publicada apenas unos meses atrás, ya me será difícil encontrarla. Por ejemplo, ahora me gustaría tener "Linus Daff, inventor de historias" de Marta Rivera de la Cruz, finalista del Premio Planeta de este año con la novela "En tiempo de prodigios". Pues ya no hay forma de encontrar "Linus Daff".
Supongo que mi afición por comprar libros reúne los síntomas de una adicción. A veces, es lo único que puede mitigar un estado de ansiedad. Intento visitar las librerías sin comprar nada, para curarme. Y apunto los títulos que me interesan en una libreta o en hojas sueltas. Estos son los últimos que he anotado:
"Kafka en la orilla", el último libro de Haruki Murakami, un autor que se ha convertido en esencial para mí.
"Represalia", un libro de Gert Ledig, que estuve hojeando y que me pareció muy interesante. A veces, leo la primera frase de un libro para ver si supera la prueba según la cual la primera frase debe enganchar al lector. Pues bien, la primera frase de este libro es demoledora.
"Zombie", de Joyce Carol Oates, una autora que terminará consiguiendo el premio Nobel de literatura. Este libro lo recomendó no hace mucho el blog "El lamento de Portnoy".
"Una noche de perros", de Hugh Laurie, el actor que encarna al Dr. House en la serie de televisión. Una novela policíaca con muy buena pinta.
"El ocaso de los superhéroes", de Deborah Eisenberg, un libro de relatos recomendado de forma entusiasta por Miguel Ángel Muñoz en su ya imprescindible blog.
Y los libros de relatos de Ángel Zapata y Andrés Neumann publicados por "Páginas de espuma".
Sería candidato para unirme a algún grupo de autoayuda. "Compradores compulsivos de libros". Como "Alcohólicos Anónimos". "Hooola, Migueeel". Pero lo cierto es que no deseo curarme. La verdad es que me gusta que haya algo capaz de crearme estas sensaciones, de sosegarme en los malos momentos. Y, sobre todo, me gusta que ese algo sean los libros.
Por otra parte, tampoco puedo resistirme a los saldos. A veces descubro joyas como "Amanece la muerte", de Jim Crace, o "Genealogía y otros relatos", de Izraíl Métter. Con todo esto, es normal que los libros se amontonen y algunos se encuentren ya depositados por el suelo. Siempre me digo que tengo que ordenar mi biblioteca, pero es una tarea demasiado laboriosa. Y da pereza. Pero algo hay que hacer. Eso me digo desde el día en que compré un libro que ya tenía.