Siempre he sentido una extraña fascinación por el relato de Carver “Tanta agua tan cerca de casa”; de hecho, escribí hace unos años un texto sobre él. Es un relato que siempre he imaginado adaptado al cine. Lo cierto es que cuando las películas se basan en relatos en lugar de en novelas, aquello de que “era mejor el libro” ya resulta más discutible. Robert Altman, en “Vidas cruzadas” (“Short cuts”), ya lo utilizó, entre otras historias del mismo autor, por lo que su fuerza dramática quedaba algo diluida. Pero es ahora cuando su trama sirve de base a una película del director australiano Ray Lawrence, de quien tendré que estar muy atento a todo lo que haga porque tanto esta película como su anterior proyecto, “Lantana”, me han cautivado.
La historia se sitúa ahora en la localidad Jindabyne, cuyo nombre sirve de titulo a la película. Cuatro amigos van a ir de pesca. Se trata de una excursión de un fin de semana que les sirve para escapar de la rutina, para huir de sus vidas y, en cierto modo, encontrarse con ellos mismos, recuperar el espíritu aventurero que parece haberse diluido con los años para transformarse en pesada rutina. En un momento dado, vemos al personaje interpretado por Gabriel Byrne mirar a una joven a través de la ventana de su taller para, acto seguido, observarse en el espejo, mirar sus canas y su rostro envejecido. Lawrence se demora en presentarnos a estos personajes, especialmente a Stewart Kane (Gabriel Byrne) y a su esposa Claire (Laura Linney), un matrimonio que ha superado una crisis que parece seguir interponiéndose entre ellos, espesando la atmósfera hasta volverla casi irrespirable.
Cuando los amigos llegan al río, sin siquiera haber terminado de instalarse, realizan un cruento hallazgo: el cuerpo desnudo de una joven flotando en el agua. Superado el primer impacto, deciden que no pueden hacer nada por ayudarla. Y, por otra parte, no pueden perder ese fin de semana. Así que optan por asegurarla para que no la arrastre la corriente y avisar el lunes a la policía. Esta cuestionable forma de actuar desatará una fuerte repulsa hacia ellos. Claire (Laura Linney) asume un profundo sentido de culpabilidad por lo que ha hecho su marido e intentará alcanzar, de algún modo, una especie de redención.
Probablemente, el final, con su sentido moralizante, así como la introducción del tema del racismo en la historia, sean los aspectos más discutibles de un film cuyo balance me resultó más que satisfactorio.
Disfruté esta película como hacía tiempo que no me pasaba. Tal vez, el hecho de estar solo en la sala fuese un condicionante para que esto fuera así. Claro que una primera sesión, en pleno mes de julio, en un multicine de un centro comercial situado en un barrio poco transitado de la ciudad, y además en versión original subtitulada, no parece una oferta tentadora para la mayoría de la gente, así que ahí estaba yo, con toda la sala para mí solo. Me situé en el centro exacto, fila tres de un total de cinco, pues ya se sabe que las dimensiones de estas multisalas suelen ser reducidas. La historia y yo. Una bárbara experiencia.
La historia se sitúa ahora en la localidad Jindabyne, cuyo nombre sirve de titulo a la película. Cuatro amigos van a ir de pesca. Se trata de una excursión de un fin de semana que les sirve para escapar de la rutina, para huir de sus vidas y, en cierto modo, encontrarse con ellos mismos, recuperar el espíritu aventurero que parece haberse diluido con los años para transformarse en pesada rutina. En un momento dado, vemos al personaje interpretado por Gabriel Byrne mirar a una joven a través de la ventana de su taller para, acto seguido, observarse en el espejo, mirar sus canas y su rostro envejecido. Lawrence se demora en presentarnos a estos personajes, especialmente a Stewart Kane (Gabriel Byrne) y a su esposa Claire (Laura Linney), un matrimonio que ha superado una crisis que parece seguir interponiéndose entre ellos, espesando la atmósfera hasta volverla casi irrespirable.
Cuando los amigos llegan al río, sin siquiera haber terminado de instalarse, realizan un cruento hallazgo: el cuerpo desnudo de una joven flotando en el agua. Superado el primer impacto, deciden que no pueden hacer nada por ayudarla. Y, por otra parte, no pueden perder ese fin de semana. Así que optan por asegurarla para que no la arrastre la corriente y avisar el lunes a la policía. Esta cuestionable forma de actuar desatará una fuerte repulsa hacia ellos. Claire (Laura Linney) asume un profundo sentido de culpabilidad por lo que ha hecho su marido e intentará alcanzar, de algún modo, una especie de redención.
Probablemente, el final, con su sentido moralizante, así como la introducción del tema del racismo en la historia, sean los aspectos más discutibles de un film cuyo balance me resultó más que satisfactorio.
Disfruté esta película como hacía tiempo que no me pasaba. Tal vez, el hecho de estar solo en la sala fuese un condicionante para que esto fuera así. Claro que una primera sesión, en pleno mes de julio, en un multicine de un centro comercial situado en un barrio poco transitado de la ciudad, y además en versión original subtitulada, no parece una oferta tentadora para la mayoría de la gente, así que ahí estaba yo, con toda la sala para mí solo. Me situé en el centro exacto, fila tres de un total de cinco, pues ya se sabe que las dimensiones de estas multisalas suelen ser reducidas. La historia y yo. Una bárbara experiencia.
NOTA: Por cierto, pronto me marcho de vacaciones y no sé si durante el mes de Agosto me será posible subir algún texto, así que mi próxima entrada, al igual que hice el año pasado, será un relato un poco extenso. Espero que os guste y que me digáis qué os parece.