martes, agosto 29, 2006

Kafkaprocesado

Amigos, yo elegí el pseudónimo Kafkaprocesado un poco por casualidad, salió sin darme cuenta, sin duda porque Kafka es un autor al que admiro.
Quise saber si era capaz de crear un blog. Y una vez lo tuve, le fui dando forma. Ahora, lo más difícil ya está hecho y siento la necesidad de presentarme. No soy nadie conocido. Tengo un trabajo corriente que nada tiene que ver con la literatura, pero que resulta necesario para salir adelante. Tengo cuarenta y cuatro años, nací en 1962, un trece de marzo que cayó en martes (espero que no dejen por ello de leerme los supersticiosos). Estoy casado y tengo dos hijos: una chica de doce años y un chico de nueve. Compro libros de una manera compulsiva y los tengo amontonados en un cuarto que convertí en mi despacho. Siempre he querido ser escritor, desde que me recuerdo, como dijo en cierta ocasión Antonio Lobo Antunes. Me han publicado algún relato en revistas diversas, la mayoría de escasa difusión: Calamar, Solaris, Menhir, El vendedor de pararrayos, Opus Cero, Leer (no la actual, sino una anterior que estuvo conviviendo con el mismo nombre hasta que el tema se resolvió, creo recordar, en los tribunales), también en antologías o libros colectivos, como "Visiones 2002", "Las miradas de la noche" (libro sobre cine editado por la editorial Ocho y medio) y el último número de la revista "Batarro", un monográfico dedicado a Medardo Fraile, un escritor mítico a quien me honro de conocer en persona. Un relato mío resultó ser uno de los ganadores del Primer Premio de Relato Plaza & Janés 1999, y fue incluido en un pequeño librito editado por Debolsillo. Otro relato fue elegido como ganador de la semana en el programa de Juan José Millás, quien lo leyó por la radio: un momento que me puso la carne de gallina. Dicho relato fue incluido también en una selección que sobre los textos del programa realizó el suplemento "La mirada". En internet me han publicado algunos textos en la revista electrónica "Margen Cero" (incluyo enlaces). El último artículo apareció en la revista "Clarín", una publicación sobre nueva literatura que se edita en Oviedo, en el número de Marzo-Abril, y se titula "Cierta Distancia".
Mi nombre es Miguel Sanfeliu y, ahora, al decirlo, me siento como si me estuviera lanzando al vacío.
Lo cierto es que sigo escribiendo y soñando con llegar a ser escritor, a poder ganarme la vida escribiendo. Pero, por otra parte, soy poco constante a la hora de enviar los libros a las editoriales. Tengo tres libros y dos novelas registrados en el Registro de la Propiedad Intelectual. Una de las novelas la envié a unas cuantas editoriales y me la rechazaron, lo mismo me ocurrió con dos de los libros de cuentos, lo cual es normal, en esos casos lo que hay que hacer es insistir, pero no suelo hacerlo.
Mi amigo Hilario me anima y me empuja. Y tengo la intención de hacerle caso. Quizá un día de estos.

domingo, agosto 20, 2006

Cerrado

No puedo abrir los ojos. Me pesan los párpados. Lo intento con todas mis fuerzas pero resulta inútil. Dios, qué cansado estoy. Quisiera abrir los ojos para poder ver dónde me encuentro. Imposible. Se me ocurre de pronto que quizá sí puedo abrir los ojos, es más, que los tengo abiertos y lo que pasa es que todo está oscuro, muy oscuro, rodeado de color negro por todas partes. Muevo las pupilas. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. No veo nada. Pero estoy seguro de que tengo los ojos abiertos. Así que todo está oscuro. Un punto de partida como cualquier otro. Una oleada de pánico intenta subirme a la garganta pero la contengo. Debo calmarme. Es fundamental que conserve la tranquilidad el mayor tiempo posible. No sé dónde estoy. Ni siquiera sé si estoy de pie o sentado o acostado. No siento mi cuerpo. Abro y cierro los párpados varias veces. No me atrevo a intentar ningún otro movimiento. Respiro con dificultad. No puedo aspirar con fuerza y llenarme los pulmones de aire. El aire está cargado, espeso, como mezclado con arena. Tengo ganas de toser, pero no puedo. La sensación de ahogo acrecienta mi miedo. Debo intentar recordar cómo he llegado hasta aquí, qué es lo que ha pasado. Unos recuerdos llamarán a otros y tal vez pueda averiguar dónde me encuentro. Entonces me doy cuenta de que no recuerdo mi nombre. No recuerdo cómo me llamo. Esta certidumbre me duele, como si me clavaran algo en un costado. Calma, calma. Lo primero que tengo que hacer es recordar mi nombre. Nombres, nombres. Recuerdo a un niño en un jardín, jugando a la pelota. ¿Quién es ese niño? Ni idea. ¿Por qué recuerdo esto? ¿Qué sentido tiene? He movido el cuello sin darme cuenta. Un movimiento breve, instintivo, y he notado un golpe en la frente. Un golpe débil, pero contundente. No sé con qué me he golpeado. Intento mover una mano. No sé si lo consigo, la mano está muy lejos. No la siento. Me dejo llevar por un impulso irracional e intento girar todo el cuerpo. Pero resulta inútil. No puedo moverme. Bien, lo mejor será ir poco a poco. Vuelvo a concentrarme en la cabeza. Giro el cuello muy despacio, hasta que noto otro contacto en el lado opuesto de la frente. No es mucho. Uno o dos centímetros en total. Un niño juega a la pelota. Voy a intentar sentir los pies, el lado opuesto. Observo cierta resistencia, pero consigo mover el pie izquierdo. Empujo algo y siento una pequeña vibración a mi alrededor. Me detengo. Creo que estoy sudando. Cada vez me cuesta más respirar. Intento mover el pie derecho y este esfuerzo me provoca un fuerte dolor. Y grito. Y mi grito me sobresalta. Mi voz suena ronca y débil, pero familiar. Me reconforta oír mi voz. Grito otra vez. Ahora siento una opresión en el pecho. Demasiado esfuerzo. Estoy agotado. Debo relajarme. Pienso que tal vez tengo una pierna rota, eso explicaría el dolor. Así que decido centrarme en el pie izquierdo. Vuelvo a moverlo, ahora un poco más aprisa, más enérgico. Oigo un golpe. Creo que he golpeado una madera con el pie. Lo intento de nuevo. La resistencia es menor. Golpe, golpe, golpe. Sonrío como un estúpido. Decido no dejar de dar golpes con el pie izquierdo mientras intento ahora centrar mi atención en las manos. Vuelvo a pensar en mi mano derecha. Tengo la sensación de que la sangre corre hacia esa mano. Trato de estirar los dedos. Otra sacudida de dolor me recorre el cuerpo y vuelvo a gritar. Algo me ocurre en el lado derecho, la pierna y la mano. Será mejor dedicarme pues a la mano izquierda, la muevo despacio, con mucho cuidado, trato de arrastrarla, con ella mi brazo, pero apenas tengo sitio. El niño que juega a la pelota es mi hijo. Siento el pánico. Toso. Estoy encerrado. Empiezo a recordar, es preciso que piense. Humedad en el rostro, creo que estoy llorando. Vuelvo a gritar. Yo estaba en mi despacho, redactando un informe. ¡Socorro! Algo me desgarra la piel de la mano izquierda, así que lo mejor será no continuar moviéndola. Hubo una explosión y todo se vino abajo. Todo me cayó encima. Mi hijo estaba fuera jugando a la pelota. Esto me tranquiliza, estaba fuera. Yo estoy dentro, debajo de los cascotes del edificio, aplastado por las paredes de mi despacho. Ignoro cuánto tiempo llevo aquí. No tengo sensación de hambre, estoy dolorido, no puedo distinguir cuándo estoy despierto y cuándo dormido, no sé si tengo los ojos abiertos o cerrados. No recuerdo mi nombre. Sólo mi hijo, jugando a la pelota, espero que esté bien. ¿Y su madre? No estaba en casa. No estaba, seguro. No sé quién soy ni qué clase de informe redactaba. Enterrado vivo bajo mi edificio. Grito, mi pie izquierdo continúa golpeando rítmicamente. Creo sentir una punzada en mi pierna derecha, no sé qué puede ser. Una idea me llena de terror. ¿Y si se trata de una rata? No, debo estar herido y lo que siento es el dolor propio de mis heridas, nada más, pero ¿y si fuera una rata? Grito con fuerza. Sufro un ataque de tos que termina con una arcada. Trato de escupir el sabor del polvo que me invade la garganta. Creo que me he dormido. Deben estar buscándome, seguro. Me pregunto cuánto aire me quedará. Me asusta la idea de morir asfixiado, así que lo mejor será no pensar en ello. Si estoy tranquilo mis posibilidades de supervivencia aumentan. Pienso en el origen de la explosión. Un terremoto no ha podido ser, no en esta zona. Quizá una explosión de gas. O un atentado terrorista. Creo haber escuchado algo. Mi cuerpo se tensa y me invade el dolor en el lado derecho y grito con fuerza, hasta casi ahogarme. Algo se mueve. Están removiendo los cascotes. Un temblor me recorre el cuerpo encajado entre piedras. Con cuidado. Aquí hay alguien. Les oigo con claridad. Vienen a rescatarme. Siento la luz. Retiran la piedra de mi cara. Salgo fuera con rapidez y me mezclo con el aire mientras escucho a mis rescatadores decir: demasiado tarde, este hombre está muerto.