Esta charla se desarrolló en el
Aula Magna del Campus de Santa Cruz La Real, IE University, y estuvo liderada
por Carlos Granés. La sala estaba abarrotada. Cuando me enfrenté a la
interminable cola que tenía que hacer para asistir al acto pensé dos cosas: que
aquello se les había ido de las manos a los organizadores y que no podría
entrar a tiempo. La cola recorría tres interminables pasillos y luego se
doblaba sobre sí misma y volvía hacia atrás, era algo increíble. Poco antes del
inicio del acto empezamos a avanzar con cierta rapidez. Habían decidido abrir
otra entrada y poner más gente a recoger las entradas. Me senté casi al final,
siguiendo mayormente la charla a través de la enorme pantalla que presidía el
acto.
Los dos premios Nobel hablaron de
literatura, de su relación con el padre, de viajes, como dos amigos que van
descubriendo lo mucho que tienen en común. Le Clézio habla un correcto español.
Comenzaron hablando de su
encuentro con el padre, ya que los dos conocieron a su padre tarde. Le Clézio
habló de ello en su obra El africano.
En su caso, conoció tarde a su padre debido a la guerra, ya que su padre era
militar y el ejército francés no le dejó cruzar la frontera. Bromea diciendo
que para él la guerra supuso una especie de vacaciones porque se libró de la
autoridad paterna. Conoció por fin a su padre cuando tenía ocho años. Tuvo que
viajar a Nigeria. Encontró entonces un padre severo. La vida diaria era dura
allí, pero, por otra parte, no iba a la escuela, así que también fueron unas
vacaciones de casi dos años.
Mario Vargas Llosa, por su parte,
cuenta que sus padres se habían separado pero a él le dijeron que su padre
había muerto. Cuando le contaron la verdad, él tenía unos diez años, y piensa
que aún no se ha recuperado de la sorpresa. De pronto, conoce a un padre que
resulta ser muy diferente al que había visto en las fotografías, y su vida
cambia por completo. Él había sido un niño muy mimado y ahora se enfrentaba de
pronto a la autoridad. Le tenía miedo a su padre porque era un hombre muy
severo, incluso violento. Entonces descubrió también la soledad.
Le Clézio cuenta entonces que la
literatura era un buen método para huir del miedo. Cada vez que siente miedo o
angustia, empieza a escribir. Recuerda un relato que escribió sobre un niño
africano que regresaba a su tierra natal, y aunque era su propia historia, lo
escribió como si se tratara de otra persona, y así alejaba la propia angustia. No
teme el papel en blanco, al contrario, para él el papel en blanco es salvación,
le atrae. Cuando se siente amenazado, tiene que escribir.
Vargas Llosa dice que, en su
caso, él se aferró aún más a la literatura como desafío a la autoridad del
padre, que consideraba la literatura como algo bohemio, poco serio e, incluso,
poco viril.
Carlos Granés hizo notar que le
sorprendía que Vargas Llosa terminara yendo a vivir a París y Le Clézio marchara
a Latinoamérica. Ahora reside en Albuquerque, Nuevo México.
Vargas Llosa explicó que desde
niño quiso ir a Paris. Tenía la convicción de que para ser escritor tenía que
salir de su país. Allí todos los escritores tenían otras profesiones y escribir
era una actividad de días festivos y él no quería eso. No obstante, fue en
París donde descubrió realmente la literatura latinoamericana y donde conoció a
muchos escritores latinos.
A Le Clézio, viviendo en Niza, no
le atraía París. A los dieciocho años fue a Londres. Sobrevivió sin dinero,
desempeñando diversos oficios. Le atraía el resto del mundo y leyó un libro
sobre la cultura maya y eso le marcó profundamente. Cuando por fin viajó a
México sintió que había conectado de algún modo con el tiempo de su
adolescencia.
Cuando la charla llegaba al
final, Vargas Llosa habló de su novela El
hablador. Contó que en 1958 realizó un viaje al interior de la selva
peruana y allí conoció la utilidad real de la literatura. Conoció que había
unos contadores de historias que recorrían las aldeas machiguengas. Los
machiguengas son una tribu muy desgraciada y estos contadores de cuentos eran, en
cierto sentido, las venas que unían esa comunidad. Narraban epopeyas, historias
pasadas, pero también sucesos que habían acontecido en otro lugar, era el modo
en que los machiguengas percibían el mundo. Quedó profundamente impresionado
con estos hombres y por eso escribió El
hablador. Cuando se publicó, un antropólogo dijo que los contadores de
historias no existían, y él se puso en contacto con este hombre para explicarle
que no se los había inventado, que había convivido con ellos y los había
escuchado. Mientras hablaba de todo esto, se le notaba cierta emoción en la voz
y todo el público guardó un silencio reverencial.
Un final redondo. Dos premios
Nobel de Literatura en el escenario y la figura de unos modestos contadores de
historias en el ambiente.
2 comentarios:
Consigues que sintamos que también estuvimos allí... pero sin hacer cola. La única cola que recuerdo en mi ciudad para escuchar a un escritor (hace ya muchos años) fue también para escuchar a Vargas Llosa. Me pregunto si dentro de veinte años habrá algún escritor que suscite tan enorme interés en la gente.
Estas crónicas son formidables. Eres un gran contador Miguel.
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