domingo, mayo 05, 2019

GRACIAS A DIOS, de François Ozon



Hay películas que podríamos calificar como necesarias, en el sentido de que aportan una visión diferente a algo ya conocido o que denuncian una situación que, de otro modo, corre el riesgo de perderse en ese maremágnum que conforma la información actualmente. Cualquier telediario practica a la perfección el arte de informar desinformando, que ya tiene mérito. Uno ve pasar las noticias más relevantes a toda velocidad, sin matices, sin análisis, para luego detenerse en banalidades y absurdos. Es el arte de que uno crea que no se le oculta información cuando en realidad no le están contando nada de nada. Pero a veces, hay algo de esa ráfaga que llama la atención de algún modo, y eso hace que un espectador se ponga a buscar más, a indagar en la historia, a recomponer el puzzle que hay detrás de la anécdota.

En una rueda de prensa, al arzobispo de Lyon, Philippe Barbarin, para responder sobre la actuación que había tenido la iglesia respecto a las acusaciones de pederastia contra el sacerdote Bernard Preynat, se le escapó decir: "Gracias a Dios, los delitos han prescrito". Una frase desafortunada sin discusión, y que deja entrever cuál era la postura de dicho arzobispo respecto a la cuestión que le estaban planteando, de dicho arzobispo en particular y de la iglesia en general, ya que parece ser que el Papa Francisco no ha aceptado la dimisión de Barbarin a pesar de haber sido condenado a seis meses de prisión por encubrimiento. Y esto acaba de ocurrir ahora mismo, después de la famosa cumbre de la Iglesia en la que se trató el problema de la pederastia.
Supongo que esa frase tan desafortunada (por llamarla de algún modo) fue la chispa que impulsó a François Odon a planificar esta película, y el resultado es impresionante. Un film, pausado, respetuoso en todo momento pero que denuncia sobre todo ese silencio encubridor que no tiene ninguna justificación. Y lo hace desde el respeto y poniendo el foco en el lado humano del asunto.

La película comienza cuando Alexandre (Melvil Poupaud) se entera de que el cura que abusó de él en la infancia sigue dando misa. Decide entonces denunciarlo a las autoridades eclesiásticas, ya que Alexandre es católico. A partir de aquí, de un modo paulatino, pero insistente, vemos que el personaje está dándose de bruces contra un muro de silencio que va a ser muy difícil derribar. Con este inicio, la película irá poniendo el foco en otras víctimas del sacerdote Preynat, como si cambiara de protagonista o estuviera estructurada en varios capítulos que, no obstante, forman un todo compacto y eficaz para la narración. De esta forma, vemos cómo cada uno ha intentado superar las secuelas de un trauma de este tipo, cómo cada uno se enfrenta a la situación de un modo diferente y cómo, después de todo, serán capaces de ponerse de acuerdo para alcanzar un fin común.


Una película que no habla de culpas ni estigmas, sino de justicia y reparación, que no contrapone venganza con perdón, que no se ensaña con el culpable, consciente de su desviación, sino con quien decide encubrirlo y mirar hacia otro lado. Una película que estuvo a punto de no poder estrenarse debido a una denuncia presentada por la iglesia. Pero, ante todo, es una lección de buen cine.

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