1.- ¿Por qué escribes?
Por una de esas casualidades que
tal vez no lo sean porque señalan un camino, es decir un destino. La emulación
me llevó a los diecisiete años a parodiar un poemita de Juan Ramón Jiménez.
Luego me di cuenta, iluso de mí, de que no se me daba mal escribir versos, y
empecé a tender renglones cortos muy deficientes y con el despliegue de temas
propios de la juventud. Solo con esfuerzo se fueron depurando y llegaron a
tener ritmo –que, no voy a descubrir el Mediterráneo, es algo fundamental en la
poesía–. A ello me ayudó también la traducción, que fue un perfecto gimnasio
para mejorar la forma física, cierto dominio formal. Aquel azar lo veo hoy
designio. Ya no veo mi vida separable de la escritura.
Posteriormente, complementé la
poesía con el ensayo y la crítica, y solo recientemente me he pasado a la
narrativa, que en mi caso nunca es enteramente ficción, pues parte de
personajes reales.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Para la poesía, cualquier lugar
es bueno. De hecho, casi siempre me traigo de los viajes uno o más poemas, a
veces escritos directamente en el tren o en el avión. Ese lugar que se desplaza
y va a otro lugar propicia la analogía, la metáfora. Aparte de que los
escenarios nuevos siempre me estimulan, de modo que tengo poemas compuestos en
diferentes lugares del continente americano, de Martha’s Vineyard a Tierra del
Fuego, pasando por Teotihuacan. La poesía sirve como un puñal con el que el
viajero cree matar al turista que hay en él, mediante un rito de apropiación de
sitios y atmósferas. También los hay que surgieron en ciudades europeas, a
veces en situaciones dramáticas para mí (estaba en París cuando murió mi padre
y no pude despedirme de él). Mi amada Irlanda es por otra parte el escenario de
varias decenas de poemas que forman parte de un libro inédito pero que
desbordan este y tiñen de verde casi todos los otros. Sin embargo, apenas tengo
algún poema escrito sobre Sevilla, la ciudad en que siempre he vivido.
La crítica, las columnas del
periódico y ciertos ensayos no requieren por lo general un espacio propio para
su redacción, pero cuando me embarco en un proyecto mayor (la biografía de
Cernuda, la traducción o las novelas) me viene muy bien encerrarme en el
estudio, con la documentación a mano y las distracciones al otro lado de la
puerta. Además, allí, en la planta de arriba, la señal wifi es muy débil, con lo que evito la tentación de dispersarme.
Casi todo lo escribo ya directamente en el ordenador, aunque la poesía sigue
pidiendo el papel, porque este permite ir viendo los cambios y contemplar de un
vistazo la evolución del poema en marcha.
Corrijo mucho, y más, por extraño
que parezca, la prosa que la poesía.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
En la poesía, las de siempre: el
amor (que es erótico pero también filial, bastante representado en mis versos,
quizá por cierto complejo de no haber estado a la altura de las circunstancias)
y, claro está, el paso del tiempo. Últimamente, dedico muchos poemas a objetos,
a la naturaleza, tratando de que no esté demasiado presente el yo, que ha
llegado a fatigarme. Fíjate qué horror: tener que convivir conmigo las
veinticuatro horas del día. Pero aparte de los temas, están las épocas. Siempre
fui aficionado a lo medieval, y de ahí el interés por esas literaturas, que
alguna huella han dejado en lo que escribo.
En la novela, me interesa contar
vidas que tienen relación con la literatura y solo subsidariamente con la
historia. Si existe la ciencia ficción, mi género diría que es la “literatura
ficción”, donde el argumento se fija en escritores, en su singularidad, en los
ambientes por los que se movieron. Me interesa iluminar sus zonas de
sombra.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Que no basta la idea inicial, que
esta requiere ser trabajada, con disciplina y tiempo. En el camino surgen ideas
imprevistas, parajes no contemplados. Pero hay que ser consciente de las
limitaciones –en mi caso, muchas–, y tratar de superarlas. Y, por otra parte,
cierto grado de audacia, que favorece y puede conseguir que uno mismo se sorprenda del resultado.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
La historia manda. Un escritor de
calidad no puede ser solo un buen redactor, un aplicado oficinista. La
intuición no solo se manifiesta en el germen de la historia sino que
continuamente proporciona iluminaciones. Además, por la poesía, sé de la
importancia de lo epifánico. A veces, ciertos hallazgos se producen cuando se
ha terminado una primera, o incluso segunda, redacción. Y al volver sobre ella
lo nuevo insospechado se integra en lo ya escrito, enriqueciéndolo.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
En poesía y como crítico de la
cultura, me interesó mucho Ezra Pound. Siguen siendo importantes para mí
Cernuda, Cirlot, Luis Alberto de Cuenca, Seamus Heaney, Yeats, Borges. Como
articulistas y novelistas, dos celtas nacidos en 1911: Álvaro Cunqueiro y Flann
O’Brien.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Se acaba de publicar mi novela Los huesos olvidados en Espuela de
Plata, el sello de narrativa de la editorial Renacimiento. En ella recreo un
episodio poco conocido de la estancia de Octavio Paz y Elena Garro en España en
1937. Es un libro incómodo para la historia oficial, pero su tema no es en
realidad la Guerra Civil, sino la búsqueda de la propia identidad y la
indagación en la memoria, con sus lagunas y errores. Se desarrolla en México y
España, a lo largo de los años treinta, con los ideales juveniles, y a finales
de los noventa, cuando rondan la enfermedad y la muerte al Nobel y a su primera
esposa y aparece la protagonista, hija de un antiguo amigo de Paz, con una
estantigua de recuerdos y fantasmas.
Antonio Rivero
Taravillo (Melilla, 1963). Aparte del cuaderno Bajo otra luz (1989), ha
publicado los libros de poemas Farewell to Poesy (2002), El árbol de la vida (2004) y Lejos (2011), a los que se sumó en 2013 La lluvia.
Autor de libros de viajes y ensayos,
entre estos destacan Luis Cernuda. Años
españoles (1902-1938) (2008, Premio Comillas) y Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963) (2011). Ha traducido,
entre muchos otros, a Keats (Premio Andaluz a la Traducción Literaria), Tennyson,
Graves, Pound, Marlowe, Milton, Hopkins, Donne o Whitman, así como la Poesía completa de Shakespeare y la Poesía reunida de Yeats, además de
antologías de la lírica norteamericana, irlandesa medieval y gaélica escocesa. En prosa, destacan sus traducciones de Jamie
O’Neill, Jonathan Swift, Herman Melville, Liam O’Flaherty, John Donne o Flann O
Biren.
Es en la actualidad columnista del diario
El Mundo en su edición de Sevilla,
ciudad en la que reside desde la infancia. Acaba de publicar la novela Los huesos olvidados (Espuela de Plata).
*La foto es de Juan María Rodríguez
2 comentarios:
Parece haber, en la respuesta a la primera pregunta, una errata. Donde dice, copio, "Ya no veo mi vida inseparable de la escritura", da la impresión (al menos a mí) de que lo que realmente se quiere decir es lo contrario, o sea, que el autor ya no concibe su vida como separable de la escritura.
Gracias, Anónimo, he consultado con el autor y corrijo la frase.
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