1.- ¿Por qué escribes?
Dice António Lobo Antunes, y yo
estoy de acuerdo, que a esa pregunta cada escritor puede dar quince o veinte
respuestas verdaderas, aunque seguramente ninguna sincera del todo pues lo
cierto es que nadie sabe de verdad por qué escribe: es como preguntarle a un
manzano por qué da manzanas. Yo escribo, esencialmente, porque me lo pide el
cuerpo. Y porque miro a mi alrededor y hay un montón de cosas que no me
cuadran. Y porque me intriga hasta dónde puede llevarme lo que escribo. Y
porque hay pocas cosas más bellas que el lenguaje. Y porque quiero hacer sentir
a los demás la conmoción que siento yo cuando leo. Y porque si no escribiera,
no sabría qué hacer al levantarme por la mañana… Podría seguir dando porqués,
pero el primero es el bueno.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Puedo pensar y tomar notas en
cualquier sitio, pero escribir, escribir en serio, solo lo hago en casa y por
las mañanas. A partir de la hora de comer la imaginación ya no me funciona con
la misma eficacia. Suelo escribir el primer borrador de mis libros a bolígrafo,
por lo general en un cuaderno Moleskine grande rayado. La mayor parte de ese
magma inicial nunca llega a la pantalla del ordenador. El cuaderno, sin
embargo, me da una comprensión global —y yo diría que espacial, tridimensional—
del proyecto que tengo entre manos. Soluciono muchos problemas narrativos
paseando, o en el metro —el ritmo casi hipnótico de los trenes me ayuda a
enhebrar ideas—, o al acostarme, en esos momentos mágicos en que uno pende
entre el sueño y la vigilia.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Decía el gran Torrente Ballester
que el escritor es aquel que puede ver al mismo tiempo las dos caras de la
luna. Ver la cara iluminada es relativamente sencillo. Lo complicado es ver qué
sucede en la oscura. A eso, a averiguar qué hay al otro lado de la puerta,
dedico gran parte de mis energías ceativas. También me obsesiona la memoria, que
siempre me ha parecido un mecanismo mental muy poco fiable y tremendamente
imaginativo. Mis dos últimas novelas, Baruc
en el río y California, están
narradas por personajes obsesionados con el recuerdo, con poner orden en el
presente a partir de los retazos recompuestos del pasado. Me interesan las
relaciones de pareja, la familia, la identidad, las falsas apariencias, el
engaño, la naturaleza esquiva de la verdad.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
De Hemingway he aprendido a no
dejar el escritorio sin saber por dónde va a seguir la historia día siguiente.
Él estaba convencido de que así la mente sigue trabajando la trama aunque tú ya
estés haciendo otras cosas. Y la verdad es que funciona. Además, esa técnica
evita —o al menos mitiga un poco— el temido vértigo de la página en blanco. Al
final de cada jornada, como aconsejaba Flaubert, leo en voz alta lo que he
escrito. Es la prueba del algodón. La mejor forma de detectar lo que no
funciona.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Un poco las dos cosas. Escribir
es para mí una combinación de la mente y el instinto. Es bueno programar, pero
también escuchar lo que te va diciendo la historia. Planifico las líneas
maestras de la trama, las escenas fundamentales que la vertebran. Trato de
saber lo más posible sobre los personajes. Pero siempre estoy abierto a lo
inesperado, a las sorpresas que surgen de la propia escritura, de lo contrario
este oficio sería un poco aburrido. Escribir es siempre una exploración, no una
confirmación de lo que ya sabes. En buena parte escribir es también
incertidumbre. La gente que no duda no suele escribir.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Decidí hacerme escritor de
adolescente al leer Mientras agonizo,
de William Faulkner. No entendí casi nada, pero quedé deslumbrado por el poder
de su lenguaje. Así aprendí que en literatura uno no tiene que comprenderlo
todo, que hay cosas esenciales que ocurren bajo los radares de lo inteligible,
a un nivel más profundo. También me ha marcado mucho Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Lo abra por donde lo abra, siempre
logra emocionarme. Otros autores que me conmueven son Robert Walser, E. L.
Doctorow, Joseph Roth, Chejov, Dostoievski, Tobias Wolff, Milan Kundera, Álvaro
Mutis, Raymond Carver… Y no dejo de revisitar los clásicos. Hace poco releí Hamlet
y me impresionó aún más que la primera vez.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Rubén Abella es licenciado en Filología Inglesa y ha cursado
estudios de postgrado en las universidades de Tulane (Nueva Orleans, Estados
Unidos) y Adelaida (Australia). Su primera novela, La sombra del escapista, recibió en 2002 el Premio de Narrativa Torrente Ballester y con su segunda, El libro del amor esquivo, resultó finalista del Premio Nadal en 2009. En
2007 No habría sido igual sin la lluvia
mereció el Premio Mario Vargas Llosa NH
de Relatos, feliz incursión en el género del microrrelato que quedó
revalidada en 2010 con Los ojos de los
peces. En 2011 publicó Baruc en el
río. California (2015) es su
cuarta novela. Rubén Abella compagina la escritura con la fotografía y la
docencia. Ha impartido cursos y conferencias sobre diversas materias en
universidades de todo el mundo y es profesor de la Escuela de Escritores y de
la Universidad Pontificia Comillas de Madrid
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