1.- ¿Por qué escribes?
¿Por qué alguien quiere ser jugador
de fútbol, bombero, maestro? Supongo que la respuesta está en la infancia. En
mi caso, los libros –tenía muchos a mi alcance, y libertad de exploración– se
me hicieron imprescindibles cuando murió mi padre, que un año antes me había
enseñado a leer. Uno empieza jugando con sus juguetes, luego los desarma para
ver qué tienen adentro y, vaya a saber por qué, un día empieza a fabricar
juguetes. Algo así como adueñarse de la magia que lo deslumbró. Pero, tengo
algo claro: cualquier certeza en ese sentido es imaginaria, una construcción
posterior para explicar el misterio original.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Supersticiones o manías, ninguna.
Sí, prefiero darme una espacio donde nadie me moleste –apago hasta el teléfono–
y saber que tengo por delante muchas horas para relacionarme con ese mundo
naciente que es el texto, la historia, de la que sé poco, pero ya me lo va a
contar. Lo otro, que como argentino, no me puede faltar el mate y el cigarrillo.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
La identidad, y ese mundo oscuro,
soterrado, animal, que nos mueve por debajo del barniz civilizado. Al fin, el
individuo, la persona, inevitablemente como ser social producto de fuerzas que
lo superan, como la Historia.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
En el lenguaje del fútbol:
transpirar la camiseta. Sólo me puedo quedar conforme si puse en juego todo lo
que tenía. Mucho o poco, pero todo. Si lo que uno escribe se hace libro, habrá
un lector que me dé un tiempo de su vida al leerlo. Como dijo Andreu Martin:
será mejor que tenga algo para darle a cambio. Es secundario si el libro es
bueno o es malo, lo que vale, para que no me sienta un estafador, es que lo
compense con el tiempo de mi vida que puse en la escritura.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
No planifico, a mí eso no me
funciona. Arranco con una historia que quiero contar, algo así como un
fantasma, una sombra de historia. Y después paro la oreja. Puedo comenzar
escribiendo escenas que serán luego el capítulo veinte. Algo así como una
desorganización biológica, porque las partes llamarán a otras partes y se irán
organizando “naturalmente”. Además,
arrancar así, me permite descubrir la voz narrativa, la música, el ritmo, que
necesita esa historia. Tiene mucho de aventura, y eso es lo que más me gusta:
ir descubriendo los personajes, quienes son, sus manías, y lo que me piden. Es
como ser el medio de un proceso con vida propia, que se alimenta de mí, pero
que prefiero controlar en lo estético.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Una pregunta fatal. Borges dijo
alguna vez que un hombre es culto cuando repite, como propias, palabras o
conceptos de libros que leyó y ya no recuerda. Todos los libros me han dejado
algo. Un amigo traducía lo de Borges en términos más caseros: el que no es hijo
de nadie es un hijo de puta.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Recientemente publiqué un relato,
“El caso del astrólogo, el muerto y curiosos sincretismos”, en el volumen “Doce
relatos oscuros”, de la colección Código Negro, en Buenos Aires. Lo último que
escribí es una novela muy dura, “A tumba abierta”. Se publicará en España por
setiembre, más o menos, y en Francia en 2016. No sé si llamarla novela negra;
para mí fue una ventana al Infierno. Lo del principio, sudar la camiseta hasta
la última gota.
Raúl Argemí
nació en 1946 en La Plata
(Argentina). Vivió varios años en la Patagonia, donde era periodista, y gran
parte de sus historias tienen relación con ese escenario. En el año 2000 se
trasladó a España, donde ganó varios premios literarios, y en 2013 retornó a
Argentina, donde trabaja como periodista. Sus obras han sido publicadas en
Argentina, España, EEUU, Holanda, Italia, Alemania y Francia. Publicó las
novelas El gordo, el francés y el ratón
Pérez, Los muertos siempre pierden
los zapatos, Penúltimo nombre de
guerra, Patagonia Chu Chu, Siempre la misma música, Retrato de familia con muerta, La última caravana, Pepé Levalián: El ladrón de paraguas, Pepé Levalián: Bandidos y dragones y El ángel de Ringo Bonavena. Hay relatos suyos en diversas
antologías, la última de las cuales se titula Doce relatos oscuros.
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