1.- ¿Por qué escribes?
A veces, no siempre, el sol de la
tarde ilumina las cosas con una luz particular, indescriptible, que jamás has
contemplado, y sin embargo, te resulta familiar. Otras, el aroma de un jazmín
por la calle o una mandarina al pelarla te revela no se sabe bien qué secreto.
Incluso una llovizna persistente sobre el pavimento o barrida al cansino ritmo
de limpiaparabrisas puede traerte un déja
vu indescifrable y perentorio que te colma de un ansia de no sabes bien qué.
Cuando te pierdes en las
callejuelas de una ciudad desconocida o te vas lejos, muy lejos, a lomos de un
libro a la hora de la siesta se te dispara el deseo de algo que nunca has
vivido. En otras ocasiones es el silencio de una noche de verano o, por el
contrario, una melodía escuchada en las peores circunstancias lo que te provoca
una sed imposible de saciar. Quizá sea una historia que alguien te cuenta lo
que te llena de un anhelo por compartir con otro eso que te ha descubierto la
anécdota, que sin embargo ya no recuerdas y que tal vez no tenga ningún
sentido. Incluso puede que sea el recuerdo empecinado de una experiencia, de
algo vivido, lo que te asedia hasta en sueños y te urge en ponerlo en relato para que
alguien te diga qué significa.
Pues de todo eso se trata, y
probablemente nada de eso cuente demasiado. Pero creo que para describir esa luz,
develar aquel secreto, descifrar un ansia, colmar un deseo, saciar una sed,
compartir un anhelo o aplacar una urgencia escribo.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Por las mañanas escribo mejor,
después de tantos años lo sé. Por lo general tomo mate, pero también puedo
tomar café, té o lo que caiga. Me gustaría prescindir del estímulo del tabaco,
pero me temo que por ahora eso me resulta imposible.
Puedo hacerlo en cualquier sitio
y bajo cualquier circunstancia, a condición de que disponga de un buen rato por
delante sin compromisos para abrir la puerta y entrar al relato, a la escena, a
la historia en el punto en el que la dejé. Abrir la puerta y quedarse adentro,
eso es todo. Parece sencillo, pero a veces puede demorarme hasta un par de
horas. En otras, sólo cinco minutos. Escuchar música o leer poesía puede
ayudarme a forzar la cerradura, pero no necesariamente. Si supiera cómo se abre
la puerta al primer intento, me ahorraría muchos amargos momentos (de angustia)
y patentaría el método, pero no lo tengo.
En el apartado manías, creo que
tampoco. Soy un poco obsesivo, eso sí, con la redacción, clara y limpia, de lo
que exactamente quiero decir. O de lo que exactamente quiere decir él o ella –Je est un autre– que narra. Obsesión que
desborda la frase –tengo debilidad por las elipsis, los pronombres, los
conectores y los deícticos– y eso me lleva a enlazar una con otra, el párrafo
siguiente con el anterior y la página que vendrá delante y con la que tiene
detrás. A tramar o tejer cualquier texto en urdimbre apretada, me refiero. Y
para lograr eso el hilo, como todo buen tejedor sabe, no debe cortarse. Por eso
si no encuentro una palabra, una frase se resiste o el párrafo no cristalizó
con su redacción adecuada, no puedo continuar. No quiere decir eso que luego no
corrija, reemplace, suprima o reescriba; pero sí que la primera versión se
parecerá mucho a la definitiva. A no ser que el hilo se corte irremediablemente
y entonces ese texto o manuscrito se irá al garete sin contemplaciones y habrá
que comenzar a tejer uno nuevo desde cero.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Creo que no las tengo,
afortunadamente. O quizá sí, en forma de testarudas recurrencias o fijaciones
inconscientes, pero como las ignoro, permanezco en el tranquilizador limbo de
la absoluta libertad temática sobre qué narrar. Cosa que, sospecho, es una gran
ventaja, aunque a veces provoque vértigo.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
No tengas miedo a la frase hecha,
que no te amedrente el tópico... Nada tiene de malo el lugar común; el truco
cosiste en transformarlo en un sitio extraordinario.
Y ya puestos, trato de no
olvidar, en lo posible, la difícil consigna de saber detenerse a tiempo, porque
siempre hay una forma más sencilla, un modo más diáfano y bello de expresarlo;
pero al demonio de las correcciones le agradan los rodeos y lo hecha todo a
perder.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Definitivamente de los primeros.
Ni siquiera diría que me dejo llevar por la historia, porque no la tengo hasta
que no le pongo el punto final; más bien sería un aroma, una imagen, una
intuición. El narrador avanza a ciegas y yo le voy detrás. Si tuviera algo más
que ligeras sospechas o difusos presentimientos no ya de la trama, sino de la
frase, el párrafo o la página que viene después, me sentiría –al igual que me
pasa como lector cuando percibo que el narrador se comporta como un croupier
tramposo que mira las cartas de la baraja, las selecciona y ordena según
conveniencia, para armar su juego ganador al repartirlas– completamente
estafado.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Son demasiados y además dependen
del día, la hora, la presión atmosférica y la temperatura, entre otros
factores. Pero estrictamente como narrador creo que podría citar al menos diez
obras de las que me gustaría pensar que me han influido (y que me influyen a
cada relectura) en algo: 1) Trilce, de Vallejo; 2) Antología
de Spoon River, de Edgar Lee Masters; 3) En la masmédula, de Girondo; 4) Don
de la ebriedad, Claudio Rodríguez; 5) Una temporada en el infierno, Rimbaud; 6) Canto general, Neruda; 7) La
tierra baldía, T. S. Eliot; 8) Muerte
sin fin, de José Gorostiza; 9) Hojas
de hierba, de Whitman y 10) Poesía
vertical, de Juarroz.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Presento en estos días mi segunda
novela, Con el sol en la boca (Los
Libros del Lince), de la que me resulta muy difícil hablar. Quizá cuando algún
crítico o reseñador la comente tendré más en claro de qué se trata. Mientras
tanto trabajo en un volumen de cuentos que reunirá viejos, nuevos y futuros
relatos, y que confío llegue pronto a buen puerto.
Matías Néspolo (Buenos Aires, 1975). Publicó el poemario Antología seca de Green Hills
(Emboscall, 2005); el cuento infantil Un
sac de què? (Cadí, 2012), ilustrado por Òscar Sarramia; las novelas Siete maneras de matar a un gato (Los
Libros del Lince, 2009), traducida al inglés, francés, holandés e italiano, y Con el sol en la boca (Los Libros del
Lince, 2015). Editó junto a su hermana Jimena Néspolo el volumen colectivo La erótica del relato. Escritores de la
nueva literatura argentina (Adriana Hidalgo, 2009). La revista Granta lo incluyó en su número especial
de 2011 dedicado a “Los mejores narradores jóvenes en español”. Desde 2001 vive
y trabaja en Barcelona.
*La foto es de Ana Portnoy
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