1.- ¿Por qué escribes?
Escribir para que los nerviosos se tranquilicen y los tranquilos se pongan nervios, para que los demás nos quieran, para no tener demasiado tiempo y así no matar el tiempo… Yo no creo que se escriba por una razón o al menos no se hace por una sola razón, quizás se haga porque uno de pronto se da cuenta de que cada vez que algo sucede en el mundo ya nada vuelve a ser lo mismo, y en el fondo lo que uno pretende es anticiparse o definir el futuro porque sólo de esa manera se puede alcanzar una vida mejor, sin dejarlo todo en manos del azar, que es demasiado caprichoso. Los libros, como las fotografías, son señales que enviamos al futuro en busca de nosotros mismos, y a veces nos encontramos y a veces no, y a veces nos encuentran otros y a veces no nos encuentra nadie. Nos consuela, no obstante, que nuestras señales permanezcan en algún sitio, aunque sea a la deriva, en un mar blanco e infinito donde será difícil que alguien vaya a encontrarlo, o no tan difícil.
Carlos Castán me contó un día que un amigo suyo de juventud se vio reflejado en uno de los personajes de sus cuentos y no le importó que en la ficción hubiese cosas que no se ajustaban a la realidad. «No me importa –le dijo-, es bastante mejor como tú lo pones que como realmente fue.» Supongo que esas palabras a Carlos le han bastado como justificación para seguir escribiendo o para sentirse contento con lo que ha escrito hasta ahora.
Una de mis razones para escribir, eso sí, proviene de la lectura, pues he sido un lector curioso y voraz, y he vivido buena parte de mi vida entre libros. De modo que podría decir que hay un poco de osmosis en la cuestión: uno acaba transformándose en aquello que lo rodea, y a mí la literatura me ha rodeado toda mi vida, en un asedio muy parecido al de “El desierto de los tártaros”, de Dino Buzzati.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Prefiero escribir solo, especialmente cuando estoy metido en un trabajo de ficción. Me gusta la idea de que el mundo desaparece hasta que no se le da forma con las palabras o hasta que uno no se toma un descanso. Las interferencias me molestan bastante aunque al mismo tiempo son liberadoras porque una sesión larga de escritura resulta agotadora. Hoy en día, con internet, los móviles y los Testigos de Jehová llamando al timbre, es complicado mantener la concentración, algo que ha contribuido a acortar las frases, sintetizar los argumentos, adelgazar los libros y trazar múltiples intersecciones en una misma trama. Eso hace más fácil escribir pero también lo hace menos intenso. A mí me gustaría poder hablar con alguien sobre lo que hago mientras tengo un proyecto en marcha, por desgracia nunca he vivido con nadie a quien le interesase que yo le fuera contando nada al respecto.
Los horarios son necesarios y deberían ser inviolables. Yo no puedo escribir si pierdo mi pequeño esquema del tiempo, lo malo es que siempre surge alguna contingencia y entonces… Entonces sobreviene el desastre, la catástrofe, la frase a medias, la trama pendiente de un abismo en el que resulta fácil precipitarse. No. Defender un horario contra viento y marea, se escriba o no durante el mismo, es imprescindible. Por lo demás, no tengo excesivos caprichos, sólo los justos. Fumo, me rasco la oreja…
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Jamás he escrito de forma programática, diciéndome que a mí lo que me interesa es el tema de la identidad o el de los fantasmas. Voy más bien a la deriva, en busca de lo que una historia, con mi precaria forma de situarme ante ella, me vaya ofreciendo. Uno piensa en el libro que está escribiendo pero no en la obra que ha escrito o que todavía le queda por escribir. Ni siquiera soy consciente de tener un estilo, me vale con tener una voz y que sea similar, por mucho que entre libro y libro, entre página y página, se produzcan cambios.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
No estoy en situación de darle
consejos a nadie salvo a mí mismo, porque ni siquiera yo suelo hacerme caso
aunque al final casi siempre he descubierto que tenía razón cuando me escuchaba
diciéndome que no hiciese esto o lo otro, o que lo hiciese. Hay en mí una lucha
continua entre la razón y el deseo. Y con el deseo nunca he llegado muy lejos,
mientras que con la razón algún apaño sí que he conseguido.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
La historia es una guerra, una
navegación en mares no transitados donde no caben las certezas, al menos en mi
caso. Resulta positivo tener ciertas ideas de partida, y entonces partir y ver
qué sucede en adelante.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Hay una edad para cada autor pero todos suelen permanecer fieles en la cabeza aunque uno no vuelva a leerlos. Cuando era más joven, leí muchísimo a Edgar Allan Poe, a Herman Hesse, a Raymond Chandler, a Daniel Defoe, a Julio Cortázar y a los autores del boom en general… autores que hoy en día ya no leo y a quienes, no obstante, mantengo en la cabeza como si fuesen presencias amigas que me saludan desde la distancia. Eso mismo me ha ido pasando en diferentes etapas en las que se han quedado atrás Samuel Beckett, Thomas Bernhard, Juan Benet, Miguel Espinosa, Voltaire, Flann O’Brien, Vladimir Nabokov, Nathanael Hawthorne, Hermann Melville, Georges Perec, Jorge Luis Borges, Fernando Pessoa, Loepardi, William Shakespeare, Paul Auster, Robert Walser, Franz Kafka, Homero, Simone Weil, Natalia Ginzburg, Agota Kristof, Miguel Marías, E. M. Cioran… Y un sinfín de autores. Ahora tengo mis preferencias inmediatas, que son Patrick Modiano, W. G. Sebald (Sebald por encima de cualquier otro), Enrique Vila-Matas, Coetzee, Amy Hempel, Roberto Bolaño… Si tuviera que hacer una lista de mis libros favoritos (y es algo a lo que ahora mismo no me voy a resistir), una lista de 20 títulos, claro, diez son muy pocos, incluiría: “Macbeth”, “La Divina Comedia”, “El Quijote”, la pentalogía autobiográfica de Thomas Bernhard, “Pálido fuego” (Nabokov), “Jakob von Gunten” (Robert Walser), el diario de Kafka, la filosofía de Wittgenstein, “Austerlitz” (Sebald), “Absalom, Absalom” (Faulkner), la poesía de Walt Whitman, los cuentos de Chejov, “El extranjero”, “La media distancia” (Alejandro Gándara), “Los endemoniados”, “Bartleby el escribiente”, “Ferdydurke” (Gombrowicz), “El libro del desasosiego”, “En busca del tiempo perdido”, toda la obra crítica de Jonathan Rosenbaum y quizás “Todas las almas”.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
He pasado lo que se suele decir una mala racha y eso ha provocado un parón importante, en realidad lo que ha sucedido es que se ha abierto una brecha importante entre mis deseos y mis posibilidades (o mi fuerza de voluntad) para llevarlos a cabo. Ahora estoy con cien cosas en la cabeza como protección contra el empacho de realismo que vivo, de vuelta a la enseñanza y con una situación menos aconsejable de lo que a primera vista podría parecer. Quiero escribir, y voy a escribir, pero no sé qué, cuándo, cómo y ni siquiera quién me lo publicará, aunque esto último es lo que menos me interesa por el momento. Tengo que ponerme en marcha desde hace tiempo porque sé, también desde hace tiempo, que los remolcadores no van a venir a rescatarme.
Hilario J. Rodríguez:
Nací en Santiago de Compostela en 1963. Cuando vuelvo allí, nunca tengo la sensación de que haber nacido en esa ciudad me importe demasiado, tampoco me preocupa que fuese en el 63 y no en el 64, que es cuando de verdad se recogió una buena cosecha de vino. Santiago me parece húmeda, gris, desapacible, y 1963 un punto en la distancia, como la Tierra vista desde la Luna; y, sinceramente, prefiero la cerveza.
Mi papel en la vida ha ido cambiando según donde estuviera: a veces me conformé con ser hijo de una familia desgraciada, otras con trabajar para ganarme la vida, pero no me importaría ser un holgazán, los esfuerzos cansan.
He visto muchas ciudades, algunas me las habría ahorrado; aun así, siempre he procurado tener los ojos bien abiertos por si hubiera algo que mereciese la pena. Yo antes pensaba en viajar, quería moverme, ahora me doy cuenta de que debí haber parado en algún momento.
Comencé a escribir no por vocación sino por tedio, al aprobar unas oposiciones; sentí que algo se me había caído encima. Al principio me lo tomé muy en serio, luego menos en serio, durante un tiempo desesperadamente, y ahora procuro que la hierba crezca bajo mis pies, sin angustias, sin retórica.
Coordino libros y también escribo crítica de cine porque me divierte y porque me pagan, ya no suelo hacer casi nada por amor al arte, el amor lo reservo para cuestiones que no hacen al caso.
Es importante dejar claro que no me tomo el ensayo y la literatura de diferentes maneras. Lars von Trier: El cine sin dogmas (JC, 2003) es, a su modo, una novela. Y El cine bélico (Paidós, 2006) puede leerse como un libro de cuentos. No sé si les sucede algo parecido, aunque en una dirección distinta, a mis trabajos de ficción: Construyendo Babel (Tropismos, 2004), Mapa mudo (Traspiés, 2009) y El otro mundo (Ediciones del viento, 2009).
El futuro todavía no está escrito.
5 comentarios:
Respuestas de lo más interesantes.
Gracias, Miguel!!!
Ya quiero leer esos libros de Hilario J. Rodríguez. Voy a buscarlos en las librerías de Buenos Aires.
Hilario, echo de menos tus críticas en Dirigido por... Sin conocerte, siempre me parecieron más obra de un escritor que de un crítico. Yo sigo rendido al cine. Una fidelidad que no creo desmientan mis libros. Estupendas las respuesta a los siete pecados capitales de Cierta Distancia.
Gonzalo Calcedo
Me ha encantado la entrevista, tan cercano siempre, Hilario. Quiero leer tus libros!
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