1.- ¿Por qué escribes?
Ojalá pudiese
adherirme a una quinta enmienda literaria y no declarar en mi contra. Debería
conocer la respuesta, si no la definitiva, al menos una coherente. Es complejo.
El tejido de la vida está hecho de muchas capas: a los quince escribía para
cercar mi territorio y afianzarme, como si cada cuento fuese un campamento. A
los veinte por cabezonería, ya que nadie se tomaba en serio mi convencimiento
de que la literatura era un destino. A los treinta sencillamente aprendía a
escribir, todo era más técnico, menos aventurero, como si la búsqueda de un
estilo dominara el rumbo. A los cuarenta intentaba madurar. Ahora, a los
cincuenta, probablemente escriba para resistir: con los años ganas tolerancia,
pero eso no te exime de visualizar las injusticias. La literatura me relaja.
Cuando escribo cuentos regreso al campamento del principio, a lo básico y
elemental, a la belleza de lo sencillo.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a
la hora de escribir?
Procuro no traicionarme y
adaptarme a mi forma de ser. La escritura suele formar parte del ámbito
doméstico, así que hay que ser esmerado con los espacios. Yo prefiero madrugar
y acostarme pronto. No soy un escritor
nocturno, partidario de esas horas quedas en las que los sonidos los emite
uno mismo al cambiar de postura en la silla o doblar un papel. Prefiero el
principio de la jornada, el rocío de las cosas; todo parece más nuevo, sin
gastar, y tengo mejor ánimo. Escribo, pues, temprano y con diligencia,
reminiscencias de mi trabajo administrativo, supongo. Como si hubiera que
despejar la mesa de trabajo. Corregir es más llevadero, no requiere tanta
tensión. Puede hacerse fuera del santuario. El enemigo natural del escritor es la pereza. Un poco de
rutina siempre ayuda a conjurarla.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Han ido conformando estratos con
el tiempo, lo cual obedece a la lógica de la edad. El escritor de
ficción contempla lo que sucede a su alrededor y luego intenta dar forma a
reflexiones y pensamientos mediante historias. No es lo mismo el amor a los
trece años que a los cuarenta y tantos. Tampoco la enfermedad o el miedo a
perderlo todo. Los temas son pocos y comunes y a veces el argumento es un mero
envoltorio. Me gusta despojar las narraciones de ese argumento, de lo
superfluo. La especulación me cansa; también el juego retórico y la
experimentación como referente. En general hablo de incertidumbres, de alegrías
y desesperanzas. No tengo conciencia de grupo, así que no he sido nunca un
cronista de una época. Tampoco me he sentido un escritor social o realista en
el sentido más digno de la palabra, sino un autor centrado en el individuo, en
las personas. Aunque, indudablemente, analizando la soledad del individuo se
llega a un retrato más o menos convincente y sentido de lo que somos.
4.- ¿Algún principio o consejo
que tengas muy presente a la hora de escribir?
Asumo a diario que sólo una parte
muy pequeña de lo que escribo tiene ese valor último que determina su
publicación. Prefiero acumular escritos a obsesionarme con un texto y
corregirlo hasta dejarlo romo, sin aristas. A veces se queda la pasión por el
camino. Hablamos de un oficio minucioso en el que uno tiene que ser injusto con
lo creado. A menudo el trabajo consiste en desechar. Bueno, casi siempre. Es
una ley del cuento. Mis cunetas están llenas de relatos que, sumados, se han
sacrificado por otros. Esos privilegiados son el resultado final, lo visible. Pero
unos no existen sin la argamasa de los anteriores. No hay que hacer distingos. Para
mí, la entereza consiste en abordar cualquier texto en el momento de su
redacción con el mismo celo. Como si fuese a ser un último cuento. No siempre
se consigue ese estado de ánimo, desde luego. Las desilusiones tienen su peso
en esta labor un poco ciega, de búsqueda y azar.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo
tienen todo planificado desde el principio?
Escribo cuentos. El encanto del
género, al menos tal como yo lo práctico, es esa búsqueda que acabo de
mencionar. Abordo las mismas historias desde diferentes puntos de vista, con
pequeños cambios de matiz. Como hacer versiones de una misma canción con ritmos
distintos. Es una búsqueda permanente de ese temblor que distingue una breve
historia de otra. Es algo soterrado, íntimo. Una labor de buscador de oro,
cedazo en mano. Con la novela se trabaja en circunstancias más subterráneas y
aparentemente densas. Uno va entibando la galería por la que avanza y la luz
siempre queda muy lejos. Quizás por eso frecuento poco las largas distancias,
aunque lo intento. Siento una especie de claustrofobia argumental, de palabras.
Me angustia el hecho de continuar algo día tras día, de equivocarme y tener que
retroceder hasta localizar los derrumbes. Empezar un texto nuevo a menudo, como
sucede con los relatos, es reconfortante. Lástima que los lectores, en general,
prefieran la senda de la novela, ese ir de la mano del escritor paso a paso. La
soledad del cuento asusta y disuade.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Hay autores a los que recurres
como si fuesen un estimulante, un tónico milagroso. Basta una página suya para convencerte
de que escribir de forma sincera y hermosa está al alcance de la mano. Pienso en
Tobías Wolff, por ejemplo. Pero no tengo libros de cabecera. O serían tantos
que enumerarlos ocuparía un espacio absurdo. Muchos pertenecen a la
adolescencia; allí siguen, firmemente anclados, sin relecturas que los hagan
derivar a otras aguas. Son una referencia privada bastante obvia, no lo niego,
para cualquiera que lea mis libros. Casi prefiero citar un volumen cualquiera,
el último que estoy leyendo: “La última sesión”, de Larry McMurtry, por
ejemplo. Recuerdo la película de Bogdanovich, perdida en el microcosmos de la primera
juventud, y me reconforta descubrir ahora el origen literario de su encanto.
Para mí es un reencuentro que tiene un gran valor. Un círculo que se cierra.
Poder ilusionarte con un libro, sin abordarlo como un juez, sin crítica, sin
más valoración que los sentidos, consuela. Prefiero evitar los cánones de
hierro, el dogmatismo de escuela.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas
publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Para mí los cuentos son parte de
un proyecto continuo, un material narrativo vivo, en constante construcción. De
vez en cuando algunos afloran en forma de libro, unidos por un alma común y un
título. No existen límites. Es un diario sin entradas ni fechas, basado en una
tenue ficción. El último, “El prisionero de la Avenida Lexington ”
(“Siameses”, que se publicó después, es una inesperada reedición), tuvo
finalmente un recorrido superior al que yo esperaba. Me alegra. Es un título
bastante privado, a pesar del envoltorio neoyorquino. Últimamente he intentado
acercarme a la novela, novela corta en este caso, como contrapeso, pensando tal
vez que mi balanza como escritor tiene el fiel demasiado inclinado hacia un
lado. No lo hago con demasiado convencimiento, la verdad. Pero hablo de
libros que sólo existen para mí, algunos amables editores y los malhadados
jurados de rigor. Digo esto porque nunca he rechazado los concursos, esa
deformación de nuestro sistema literario, tan aplaudida como denostada. No
quiero parecer un hipócrita. Todos pisamos el mismo terreno sembrado de minas:
un poco de esplendor muy de vez en cuando y, como plato del día, las
contradicciones de siempre.
Gonzalo Calcedo Juanes
(Palencia, 1961), funcionario en excedencia, ha publicado los libros de relatos
Esperando al Enemigo (Tusquets, 1996), Otras Geografías (NH
Ediciones, 1998), Liturgia de los Ahogados (Edit. Ayuntamiento de
Sevilla, 1998), La Madurez de las Nubes (Tusquets, 1999), Apuntes del
Natural (Páginas de Espuma, 2002), La carga de la brigada ligera (Menoscuarto,
2004), El peso en gramos de los colibríes (Castalia, 2005), Mirando
pájaros y otras emociones (Diputación de Badajoz, 2005), Chejov y compañía
(Caja España 2006), Saqueos del corazón (Algaida 2007), Temporada de Huracanes (Menoscuarto,
2007), Cenizas (Pre-textos 2008), Picnic y otros cuentos recíprocos (El
brocense, 2010), El prisionero de la Avenida Lexington
(Menoscuarto, 2010) y Siameses
(Tropo, 2011).
Ha participado en antologías
del género como Los Cuentos que Cuentan (Anagrama, 1998), Cuentos
de Hijos y Padres (Páginas de Espuma, 2001), Lo que Cuentan los Cuentos
(Cuentos Españoles Contemporáneos - Universidad de Veracruz, 2001), Cuentos
contemporáneos (Gran Angular - S.M., 2001), y Pequeñas Resistencias (Páginas
de Espuma, 2002), obteniendo, entre otros, los premios NH en todas sus
modalidades, Alfonso Groso, Tiflos, Caja España, Cortes de Cádiz y Hucha de Oro. En 2003
publicó su única novela hasta el momento, La Pesca con Mosca (Tusquets
Editores).
Habitualmente imparte conferencias
sobre el género, colabora en revistas literarias y, participa como articulista,
en medios de comunicación.
3 comentarios:
Es fácil reconocerse en algunas de las respuestas de Gonzalo.
Hola:
Me encantan tus respuestas, Gonzalo, quizás porque en ellas intuyo al escritor que he seguido durante años, como a Tobias Wolf y a otros grandes cuentistas. Siempre me ha gustado tu proyecto literario, que no era a corto plazo, fruto de las modas o ansioso por llamar la atención. He ido notando cómo a veces tu pluma se detenía en los espacios y cómo otras se detenía en las situaciones o en los personajes, con la inminencia constante de algún suceso, que en ocasiones ni siquiera llegaba a suceder.
Calculo que algún día los libros que yo tengo dispersos, los primeros en Tusquets y los demás en diferentes editoriales, acabarán en un volumen recopilatorio, y entonces muchos lectores (lectores de esos que no viven al compás de lo actual) se encontrarán con un tesoro, un tesoro por el que te doy las gracias.
Gracias asimismo por tu comentario a mis respuestas al cuestionario de Miguel.
Abrazos.
Hilario
Gracias, Raúl, por tu cercanía al juzgar mis respuestas.
Y gracias a ti, Hilario, por seguir mis pasos. Una especie de “Dos cabalgan juntos” en un oeste que ya no lo es. Aunque algo queda del western, de las casas de vecinos como ranchos, como cabañas, en lo que uno escribe: unos pocos personajes y un paisaje. Nada más.
Con afecto,
Gonzalo
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