No fue necesaria la traducción simultánea porque Antonio Lobo Antunes charló con Claudio López Lamadrid, su editor, en español. Vestía pantalón vaquero, camisa vaquera por fuera y una cazadora verde. Claudio López advierte a la audiencia de la sordera de Lobo Antunes y pide por tanto que no nos extrañemos si se le pregunta una cosa y responde otra que no tiene nada que ver. La charla se va a centrar en la manera de ver y enfrentar la literatura por parte del autor portugués.
Con voz profunda nos explica que empezó a escribir a los cinco o seis años, pero que nunca pensó en publicar. A los diecisiete o dieciocho años todavía no encontraba un estilo personal. Nunca le ha interesado contar historias en el sentido tradicional del término, con trama, personajes y todo eso. Escribía libros y luego los tiraba a la basura. De muy joven descubrió escritores catalanes como José María Castellet, Moix, Pere Gimferrer... y se dio cuenta de que todo lo que se publicaba era mucho más grande que lo que él escribía.
A los treinta y cuatro tiró un libro a la basura, pero un amigo lo rescató y lo envió a una editorial. Lo publicaron. De modo que él se fue de vacaciones un día y al regresar era famoso. Su primer libro lo publicó pues con treinta y seis años. Se titulaba “Memoria de elefante” y hablaba de la guerra de África, que era algo que no se hacía. No había libros que hablaran de lo que pasaba en Portugal.
Dice que la literatura angloamericana y alemana le ha influido más, por ejemplo, que la francesa. Cuenta que un día recibió una carta de un agente muy conocido de New York. Le decía que quería ser su agente y él pensó que era una broma y no contestó. Recibió una segunda carta, y entonces le contestó que sí, que de acuerdo, pero sin esperar nada, tan sólo para que no le siguiera escribiendo. Pero después de esto, lo publicó Random House en EE.UU. y su libro apareció en la primera página de los principales periódicos norteamericanos. Él no conocía nada ni a nadie del mundo de la edición y, de repente, se vio acosado por todo el mundo.
Empezó a conocer a escritores y fue una desilusión. Es mejor leerlos y no conocerlos: siempre decepcionan. De pronto, dejó de tener vida personal. Le hacían fotos, le pedían autógrafos. Y él no entendía nada, porque no era lógico, él no vivía de su cara, era sólo un nombre detrás de un libro.
Le sorprende que haya tanta gente escribiendo porque es algo muy difícil. Se vive una tremenda soledad interior. No hay tiempo para hablar. Piensa que el libro ideal sería aquel que tendría espejos en todas sus páginas, ya que todo buen libro da la sensación de haber sido escrito para uno mismo. Cita un verso de Quevedo, refiriéndose a la lectura: Escucho con mis ojos a los muertos.
Escribe a mano. Trabaja doce horas al día. Redacta seis borradores de cada libro. Empieza sin ningún plan preconcebido, sin nada. También el último libro que ha publicado, “Archipiélago del insomnio”, aunque éste ha sido redactado en circunstancias más difíciles.
En 2007 le dieron el premio Juan Rulfo, en Guadalajara. Estando allí se sintió enfermo, con problemas gastrointestinales. Pensó que era el mal de Moctezuma, pero resultó ser un cáncer con el que ha estado luchando mucho tiempo y del que ha conseguido salir bien. En este momento empieza a hablar de la enfermedad, muy despacio, como si recordara, como si tuviera que escoger las palabras con cuidado. Primero sintió sorpresa, dice, luego un vacío. Uno no puede vivir sin futuro.
No había metástasis. Lo operaron. Luego, quimio. Muy largo. Veía gente en el hospital, en la sala de espera. Chicas sin pelo. Recuerda a un hombre que parecía venir de un pueblo, con su mejor chaqueta y sin corbata. Pero llevaba la camisa abotonada hasta el cuello, como si llevara la corbata. Era la corbata más bonita que he visto en mi vida, dice.
No quería estar con amigos. No quería estar con nadie. La gente le dirigía sonrisas falsas, o lloraban, o le decían: mi prima tuvo un cáncer igual y se curó. Él prefería a un tío suyo que había tenido lo mismo y le decía: Aguántate.
Escribir cansa, pero acabó el libro. También perdió peso.
El escritor trabaja con recuerdos, con pequeños detalles, cosas de nada, gestos, emociones... Trabaja con eso. Recrea con palabras un sentimiento. La palabra exacta la conforman las palabras que están antes y las que están después de ella, como cuando intentas recordar un número de teléfono y combinas números, hasta que das con el exacto.
Antonio Lobo Antunes dice que sólo le interesa la literatura. No le interesa el cine, ni la pintura, ni nada. Sin embargo, López Lamadrid le dice que hay algo que sí le interesa últimamente, lo dice con una sonrisa maliciosa y consigue que el escritor confiese que su última obsesión es Belén Esteban. Los programas del corazón en general. Esta tarde dos exmujeres hablaban sobre cómo era un duque en la cama y me quedé sin saberlo por acudir aquí.
Termina hablando de algunos escritores portugueses. Miguel Torga, de quien dijo que tuvo una vida muy difícil y que fue un escritor muy honesto, un hombre hecho de piedra. Y especialmente emotivo su recuerdo hacia Cardoso Pires, a quien definió como su amigo, su hermano mayor. Tenían tal grado de complicidad y de unión que un día Cardoso le llamó y le dijo: quiero felicitarte porque gané un premio. Leían los libros uno del otro, para corregirlos. Lobo le preguntaba: ¿Qué piensas del libro? Y Cardoso respondía: No sé, lo he leído sólo dos veces.
La charla termina, casi a la fuerza. El público aplaude con una sonrisa. El tiempo se nos ha escapado sin que nos diéramos cuenta.
5 comentarios:
Casi lloro. Bueno, lloré. Me ha conmovido tu texto con la esencia de Antunes.
Hay mucho que subrayar en tu crónica.
Me ha encantado la crónica de ese acto. ME parece muy emotivo. Fíjate, al final resultó estupendo que contestase lo que le viniera en gana.
P.D. A mi me da muchísima envidia eso de poder dedicarse a escribir sin más. Anissss.
Estupenda entrada, como siempre, Miguel.
Ya estoy de regreso... aunque nunca me fui del todo.
Leo a Lobo Antunes y este post me dice mucho del hombre detrás de las letras. Saludos
el más genial novelista de la literatura contemporánea. prodigiosa su fragmentación estilística y la sublimación de la memoria.
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