Nunca he ganado un premio literario ni he conseguido publicar ningún libro, a lo sumo algún que otro relato en revistas de escasa difusión, así que no puedo denominarme escritor en el sentido profesional de la palabra, sino más bien un aficionado a la literatura. He intentado cambiar eso, por supuesto, para lo cual he enviado algún que otro manuscrito a diversas editoriales que siempre me lo han devuelto con una carta escueta informándome de su apretado plan de publicaciones o de sus problemas presupuestarios. Nunca nadie me dijo si mi estilo era bueno o si mis tramas estaban bien urdidas, al parecer los motivos por los que mi nombre no aparecía aún en letra impresa, ocupando un escaparate completo de una prestigiosa librería, era ajeno a la calidad de mi escritura y tenía más que ver con cuestiones puramente económicas.
Ahora que dispongo de tiempo pienso mucho en esto, es más, soy incapaz de pensar en ninguna otra cosa. Me pregunto si habré desperdiciado mi trabajo en frases pobres, llenas de errores, carentes de musicalidad y en tramas intrascendentes, triviales, insulsas, y en personajes planos, de trazado simple, sin hondura psicológica. Lo cierto es que ignoro si realmente yo era un buen escritor, lo suficientemente sólido como para resistir al olvido implacable. Me atormento preguntándome si mis libros hubiesen trascendido mi muerte y dado sentido a mi vida o si, por el contrario, hubiesen sido borrados, aniquilados, por la natural selección que impone el paso del tiempo, relegados a desordenados montones de saldos, oscuros y húmedos rincones de librerías de viejo, donde sólo cabría la esperanza de que los encontrara un excéntrico buscador de rarezas desconocidas. Todo eso me pregunto, consciente de la tortura a la que me estoy sometiendo, consciente de que pensar todas estas cosas me está matando, consume mis fuerzas, retuerce mis entrañas provocándome dolores infinitos que casi me hacen perder el sentido. Uno de mis compañeros se empeña en decirme que mi presencia en este lugar es la prueba de que mis escritos eran buenos, pero esa explicación no me sirve, es demasiado simple, tan elemental como los argumentos que me trajeron aquí, ideados por gentes que seguro serán olvidadas por la Historia, gentes irrelevantes, obtusas, oscuras, poseedoras de un poder que no les pertenece y les viene grande. Pensar todas estas cosas me hace daño, soy consciente de ello; sin embargo, me evade de este sitio terrible y me distancia de un destino que se me antoja ridículo e inmerecido. Mi mente está acostumbrada a volar lejos de mi cuerpo, es algo que he hecho durante toda mi vida. Supongo que es por eso por lo que siempre he preferido realizar trabajos mecánicos, rutinarios, porque en ellos es más fácil programar los movimientos y, luego, abandonar el cuerpo y alejarme volando a otros mundos, a cuestiones más grandes y trascendentales que la mera existencia en un lugar y tiempo determinados. Ahora, al reflexionar sobre ello, me siento tentado a pensar que en realidad lo único que he hecho en mi vida ha sido no romper la rutina, ser fiel al tren de lavado, a la ruta de reparto, a la maldita cadena de montaje, al clasificador de paquetes, a los muelles de carga y descarga, a todos esos trabajos, en fin, con los que yo pensaba que me evadía cuando lo que en realidad hacía era integrarme en una sociedad a la que despreciaba. Y sin embargo aquí estoy, sin duda porque alguien pensó que yo era más importante de lo que realmente creía y mis escritos eran más densos y perfectos de lo que nunca pude imaginar.
Estar aquejado por el virus de la literatura provoca unos síntomas que afectan a todos los órdenes de la existencia, hasta el punto de que todo lo que uno vive, todo lo que ocurre a su alrededor, queda inmediatamente tamizado por sus posibles aplicaciones literarias, todo es traducido a frases, descrito mentalmente, encajado en una trama ficticia capaz de trascender la mera anécdota y dotarla de una verdadera dimensión totalizadora, de este modo, la propia vida se diluye en una existencia incorpórea, irreal, alienante quizá, pero que inunda de sentido los huecos que provoca la rutina, la desidia, la sociedad urbana que se encarga de clasificar a la gente como quien organiza un puzzle. Y se siente de pronto uno cercano a los grandes autores de los libros que le fascinaron a lo largo de su vida, se siente más próximo a los escritores muertos que a sus amigos vivos, hermanado con aquellos por un mismo sentimiento, unas preocupaciones parecidas, unas inquietudes afines, tal como puede constatar uno cuando lee las páginas en las que derramaron sus recuerdos y plasmaron sus ideas, su filosofía de la vida y su visión sobre las grandes cuestiones cuyo misterio nos atenaza. Y sin embargo el temor a no ser digno de considerarse miembro de tan ilustre grupo le tortura continuamente, las dudas sobre la calidad de sus escritos le asaltan día y noche, obligándole a plantearse si no será un impostor, si no se estará engañando, forjando unas expectativas irreales, ajenas a su capacidad literaria, más bien pobre y desastrada, idea esta que provoca un irreprimible llanto, lágrimas generadas por una infinita tristeza ante la ominosa sensación de fracaso, de absurdo existencial.
Así transcurrían pues mis días y mis noches, entre la euforia ante un relato terminado de un modo satisfactorio y la congoja al releerlo y descubrir sus imperfecciones, entre la esperanza y la duda, entre el sueño y las limitaciones de la realidad, subsistiendo entre tanta angustia con trabajos físicos, repetitivos, como ya dije, que me permitían aislarme en mi mundo imaginario, ese mundo en el que daba conferencias y mis libros eran elogiados y admirados por una horda de lectores que me veneraban. Así que a veces me decidía a mandar uno de mis manuscritos a un posible editor, envolviendo en ese paquete todas mis esperanzas, mis esfuerzos, mis sueños, mis anhelos, y esperando el correo de respuesta día tras día, conteniendo la respiración cada vez que abría el buzón, confiando en que alguna vez la carta de vuelta no fuera de rechazo sino de elogio, algo que nunca llegó a ocurrir. En su lugar me visitó la policía.
Me visitó la policía y aún me cuesta creerlo. Tres agentes con gabardinas negras y rostros inexpresivos, cuyos ojos inquisidores recorrieron con calma, sistemáticamente, cada una de las habitaciones de mi domicilio, desplegándose con estudiada solemnidad, moviéndose con la gravedad de quien se sabe elegido para una gran empresa, para una importante investigación, en este caso, en la que yo debía ser un peligroso delincuente, un repugnante espía, un despreciable traidor, o aún algo peor que no lograba siquiera imaginar. En un momento dado intercambiaron, en voz alta, palabras que se me antojaron enigmáticas, "Listo", "Localizado", "Vale", "Avisa", "Procedan"; y uno se asomó a la ventana y otro habló por un transmisor, y en poco tiempo entraron más policías en mi domicilio, un grupo que fue orquestado por los tres agentes con enérgicos movimientos de brazos y que se afanó con diligencia en vaciar mis estanterías de libros y mis cajones del escritorio, donde guardaba mis grandes obras incomprendidas y despreciadas. De pronto, como si de algún modo inexplicable me hubiese engullido la famosa novela de Bradbury, me encontré contemplando cómo todos mis libros y mis papeles volaban por la ventana, eran amontonados enfrente de la entrada principal del edificio y eran rociados con gasolina. Quise lanzarme también por la misma ventana, en pos de mi sueño de gloria, del esfuerzo con el que había conseguido dotar de sentido a mi existencia, pero me sujetaron con fuerza y me bajaron por las escaleras y me obligaron, insensibles a mi llanto desconsolado, a contemplar cómo el fuego resquebrajaba mi alma, carbonizaba mis desvelos, mis pensamientos, todo mi trabajo, irrepetible, irrecuperable, perdiéndose para siempre, impotente ante implacables llamas doradas que lo convertían todo en un humo denso que se perdía en el cielo, regresando quizá a sus orígenes.
Luego me trajeron aquí, previo juicio en el que se me informó que mis obras habían sido consideradas subversivas, obteniendo de este modo la primera y última opinión sobre mis escritos que nadie me dirigió jamás, pronunciada con la gravedad que la situación requería por un juez severo y entrado en años, de rostro enjuto y mirada cansada a quien estuve tentado de preguntarle si se estaba refiriendo, al llamar "subversiva" a mi obra, al fondo o a la forma de la misma, deseando que al menos él, que parecía haberla leído, y que parecía un hombre culto, me comentara un poco más profundamente sus opiniones sobre mi trabajo, consciente como era de que nadie más podría hacerlo de ahí en adelante, pero la sentencia que me impuso y que remató con un enérgico golpe con su mazo de madera me dejó aturdido y desorientado y secó mi garganta y vació mi cerebro de palabras, quedando sumido en una especie de estado catatónico que me duró incluso hasta varios días después de haber sido confinado en esta prisión. El causante de mi condena parecía ser alguno de los relatos publicados, o peor aún, alguna frase de alguno de los relatos publicados, algo que, según se dijo, era insultante, aunque tampoco me quedó claro hacia quién o qué. Un texto indefinido, que ni siquiera recordaba, por el que seguramente no cobré nada, resultaba ser el causante de mi situación.
Mi compañero de celda intenta animarme y me dice que el hecho de que yo esté aquí demuestra que mis escritos eran buenos, lo dice con amabilidad, tocándome levemente el hombro con su mano callosa, lo cual delata su afán conciliador y le resta credibilidad. Es un hombre rudo que jamás ha leído un libro y que está cumpliendo condena por haber matado a su mujer y a su hijo de seis años, y a pesar de que me ha explicado que lo hizo por amor, porque no quería que siguiesen sufriendo en este mundo tan desquiciado e imperfecto, que más que matarlos consideraba que los había liberado, li-be-ra-do, vocaliza, en un intento obstinado por conseguir que yo capte el sentido profundo que tiene para él esta palabra, el alto grado de amor que estaba contenido en su crimen, a pesar de repetirme una y otra vez lo mucho que le gustaría poder retroceder en el tiempo para abrazarles, yo no puedo evitar, cuando me habla, imaginarlo con el cuchillo en la mano y cubierto de sangre. A veces, por la noche, cuando me nota especialmente agitado, empieza a hablar en voz alta y me dice que siempre se salva algo del fuego, pequeños fragmentos, trozos por aquí o por allá con los que alguien a quien no conoceremos nunca confeccionará un librito que se convertirá en algo muy valioso, un objeto de culto, una obra perfecta que traspasará las barreras del idioma y perdurará en el tiempo. Me gustaría creerlo, pues eso significaría que mi obra tiene calidad y es digna de ser rescatada del fuego, por tanto, mis esfuerzos no habrían sido infructuosos, aunque este pensamiento, el rescate de parte de mis escritos de ser devorados por el fuego, desemboca invariablemente en la hipótesis contraria: el supuesto de que esos fragmentos rescatados lo que constatan no es otra cosa que su intrascendencia, su escaso valor literario, la prueba de que nada importante se ha perdido en esa fogata; una segunda hipótesis que acrecienta mi angustia, puesto que significaría que mi estancia en esta prisión es un mero chiste negro. No soy capaz de soportar esta idea, quizá por eso me inclino a creer que nada se salvó del fuego, todo ardió, todo se perdió, todo desapareció... y en este caso existen nuevamente dos posibilidades: lo que se perdió era bueno y el daño es ya irreparable, una gran obra se ha destruido para el mundo, nadie podrá testificar su grandeza, su calidad; o bien lo escrito es literariamente imperfecto, malo, impublicable, entonces nadie podrá demostrar que en realidad soy un mal escritor y cabe la posibilidad de que alguien se entere de mi historia y dé a conocer mi caso, mi vida, mi figura, como un escritor de obra desconocida, castigado por su valentía con la pluma, por lo revolucionario de una obra desaparecida para desgracia de todos. Mi figura se vería de este modo magnificada y envuelta en la leyenda, y mi obra sería dotada, de forma ilusoria, de una calidad que nunca poseyó, de este modo ocuparía un lugar en la historia que no me pertenecería por derecho propio, un lugar que debería agradecer, por irónico que parezca, a quienes me han condenado y me han encerrado y me han despojado de todos mis bienes.
Un día mi compañero de celda me cuenta que va a intentar fugarse con otros presos, un grupo de seis, se van a deslizar entre las sombras hasta alcanzar los desagües, y nadarán entre mierda y orines hasta llegar al exterior, un plan imperfecto, plagado de inexactitudes, que sólo puede terminar en fracaso. Me pregunta si quiero ir con ellos, me lo pregunta en voz baja, en la oscuridad de la noche, en nuestra celda, y yo trato de identificar su silueta entre las sombras, pero no lo consigo, así que sus susurros me llegan como si fueran pronunciados por un fantasma. En cuestión de segundos valoro todos los pros y todos los contras. Por un momento, me planteo la posibilidad de escapar realmente de aquí, y no sólo de esta prisión sino también del país, llegar al extranjero y hacerme famoso gracias a alguna crónica periodística. Me veo, por un momento, agasajado por intelectuales que hablan en una lengua desconocida para mí y que me brindan la oportunidad de reemprender mi carrera, volver a escribir, demostrar la magnitud de mi obra, hacerla renacer de sus cenizas en el sentido más literal. Y entonces yo demuestro a todo el mundo que soy un mal escritor, mis textos son rechazados y mi figura ninguneada poco a poco hasta que el anonimato me envuelve y la cotidianidad, carente ahora de la esperanza de llegar a convertirme en escritor, cerrada al fin esta vía de escape, se cierne sobre mí hasta la total aniquilación, alcoholizado, vagabundeando por las calles o saltándome la tapa de los sesos de un disparo.
Mi compañero de celda me propone que me una a su grupo y que escape de allí. Le escucho y comprendo que mi destino es ocupar un lugar en la historia que no me pertenece, conseguir que los que han pretendido hundirme me conviertan en una leyenda. Al fin, secándome las lágrimas con el dorso de la mano, consigo decirle que no puedo ir con ellos, le doy las gracias por contar conmigo, pero mi sitio está aquí y no puedo abandonarlo. Pese a todo, le pido un último favor. Le pido que si consigue volver al mundo libre, hable de mí.
Ahora que dispongo de tiempo pienso mucho en esto, es más, soy incapaz de pensar en ninguna otra cosa. Me pregunto si habré desperdiciado mi trabajo en frases pobres, llenas de errores, carentes de musicalidad y en tramas intrascendentes, triviales, insulsas, y en personajes planos, de trazado simple, sin hondura psicológica. Lo cierto es que ignoro si realmente yo era un buen escritor, lo suficientemente sólido como para resistir al olvido implacable. Me atormento preguntándome si mis libros hubiesen trascendido mi muerte y dado sentido a mi vida o si, por el contrario, hubiesen sido borrados, aniquilados, por la natural selección que impone el paso del tiempo, relegados a desordenados montones de saldos, oscuros y húmedos rincones de librerías de viejo, donde sólo cabría la esperanza de que los encontrara un excéntrico buscador de rarezas desconocidas. Todo eso me pregunto, consciente de la tortura a la que me estoy sometiendo, consciente de que pensar todas estas cosas me está matando, consume mis fuerzas, retuerce mis entrañas provocándome dolores infinitos que casi me hacen perder el sentido. Uno de mis compañeros se empeña en decirme que mi presencia en este lugar es la prueba de que mis escritos eran buenos, pero esa explicación no me sirve, es demasiado simple, tan elemental como los argumentos que me trajeron aquí, ideados por gentes que seguro serán olvidadas por la Historia, gentes irrelevantes, obtusas, oscuras, poseedoras de un poder que no les pertenece y les viene grande. Pensar todas estas cosas me hace daño, soy consciente de ello; sin embargo, me evade de este sitio terrible y me distancia de un destino que se me antoja ridículo e inmerecido. Mi mente está acostumbrada a volar lejos de mi cuerpo, es algo que he hecho durante toda mi vida. Supongo que es por eso por lo que siempre he preferido realizar trabajos mecánicos, rutinarios, porque en ellos es más fácil programar los movimientos y, luego, abandonar el cuerpo y alejarme volando a otros mundos, a cuestiones más grandes y trascendentales que la mera existencia en un lugar y tiempo determinados. Ahora, al reflexionar sobre ello, me siento tentado a pensar que en realidad lo único que he hecho en mi vida ha sido no romper la rutina, ser fiel al tren de lavado, a la ruta de reparto, a la maldita cadena de montaje, al clasificador de paquetes, a los muelles de carga y descarga, a todos esos trabajos, en fin, con los que yo pensaba que me evadía cuando lo que en realidad hacía era integrarme en una sociedad a la que despreciaba. Y sin embargo aquí estoy, sin duda porque alguien pensó que yo era más importante de lo que realmente creía y mis escritos eran más densos y perfectos de lo que nunca pude imaginar.
Estar aquejado por el virus de la literatura provoca unos síntomas que afectan a todos los órdenes de la existencia, hasta el punto de que todo lo que uno vive, todo lo que ocurre a su alrededor, queda inmediatamente tamizado por sus posibles aplicaciones literarias, todo es traducido a frases, descrito mentalmente, encajado en una trama ficticia capaz de trascender la mera anécdota y dotarla de una verdadera dimensión totalizadora, de este modo, la propia vida se diluye en una existencia incorpórea, irreal, alienante quizá, pero que inunda de sentido los huecos que provoca la rutina, la desidia, la sociedad urbana que se encarga de clasificar a la gente como quien organiza un puzzle. Y se siente de pronto uno cercano a los grandes autores de los libros que le fascinaron a lo largo de su vida, se siente más próximo a los escritores muertos que a sus amigos vivos, hermanado con aquellos por un mismo sentimiento, unas preocupaciones parecidas, unas inquietudes afines, tal como puede constatar uno cuando lee las páginas en las que derramaron sus recuerdos y plasmaron sus ideas, su filosofía de la vida y su visión sobre las grandes cuestiones cuyo misterio nos atenaza. Y sin embargo el temor a no ser digno de considerarse miembro de tan ilustre grupo le tortura continuamente, las dudas sobre la calidad de sus escritos le asaltan día y noche, obligándole a plantearse si no será un impostor, si no se estará engañando, forjando unas expectativas irreales, ajenas a su capacidad literaria, más bien pobre y desastrada, idea esta que provoca un irreprimible llanto, lágrimas generadas por una infinita tristeza ante la ominosa sensación de fracaso, de absurdo existencial.
Así transcurrían pues mis días y mis noches, entre la euforia ante un relato terminado de un modo satisfactorio y la congoja al releerlo y descubrir sus imperfecciones, entre la esperanza y la duda, entre el sueño y las limitaciones de la realidad, subsistiendo entre tanta angustia con trabajos físicos, repetitivos, como ya dije, que me permitían aislarme en mi mundo imaginario, ese mundo en el que daba conferencias y mis libros eran elogiados y admirados por una horda de lectores que me veneraban. Así que a veces me decidía a mandar uno de mis manuscritos a un posible editor, envolviendo en ese paquete todas mis esperanzas, mis esfuerzos, mis sueños, mis anhelos, y esperando el correo de respuesta día tras día, conteniendo la respiración cada vez que abría el buzón, confiando en que alguna vez la carta de vuelta no fuera de rechazo sino de elogio, algo que nunca llegó a ocurrir. En su lugar me visitó la policía.
Me visitó la policía y aún me cuesta creerlo. Tres agentes con gabardinas negras y rostros inexpresivos, cuyos ojos inquisidores recorrieron con calma, sistemáticamente, cada una de las habitaciones de mi domicilio, desplegándose con estudiada solemnidad, moviéndose con la gravedad de quien se sabe elegido para una gran empresa, para una importante investigación, en este caso, en la que yo debía ser un peligroso delincuente, un repugnante espía, un despreciable traidor, o aún algo peor que no lograba siquiera imaginar. En un momento dado intercambiaron, en voz alta, palabras que se me antojaron enigmáticas, "Listo", "Localizado", "Vale", "Avisa", "Procedan"; y uno se asomó a la ventana y otro habló por un transmisor, y en poco tiempo entraron más policías en mi domicilio, un grupo que fue orquestado por los tres agentes con enérgicos movimientos de brazos y que se afanó con diligencia en vaciar mis estanterías de libros y mis cajones del escritorio, donde guardaba mis grandes obras incomprendidas y despreciadas. De pronto, como si de algún modo inexplicable me hubiese engullido la famosa novela de Bradbury, me encontré contemplando cómo todos mis libros y mis papeles volaban por la ventana, eran amontonados enfrente de la entrada principal del edificio y eran rociados con gasolina. Quise lanzarme también por la misma ventana, en pos de mi sueño de gloria, del esfuerzo con el que había conseguido dotar de sentido a mi existencia, pero me sujetaron con fuerza y me bajaron por las escaleras y me obligaron, insensibles a mi llanto desconsolado, a contemplar cómo el fuego resquebrajaba mi alma, carbonizaba mis desvelos, mis pensamientos, todo mi trabajo, irrepetible, irrecuperable, perdiéndose para siempre, impotente ante implacables llamas doradas que lo convertían todo en un humo denso que se perdía en el cielo, regresando quizá a sus orígenes.
Luego me trajeron aquí, previo juicio en el que se me informó que mis obras habían sido consideradas subversivas, obteniendo de este modo la primera y última opinión sobre mis escritos que nadie me dirigió jamás, pronunciada con la gravedad que la situación requería por un juez severo y entrado en años, de rostro enjuto y mirada cansada a quien estuve tentado de preguntarle si se estaba refiriendo, al llamar "subversiva" a mi obra, al fondo o a la forma de la misma, deseando que al menos él, que parecía haberla leído, y que parecía un hombre culto, me comentara un poco más profundamente sus opiniones sobre mi trabajo, consciente como era de que nadie más podría hacerlo de ahí en adelante, pero la sentencia que me impuso y que remató con un enérgico golpe con su mazo de madera me dejó aturdido y desorientado y secó mi garganta y vació mi cerebro de palabras, quedando sumido en una especie de estado catatónico que me duró incluso hasta varios días después de haber sido confinado en esta prisión. El causante de mi condena parecía ser alguno de los relatos publicados, o peor aún, alguna frase de alguno de los relatos publicados, algo que, según se dijo, era insultante, aunque tampoco me quedó claro hacia quién o qué. Un texto indefinido, que ni siquiera recordaba, por el que seguramente no cobré nada, resultaba ser el causante de mi situación.
Mi compañero de celda intenta animarme y me dice que el hecho de que yo esté aquí demuestra que mis escritos eran buenos, lo dice con amabilidad, tocándome levemente el hombro con su mano callosa, lo cual delata su afán conciliador y le resta credibilidad. Es un hombre rudo que jamás ha leído un libro y que está cumpliendo condena por haber matado a su mujer y a su hijo de seis años, y a pesar de que me ha explicado que lo hizo por amor, porque no quería que siguiesen sufriendo en este mundo tan desquiciado e imperfecto, que más que matarlos consideraba que los había liberado, li-be-ra-do, vocaliza, en un intento obstinado por conseguir que yo capte el sentido profundo que tiene para él esta palabra, el alto grado de amor que estaba contenido en su crimen, a pesar de repetirme una y otra vez lo mucho que le gustaría poder retroceder en el tiempo para abrazarles, yo no puedo evitar, cuando me habla, imaginarlo con el cuchillo en la mano y cubierto de sangre. A veces, por la noche, cuando me nota especialmente agitado, empieza a hablar en voz alta y me dice que siempre se salva algo del fuego, pequeños fragmentos, trozos por aquí o por allá con los que alguien a quien no conoceremos nunca confeccionará un librito que se convertirá en algo muy valioso, un objeto de culto, una obra perfecta que traspasará las barreras del idioma y perdurará en el tiempo. Me gustaría creerlo, pues eso significaría que mi obra tiene calidad y es digna de ser rescatada del fuego, por tanto, mis esfuerzos no habrían sido infructuosos, aunque este pensamiento, el rescate de parte de mis escritos de ser devorados por el fuego, desemboca invariablemente en la hipótesis contraria: el supuesto de que esos fragmentos rescatados lo que constatan no es otra cosa que su intrascendencia, su escaso valor literario, la prueba de que nada importante se ha perdido en esa fogata; una segunda hipótesis que acrecienta mi angustia, puesto que significaría que mi estancia en esta prisión es un mero chiste negro. No soy capaz de soportar esta idea, quizá por eso me inclino a creer que nada se salvó del fuego, todo ardió, todo se perdió, todo desapareció... y en este caso existen nuevamente dos posibilidades: lo que se perdió era bueno y el daño es ya irreparable, una gran obra se ha destruido para el mundo, nadie podrá testificar su grandeza, su calidad; o bien lo escrito es literariamente imperfecto, malo, impublicable, entonces nadie podrá demostrar que en realidad soy un mal escritor y cabe la posibilidad de que alguien se entere de mi historia y dé a conocer mi caso, mi vida, mi figura, como un escritor de obra desconocida, castigado por su valentía con la pluma, por lo revolucionario de una obra desaparecida para desgracia de todos. Mi figura se vería de este modo magnificada y envuelta en la leyenda, y mi obra sería dotada, de forma ilusoria, de una calidad que nunca poseyó, de este modo ocuparía un lugar en la historia que no me pertenecería por derecho propio, un lugar que debería agradecer, por irónico que parezca, a quienes me han condenado y me han encerrado y me han despojado de todos mis bienes.
Un día mi compañero de celda me cuenta que va a intentar fugarse con otros presos, un grupo de seis, se van a deslizar entre las sombras hasta alcanzar los desagües, y nadarán entre mierda y orines hasta llegar al exterior, un plan imperfecto, plagado de inexactitudes, que sólo puede terminar en fracaso. Me pregunta si quiero ir con ellos, me lo pregunta en voz baja, en la oscuridad de la noche, en nuestra celda, y yo trato de identificar su silueta entre las sombras, pero no lo consigo, así que sus susurros me llegan como si fueran pronunciados por un fantasma. En cuestión de segundos valoro todos los pros y todos los contras. Por un momento, me planteo la posibilidad de escapar realmente de aquí, y no sólo de esta prisión sino también del país, llegar al extranjero y hacerme famoso gracias a alguna crónica periodística. Me veo, por un momento, agasajado por intelectuales que hablan en una lengua desconocida para mí y que me brindan la oportunidad de reemprender mi carrera, volver a escribir, demostrar la magnitud de mi obra, hacerla renacer de sus cenizas en el sentido más literal. Y entonces yo demuestro a todo el mundo que soy un mal escritor, mis textos son rechazados y mi figura ninguneada poco a poco hasta que el anonimato me envuelve y la cotidianidad, carente ahora de la esperanza de llegar a convertirme en escritor, cerrada al fin esta vía de escape, se cierne sobre mí hasta la total aniquilación, alcoholizado, vagabundeando por las calles o saltándome la tapa de los sesos de un disparo.
Mi compañero de celda me propone que me una a su grupo y que escape de allí. Le escucho y comprendo que mi destino es ocupar un lugar en la historia que no me pertenece, conseguir que los que han pretendido hundirme me conviertan en una leyenda. Al fin, secándome las lágrimas con el dorso de la mano, consigo decirle que no puedo ir con ellos, le doy las gracias por contar conmigo, pero mi sitio está aquí y no puedo abandonarlo. Pese a todo, le pido un último favor. Le pido que si consigue volver al mundo libre, hable de mí.
29 comentarios:
Te voy a decir lo que hice. Copié tu relato en Word, lo imprimí (6 folios en Georgia 12) me acomodé en el sillón y me lo leí de cabo a rabo. Y te cuento mi impresión inmediata: publicar un libro no puede ser tan importante, porque sino las estupideces, tonterías y filfas que hay impresas de ufanos autores, se equipararían a relatos tan estupendamente escritos como este y a escritores tan magníficos y anónimos como tú. Y la comparación entre esos otros y tú me resulta, nunca mejor dicho, odiosa.
Enhorabuena y piensa que ya tienes lectores que te seguimos y esperamos con enorme satisfacción
Un abrazo
Muy buen relato, con un personaje muy bien caracterizado y con una serie de vueltas - mentales - que nos adentran en su psicología, su frustración de manera clara y muy comprensible. La mención de Bradbury, el encarcelamiento por subversivo sin saber a qué escrito se debe son dos buenas ideas. Espero leer más cuando vuelvas de las vacaciones. Felicidades por éste.
Me gusta. Me gusta especialmente la reflexión acerca de la gloria, del reconocimiento. La humana necesidad de la aprobación ajena. Y las dudas. La capacidad de elegir el cautiverio salvador de una imagen inexistente (cuantos no habrán optado por eso)La cobardía o valentía que ello implica.
Sería un debate largo y seguramente fructífero.
Como dice Alexandrós, prefiero leer buenos textos aquí (discretos, casi clandestinos)que basura encuadernada.
Además, Kafka, a usted puedo darle mi opinión directamente. A los que publican, no.
Esta noche quería leer algo interesante. Me senté sin ninguna expectativa frente al computador y recordé tu relato, así que entré a leerte y desde que comencé la lectura casi no pude respirar. Me llevaste galopando hasta el final.
Me encantó el tema, el ritmo, la fluidez de tu prosa y el final.
Muy bien escrito, un personaje bien trazado, me encantaron los giros, la búsqueda del reconocimiento público de ese escritor anónimo, y su gran amor por la literatura, por lo que realmente le apasionaba. Me encantó la idea de salirse del cuerpo e irse volando, y me recordaste un libro de Amelie Nothomb (Estupor y Temblores) en el que su personaje principal imagina que se va volando por una ventana.
Otro punto interesante es que quienes escribimos no podemos evitar sentirnos identificados con ciertas partes del texto, como esta: "Y sin embargo el temor a no ser digno de considerarse miembro de tan ilustre grupo le tortura continuamente, las dudas sobre la calidad de sus escritos le asaltan día y noche, obligándole a plantearse si no será un impostor, si no se estará engañando, forjando unas expectativas irreales, ajenas a su capacidad literaria, más bien pobre y desastrada, idea esta que provoca un irreprimible llanto, lágrimas generadas por una infinita tristeza ante la ominosa sensación de fracaso, de absurdo existencial". Me encontré a mí misma ahí. Siempre tengo la duda de si lo que escribo tiene algún valor literario, si le importará a alguien, si entre tanta torpeza alguien verá alguna luz, algún brillo, algún matiz o alguna señal que lo haga detenerse.
Coincido plenamente con los que ya han comentado cuando dicen que a veces disfrutamos más estas lecturas que esas impresas que nos venden como si fueran la última Coca Cola del desierto.
Y bueno, aquí tienes una lectora más, alguien que se ha quedado prendada de tus escritos.
Cariños,
Ro
P.D.¿Estás seguro del título? El título no me dice mucho... no sé. Pero es un asunto menor.
Conozco escritores que están en el "Olimpo" de la literatura para el resto de mortales y entre ellos no se reconocen tal merecimiento.
Conozco escritores (Dan Brown) que han triunfado entre los mortales y no han obtenido reconocimiento literario.
Un artista disfruta creando, pero la belleza es algo subjetivo. ¿Quién decide qué es lo bello?.
A los que no somos artistas, nos ilusiona más preparar un viaje que el viaje mismo.
Disfruta escribiendo honestamente, que hay gente a la que llegas y algún día se puede multiplicar.
Un saludo.
Buen relato, kafka, me gusta mucho el modo agobiante y muy cercano a la realidad en que el escritor se encierra en su propio mundo de promesas mentales incumplidas, y me llena de ternura ese deseo de que al menos su juez le dé alguna opinión.
Un abrazo.
Mientras debes estar panza al sol en algún sitio cercano al mar, esta servidora, a cero grado en el exterior, se dispuso a leer tu texto mediante "el método alexandrós".
Igual que Ro, no paré hasta el final, y ya no recuerdo si respiré en algún momento.
Excelente. No solamente por la forma en que está escrito, y por la caracterización del personaje, sino por la descripción del mundo interior y de la realidad exterior del escritor. Coincido totalmente con los comentarios Alexandrós,de Ro y de Alicia.
Disfruté "Literatura" de principio a fin, y el análisis del texto dará vuelta en mi cabeza durante mucho tiempo. No lo dudo.
Donde sea que estés, descansa y regresa para deleitarnos con tus palabras.
Un saludo
Te felicito por tu manera de escribir. He leído tu última entrada y después me he recorrido tu blog enterito (es lo que tiene estar de vacaciones).
En muchos momentos me he sentido tan identificada...
En fin, un saludo y te tengo entre mis visitas.
Antonia Romero
Acabo de terminar tu relato.
Creo que has detallado el proceso de la locura a la perfección. Me imagino al hombre en su prisión mental, divagando y extorsionándose a sí mismo para conseguir convencerse de que sí, que al final ha conseguido "engañarlos" de alguna forma.
Me ha gustado muchísimo tu relato, y te animo a que sigas por tu camino. ¡Al final lo conseguiremos!
Felicidades y hasta pronto.
Lo que más me ha gustado: el giro que das al hacer aparecer la policía, el tono de humor negro del autor pidiéndole al juez que le diga qué le ha parecido su obra, ya que al menos es alguien que la ha leído, y la tensión ante la decisión final y cómo lo has resuelto. A veces, el miedo nos puede.
Y para que no parezca que soy una pelota y no darles más razones a los que hablan por ahí de piropeos mutuos entre bloggeros y tal y pascual, lo que no me ha gustado: el estilo me ha parecido un poco recargado, demasiado "florido" quizás. Pero claro, eso son gustos personales y ahí me podrías decir que te imaginas a tu personaje hablando así y yo tendría que callarme la boquita. Pero, por ejemplo, en vez de:
"Ahora, al reflexionar sobre ello, me siento tentado a pensar que en realidad lo único que he hecho en mi vida ha sido no romper la rutina"
me hubiera gustado más así:
"Pensándolo bien, creo que en realidad lo único que he hecho en mi vida ha sido no romper la rutina"
En fin, que no sé qué hago dando consejos a un escritor casi inédito y seguro que en cuanto le dé al botón de enviar me arrepentiré de mi osadía. En el fondo, solo soy una lectora...
Felicidades por el relato. Da una vuelta de tuerca a varios temas que me encantan.
Je je je... si me arrepiento mucho, siempre me queda el botón de suprimir antes de que vuelvas de vacaciones; no había pensado en ello.
Muchas gracias a todos por vuestra generosidad. Sois muy amables.
Sobre el titulo... bueno, es una cuestión muy subjetiva. Hay más gente a la que no le gusta el titulo, pero yo siento cierta debilidad cuya defensa soy incapaz de argumentar.
El estilo es posible que necesite ser pulido. No obstante, no hay que olvidar que se trata, en cierto modo, de un ejercicio de estilo. Buscaba cierta retórica de un modo intencionado, aunque puede que haya párrafos que necesiten mayor atención.
Nunca podrá ofenderme un comentario desfavorable, o incluso claramente negativo, pues me consta vuestro aprecio y consideración.
Un abrazo a todos, espero volver pronto con más tiempo.
Me gustò mucho tu texto.
Fue un regalo que me reservé para disfrutarlo poco a poco abriendo la envoltura.
Nunca dejes de escribir.
Te extraño.
Sigue disfrutando de las vacaciones.
Concentrado relado metaliterario del magma kafkiano literario de tu personaje. Lo he disfrutado de un tirón. Estos textos me hacen leer delante de la pantalla más tiempo del que hubiera imaginado. He disfrutado como pocos.
Te dejo en mis links y en mi corazón.
No dejes de escribir nunca, aunque duela, auqnue te desarme y estalles en mil partes...aún así...quiero tu mosaico.
Pamela
Kakapro, no has podido escapar a la tentación y apareciste en tus vacaciones!
Espero que estés disfrutando tu agosto
Saludos y hasta la próxima!
Otro gran relato. Tomaré apuntes sobre él resulta muy interesante y me trae a la memoria variopintos autores norteamericanos.
PD: Koepp cometió una gran delilliada con El efecto dominó, de hecho la película presente algunas carencias e irregularidades en su ritmo y desarrollo: los apuntes más interesantes parecen esbozados en las novelas de DeLillo.
Easton Ellis se muestra excesivo y hasta tedioso en las páginas de American Psycho. Aunque el libro no es una obra maestra, si un pequeño clásico: los excesos se deben a describir una época donde sólo queda "eso" o al menos así lo interpreto.
Estimado Kafka, el saldo de la lectura es positivo. Se nota el trabajo en la construcción del personaje y en la secuencialización. La lectura fluye limpia. Los porcesos mentales bien puestos y dosificados con justicia. Realmente lo he disfrutado. Enhrabuena.
Me olvidaba! Ahora has incluído fotografía. Eres tu?
Saludos
Cumplí un año escribiendo en el blog, y estoy felìz de celebrarlo, porque te he conocido.
Sigue disfrutando las vacaciones.
¡Qué chévere conocerte!
Sigue disfrutando tus vacaciones y qué bueno que ahora podamos asociarte a una imagen.
Muy bueno, por un momento el personaje como escritor, me recordaba la metamorfosis de las mariposas, en un esfuerzo que se me antoja doloroso consiguiendo llegar a la belleza de colorido y adaptación al medio, aunque en ello arriesgue su vida, la detenga, deje de alimentarse...
Feliz Agosto
Confieso que en el 98% de los casos,no suelo leer "del tirón" un post demasiado largo,sino que,escojo retazos del mismo para luego hilvanarlos y así hacerme una idea general.Esta técnica se ha mostrado del todo inútil en este caso,la intriga y la curiosidad,han querido inadagar en cada uno de los recovecos de este relato para servirmelo en el siguiente orden gastronómico: entrantes,primer plato,segundo plato,postre y café.(omito el cigarro,no fumo) Son las 12:49 pm,y aún no he desayunado,la metáfora culinaria era inevitable.Saludos
Traté de seguir tu consejo pero, siempre torpe en cuestiones informáticas, imprimí casi el blog entero. Me alegro, porque leí de un tirón todo lo que habías escrito el tiempo que estuve ausente y, ya puesto, continué hasta que se me acabó lo que tenía impreso, aunque todas las últimas (en el espacio) entradas las había leído ya. Me resultó una lectura agradabilísima y se me hizo muy corta.
"Literatura" me gustó mucho. Otros te han hecho comentarios agudos con los que en general coincido. (A mí, por ejemplo, también me ha gustado esa negra ironía que hay en la esperanza del protagonista de que al menos el juez le de una opinión sobre sus escritos).
Sobre las críticas, quizá tenga razón Sfer en el sentido de que el estilo es más recargado que el que sueles utilizar, pero a mí algunos fragmentos me gustan mucho "el fuego resquebrajaba mi alma, carbonizaba mis desvelos, mis pensamientos, todo mi trabajo, irrepetible , irrecuperable, perdiéndose para siempre, impotente ante implacables llamas doradas que lo convertían todo en humo denso que se perdía en el cielo, regresando quizá a sus orígenes."
Respecto al título, comprendo tu debilidad por él y que lo usaras para toda la colección de relatos, porque , me parece que la literatura es el tema recurrente y casi obsesivo de lo que escribes. (Recuerdo aquel relato breve: el protagonista, una vez acabada su autobiografía, se pega un tiro).
Y una crítica al protagonista (y quizá al relato), traiciona su pasión por la literatura y entre esta última (escapar y escribir) y la gloria elige la gloria.
Un abrazo
Tu texto me hace más consciente las dificultades, pero también las emociones, que se van pasando para llegar a determinado horizonte. Nada que valga la pena es facil, y escribir es no solamente un placer, también una tarea en solitario.
Que descanses y goces tus vacaciones.
Por las visitas que has realizado a mi blog (la última, hoy sábado 19 de agosto) he comprobado que es difícil para muchos (aún estando en vacaciones, como tú) abandonar esta adicción que a tantos nos ha alcanzado.
Esta mañana me he acordado mucho de tí, de las "conversaciones" que tenemos en este espacio, y de esta publicación ("Literatura").Es que he caído, nuevamente, en brazos de Sándor Márai. Esta vez con "¡Tierra, Tierra!", donde este impresionante escritor húngaro, reflexiona sobre muchos temas, siendo uno de ellos, el mundo y el alma del escritor a través de Historia (con mayúsculas).
Solamente quería comentártelo.
Un saludo
"Supongo que es por eso por lo que siempre he preferido realizar trabajos mecánicos, rutinarios, porque en ellos es más fácil programar los movimientos"
Me siento muy identificado con esta parte y la mayor parte del relato. Cuando aparece el momento del juez, me perdiste. Pero el resto estuvo muy poderoso.
Saludos
Kp., he tardado en comentarte, porque la verdad es que a mí no me gustó demasiado.
Sí el contenido, sí la idea, pero no tanto el estilo: creo que escribir adornadamente es mucho más difícil que hacerlo con sencillez, y, a mí, ha habido fragmentos que me parecían algo forzados, que sonaban demasiado rebuscados (y al decir esto quiero decir que ese rebuscamiento no quedaba natural, que se notaba demasiado).
En fin, espero no incomodarte. La verdad es que opino porque pediste opiniones, pero no me considero capacitado para hacerlo.
El siguiente, el del sepultado en las ruinas del edificio, me ha gustado más.
Un abrazo.
Gran relato, sinceramente me ha encantado y me he tomado la libertad de imprimirlo para leerlo más tranquilamente (no sé porque no leo igual de bien por ordenador que directamente del folio, quizá porque la escritura nunca debió salir de éste), espero no te haya molestado mi acción. Un saludo
Antonio
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