La editorial Edaf acaba de sacar un libro titulado “El hombre de hielo”, escrito por Philip Carlo. Se trata de una biografía de Richard Kuklinski, un asesino a sueldo despiadado que llevaba una doble vida como esposo y padre de familia.
Casualmente, tengo grabada una entrevista que le hicieron a Kuklinski en la prisión estatal de Trenton, New Jersey, y que fue emitida por el programa “Documentos TV” hace unos años.
Kuklinski se muestra frío, habla despacio y, a veces, muestra una leve media sonrisa. Da muestras en varias ocasiones de un humor sarcástico y negro. Fue acusado de asesinato múltiple y condenado a cadena perpetua el 25 de Mayo de 1988, finalizando así una carrera criminal que duró más de treinta años. Cuando le preguntan cuánta gente ha matado, se queda pensando un rato y, aclarando que se trata de un cálculo aproximado, dice: “más de cien”. Dice que esto no le preocupa en absoluto, que no le produce ninguna sensación en ningún sentido. Entonces el entrevistador le pregunta si alguno de sus crímenes le persigue y él contesta: “Nada me persigue. No pienso en ello. Si pensara en ello terminaría haciéndome daño a mí mismo”.
Utilizó los métodos más variados. Cuando salía de casa solía llevar tres pistolas y un cuchillo. Nunca creyó tener elección y llega a decir que, en realidad, le hubiera gustado ser distinto y tener una actitud mejor en la vida. Pero cuesta creerle.
Tuvo una infancia infeliz. Sus padres le pegaban. Aunque se crió en el catolicismo, se dio cuenta de que no creía en ello. De niño se metían con él, hasta que descubrió que era mejor dar que recibir y que si haces daño te dejan en paz.
En 1960 conoció a la que se convirtió en su mujer, Bárbara Pedrin, con la que tuvo tres hijos y que lo define como un hombre romántico y un buen padre. Dice que enterarse del trabajo real de su marido fue una conmoción, que no podía imaginarlo siquiera, aunque reconoce que no le hacía preguntas cuando tenía que salir de casa por motivos de trabajo.
En la solapa del libro se cuenta que tenía ataques de furia y que le decía a su hija Merrick que si alguna vez mataba a su madre, luego tendría que matarles a ellos también, para no dejar testigos, aunque le decía que a ella sería a la que más le costaría matar. Desde luego, en la entrevista que estoy comentando no se deja entrever ningún episodio violento dentro de la familia, pero al parecer sí que tuvieron lugar.
Ganaba mucho dinero. Por un “trabajo” cobraba al menos cinco cifras “tirando más a la mitad de arriba”. Cuenta que, en cierta ocasión, un hombre suplicaba, “por favor, por Dios”, una y otra vez, así que le dijo que le daba media hora para rezar y que si Dios bajaba, le daría el plazo que pedía… Pero Dios nunca se presentó… Y eso fue todo… Y, por fin, reconoce: “No estuvo muy bien. Es algo que no debería haber hecho”.
En realidad, admite que lo que más le gustaba era estar en casa, con su familia. Se muestran escenas de videos caseros, escenas normales de una familia feliz. Era como si llevase dos vidas diferentes. Su intención era mostrarles a sus hijas “el lado bueno de la vida, no el malo”.
Cuenta que una Nochebuena tuvo que salir a cobrar una deuda. El tipo no quería pagarle, así que lo mató con una pistola. Estaban dentro de un coche y le disparó. “Fue muy ruidoso, me estuvieron pitando los oídos un buen rato”. Luego regresó a casa y se puso a preparar los juguetes de Navidad para los niños. En la televisión dijeron que se trataba de un asesinato relacionado con la Mafia. “Aquella fue la primera vez que supe que estaba relacionado con la Mafia”, sonríe. El entrevistador le pregunta cómo se sintió y él se queda un momento en silencio, como pensando, y al fin dice: “Estaba enfadado porque no podía montar el maldito vagón”.
Su mujer, en un momento determinado, dice: “Somos la familia de Richard Kuklinski y ya no somos nosotros mismos”.
El apodo de “Hombre de Hielo” se lo ganó por el hecho de congelar algunos cuerpos con el fin de despistar a la policía sobre el momento en que cometió los crímenes. En 1983 mantuvo el cuerpo de Louise Masgay congelado durante dos años, pero cuando lo encontraron, se dieron cuenta de que había hielo en su interior. Fue un error. Si hubiera esperado unas horas más nadie se habría dado cuenta de lo que ocurría.
Pero lo cierto es que, con cincuenta años, Kuklinski se sentía cansado y comenzó a cometer errores. También era más despiadado. Mató a varios de sus socios. La policía sospechaba de él y el agente Dominick Polifone, consiguió infiltrarse y reunir pruebas en su contra. El motivo que dio para sus crímenes fue que se trataba de “cuestiones de negocios”.
Reconoció que no había muchos métodos de asesinar que no hubiera probado. El que le parecía más eficaz y “limpio” era el cianuro. Lo había utilizado de todas las maneras posibles. “¿Alguna vez utilizó una sierra eléctrica?”, le pregunta el entrevistador. “Para matar no, para cortar un cuerpo con el fin de deshacerme de él, sí”. “¿Y qué sentía? ¿Qué sentía al cortar un cuerpo humano?”. Kuklinski se encoge de hombros y dice: “Es sucio”.
Al final de la entrevista, por fin, Kuklinski se derrumba. Ha conseguido mantener una distancia segura con los hechos, con su narración, incluso ha sonreído en varias ocasiones, pero al fin, dice: “Nunca he lamentado nada de lo que he hecho, excepto hacer sufrir a mi familia. Eso es lo único que lamento. No busco el perdón y no me arrepiento…” Se queda un momento en silencio y rectifica: “No, no es verdad. Quiero que mi familia me perdone”. Aquí se emociona y respira hondo. “No podré terminar esto. Nunca me había pasado. Este no soy yo. Sufro por mi familia. El Hombre de Hielo llorando, no es algo muy macho. He herido a personas que lo son todo para mí. Las únicas personas que significaron algo para mí”.
Richard Kuklinski falleció en prisión, el 6 de Marzo de 2006, a los 81 años de edad.
En YouTube se puede encontrar esta y otra entrevista en varias partes. Yo dejo aquí un montaje con algunas imágenes de este hombre.