1.- ¿Por qué escribes?
Escribo porque es lo que sé
hacer mejor. Eso sí, después de leer y de releer, que son mis dos actividades
preferidas. Si fuera un manitas, las manos efectivamente las emplearía para
fines más prácticos. Como soy un manazas, pienso, cavilo, leo y escribo. De la
fermentación de esas ideas prestadas o propias, algunas egregias y otras
banales, sale lo que escribo. Y al hacerlo me quito de encima una preocupación.
Lo que no piensas, si permanece ahí, sin escribirlo, te ronda en la cabeza,
amenazándote, obsesionándote. Al plasmarlo, al materializarlo, te liberas
momentáneamente y eso te alivia. Lo dejas convertido en escritura que, por
supuesto, será decepcionante. ¿A eso es a lo que llego? Tras tanta cavilación,
¿eso es a lo que alcanzo? Pues sí. Escribir te rebaja los humos y te hace ver
tu limitación expresiva, la poca originalidad. Una idea y un mundo inexpresados
o no escritos siempre tienen brillo. Cuando los expeles pierden fuerza y su
enunciación muestra lo romos que eran. Al final, el lenguaje es préstamo,
tradición, coerción. Pero es también mi respiradero. Al escribir desalojo o
vacío parcialmente ese pequeño ático que es mi cerebro. Como no cabe más, lo
expulso. Dejo así sitio libre para una nueva cavilación, para una nueva
ideación. Y vuelta a empezar.
2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o
manías a la hora de escribir?
¿Manías? Sólo necesito
comodidad, poco ruido. Y luz, más luz. Hace años que no escribo con ordenador.
Me desprendí de mi último Mac hace un tiempo. Se lo regalé a un muchacho muy avispado
que empezaba su carrera profesional. Sin duda le iba a ser más útil que a mí.
Desde hace años escribo con iPad Pro o Mini. Y escribo mejor cuando algo me
irrita, me solivianta, me enerva. Celebrar algo que he leído también me gusta,
por supuesto, pero qué a gusto me quedo cuando critico la estulticia (o lo que
yo considero como tal), la arrogancia, la brutalidad, la cursilería. Por
supuesto, escribo también en el ámbito académico mis monografías, algún libro y
los severos artículos que me piden. Al fin y al cabo, si soy catedrático de
historia es porque produzco textos de historiografía... Pero me estoy dejando.
Desde 1993 me estoy dejando. Prefiero la indisciplina y el placer del texto.
Uno ya tiene su edad.
3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Me preocupan el mundo y sus
ficciones. La ignorancia y la brutalidad. Me preocupan las vidas de los otros,
que es tema fascinante: la mía, mi existencia, es común, nimia y bastante
insípida. No me lamento: me gusta por comodidad. Sólo la lectura me saca de
quicio o de mis casillas para llevarme lejos de mí: me pone en riesgo sin
grandes peligros. O eso creo. No leo para corroborar lo que ya sé o para
confirmarme. Leo para desplazarme, para contrariarme y para aprender, sin duda.
Eso que leo me provoca gran preocupación y de ahí las cavilaciones, mis
cavilaciones. Inmediatamente las escribo, convirtiendo el texto en deudor de un
género. Me acojo a las reglas del género que practique en ese momento. Y de
todos el que más me gusta es aquel que Clifford Geertz llamó “géneros
confusos”. O “géneros borrosos”, que es como podría traducirse su expresión blurred
genres.
4.- ¿Algún principio o
consejo que tengas muy presente a la hora de escribir?
Perdóneseme la segunda persona.
Me digo siempre algo así como: Justo, quien te puede leer no tiene interés
alguno en leerte. Por tanto, debes captar su benevolencia, debes atraerlo al
tema, asunto o escrito. Por importante que sea el objeto, un mal tratamiento
provoca desinterés. Por ello, persuade, razona, argumenta, convence, Justo.
Pero hazlo de manera entretenida. Sin duda hay temas que no se prestan a broma
alguna, pero hay tantos sobre los que se puede escribir con guasa, con ironía.
En todo lo que escribas, Justo, despierta una sonrisa, provoca incluso la risa,
atrae el interés, proporciona datos, administra la información, regala una
erudición y que el cierre complete un círculo, que el final te lleve al punto
de partida.
5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que
lo tienen todo planificado desde el principio?
Si escribo ensayo o alguna
ficción, no me gusta planificar más que lo mínimo: que una palabra te lleve a
otra, que una resonancia te provoque una metáfora, pero metáfora contenida, que
tus adjetivos no se multipliquen, que la amplificación no engorde
innecesariamente tu verbo, que la precisión sea coherencia, que la prosa diga y
comunique. No oscurezcamos la expresión para parecer más sofisticados o
profundos.
6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
¿Autores o libros de cabecera?
Creo los nombres que pueda decir son muy obvios: Jorge Luis Borges, Umberto
Eco, Gustave Flaubert, Benito Pérez Galdós, Charles Dickens, Pío Baroja,
Antonio Machado, Thomas Mann, Franz Kafka, Hannah Arendt, Antonio Muñoz Molina,
Javier Cercas. Etcétera.
Más que autores o libros de
cabecera, tengo autores o libros en la cabeza, los autores y los libros con los
que brego ahora, con los que ahora disfruto o con los que ahora me irrito, con
los que ahora aprendo. La lectura es una interlocución. Nadie puede conocer a
todas las personas que desearía conocer. Con los libros puedes frecuentar a
quienes quizá jamás conocerás. Mi mundo se amplía, la existencia se prolonga y
yo creo que me quito parte de mi tontería. El tonto no es el inculto, por supuesto.
El tonto es quien vive confortablemente instalado en sus opiniones prestadas,
en el tópico. Yo quiero pensar. No siempre lo logro, claro.
7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que
hayas publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Varios libros.
Uno es una ficción: La lengua
es fascista, escrito con Juan Calabuig; otro es propiamente un ensayo: El
pasado no existe; otro pertenece a los géneros confusos: Todo es falso
salvo alguna cosa; otro es un homenaje: Leer el mundo. Visión de Umberto
Eco; y, finalmente, otros dos que he de entregar en las próximas semanas y
que me ilusionan: Historia y ficción. Conversaciones con Javier Cercas y
Microhistoria. Las narraciones de Carlo Ginzburg. Este último lo he escrito
con Anaclet Pons.
Justo Serna
(Valencia, 1959) es catedrático de Historia
Contemporánea
en la Universidad de Valencia. Su especialidad es la Historia cultural.
Entre
sus obras más recientes destacan Leer el mundo. Visión de Umberto Eco
(2017), Todo es falso salvo alguna cosa (2017), La lengua es fascista
(2017, con Juan Calabuig) y El pasado no existe. Ensayo sobre la
Historia (2016), Antonio Muñoz Molina. La letra pequeña (2016), Antonio
Muñoz Molina. El tiempo en nuestras manos (2014) y La imaginación
histórica (2012).
Por
algunas de sus obras ha recibido distintos galardones: el Premio de la Crítica
Valenciana (2008), certamen del que ha sido finalista en varias ocasiones; el
Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos (2012), otorgado por la Fundación
Lara. Etcétera.
Es
publicista y polemista: en esta tarea destaca con obras como La farsa
valenciana (2013) y Bestiario español (2014). Ha sido o es
colaborador de distintos medios de comunicación: El País, Levante-EMV,
infoLibre, Claves o Pasajes.
Es
un activo internauta
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