lunes, abril 20, 2015

Miguel Barrero - Cuestionario básico


1.- ¿Por qué escribes?

No estoy seguro de saber responder a esa pregunta, principalmente porque nunca me la he planteado en términos generales. Sí me he preguntado, normalmente después de un tiempo, por qué en determinado momento escribí tal o cual cosa, pero nunca por qué escribo en un sentido amplio o global. Supongo que porque nunca lo necesité, en la medida en que uno no necesita dar explicación a impulsos que llega a juzgar esenciales. Podría jugar a inventarme una teoría y plantar aquí alguna explicación rotunda y mayestática, pero seguramente estaría equivocada. Quizá sea cierto eso de que escribimos porque alguna clase de tara nos impide estar conformes con el mundo tal cual es, o tal cual lo percibimos, y en un momento dado, y de forma inconsciente, resolvemos explicárnoslo con nuestras propias palabras. Es una explicación con la que podría estar de acuerdo.

2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a la hora de escribir?

Me gusta escribir en silencio, en una habitación vacía, sin interrupciones externas y con la mayor tranquilidad posible, es decir, sin ninguna otra tarea por delante y, preferentemente, con los teléfonos desconectados. De cualquier modo, no sé si se puede hablar de «costumbre» porque en realidad no siempre ha sido así. En mi vida he cambiado muchas veces de circunstancias y de espacio, y eso ha hecho que en cada caso haya tenido que amoldarme a lo que había. He procurado ser siempre fiel a esas exigencias mínimas, pero no siempre lo he logrado. Hasta hace no mucho había otra: tener siempre a mano una cajetilla de tabaco. Ahora estoy aprendiendo a prescindir de ella.

3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?

Durante mucho tiempo creí que ninguna de las novelas que había escrito tenía puntos en común con las demás. Sin embargo, tras la publicación de la penúltima, La existencia de Dios, y gracias a la pregunta de un periodista que me planteó una cuestión muy similar a ésta, reparé en que todas ellas se trataba, en mayor o menor medida, el tema de la identidad. De manera nada premeditada, había ido abordando el concepto en sus diversas escalas: la identidad individual, la familiar, la social, la histórica, la grupal, etcétera. La identidad como aquello que nos define ante los demás, pero también la búsqueda de una identidad ajena en la que insertarnos para lograr reconocernos.

4.- ¿Algún  principio o consejo que tengas muy presente a la hora de escribir?

Mantengo como única lealtad aquella que tiene que ver conmigo mismo: escribir lo que quiera, sin que nada ni nadie pueda condicionar lo que escribo. Cualquier otra cosa supondría incurrir en una especie de autocensura, y creo que la escritura ha de constituir un espacio insobornable de libertad.

5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo tienen todo planificado desde el principio?

La primera novela que publiqué, Espejo, apareció hace diez años y fue también la primera que escribí. Hasta aquel momento no había culminado ninguna narración larga, sólo algunos cuentos que habían venido obteniendo una acogida desigual, pero siempre muy modesta, y cuando decidí que iba a intentar emprender la escritura de una novela procuré tomar todas las precauciones que estaban a mi alcance. No sólo diseñé pormenorizadamente una trama, sino que también concreté qué personajes iban a poblarla, de qué manera iban a influir en ella y hasta cuántos capítulos tendría el libro y qué iba a ocurrir exactamente en cada uno de ellos. La estratagema facilitó la escritura y debió de salir bien, porque me valió un premio. Como no he vuelto a leer ese libro, no sé qué opinión me merece ahora ni si yo mismo aprobaría o desaprobaría la metodología que seguí entonces. Lo que sí sé es que me aburrí muchísimo mientras lo escribía, porque tenía todo tan planificado que en ningún momento quedó abierto el menor margen para la sorpresa. En la siguiente novela que escribí —fue Los últimos días de Michi Panero, que después se convertiría en la tercera que publiqué— aún no había perdido del todo el miedo y, si bien fui mucho menos escrupuloso que la vez anterior, también procuré embarcarme en la escritura con un itinerario más o menos bosquejado. En mis siguientes libros ocurrió todo lo contrario: un lanzarme a la aventura obedeciendo a un impulso que a veces tenía anclajes muy difusos y de cuya continuidad ni yo mismo podía estar seguro, procurando ir siempre con la brújula en la mano, pero desprovisto de mapas que me marcasen el camino.

6.- ¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?

Siempre que respondo a esta clase de preguntas tengo la impresión de que nunca acierto a dar la medida exacta en las respuestas, que o bien me quedo corto o bien me excedo, y que nunca o casi nunca logro enfocar directamente la cuestión. Hay tantos autores a los que uno debe agradecimiento, tantos libros que merecerían ser nombrados y que no siempre acuden a la memoria en el momento de responder, que el resultado puede quedar muy desequilibrado. No creo que ningún novelista pueda serlo sin haber leído y apreciado a Miguel de Cervantes, en especial El Quijote, pero también las Novelas ejemplares, del mismo modo que considero inevitable pasar por diferentes hitos (Marcel Proust, James Joyce, William Faulkner, Balzac, Shakespeare, Victor Hugo, Dostoyevski, Jorge Luis Borges, Flaubert, Dickens)  si uno quiere velar armas como escritor. Aunque suene paradójico o extraño, admiro mucho a Juan Benet y a Benito Pérez Galdós, y al margen de la debilidad que siento por autores como Carrère, Philip Roth, Álvaro Cunqueiro, Miguel Delibes o Gonzalo Torrente Ballester, no puedo dejar de mencionar a cuatro autores, vinculado además cada uno de ellos a dos libros, que fueron verdaderamente importantes en mi juventud lectora: el Antonio Muñoz Molina de Beatus ille y El jinete polaco; el Manuel Vázquez Montalbán de Los mares del sur y Galíndez; el Eduardo Mendoza de La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios; y el Javier Marías de Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí. En los últimos años, también Javier Cercas me ha interesado muchísimo con Soldados de Salamina y Anatomía de un instante

7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.

Mi última novela, Camposanto en Collioure, viene a ser un híbrido que reflexiona acerca del modo en que los lugares conservan su propia memoria de todo cuanto ocurrió en ellos, y surgió precisamente obedeciendo a uno de esos impulsos a los que me refería antes. En agosto de 2012 visité la tumba de Antonio Machado y tuve ocasión de conocer los vestigios que quedaban del exilio tanto en la antigua línea fronteriza de los Pirineos orientales, especialmente en el territorio que separa las localidades de Portbou y Cerbère, como en la comarca del Rosellón, donde el exilio republicano, que en España se nos presenta muchas veces como una abstracción o como algo perteneciente al pasado, se hace presente y cobra voz y cuerpo a través de quienes lo padecieron o de sus descendientes, que aún viven y mantienen una relación tan extraña como conflictiva con la España que les obligó a partir y luego se desentendió de ellos. Hubo, en concreto, una experiencia que resultó demoledora: visitar la playa de Argelès-sur-mer y constatar el enorme contraste entre lo que estaba ante mis ojos, un arenal inmenso donde familias enteras disfrutaban de los últimos estertores del verano, y las imágenes que retenia mi memoria, aquellas fotos horribles en blanco y negro que retrataban el campo de concentración que se levantó en aquel mismo lugar y donde malvivieron hacinadas miles de personas a las que la derrota en la guerra civil abocó al exilio. Todo eso, unido a la evocación inesperada de una conversación que mantuve con Ángel González el día en que nos conocimos, provocó que un par de meses después de regresar de aquel viaje, que yo había hecho sin la menor intención de escribir nada, me sentara ante el ordenador y surgiera la primera frase, y que tras ella, poco a poco, fueran llegando las demás. 


Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven; KRK Ediciones, 2005), La vuelta a casa (KRK Ediciones, 2007), Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner; DVD Ediciones, 2008), La existencia de Dios (Trea, 2012) y Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature Fondation Antonio Machado; Trea, 2015). Codirector del documental La estancia vacía (2007), ha trabajado y colaborado en diversos medios, como Qué Leer, Jot Down, Culturamas, La Vanguardia, Blisstopic o El Asombrario.

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