domingo, junio 04, 2006

Fama y Muerte

En la película "Celebrity", de Woody Allen, uno de los personajes (el interpretado por Judy Davis, creo), dice algo así como: "Se puede saber mucho de una sociedad observando a quién decide hacer famoso". Este es el punto interesante de la película, pero no entra en él, se limita a rozarlo, a tocarlo muy tangencialmente. En una entrevista, Woody Allen dijo que lo que realmente quería era contar una historia de dos personas que se separan y que todo el asunto de las celebridades es únicamente el decorado de esa historia principal. Pero yo no me lo creo, más bien pienso que no le salió como esperaba, porque ése es precisamente el quid de la cuestión: ¿cómo y por qué elige una sociedad a sus famosos? Un tema interesante. Nuestra sociedad busca el entretenimiento, y nos jactamos de ser libres, el objetivo es triunfar, y consumir, y todo debe suceder de la manera más rápida posible, no es pues de extrañar que las condiciones para alcanzar la fama sean tan elásticas y poco exigentes que cualquiera que se encuentre en el momento adecuado en el lugar adecuado puede cumplirlas. Lo vemos continuamente en la televisión. Nuestra sociedad rinde, hoy por hoy, un tributo desmedido a la fama. Los jóvenes ya no quieren ser futbolistas o médicos o policías: quieren ser famosos.

Hace unos años se publicó un magnifico libro titulado "El factor fama", de Mercedes Odina y Gabriel Halevi (editorial Anagrama). En él se analiza un fenómeno extraño y cautivador que se extiende entre la gente como una epidemia y es capaz de mutar y manifestarse de formas distintas, incluso es capaz de alcanzar a cada persona en una proporción diferente: el afán de fama. La fama y sus distintos ropajes. La fama como meta en sí misma. No se pretende triunfar en algo que, como consecuencia, reporta fama; lo que se quiere es sólo la fama, directamente, sin tener que hacer nada especial para merecerla. Y cuando la fama no llega, hay quien incluso prefiere aspirar a la mala fama antes que al anonimato, es decir, cometer un delito que tenga una repercusión en los medios de comunicación. Tiempos absurdos estos.
La carrera que deben estudiar los «triunfadores» se basa en la falta de escrúpulos, la falta de moral o de ética, la desinhibición, el arte del insulto, la grosería, y tantas y tantas cosas que puede uno aprender vagando por las calles, sin más. ¿Carrera de periodismo? ¿Quién la necesita? ¿Y para qué? ¿Para pasarse los días buscando gordos o calvos o promiscuos o violentos o transexuales o quién sabe qué bicho raro para alguno de los muchos y exitosos programas de testimonio? Pues este es el mundo real. (Les recomiendo el libro de Mariola Cubells "Mírame tonto").

Acabamos de asistir, algunos en estado de estupefacción, a la retransmisión de la agonía y muerte de Rocío Jurado. Hemos contemplado cómo la familia era acosada día y noche. Hemos asistido a su dolor, a su llanto, sin pudor, incluso ha habido quien ha subtitulado las frases de consuelo que se decían unos a otros. Ha sido obsceno. Ha sido indignante. Todos los mecanismos del melodrama más barato se han desplegado en la retransmisión del funeral. Y uno piensa, si se contara así el entierro de cualquier persona, de la que sea, ¿no lloraría la gente del mismo modo? No tengo la menor duda de que así sería. La telebasura nos ataca directamente al lado instintivo. Evita lo racional para atraer a los instintos más primarios. Sangre, peleas, insultos, dolor, muerte, sexo, lujuria... todo mezclado en un cóctel mortal que pretende no darnos tregua. Hay quien dice que la culpa la tiene quien la ve. Yo digo, categóricamente, que la culpa la tiene quien la emite.
Con esto no quiero restar un ápice a la importancia de Rocío Jurado como artista, una mujer que merece todos mis respetos. Su muerte ha sido sin duda una pérdida importante. Como también lo ha sido la muerte hace unos días del director de cine Shohei Imamura. Aunque, claro, Imamura ha muerto a los 80 años y Rocío Jurado a los 61, no es extraño que la muerte de ésta haya resultado más cercana y trágica. Lo entiendo. Ahora bien, aquellos que aspiran a una fama desmedida deben tener en cuenta que el precio que habrán de pagar será la pérdida del respeto. Ni siquiera les tendrán respeto cuando agonicen.

7 comentarios:

Portarosa dijo...

La culpa, en mi opinión, la tienen todos, los que la emiten y los que la ven; pero es proporcional a su poder, a su capacidad de decisión, a su cultura... a, en fin, lo que cabría esperar de ellos. Creo.

Muy buen post, K. (te he dejado varios comentarios por ahí atrás).
Muy interesante, el blog.

Alicia Liddell dijo...

Parto del hecho que ni la persona ni el personaje de RJ me han interesado nunca en vida y no me interesan en la muerte. Así que me temo que, salvo accidental zapineo, he eludido conscientemente todo el circo.

Me llama más la atención la otra parte, la de la carrera de famoso. En mi opinión es un asunto de loqueros. Me entero a veces de cosas alucinantes, como que una mujer se extirpa los pechos para conseguir un buen pellizco. Hay individuos de ese infierno (o individuas) que tienen accidentes o enfermedades frecuentes (síndrome de Munchausen)... todo con el único objetivo de aparecer en programas color mierda.
Cuando el voyeurismo deja de ser una patología y se convierte en un fenómeno social ... en fin, no es que sea complicado, es que refleja a una sociedad enferma.

Portnoy dijo...

No he participado en el inmoral comercio del dolor ajeno. No me interesa. No he visto ninguna imagen. He apagado el televisor. Me he saltado las páginas de los periódicos que hablaban del tema.
He sentido más la pérdida de Imamura, pero eso es muy subjetivo.
Pero el caso es que nos merecemos a nuestros personajes célebres y al Todo Vale que caracteriza desde hace unos años a nuestra sociedad que lleva a la violencia, física o verbal, al desprecio por los demás y sus opiniones y el desmedido valor de la Nada... recordad Cambalache, de Santos Discépolo...

Pero nos lo merecemos porque les prestamos atención... si nos hubiésemos negado todos a ver las obscenas imágenes del dolor ajeno quizás hoy tendriamos otro tipo de programas.
Un saludo K.

El Miope Muñoz dijo...

Yo también he procurado mantenerme alejado de esta campaña de normalizar el asco moral, otro paso más de la televisión y de los medios.

La culpa. No me gusta buscar culpables e inocentes, pero me decanto por los dos. Nosotros por tragar. Ellos por irresponsables, por deformar la palabra periodismo.

Pero así transcurre nuestro país, tras la defunción artística de Rocío Jurado, como buitres han decidido convertirla en un objeto mediático para resucitarla y convertirla en objeto de una nostálgica más cínica e hipócrita imposible.

¡Un saludo!

Miguel Ángel Muñoz dijo...

Gracias por tu visita y tus buenos deseos. Enhorabuena por tu blog. Te leeré con frencuencia.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Soy Esther G.Llovet otra vez.A mí lo que me preocupa también es que la gente de la prensa rosa ha acabado saliendo en la prensa "seria" (Como los de Ubrique y el fraude a la seguridad social)y la gente de la prensa seria ha acabdo saliendo en la rosa (Como el supuesto divorcio de Bono. Da un poco de miedo torero.

Miguel Sanfeliu dijo...

Los noticiarios se parecen cada vez más a los programas denominados "amarillos" o sensacionalistas. Van dirigidos al puro entretenimiento. Algunos se regodean en los sucesos, en las truculencias, con música de fondo, avanzando las extrañas historias que nos van a ofrecer "en breves momentos". Supongo que se trata del culto a la diversión, del todo vale por la audiencia, o eso creen.
Un saludo a todos y gracias por vuestros comentarios.