viernes, noviembre 18, 2011

Esquina inferior del cuadro


Miguel Ángel Zapata va consolidando, paso a paso, una obra centrada en el cuento. Sus dos primeros libros eran de microrrelatos y en ellos se percibía con claridad tanto las preferencias temáticas de este escritor como su preocupación por el estilo: “Baúl de prodigios” y “Revelaciones y magias”, ambos editados por Traspiés. Ahora, la editorial Menoscuarto presenta “Esquina inferior del cuadro”, libro de relatos dividido en tres partes que refleja, de modo contundente, el oficio y capacidad de su autor.

Zapata da al lenguaje un protagonismo evidente, una retórica poética cuyo eco nos sumerge en ese mundo que parece encontrarse entre lo cotidiano y las pesadillas. Es necesario dejarse llevar por la musicalidad de la prosa, empaparse con la atmósfera densa y asfixiante, para adentrarse en ese mundo un tanto desolado, frío y apartado del cotidiano devenir, como ajeno a su tiempo.

Recuerdos de infancia en una casa aislada, con un primo más bien perverso, una relación de pareja marcada por la lectura de unos libros, protagonizados por una heroína de tebeo que acabará aniquilándoles, un monstruo encerrado en un trastero, el esperpéntico paseo en tanque de un anciano trasnochado o la patética espera de un diluvio imaginario. Asesinos de apariencia inofensiva, secretos encerrados en anodinos personajes, soledades anónimas donde se ocultan miserias y mezquindades. Un mundo en el que las historias de terror se ocultan en los rincones mas insospechados de una sociedad que envuelve todo lo que la conforma en una aparente normalidad. No es extraño que la televisión, ojo artificial que se empeña en colarse en los resquicios de las miserias humanas, aparezca en varios de estos textos.

Un libro que exige un esfuerzo por parte del lector, le propone entrar en su juego y, a cambio, lo sumerge en un mundo de sombras, de historias escondidas, de terrores y desencuentros, en una realidad deforme e inasible que pretende evitar nuestra mirada.


Extractos:

Ahora, sí, ahora es precisa una pausa, un cambio, una reconversión, devolver mis rasgos ayer perfectísimos a la feliz tertulia con los espejos de antes del accidente, a la idealidad que reclaman aplausos y focos, rota mi cara atravesando como martillo de piel el cristal de la luna delantera, amasijo veloz de sangre, dermis, gasolina quemada y rampante cavallino quebrando mis huesos, haciendo de Apolo una grotesca broma. Ahora que demando arquitecturas de la carne, inédito tabique nasal, costuras, implantes, rellenos, piezas dentales a esta boca de precoz anciano brutalmente desposeído, reconstrucciones desde el horror que nadie quiere mirar ya.


...

Apostarme en la ventana, desplegar mi tarea cósmica de observador más allá, más acá de todo, cuando la noche vierte su argot de tinieblas: los sonidos demasiado humanos, los ruidos bestiales, los susurros de las cosas abiertas en pulpa a la oscuridad. Sencillo perfil de los rostros y las voces del universo que se dibujan y hablan. Yo, astrónomo con zapatillas de paño, permito a mis pupilas su danza lenta en torno al mundo.

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