Mi padre es el menor de cuatro hermanos. El mayor murió. El tercero, vive cerca de nosotros y mantenemos cierto contacto. El segundo, Antonio, estuvo desaparecido treinta y dos años.
Antonio perteneció a la CNT, por lo cual sufrió largas jornadas de torturas en manos de la policía franquista y seis años de cárcel en lo que ahora es el rehabilitado monasterio de San Miguel de los Reyes, en Valencia. Cuando salió, había cambiado. Creía que le seguían y estaba asustado. Esto, unido a la difícil situación económica de aquellos tiempos, le impulsó a decidir marcharse de la ciudad, rumbo a Barcelona y, probablemente, continuase hacia Francia. Después de su marcha, se recibieron un par de cartas y luego, el silencio.
Nosotros siempre creímos que había muerto. Pero un día, mi tío José encontró una nota que alguien había echado por debajo de su puerta. La nota era del desaparecido tío Antonio, y explicaba que estaba viviendo en Alicante. Esta noticia nos produjo a todos una gran conmoción. Sin perder tiempo, preparamos la marcha al encuentro de aquel hombre al que yo sólo conocía por unas escasas y descoloridas fotografías. Durante el trayecto, elaboramos toda una serie de posibilidades sobre lo que nos íbamos a encontrar, nos preguntábamos si se habría casado, si le habrían diagnosticado una enfermedad incurable... no sé. El caso es que la idea del reencuentro con aquel familiar nos provocó una inexplicable emoción, emoción que fue acrecentándose conforme fuimos llegando a la dirección que nos había facilitado, al edificio señalado, a su piso, a su puerta.
Debo reconocer que no hubo gritos ni lágrimas, lo cual movió a mi tío José a comentar que, sin duda, nos hubieran echado del programa "Quien sabe dónde". El humor siempre ha sido una buena manera de aligerar la tensión de ciertas situaciones. Aquel hombre tenía setenta y ocho años, pero se conservaba bien de salud, a excepción del hecho de que su paranoia se había acentuado, y esta era la causa que le había impulsado a reencontrarse con sus hermanos y a pedirles ayuda para luchar contra sus perseguidores. También su situación económica era bastante precaria. Su casa era pequeña y desordenada, pero allí, los tres hermanos, revivieron su pasado, los amigos en común, la infancia, las circunstancias que provocaron la marcha de Antonio, los tres volvieron a ser niños por unas horas.
Este hombre, durante todos los años transcurridos, no había hecho otra cosa más que huir inútilmente de un pasado atroz, de unos hombres de uniforme, de una comisaría oscura donde lo golpearon día y noche. Un médico se encargaba de decir cuándo debían parar de pegarle, para que no se muriese por los golpes.
Intentamos establecer un contacto con él, pero a la tercera visita se mostró incómodo. No quería saber nada de nadie. Dijo que se marchaba de viaje, que alguien entraba en su casa por las noches y le cambiaba las cosas de sitio. La siguiente noticia, apenas unos meses más tarde, fue que estaba en un hospital, muriéndose.
Resulta curioso cómo nos ata el pasado. El pasado parece encerrar las claves de nuestra existencia actual, nos explica. Por eso este tipo de encuentros nos resultan tan emotivos, porque son encuentros con el pasado, con nuestro pasado, compartido con una persona que se había perdido del mismo modo que se pierden los recuerdos. En la mayoría de los casos se tiene la impresión de que esa persona que vuelve directamente desde un determinado punto de nuestra infancia o juventud, encierra en su poder alguna clave sobre nosotros mismos.
Antonio perteneció a la CNT, por lo cual sufrió largas jornadas de torturas en manos de la policía franquista y seis años de cárcel en lo que ahora es el rehabilitado monasterio de San Miguel de los Reyes, en Valencia. Cuando salió, había cambiado. Creía que le seguían y estaba asustado. Esto, unido a la difícil situación económica de aquellos tiempos, le impulsó a decidir marcharse de la ciudad, rumbo a Barcelona y, probablemente, continuase hacia Francia. Después de su marcha, se recibieron un par de cartas y luego, el silencio.
Nosotros siempre creímos que había muerto. Pero un día, mi tío José encontró una nota que alguien había echado por debajo de su puerta. La nota era del desaparecido tío Antonio, y explicaba que estaba viviendo en Alicante. Esta noticia nos produjo a todos una gran conmoción. Sin perder tiempo, preparamos la marcha al encuentro de aquel hombre al que yo sólo conocía por unas escasas y descoloridas fotografías. Durante el trayecto, elaboramos toda una serie de posibilidades sobre lo que nos íbamos a encontrar, nos preguntábamos si se habría casado, si le habrían diagnosticado una enfermedad incurable... no sé. El caso es que la idea del reencuentro con aquel familiar nos provocó una inexplicable emoción, emoción que fue acrecentándose conforme fuimos llegando a la dirección que nos había facilitado, al edificio señalado, a su piso, a su puerta.
Debo reconocer que no hubo gritos ni lágrimas, lo cual movió a mi tío José a comentar que, sin duda, nos hubieran echado del programa "Quien sabe dónde". El humor siempre ha sido una buena manera de aligerar la tensión de ciertas situaciones. Aquel hombre tenía setenta y ocho años, pero se conservaba bien de salud, a excepción del hecho de que su paranoia se había acentuado, y esta era la causa que le había impulsado a reencontrarse con sus hermanos y a pedirles ayuda para luchar contra sus perseguidores. También su situación económica era bastante precaria. Su casa era pequeña y desordenada, pero allí, los tres hermanos, revivieron su pasado, los amigos en común, la infancia, las circunstancias que provocaron la marcha de Antonio, los tres volvieron a ser niños por unas horas.
Este hombre, durante todos los años transcurridos, no había hecho otra cosa más que huir inútilmente de un pasado atroz, de unos hombres de uniforme, de una comisaría oscura donde lo golpearon día y noche. Un médico se encargaba de decir cuándo debían parar de pegarle, para que no se muriese por los golpes.
Intentamos establecer un contacto con él, pero a la tercera visita se mostró incómodo. No quería saber nada de nadie. Dijo que se marchaba de viaje, que alguien entraba en su casa por las noches y le cambiaba las cosas de sitio. La siguiente noticia, apenas unos meses más tarde, fue que estaba en un hospital, muriéndose.
Resulta curioso cómo nos ata el pasado. El pasado parece encerrar las claves de nuestra existencia actual, nos explica. Por eso este tipo de encuentros nos resultan tan emotivos, porque son encuentros con el pasado, con nuestro pasado, compartido con una persona que se había perdido del mismo modo que se pierden los recuerdos. En la mayoría de los casos se tiene la impresión de que esa persona que vuelve directamente desde un determinado punto de nuestra infancia o juventud, encierra en su poder alguna clave sobre nosotros mismos.
11 comentarios:
Qué historia más conmovedora, Miguel.
Creo que en este caso que nos cuentas si bien el pasado es importante es más importante el amort que existe en ese pasado y en el presente. Creo que con el terrible sufrimiento que vivió tu tío nunca debió de quedarse solo, quisiera él o no, necesitaba (y necesita) mucha comprención, ternura, cariño, paciencia, compañía, atmósferas alegres, médicos para curar sus dolores guardados en la mente.
El dolor es la más terrible de las enfermedades...
comprenSión, perdón.
Es una historia increíble, Miguel. El pasado es el que hace nuestro presente, eso está claro, pero en ciertos casos nos condiciona de tal modo que nos aboca a un futuro triste. El de tu tío es uno de esos casos. Muchas personas que sufrieron torturas y persecución en algún momento de sus vidas conservan ese miedo a ser descubiertos. Me aterra pensar lo que deben haber sufrido para llegar a ese punto.
Un abrazo
Miguel; me he acordado de inmediato de tu tío, en otra ocasión te referiste a él. Pero que terrible experiencia, detrás de esa desaparición hay una vida de pesadilla. Ojalá y ahora sea una vida llena de amor. Me has conmovido.
Te leo Miguel y me dejas en silencio.
Conmovida.
Miguel, justamente ayer estaba precisamente pensando en esto, en los recuerdos, en el pasado que a veces nos persigue hasta el final de nuestros días.
Me ha conmovido muchísimo esta historia, Miguel. Es terrible lo que le pasó a tu tío y más terrible aún que estuviera tanto tiempo sin su familia y que al final de sus días todavía estuviera huyendo, huyendo de todo y quizás hasta de sí mismo.
Sé que escribir estas entradas personales no es fácil porque nos llegan mucho, pero a mí me acercan más a la persona que las está escribiendo, me permiten conocer su interior, saber lo que le inquieta, lo que le duele, lo que lo asombra o sensibiliza.
Espero que el reencuentro haya servido de algo, que algo les haya quedado a ustedes.
Un abrazo.
pzQuizá porque el conocimiento de nuestro pasado nos ayuda a sobrevivir.
Saludos.
Magda, lo cierto es que la historia es un poco más larga, pero son detalles que no aportaban nada a lo que quería contar. Los acontecimientos no se produjeron de un modo tan brusco.
Aunque es cierto que en más de una ocasión se mostró arisco y que volvió a marcharse durante una temporada para viajar por Europa. Una aparición que me impresionó mucho, sobre todo por la historia de sufrimiento que llevaba detrás.
Elena, sí que es increíble. A veces me preguntó qué clase de historia vivió, seguramente en estado de alerta constante. Su mundo "real" era un lugar peligroso.
José, sí, es posible que me haya referido a él con anterioridad porque es algo que me impresionó bastante. Después de treinta y dos años apareció de repente, como si inconscientemente quisiera despedirse, pues murió unos tres años más tarde, de cáncer de colon.
Clarice, yo pienso mucho en este tio mío, en la vida que llevó.
Rosa, la historia es dura y el encuentro fue muy emocionante. Es terrible, como dices, y más si se ahonda en detalles que preferí no incluír.
Isa, eso sin duda, es absurdo ignorar nuestro pasado. Nos guste o no forma parte de nosotros mismos.
Un abrazo y gracias por los comentarios.
Me resulta increíble lo fácil que es destrozar la vida de alguien, su futuro se quedó en aquellos golpes. La vida de mi abuela también se quedó en una celda y sus muchos golpes... siguió viviendo hasta hacerse vieja, pero en realidad nunca salió de allí.
Gracias por compartir esta experiencia, Miguel.
Antonia Romero
Hola, Antonia. La verdad es que esa época está llena de historias trágicas. Vivencias que marcan toda la vida.
Un abrazo.
Sin duda que esa vida expone claves para entender las nuestras, sin duda el pasado es una casa abierta a la que volver para saber y evitar. En lo que toca a la represión y la tortura franquista, hay una serie, "Amar en tiempos revueltos", en TVE1, que resulta impagable para no perder la memoria.Me acordaré durante mucho tiempo de este hombre, seguro.
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