domingo, septiembre 14, 2008

Crisis

Cuando Juan López se detuvo frente a la entrada del edificio de oficinas en que trabajaba y, sin previo aviso, se puso a bailar a ritmo de rap, provocó sonrisas, expresiones de asombro y elocuentes movimientos de cabeza; solo quienes le conocían muy bien supieron comprender que acababa de sufrir un agudo ataque de nervios. Su Jefe llegó en ese momento y, al verlo tumbado sobre la acera, dando vueltas y vueltas, sin acabar de dar crédito al espectáculo que se le ofrecía, tomó una decisión con presteza y, al compás de aquel bailoteo, pidió a López que le acompañara a su despacho.
El despacho del Jefe se asemejaba a una enorme sala de operaciones o, al menos, causaba en López el mismo ánimo que si lo fuese, tanto es así que el solo crujido del asiento de cuero le hizo sentir tan asustado como si acabara de despertar de una horrible pesadilla. "Perdóneme, no sé qué es lo que me ha pasado". Pero el Jefe sí parecía saberlo, por supuesto; y no solo eso, sino que también era poseedor del remedio a sus problemas.
‑López, tómese la semana libre, vaya al campo con su familia, descanse, relájese, olvide el trabajo unos días y verá cómo el lunes se encuentra en plena forma.
El abatido Juan López dio las gracias y se marchó. Sus compañeros intentaron interesarse por su estado pero él los ignoró, absorto en sus propios problemas, preguntándose dónde ir a pasar el día, pues a su casa no le apetecía volver tan pronto, ya que el ambiente que le esperaba en ella no era el más propicio para superar una crisis. Su mujer llevaba varios días hablándole del divorcio y confesándole un sinnúmero de aventuras sexuales, mientras su hijo se encerraba en la habitación y se inyectaba cocaína o heroína o lo que mierdas fuese, con una insoportable música a todo volumen. No era precisamente la estampa familiar que había soñado a lo largo de su vida. Su hogar no era el reposo del guerrero, mas bien era la guarida de las fieras.
Arrastrando las piernas llegó hasta el parque de los Viveros y se dejó caer en un banco de madera, los pies en el suelo y la cabeza hundida entre los hombros. Un viento impertinente revolvió los cuatro pelos con los que intentaba ocultar su incipiente calva pero no le importó. Sus pequeños ojos grises se clavaron en el suelo examinando el enorme esfuerzo de unas hormigas que transportaban una cucaracha muerta. Antes de que se diera cuenta le cayó una lágrima que casi aplastó a uno de los insectos. Levantó la vista hacia un cielo que tenía las persianas cerradas y aspiró con fuerza el aire húmedo de la mañana.
Recordó los días que había pasado en aquel parque cuando era niño y todo le parecía muchísimo más grande, cuando el futuro era una imprecisa esperanza de felicidad, cuando se sentía seguro entre los brazos de sus padres. Entre estos árboles había paseado con su primera novia y, sentados en uno de estos bancos, se habían besado. Tal vez si se hubiese casado con ella todo hubiese sido distinto.
Una muchacha pasó entonces frente a él y le sacó de sus pensamientos. Era joven y bonita y, detrás de sus largas piernas, correteaba un pequeño perro de color blanco. Inmediatamente, Juan López sintió envidia de aquel animal, ausente de los problemas humanos, receptor de las caricias que le prodigaría su hermosa dueña, feliz correteando por el parque entre perfectas piernas de seda, con su ración de comida asegurada; y sin agobios de pagos ni stress ni hijos drogadictos ni nada de nada.
El perro se le quedó mirando fijamente, sintiendo sin duda pena por su lamentable estado. O quizá en su ignorancia envidiaba la situación de Juan López quien, por su parte, correspondió a aquella mirada con otra que intentaba escarbar en la pequeña cabeza del animal. Sus ojos se cruzaron fijamente hasta hacerle sentir que se desprendía de su cuerpo. Inexplicablemente, Juan López se vio a sí mismo sentado en el banco del parque, con expresión ausente y profiriendo suaves ladridos. Se vio desde lejos y sintió una extraña energía. Dio una vuelta sobre sí mismo y varios brincos, presa de una inexplicable sensación de euforia. Meneó la cola con fuerza y se acurrucó entre las largas y suaves piernas de su dueña.

14 comentarios:

Elena dijo...

Otra vez vuelves a sorprendernos con un relato que atrapa al lector, bien escrito y con un final sorprendente. Te estás convirtiendo -quizás lo eres hace mucho tiempo- en un excelente "cuentista".

Aunque yo si fuera Juan López me habría fijado mejor en un gato, esos sí que viven bien.

Genial, Miguel, como siempre.

Elena Casero dijo...

Sonrío. Muy buen relato, mejor final. A lo que nos conduce la desesperación.

Saludos

Anabel Rodríguez dijo...

Me gustó mucho el cuento. Cómo narras la situación en la que se encuentra Juan, las fieras que tiene en casa. La vida dificil que le toca llevar en esos momentos. El final es sorprendente.
Ahora miraré a los perritos y me acordaré de Juan, por si estuviera dentro de alguno de ellos.

Antonia Romero dijo...

¿Ha visto usted a Kafka por aquí?

Yo soñaba que volaba. Simplemente, daba un salto y me elevaba unos metros hasta volver a caer. Y otra vez... Pero veo que hay otras formas.

¿Si digo me encantó considerará usted que me repito?
Saludos

JOSÉ ROMERO dijo...

Una historia que alberga ilusiones de otra vida mejor, incluso en la de un perro. Un sobrio y amable sentido del humor, se deja sentir en el cuento, a mi entender. Le encuentro un pero... ¿El título?

Rosa Silverio dijo...

Me gustó mucho tu relato, Miguel. Muy bueno y con un excelente final.

Disfruté sobre todo tu prosa. Hay textos que uno los disfruta por partida doble: por la historia que contienen y por la manera en que fueron escritos. Con el tuyo me pasó igual.

Creo que eres un gran cuentista y ya me gustaría tener un libro tuyo en casa.

Abrazos.

Portarosa dijo...

Hola, Miguel. Cuánto tiempo...

Me ha gustado. El final no acabo de verlo del todo, pero me ha gustado mucho la descripción del hombre, de lo que piensa.

En concreto, esta frase, el futuro era una imprecisa esperanza de felicidad, me parece genial; entre otras cosas porque me toca de lleno.

Un abrazo.

Miguel Sanfeliu dijo...

Muchas gracias por vuestras opiniones. Me alegra que os haya gustado. Es un poco abstracto, pero creo que se sale un poco del resto de mis escritos y quería ver qué os parecía. Pese a su fondo amargo, no deja de ser una broma. Lo escribí hace bastante tiempo y lo tenía archivado con el titulo "Crisis existencial", pero a última hora me pareció demasiado rimbombante.
Un fuerte abrazo.

Portarosa dijo...

Pues que sepas, Miguel, que esas líneas que te he destacado me han servido para empezar un correo que le he escrito a mi padre contándole algunas cosas de cómo me he estado sintiendo desde hace años, y, en consecuencia, por qué he hecho algunas cosas últimamente.
Han sido importantes, de verdad; porque me han permitido empezar explicándoselo muy bien, e incluso han dado pie a la carta en cuestión.

Un abrazo.

Clarice Baricco dijo...

Me encantó el relato. Cuánto humor y simpatía y también provocador como siempre es tu costumbre.
Me agradó que de alguna manera, exaltas al perro.
Te felicito.

Abrazos.

Miguel Sanfeliu dijo...

Estimado Portorosa, agradezco mucho lo que me cuentas. No se me ocurre un elogio mejor. Gracias.
Me alegra mucho que algo escrito por mí te haya podido ser util de una forma real.

Clarice, me alegra que te haya gustado, y que destaques el punto provocador.

Un abrazo.

Lennis NJ dijo...

Saludos,
Sr Miguel una lectura que se disfruta, me hace pensar en cosas que nos envuelven en el dia a dia y que no le damos importancia... quizás me invita a priorizar cosas que las tengo en frente pero no las veo.

Estas letras son de las que me dejan la cabeza trabajando.

Excelente

Francisco Ortiz dijo...

Me gustó menos que otros, Miguel. Hay algo demasiado frío en la narración, un distanciamiento excesivo que desde el principio ya advierte de que este tipo está siendo visto de manera poco "humana", lo que corroboran un poco los tópicos de la familia y el trabajo agobiantes. Te has dejado algo de la sutileza de otros de tus mejores relatos y has sido demasiado directo, demasiado omnisciente. Pero una caída la tiene cualquiera, amigo. Un abrazo.

Miguel Sanfeliu dijo...

Sr. Lennis, muchas gracias por sus amables palabras.

Francisco, este relato tiene ya bastante tiempo y tomo nota de tus observaciones, siempre valiosas.

Abrazos