Los libros de Carlos Manzano nunca dejan indiferente, especialmente sus colecciones de cuentos. Sus personajes son seres perdidos, insatisfechos, que no llegan a alcanzar lo que desean, que se quedan observando cómo la vida pasa junto a ellos sin atreverse a tomar parte. En todos los relatos reunidos en el libro encontramos una escena turbadora, que nos hace dar un respingo, que nos sorprende, que nos obliga a arrugar el ceño, algo que no esperábamos del personaje y que no terminamos de entender, algo a veces tan fuera de lugar que no hace falta decir más para expresar el vacío que le invade, su insatisfacción, y nos deja claro que es alguien que lleva una carga sobre sus hombros, bien la de no haber tomado las decisiones correctas en su momento o bien la de la desgracia que se ha cebado sobre su destino.
La grandeza de un buen relato está en no contarlo
todo, centrarse en un momento muy concreto que, sin embargo, nos deja intuir
que hay algo mucho más importante detrás de él. Describir el instante que nos
desarma, que nos vuelve vulnerables. Ese segundo en que uno se mira al espejo
y, sin poder evitarlo, hace una mueca que le deforma el rostro, rompiendo por
un breve lapso de tiempo la fachada tras la que se oculta cuando está con los
demás.
Dice uno de sus personajes: "Siempre he sido
partidario de escoger la opción más cómoda y desechar las complicaciones que no
resulten imprescindibles". Y esto puede aplicarse a todos los
protagonistas de los relatos: gente que ha decidido dejarse llevar por las
circunstancias y a la que, en un momento dado, dicha sumisión le pasa factura,
a veces en forma de pequeña rebeldía.
El protagonista de "La confesión" dice:
"Siempre he sido de esa clase de tipos que apenas reflexionan sobre lo que
hacen o dejan de hacer ni sobre los porqués de sus decisiones". Sin
embargo, pese a esta apatía de sus personajes, Carlos Manzano nos lleva a
preguntarnos si dicho desinterés no será una consecuencia de su pasado. Un
pasado que a veces vuelve para rendir cuentas, demostrando que nunca llegó a
olvidarse, que siempre se mantuvo al acecho.
Encontramos en "Hubo un tiempo en que lo fui
todo" a un hombre que va a visitar a su hermano al hospital, pese a que
hace años que no se dirigen la palabra; dos parejas que se distancian después
de casarse; una mujer que cuida a su padre, con un compañero de habitación un
tanto desagradable; un hombre que se enfrenta a la madre del niño de cuya
muerte fue testigo; alguien que se niega a aceptar lo que siente por un
compañero; un padre que golpeaba a sus hijos con un cinturón de cuero; la mujer
que, a raíz de la muerte de su hermano, se siente atraída por los deportes
extremos; el hombre cuyo hijo ha sido atropellado; o aquel cuya hija ha sido
violada; o el que de repente siente una irresistible atracción por la amiga de
su novia; un asesino a sueldo que se enamora de la risa de una mujer, pero… Personas
que protagonizan estas historias que nos desvelan secretos ocultos,
remordimientos, insatisfacciones que les llevan a actuar de un modo que nos
sorprende.
También cabe destacar los microrrelatos que aparecen
en el libro, como, por señalar alguno, "Tomaban el sol desnudos" o
"Los violentos".
Carlos Manzano, no me cansaré de recomendarlo, es un
excelente escritor fiel a sus propios intereses, ajeno a modas o generaciones.
Su obra recorre un camino coherente y muy personal que supone toda una
experiencia para quien se atreva a transitarlo.
El libro puede adquirirse en la página web de la editorial:
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