Empiezo a leer 8.38, de Luis Rodríguez, y me sumerjo en
un texto que me atrapa con sus escenas concatenadas, como si estuviera en un
sueño sin reglas, pasando de un tiempo a otro, de un personaje a otro,
recordando el placer de escuchar una buena historia. Pero lo que ocurre es que
no parece haber una sola historia. Un momento, llevo treinta páginas y no soy
capaz de contar de qué trata lo que estoy leyendo. Me enfrento a un narrador
que se ha vuelto loco, a un hiperactivo de la palabra, a un escritor incapaz de
contener el torrente literario que le viene a la cabeza, sin descanso. Y el
caso es que no puedo detenerme, me dejo llevar, y me encanta, por la magia de
la letra impresa, por la ensoñación de ese mundo paralelo y sin reglas que sólo
es capaz de crear la literatura.
Literatura. De eso es de lo que
trata 8.38. Un libro que contiene la
esencia de lo que entendemos como literatura, que nos va dando valiosas claves.
El inicio de Ada o el ardor, tan
farragoso, o la primera escena de El
espejo, de Tarkovski, con la sombra inadmisible de un micrófono, pueden ser
tentaciones para abandonar una obra, pero si seguimos adelante es posible que
nos encontremos con esa marca húmeda que va borrándose poco a poco, pero que
nos confirma que ha ocurrido algo maravilloso. Si en una lista de nombres
tachas uno, ése es el que todo el mundo intentará leer. Y un poco es lo que
ocurre con este libro, intentamos averiguar qué es lo que se esconde detrás de
su compleja estructura, de su verborrea hipnótica.
"La novela es… muchas cosas,
y arquitectura. Una novela es un armazón complejo con una entraña sofisticada
(sean cuales sean su extensión y sencillez) y leyes propias. La arquitectura de
una novela, su equilibrio y compensación, es fundamental", leemos en 8.38, comprendiendo que estamos ante un
texto metaliterario, literatura que reflexiona sobre la propia literatura. Y lo
hace por acumulación. Lucía Berlin, los autores que aparecieron en el mítico
espacio de televisión Estudio 1, Borges y Menard, el autor del Quijote, Ludivina,
la lectora de manuscritos de ochenta y tres años, los metros cuadrados de
planeta que le corresponden a cada habitante, el suicidio de un caballo,
Christina Olson, cómo influyen en nosotros los libros que no hemos leído,
paradojas y acertijos, curiosidades reales o falsas, historias verdaderas o
inventadas. ¿Puede la literatura contener la realidad, abarcarla completamente,
o ésta se escurrirá todo el rato, indomable?
La novela sobre la incapacidad de
escribir una novela. Luis Rodríguez escritor que se convierte en personaje para
luego desaparecer y ser recordado. Luis Rodríguez que afirma una cosa y su
contraria, que nos lleva por donde quiere, que explora los límites de lo
verosímil, de la lógica. Que demuestra que la literatura es la mejor manera de
explicar la realidad, sólo que la realidad no tiene ningún sentido.
"Todos reescribimos nuestro
pasado la primera vez que lo recordamos; y las sucesivas no suponen más que
pequeñas correcciones encaminadas a ensalzarlo. ¿Qué es sino escribir?"
Tres partes, tres personajes.
Pablo, escritor dispuesto a escribir la novela sobre una novela no escrita por
Luis Rodríguez. Jacinta, la niña de doce años nos habla de la obra de Luis
Rodríguez y de su suicidio. Claudio, por último, nos habla de su vida alejada
de la literatura pero inmersa en los desafíos de la cotidianidad, en los
riesgos de lo cotidiano. En un momento dado, Claudio dice, hablando de una
mujer: "Sara es como es. Es mil cosas, pero tú y yo solo vemos setenta, no
más. Se nos escapa, por eso nos atrae". Y eso pienso yo de este libro, que
se escapa y nos reta a que lo apresemos. Un libro que podríamos leer muchas
veces y siempre encontraríamos algo nuevo, un detalle fundamental en el que no
habíamos reparado.
Luis Rodríguez es un escritor
peculiar, con un mundo propio, alejado de cualquier moda o corriente o escuela
o generación. Luis Rodríguez es único. Hasta el momento ha publicado La soledad del cometa, novienvre, La herida
se mueve y El relato del no. Ahora se suma este quinto libro, 8.38, la hora en que murió Dostoyevski.
Cada una de sus novelas, o nivolas, plantea un reto, te sumerge en sus juegos
mentales, te enfrenta a la imaginación y a su capacidad para burlarse de la
realidad, de lo establecido. Luis Rodríguez es uno de los escritores mejores y
más originales que he tenido la suerte de conocer. Háganse un favor: síganle la
pista.
Y con esta recomendación, me despido hasta septiembre.
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