Supongo que Raúl Ariza
me propuso presentar su libro sospechando que entre nosotros hay una simpatía
mutua, una amistad. Él no es consciente de que le estoy cogiendo una manía
tremenda. Cuando leo sus historias, una corriente me recorre el estómago
mientras me pregunto dónde está el secreto de los cuentos de Raúl. ¿Por qué
parece fácil contar una historia que te sacude las entrañas? ¿Por qué es capaz
de conseguir este efecto en apenas unas pocas páginas? ¿Cómo hace para escoger
los detalles precisos, para enfocar a sus personajes bajo el ángulo justo? ¿Por
qué su estilo fluye sin tropiezos? ¿De dónde ha salido este hombre?
Decidí leerlo con detenimiento, en busca de la clave de su magia, del
oculto mecanismo de sus historias. Comencé con el preciso prólogo de Ángel
Olgoso, quien, al parecer, también ha sucumbido a los aciertos del libro.
Destaca Olgoso “su eficacia y limpidez a la hora de describir emociones
universales con soltura y sin oropel” y se fija también en “su implacable
habilidad para hurgar en los sentimientos, en las relaciones de pareja, en el
mundo doméstico y familiar, en el día a día de cualquier ser humano”. Olgoso
desgrana todos los aciertos del libro con precisión, deslumbrado.
Me pregunto si existe una especie de receta para que uno pueda
escribir relatos profundos, definir personajes tan humanos, y que eso parezca
tan fácil, cuando todos sabemos lo difícil que es.
Seguí adelante con la lectura y me sumergí en el mundo personal de este escritor preciso
y minucioso. Caí rendido ante sus historias, sin remedio. Yo intentaba realizar
una lectura crítica, distanciada, para poder sentarme aquí y decirles la clave
del estilo de Ariza, pero en cuanto volvía a la lectura de estos relatos,
volvía a quedar atrapado, la anaconda me mordía y me inoculaba una especie de
veneno adictivo ante el que no podía luchar, sólo podía rendirme.
Cincuenta y un relatos, agrupados en bloques de diez y uno independiente.
Aquí tengo que decir que la ilustradora Carmen
Puchol ha captado, en mi opinión, perfectamente la esencia
del libro, tanto en las ilustraciones del interior como en la excelente
portada, con esa serpiente cuyas escamas están numeradas del 1 al 51, señalando
un camino que se antoja peligroso, áspero, incómodo.
Los cuentos de Ariza nos describen momentos significativos, instantes especialmente intensos. Son como fotografías que uno imagina en blanco y negro, rostros surcados por profundas arrugas, cuerpos congelados en el segundo exacto en el que toman conciencia de lo que han sido sus vidas. Vemos a esa pintora que está retratando a su marido, al que acaba de asesinar. O esa casa en la que una anciana ha muerto sola, acompañada tan sólo por un montón de gatos, y en la que el periodista de sucesos que ha acudido a cubrir la noticia descubre un álbum de fotos, imágenes de un pasado feliz, lleno de vida y amores. O ese hijo que visita a su padre moribundo en el hospital, un padre maltratador convertido en un enfermo agonizante al que el personaje observa en silencio.
Encontramos, en estos cuentos, a mucha gente que se encuentra sola, que
cena sola, frente a la tele, un plato de sobras recalentadas apoyado en las
rodillas, que vuelve a casa dando un rodeo porque saben que nadie les espera,
que han sido abandonados y echan de menos a sus parejas. La soledad como una
losa que nos inmoviliza y nos aisla. Gente que añora momentos pasados y que se
enfrentan a una realidad que les duele. Hombres que han regresado a la casa de
sus padres después de un matrimonio fracasado, hombres casados que mantienen
encuentros sexuales rápidos y desapasionados, personajes que desean enamorarse
y otros que parecen haber tirado la toalla. Así es el mundo que mueve a Raúl a
escribir y que tanto nos conmueve. El dolor y la ansiedad que se nos agarra al
cuello y nos corta la respiración.
En el último cuento viene a decirnos que él, como narrador, es el único
responsable de todo lo que les ocurre a sus personajes. El escritor como dios
de todas las cosas en ese paisaje imaginario que tanto se parece al nuestro, de
esos seres imaginarios que tanto se parecen a nosotros, de esos sufrimientos
imaginarios que tan bien conocemos.
Ignacio Martínez de Pisón hablaba en una conferencia sobre cómo la
literatura de nuestro tiempo abusa de la primera persona, y de esa conferencia
salió el título con el que Jesús Bonilla publicó una recopilación de relatos y
artículos: “El arte del yo-yo”. Hay incluso quien defiende abiertamente que en
el mundo actual ya no tiene cabida el narrador omnisciente. Y como estoy en
contra de todas las afirmaciones tajantes, me encanta que el libro de Ariza
demuestre que la tercera persona sigue siendo tan eficaz como lo ha sido
siempre. La mayoría de los cuentos de “La suave piel de la anaconda” están
narrados en tercera persona, una tercera persona subjetiva la mayoría de las
veces, de esas que se pegan a un personaje en concreto y pretende que nos
pongamos en su lugar, lo cual le da a la narración un aire periodístico cargado
de veracidad.
Nos desvela los detalles gradualmente. En “La última frontera”, por
ejemplo, un hombre empieza hablando de un camarero que tiene un mono
amaestrado. Nos dice que está divirtiendo a la gente del hotel (primer dato: el
personaje se encuentra hospedado en un hotel). Luego habla de los atardeceres y
nos dice: “La verdad es que no está tan mal como temía que iba a estar cuando
decidió huir a este país sin convenio de extradición” (segundo dato: ha
cometido algún delito y ha huido). Sigue hablando de las bondades del lugar y
nos dice que se le han disipado las pesadillas y que apenas ha vuelto a pensar
ni en su mujer ni en su hermano (tercer dato), concluye diciendo que ya no
regresa al recuerdo del momento en que los mató con un martillo cuando los
descubrió en la cama juntos. El cuento finaliza con el protagonista llamando al
camarero mientras se fija en una joven que hay en el local.
Es muy cinematográfica esta forma de
narrar. Raúl retrata al personaje, reproduce su pensamiento, describe su
entorno, situándose siempre en un instante concreto, un instante decisivo,
significativo, y generalmente trágico. Sí, ya se habrán dado cuenta de que aquí
los personajes no van de fiesta, no están riendo y divirtiéndose, nada de eso,
los personajes acaban de vivir un momento dramático, violento en muchos casos,
que les ha dejado sumidos en el desamparo. Como ocurre en otro relato que me ha
resultado especielmente significativo, “El ruido y el frío”, en el que un niño
mira por la ventana cómo el viento agita un árbol en el exterior, tan frío,
mientras nos describe una escena familiar de maltrato. El interior del hogar,
que debería ser cálido y reconfortante, resulta que es más terrible que la
tormenta que se ha desatado fuera.
Bien. Esto es lo que hace este hombre. Nos golpea con contundencia, sin
compasión, y nos deja tocados, descolocados, aturdidos... Así que piénsenlo
bien antes de comprar este libro porque les aseguro que no saldrán indemnes de
su lectura.
7 comentarios:
Tener a Raúl y a Miguel juntos es un regalo para los amantes del cuento y una alegría para la literatura.
Muy buena reseña, acertada, concisa y exacta como los cuentos de los que habla.
Rosana
Dos grandes escritores. Vuestros libros son literatura de la buena. Ya se irá reconociendo, ya se irá asentando la idea de que en pequeñas editoriales hacen nido grandes libros, como los que estáis publicando ambos en los últimos tiempos. Y, además, ajenos a capillas, a grupitos, a promociones: vais con la verdad y la calidad por delante, a pecho descubierto. Haciendo lo que de verdad vale y quedará.
Magnífico,amigo Miguel,magnífico.Y es bien cierto lo que dice Pisón respecto al yo,pero es que muchos escritores se han convertido sin saberlo en sus propios personajes y eso no es muy bueno que digamos.
Un fuerte abrazo para ambos y a la espera estoy de volvernos a encontrar,amigo.
Cuántos magníficos relatos sumáis entre los dos, cuánta pasión por contar y por explicar lo que el otro ha contado. Una brillante y precisa presentación para un libro que está entre los grandes placeres que como lector he tenido en el último año, como está también el tuyo, Miguel. He ahí, tras la mesa, dos narradores de ley, que he descubierto gracias a esta aventura en la red y que me precio de considerar mis amigos (a la espera de poder saludaros personalmente). Un abrazo para ambos.
Muchas gracias por vuestros comentarios. Presentar un libro como el de Raúl suponía una enorme responsabilidad. Me alegra que os haya gustado mi texto y agradezco vuestras palabras. Un fuerte abrazo y ojalá podamos reunirnos pronto, con cualquier excusa.
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