domingo, enero 23, 2011

Muros

Hace tiempo que dejó de resistirse. Ahora, cuando él se presenta, ella le deja hacer, sin decir nada. Ni siquiera siente asco al verle babear y resoplar. Ni siquiera siente piedad al ver su piel envejecida y su pene debilitado. Es capaz de pensar en sus propias cosas, aún con él encima. Piensa en el miedo que sienten sus hijos cuando le oyen llegar, sin importarles que traiga comida, ropa y juguetes. No sabe cómo decirles que no deben tener miedo, que ella está bien, que no siente dolor. Los niños corren a esconderse debajo de la cama. Piensa en ellos mientra el hombre se mueve, allí escondidos, quizá tapándose los oídos y temblando de miedo. Desea que el hombre termine pronto para reunirse con los pequeños, para abrazarles y contarles, una vez más, cómo es el exterior, cómo serán sus vidas cuando por fin puedan escapar de allí.
—Papá —dice ella entonces—, ¿puedes traernos la próxima vez un libro con fotografías de paisajes?

4 comentarios:

Raúl dijo...

Muy duro.

Elena Casero dijo...

Duro pero real. El monstruo ese de Austria.

Duro pero muy bien escrito.

Un beso, Miguel

Clarice Baricco dijo...

¡Dios mío! Es horrible. Y saber que es cierto.
Llegador Miguel.

Abrazos amigo.

JOSÉ ROMERO dijo...

Terrible relato sobre la posesión brutal de los seres queridos.