Mientras se anudaba la corbata se le ocurrió un dato que podría resultarle útil para el cuento que estaba escribiendo. Se puso nervioso y el nudo comenzó a resistirse. Decidió dejar la corbata para luego y correr a su escritorio y anotar la idea que le rondaba la cabeza antes de que se le olvidase. Su mujer le dijo: “Vas a llegar tarde a la reunión”. Él levantó la mano pidiendo un poco de paciencia. Su mujer fue quien finalmente le anudó la corbata.
Llegó al lugar de la reunión un poco ajustado de tiempo. Los demás ya estaban allí, pero todavía no se habían sentado a la mesa. Se sintió un poco extraño cuando se encontró con ellos. No entendía por qué no había eludido acudir a esa reunión de exalumnos. Ver a sus antiguos compañeros de clase con veinticinco años más, algunos mucho más gordos, casi todos mucho más calvos, fue algo que le hizo sentir incómodo. No todos estaban allí, apenas serían unos quince.
Se sentaron a cenar y pidieron bebida en abundancia. Levantaron la copa varias veces, brindaron por esto y por lo otro. Recordaron anécdotas de clase, travesuras, antiguos profesores... También se enteraron de la muerte de al menos tres compañeros. Y hablaron de sus trabajos y sus familias, de las metas alcanzadas, de los estudios terminados o abandonados. Todos parecían satisfechos, felices con el reencuentro.
En un momento dado, alguien le preguntó: “Por cierto, ¿sigues escribiendo?” Y él intentó dibujar una sonrisa que se quedó a medio camino, se encogió ligeramente de hombros y respondió: “No, ya no”. Y cambió rápidamente de tema, recordando al profesor de literatura que les leía novelas en clase, y al de latín, cuando le escondieron un pájaro en el cajón de su mesa, y a tantos otros.
Llegó al lugar de la reunión un poco ajustado de tiempo. Los demás ya estaban allí, pero todavía no se habían sentado a la mesa. Se sintió un poco extraño cuando se encontró con ellos. No entendía por qué no había eludido acudir a esa reunión de exalumnos. Ver a sus antiguos compañeros de clase con veinticinco años más, algunos mucho más gordos, casi todos mucho más calvos, fue algo que le hizo sentir incómodo. No todos estaban allí, apenas serían unos quince.
Se sentaron a cenar y pidieron bebida en abundancia. Levantaron la copa varias veces, brindaron por esto y por lo otro. Recordaron anécdotas de clase, travesuras, antiguos profesores... También se enteraron de la muerte de al menos tres compañeros. Y hablaron de sus trabajos y sus familias, de las metas alcanzadas, de los estudios terminados o abandonados. Todos parecían satisfechos, felices con el reencuentro.
En un momento dado, alguien le preguntó: “Por cierto, ¿sigues escribiendo?” Y él intentó dibujar una sonrisa que se quedó a medio camino, se encogió ligeramente de hombros y respondió: “No, ya no”. Y cambió rápidamente de tema, recordando al profesor de literatura que les leía novelas en clase, y al de latín, cuando le escondieron un pájaro en el cajón de su mesa, y a tantos otros.
11 comentarios:
Y se parapetó tras otra copa de vino, las anécdotas lejanas, y las risas del grupo. ¡Ayyy! ¡quien nos entienda que nos compre!
Un abrazo
Es la descripción de una de mis pesadillas recurrentes.
Reencuentro de cole...gente preguntando si escribes aun.
Reirme cortés y forzada ante cien mil anecdotas que no me interesan.
Qué horror!!!!!!
Me sentí en la piel de tu personaje, aunque sin corbata.
Un beso, Miguel!
Y qué difícil es admitir que sí, que aún escribes. Sólo a los más cercanos, y aún a ellos con un gesto de disculpa en la cara, como si tuvieras algo de qué avergonzarte.
Yo tenía una reunión hace un par de semanas y decidí no ir. Demasiados recuerdos amargos que están mejor dormidos.
Un personaje que se debate entre el nudo de la corbata, el cuento ha terminar y la reunión escolar. Quiero imaginar que desea el regreso a casa para ponerse a escribir. saludos.
Ya extrañaba tus relatos.
Me sentí identificada con la historia.
Fui a una reunión y....ellos siguen viéndose. Yo no he vuelto a reunirme con mis ex-compañeros.
Abrazos.
Es que cuando hay un relato que se deja atrapar es cuando debemos interrumpir su captura por motivos banales.Recuerdo un relato de Julio Cortázar titulado La continuidad de los parques,en donde se narra la interrupción constante del tiempo de la lectura por otros motivos superficiales.
Excelente realto.
Me recordó una conversación con una amiga a raíz de Facebook, se extrañaba que no tuviera todavía ninguno, ahora todo el mundo lo tiene! me dijo y añadió que había vuelto a hablar con gente con la que hacía años que no lo hacía, le dije que si hubiera querido continuar estando en contacto con esa gente que me decía yo lo hubiera hecho y que ahora no necesitaba ese gadget para ver gente que no tengo ningún interés en recuperar en mi vida...
Nunca niego que escribo, que sigo escribiendo porque es parte de mi pero hay cosas que a nadie, y menos a lo que hace años que no veo, le importan y por tanto deben saber
D.
Hay algo de vergonzante en el hecho de escribir, como si fuera una extravagancia asocial por la que uno hubiera de pedir disculpas. Menos mal que se inventaron los blogs...
Gracias por tu visita en la Feria del Libro, me dio un gran placer saludarte personalmente. Saludos cordiales.
Un relato de frustración, "marca de la casa", uno de esos seres que no son lo que soñaron ser, que viven una doble vida en la que los deseos tienen un vigor pleno que no alcanza a volcar, empero, todo hacia la realidad. Con un final magnífico.
Y, ¿por qué ocurre esa situación?
¿por qué esa negación de la escritura?
¿es el miedo a la diferencia?
Me ha parecido muy bueno el relato, muy real pero, ¿sabes? a la pregunta de si escribes aún, me han dado ganas de poner aspecto de gallito, elevar el mentón decir:
sí, ¿pasa algo?
Elena Casero
Acabar tres primeros párrafos con una frase cortita y aparentemente casual:
- Su mujer fue quien finalmente le anudó la corbata.
- No todos estaban allí, apenas serían unos quince.
- Todos parecían satisfechos, felices con el reencuentro.
Es un arabesco innecesario y efectista.
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