sábado, enero 30, 2010

J. D. Salinger


Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada.

Así comienza “El guardián entre el centeno”, una historia universal escrita por J. D. Salinger. El reflejo de las dudas y reflexiones de un adolescente narradas con un estilo directo, despojado, con el que nos hemos sentido fascinados infinidad de lectores. Un libro al que se asocia también cierta leyenda negra, a raíz de que se supiera que Mark Chapman, el hombre que mató a John Lennon, estaba obsesionado con él; como también lo estaba John Hinkley, un fanático admirador de la actriz Jodie Foster y que, con la intención de impresionarla, atentó contra el presidente Ronald Reagan en 1981.
Esta semana ha fallecido Jerome David Salinger, a los 91 años de edad. Y la noticia me dejó parado ante las páginas del periódico, mirando esa fotografía que salió hace unos años, ésa en la que un envejecido Salinger intenta arremeter contra el fotógrafo Paul Adam. Una foto para la posteridad.


Hacía más de cuarenta años que no publicaba nada, por decisión propia. Vivía recluido en su casa de campo en Cornish, New Hampshire. Rehuía todo tipo de entrevistas, incluso le molestaba que la gente de su entorno hablara de él con la prensa. De hecho, sólo se conoce una entrevista realizada por Lacey Forburgh y publicada en el New York Magazine en 1974. En dicha entrevista dijo lo que tanto se está repitiendo estos días: Hay una paz maravillosa en no publicar. Es una tranquilidad. Una calma. Publicar es una terrible invasión a mi privacidad. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero sólo para mí y para mi propio placer.


También entonces dijo algo que cobra ahora especial relevancia: No es que necesariamente quiera publicar póstumamente, pero me gusta escribir para mí mismo. Es posible que haya mucha gente frotándose las manos en este momento. Los libros póstumos suelen ser un buen negocio y, en este caso, se puede prever una producción bastante extensa, ya que Salinger seguía escribiendo. Al parecer, encargó a su tercera esposa, Colleen, enfermera y cuatro décadas más joven que él, que sus textos inéditos no se publicaran hasta unos años después de su muerte; pero bueno, ya veremos si no circulan convincentes argumentos encaminados a acelerar tal espera.


La producción literaria de Salinger está compuesta por cuatro libros: “El guardián entre el centeno” (1951), “Nueve cuentos” (1953), “Franny y Zooey” (1961) y “Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción” (1963). También hay un relato publicado en 1965, “Hapworth 16, 1924”, del que se dice que contiene el secreto del silencio de Salinger y que estuvo a punto de ser publicado en formato libro en 1997, por una pequeña editorial de Virginia, aunque finalmente no fue así. Existen relatos de juventud publicados en revistas y no recopilados en libro, ya que cualquier intento por hacer algo similar ha sido rápidamente obstaculizado por el autor, firme en su deseo de no publicar más.
Su actitud huraña y esquiva le convirtió en una figura fascinante para periodistas y biógrafos. Uno de mis libros más preciados es, precisamente, “En busca de J. D. Salinger”, la biografía no autorizada escrita por Ian Hamilton. En este libro Hamilton narra, más que la vida de Salinger, su propia pesquisa en pos del rastro vital del famoso escritor: sería, sí, una biografía, pero también a medias una ficción, en la cual el biógrafo desempeñase un papel protagonista cómico a veces. De hecho, Hamilton desdobla su personalidad en un yo biógrafo y en un yo más personal y menos profesional, de modo que suele hablar de sí mismo en primera persona del plural y, en ocasiones, expone las discusiones entre estas dos personalidades, como cuando duda de la utilidad de rastrear al verdadero Salinger en todos sus escritos de ficción, y su yo biógrafo se defiende afirmando que existen abundantes pruebas indirectas que le autorizan a hacerlo. Aunque no pudo reproducir textualmente ninguna de las cartas de Salinger que utiliza para documentarse, sí que las parafrasea; también los relatos publicados en revistas y que encuentra en bibliotecas públicas. Habla, por ejemplo, de una historia titulada “The Inverted Forest”, protagonizada por un personaje especialmente interesante, un poeta-genio llamado Raymond Ford. ¿No resulta una curiosa coincidencia que este nombre combine el de dos grandes escritores norteamericanos posteriores: Raymond Carver y Richard Ford? El caso es que Hamilton interpreta a este personaje como una proyección de las culpas y decisiones del propio Salinger.


El último capítulo del libro narra con detalle los intentos de Salinger por evitar su publicación y el proceso judicial que se celebró al respecto. Dada la escasez de entrevistas, la transcripción de un breve extracto del interrogatorio al autor resulta más que interesante. Le preguntan por su producción literaria en los últimos veinte años y responde contrariado: Sólo una obra narrativa. Eso es todo. Es la única descripción que realmente puedo hacer al respecto… Es casi imposible de precisar. Trabajo con personajes, y según se desarrollan, simplemente sigo adelante a partir de ahí. Refiriéndose sin duda a que todos sus libros forman parte de una misma obra, de un tronco común.
Unos diez años más tarde, Joyce Maynard, una joven que mantuvo un idilio con él, escribió un libro titulado “Mi verdad”, en el que desveló detalles de su relación con éste. Además, decidió subastar las cartas que Salinger le había enviado en el tiempo en que estuvieron juntos.


Aunque seguro que fue el libro que escribió su hija Margaret, y que se publicó en 2000, el que más debió doler al autor. Se tituló “El guardián de los sueños” y en él contó detalles íntimos que presentaban a su padre como un hombre excéntrico y algo chiflado. También rastrea a su padre en las obras de ficción, en busca de claves que le ayuden a entenderlo. En un momento dado dice: Sus personajes de diez años, mis hermanos ficticios, no son como yo; ellos son el reflejo perfecto de lo que le gusta a mi padre. En cualquier caso, Salinger rompió su relación con Margaret, dejó de hablarle. De hecho, ya se lo había advertido hacía mucho tiempo: Siempre te querré, pero cuando dejo de respetar a alguien, se acabó. Termino con esa persona. Esto le dijo J. D. a su hija cuando ésta tenía diez años. Y así fue.
Uno de los últimos episodios que protagonizó Salinger, hace apenas unos meses, fue llevar ante los tribunales al escritor sueco Fredrik Coltrin, que bajo el seudónimo de J. D. California pretendía publicar el libro “60 years later: coming through the rye”, una supuesta segunda parte de “El guardián entre el centeno” protagonizada por un personaje llamado Mister C, que no es sino un Holden Caulfield de 76 años que se escapa de una residencia de ancianos para vivir diversas aventuras. La publicación del libro en EE.UU. fue prohibida, aunque había conseguido ver la luz en Inglaterra.

El fallecimiento de Salinger era un requisito inevitable para poder descubrir cómo evolucionó su escritura en todos estos años de silencio.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo lamentar el bombo que este negocio da a la personalidad de los autores, por encima incluso de la calidad de la obra. A mi me importa poco que este señor fuera fotofóbico y tuviera defectos peores según su interesada hija, sé que sus palabras me llegaron y eso no lo consigue un misántropo despechado. Angeles Prieto

Ruth dijo...

Se habla demasiado de su vida, ya que no se puede hablar de su extensa obra. Yo estoy deseando que se publiquen sus escritos, a ver si son tan buenos como El guardián o fue solo la suerte del principiante. ¿Te imaginas, qué horrible sería descubrir que no era tan fantástico como todo el mundo se lo imagina?

El Doctor dijo...

Excelente post.Puedo comprender el silencio y enclaustramiento de Salinger.Basta mirar a nuestro entorno literario para saber que el escritor contemporáneo está sometido al estrés de las promociones de sus libros.
Me interesa mucho este tema,Miguel,tanto como los casos de B.Traven y Thomas Python.Desaparecer el rostro,la imagen y sólo dejar constancia de la obra.Creo que Faulkner dijo algo al respecto y Ambrosee Bierce.

Un fuerte abrazo.

Elena Casero dijo...

A mí lo que me llama siempre la atención es la cantidad de aprovechados que surgen alrededor de los escritores "excéntricos" o que acaban de fallecer. Buitres en busca de una presa.
Hijos, amantes, parientes, compañeros ... triste.

Clarissa dijo...

Gracias Miguel, però estava segura que esta era una entrada que le pegaba a tu blog. Me ha impresionado lo documentado que estás sobre el tema, podía imaginármelo, pero así y todo me ha impresionado.

Carlos dijo...

Todo un genio de la literatura, pero que perdimos, ya que se encerró en sí mismo.
Ahora podremos descubrir las obras que estuvo escribiendo durante todo este tiempo.

Francisco Ortiz dijo...

Bueno, lo que vale de él es su obra, y a ella habrá que dedicarle tiempo.

Lara dijo...

Y yo, que no he leído a Salinger...

Un abrazo, M.!!!

Shangri-la dijo...

Como he dicho varias veces desde que supe del fallecimiento de Salinger, espero que no se encuentre nada nuevo para publicar. Quiero quedarme con lo que para mi es ya una soberbia y "extensa" obra. Salinger no es solo "El guardián entre el centeno". No me apetece nada ver cómo se explotan los textos que escribió en todos estos años de reclusión, si es que existen. Prefiero imaginarme al norteamericano poco antes de morir, como un enloquecido anciano, quemándolo todo.

Shangrila

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