Camino con dificultad, arrastrando la mitad de mi cuerpo. También me cuesta hablar. La mitad de mi rostro se encuentra paralizado. Cuando intento abrir la boca, la parte izquierda de mis labios se queda inmóvil y todo mi rostro se desencaja ya que la mitad de mi expresión intenta estimular a la otra mitad y una ceja sube y la otra se queda igual y un ojo se abre y el otro se queda quieto. No es extraño pues que las palabras me salgan a medias, también mutiladas, surgen con dificultad, a trompicones. Algunas personas me vocalizan como si creyeran que soy sordo o que estoy idiota y no comprendo las cosas que me dicen. No les culpo. No es ilógico que supongan que dentro de un cuerpo desarticulado debe encerrarse un cerebro igualmente ruinoso. En ocasiones me dejo llevar, me sumerjo en su ignorancia con la misma amargura con que supongo darán el último paso los suicidas que se arrojan desde el puente a las frías y revueltas aguas del río. A veces, algún gracioso me intenta imitar, habla como yo, me ridiculiza y se ríe. Me concentro en su risa, me cubro con su desprecio. Intento borrar de mi mente otras imágenes más terribles, otras sensaciones, otras palabras, como el día en que sufrí el derrame o la sentencia de mi médico la semana pasada. Cuando llego a casa y me acuesto en la cama, esas risas continúan resonando en mi cabeza. También me duelen las frases de lástima, las explicaciones que algunas madres dan a sus hijos cuando éstos me señalan con el dedo, las miradas lánguidas, sobre todo de la gente cercana, de quienes me conocieron antes del ataque. Me gustaría gritarles, mandarlos al infierno, pero agacho la cabeza y paso de largo, en silencio. El que no tiene nada no tiene derecho a despreciar la mierda. Es triste quedar atrapado en un cuerpo roto, desde luego. Lloro muy a menudo, aunque intento sobreponerme, seguir adelante, superar los obstáculos, darme de hostias con los rituales, con la cotidianidad, con el menosprecio, con la lástima, con las burlas, con esto, con lo otro, día tras día, sintiendo el irrefrenable impulso de ponerme a gritar hasta caer inconsciente. Ahora, sin embargo, parece que ya todo da lo mismo, que carece de importancia, pues mi batalla está perdida. Me he encontrado con un viejo amigo a quien hacía tiempo que no veía. Me ha visto cojear y se ha acercado a mí y me ha preguntado qué me había pasado en la pierna. Luego me ha mirado el rostro, se ha fijado más detenidamente en mi brazo caído, y su expresión se ha ensombrecido de repente. He tratado de sonreír, pero creo que ha sido peor el remedio que la enfermedad, como suele decirse. Mi amigo ha intentado actuar como si nada ocurriera, como si tal cosa. Me ha dicho que se alegraba de verme y se ha preguntado cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que nos habíamos visto. Ya apenas lo recordaba. En cualquier caso, seguro que yo todavía no había sufrido el ataque. Afortunadamente no llegó a decir que por uno parece que no pasan los años. Me habló un poco de su trabajo, del estrés, se quejó lo normal y luego recordó algún momento del pasado en que él y yo habíamos reído juntos. Procuraba no mirarme directamente, miraba mucho al cielo, como si temiera que fuera a ponerse a llover de un momento a otro, pese a que el sol brillaba con fuerza y le deslumbraba implacable y le obligaba a parpadear y a mirar a otro lado, más allá de mi silueta torcida, por supuesto. Por fin, guardó un momento de silencio y creí que había llegado el momento de decir algo. A veces ocurre que uno se salta las buenas maneras y estalla como una bomba de relojería. Traté de erguirme al máximo y hablé, con mi voz trémula y pastosa de palabras doloridas.
Uno cree que no puede morir sin haber hecho nada en esta vida. La vida sin sentido es algo corriente, te lo aseguro. Tengo una familia que me necesita y un montón de proyectos en la cabeza, pero no podré llevarlos a cabo porque mi tiempo se agota sin remedio. Nadie puede pararlo. Esa es la realidad. Tu y yo fuimos al colegio juntos y ahora yo me voy y tu te quedas. No sé por qué. Nadie lo sabe.
Eso le he dicho. No se ha reído. Su rostro se ha vuelto blanco y sin duda su lengua le ha caído garganta abajo. Parecía una estatua cuando decidí seguir mi camino y empecé a arrastrar la mitad de mí mismo hacia delante, hacia ninguna parte, hacia el final.
Uno cree que no puede morir sin haber hecho nada en esta vida. La vida sin sentido es algo corriente, te lo aseguro. Tengo una familia que me necesita y un montón de proyectos en la cabeza, pero no podré llevarlos a cabo porque mi tiempo se agota sin remedio. Nadie puede pararlo. Esa es la realidad. Tu y yo fuimos al colegio juntos y ahora yo me voy y tu te quedas. No sé por qué. Nadie lo sabe.
Eso le he dicho. No se ha reído. Su rostro se ha vuelto blanco y sin duda su lengua le ha caído garganta abajo. Parecía una estatua cuando decidí seguir mi camino y empecé a arrastrar la mitad de mí mismo hacia delante, hacia ninguna parte, hacia el final.
10 comentarios:
Me ha gustado mucho, Miguel. De lo mejor que te he leído. Impresiona...
(Lo que no me convence es el título: "Barreras").
Un abrazo.
En ocasiones un texto corto revela las grandes dotes de narrador de un autor, cuando la anécdota te deja sin palabras pero con un torbellino de sentimientos y se queda en tu cabeza. Este es el caso. Felicidades.
Perfeccionas tu estilo, perfeccionas los efectos, pero a la vez ganas en en cercanía, en verismo. La línea ascendente de tus relatos es innegable, y cómo me alegra leerte desde hace tiempo y verlo y celebrarlo.
Totalmente me has sacudido. De nuevo llegador.
Abrazos.
“Este adiós no maquilla un hasta luego,
este nunca no esconde un ojalá,
estas cenizas no juegan con fuego,
este ciego no mira para atrás.
Este notario firma lo que escribo,
esta letra no la protestaré,
ahórrate el acuse de recibo,
estas vísperas son las de después.
A este ruido tan huérfano de padre
no voy a permitirle que taladre
un corazón podrido de latir.
Este pez ya no muere por tu boca
este loco se va con otra loca
estos ojos no lloran más por ti"
Joaquín Sabina
Un (b)eso
Puff, pues ... sin palabras.
Muchas gracias por vuestras amables palabras. Me alegra que os haya gustado, aprecio mucho vuestras opiniones.
Respecto al titulo, tal vez Conde tenga razón. Se titulaba de otra forma y lo cambié a última hora. Pero bueno...
Un abrazo y gracias por los comentarios.
Y por vuestra cercanía, pese a la distancia.
Inquietante y hermoso.
Un abrazo.
Un texto muy bien narrado, me ha recordado a una película que vi hace muy poco, La escafandra y la mariposa, que creo recordar que tú mismo recomendaste en tu blog. Realmente nos imaginamos a esa persona condenada a una parálisis perpetua por un azar del destino, que nos cuenta su manera de verlo todo desde el otro lado. Muy conseguido, Miguel.
un abrazo
Francisco, Elena, muchas gracias.
No he visto "La escafandra y la mariposa", es una película que me causa inquietud y aún no he tenido el valor de acercarme a ella.
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