lunes, septiembre 01, 2008

Regreso

Se acaban las vacaciones. Vuelve la rutina diaria. Uno quiere aprovechar el tiempo de ocio para hacer lo que dejó pendiente durante el año y luego resulta que es incapaz de realizar todo lo que se propuso. He leído, he visto películas, he descansado, sí… pero vuelvo con libros por leer, con nuevas adquisiciones que ya iré comentado, y muchas tareas inacabadas. Además, tengo dormido el dedo meñique de mi mano izquierda desde hace más de un mes. Dicen que debe ser por un pinzamiento situado en algún punto entre el cuello y el codo. Sin embargo, yo soy un poco hipocondríaco.
Estuve desconectado de internet y escribí poco o nada. Me ha dado por pensar en lo que influye el lugar en el que uno está acostumbrado a escribir. Recuerdo que es bastante común, cuando se entrevista a un escritor, preguntarle cómo y dónde escribe, si lo hace a mano o a máquina, si utiliza papel usado o de colores, si tiene un lugar específico o lo hace en cualquier parte. Siempre sentí envidia por quienes confesaban ser capaces de ponerse a escribir en un bar, en una estación de metro, en mitad del campo… Yo no puedo, debo admitirlo y asumirlo. Me gustaría, pero soy incapaz. Me distraigo con cualquier cosa, me quedo observando a la gente, los coches, los escaparates, la forma de las nubes… Y mi mente me lleva lejos. Me evado a un lugar impreciso, entre lo real y lo imaginario.
Encontrarme de nuevo en mi espacio propio me ayuda a concentrarme. Todo se ordena poco a poco y las palabras empiezan a salir.

Ya de vuelta del verano, he ido a ver “¡Mamma mía!”, una película que te dibuja una sonrisa y te hace mover el pie al ritmo de la música sin que te percates de ello. Meryl Streep es una actriz inmensa y genial. Cuando llegué a casa pensé que tenía que buscar “La decisión de Sophie”, por una de esas asociaciones que uno hace.

Vean a Meryl Streep cantando:


viernes, agosto 01, 2008

Franz Kafka

Durante muchos años he vivido la literatura en soledad. Es algo que raramente he compartido con nadie, salvo en muy contadas ocasiones. Cuando algún amigo, en la infancia y la adolescencia, me llamaba para salir por ahí, muchas veces yo prefería quedarme escribiendo. A veces, pensaba que lo que me ocurría no era normal, pues a nadie más parecía pasarle lo mismo.
Las clases de literatura me iban mostrando autores. Algunos me interesaban más que otros. Con unos me identificaba más que con otros. El descubrimiento de Kafka fue determinante. El modo obsesivo en que vivió la escritura me hizo ver que, efectivamente, yo no era un espécimen raro, o al menos no tanto como aquel hombre pequeño, huidizo, que aparecía en las fotos con un abrigo que le venía grande y un sombrero que le sentaba fatal. Un hombre que llevó una vida anodina, trabajando en una oficina de una compañía de seguros, y que lo único que deseaba en la vida era escribir. Recuerdo que en una carta decía que le gustaría estar en un sótano escribiendo todo el tiempo, y que sólo lo interrumpieran para hacerle llegar un plato de comida de vez en cuando. Bueno, la cita no es exacta, la reproduzco de memoria, pero era algo así. Y a mí eso me impresionaba, y pensaba que era un estado envidiable. El otro acontecimiento que me causó un gran impacto fue enterarme de que le había pedido a su amigo Max Brod que quemara todo lo que había escrito en su vida, que lo quemara todo… Me parecía algo tremendo. ¿Cuál era el sentido de la escritura entonces? No lo entendía. Es más, yo soy exactamente lo opuesto. Lo almaceno todo. Conservo incluso una pequeña libreta, en la que ya apenas se distinguen los dibujos, con una especie de tebeo que confeccioné cuando tenía, supongo, unos doce o trece años. No entendía el deseo de destruir su obra. ¿Se avergonzaba de ella? ¿Temía que cuando la gente viera las extrañas historias que escribía pensaran que era un ser trastornado? No lo sé. Nunca lo he entendido y, por eso mismo, siempre me ha fascinado. El tercer golpe que recibí de Kafka fue, naturalmente, cuando empecé a leerlo. El primer libro que leí de él fue “La metamorfosis”, y me resulta muy difícil expresar lo que aquella historia supuso para mí. El modo en que una trama absurda, repulsiva incluso, se trataba como si fuera lo más normal del mundo. Gregorio Samsa se despierta convertido en un escarabajo (¡un escarabajo!) y nadie de su familia parece horrorizarse, únicamente recibe reproches, mientras él tampoco se angustia por su nueva situación, no se desespera por verse convertido en un insecto, tan sólo está preocupado porque llegará tarde al trabajo. Aquello era lo más extraño que había leído nunca, extraño y fascinante. Y quedé deslumbrado y seguí leyendo todo lo que caía en mis manos de Franz Kafka. “El proceso” plantea de nuevo una historia angustiosa que parece escapar a toda lógica, pues un hombre resulta acusado de algo que desconoce y su peregrinar en busca de la razón de su proceso, le lleva de un sitio a otro, de un sinsentido a otro; y lo curioso es que al final llega a convencerse de su culpabilidad. Lo mismo le ocurre al protagonista de “El castillo”, que pretende llegar al castillo para conocer el encargo por el que han requerido su presencia, pero siempre hay algo que se lo impide. Pero quizá son los relatos de Kafka lo que prefiero. He leído casi todos sus relatos, por no decir todos. Muchos de ellos se han quedado a vivir en mi memoria, como “La condena”, “En la colonia penitenciaria” o “Un artista del hambre”, por citar algunos. También recuerdo la lectura de su “Carta al padre”. Su ira contenida, su sosegada rabia, su elegancia… Una carta escrita por la necesidad de decirle a su padre todo lo que no se atrevió a decirle en toda su vida, un largo discurso que manifiesta, a mi entender, no sólo un reproche hacia su padre por su actitud con él, por su severidad, sino un rasgo de autoafirmación, la prueba de que Kafka ha aprendido a aceptarse como es, hasta el punto de poder echarle en cara a su padre lo poco que lo entendió, lo poco que lo ayudó.

La extensa correspondencia de Kafka, recogida principalmente en los libros “Cartas a Milena”, “Cartas a Felice” y “Cartas a Max Brod”, así como sus diarios, son documentos imprescindibles para comprender a este autor, para darse cuenta de lo atormentado que vivía, del torrente de desesperación que le invadía bajo su aparente imagen de persona tímida, de anodino funcionario.
Kafka siempre fue importante para mí, quizá por eso no había escrito sobre él todavía, al menos directamente, a excepción de la reseña del libro “Escritos sobre el arte de escribir”. Aún ahora, me preocupa no estar a la altura, no saber transmitir lo que lo hace indispensable, lo que aporta, la vigencia y la potencia de su estilo para explicar nuestras contradicciones y nuestros miedos. Lo que me fascina de Kafka es, sobre todo, su actitud ante la literatura, el modo en que se aferró a la escritura para sobrevivir, la doble existencia que eso supuso. Odiaba todo lo que le rodeaba, especialmente su trabajo en la oficina, todo le era hostil, todo le asustaba y le hacía sentirse acosado, y tan sólo la escritura se le ofrecía como un lugar seguro.

Franz Kafka nació el 3 de julio de 1883, en Praga, en el seno de una familia judía de clase media. Su padre era comerciante y tenía un carácter autoritario. Tuvo tres hermanas: Elli, Valli y Ottla. Kafka quería estudiar filosofía, pero su padre consideraba ésta una carrera inútil, así que se matriculó en Químicas, sólo para abandonarla al poco tiempo y matricularse, finalmente, en Derecho. Intentó abandonarlo y matricularse en unos cursos de Literatura, pero comprendía que sólo tendría sentido estudiar literatura si se marchaba a Munich, cosa que su padre no estaba dispuesto a apoyar. Así que volvió al Derecho y terminó la carrera sin demasiado esfuerzo y mucha desgana.
Por esta época surgió la amistad con Max Brod, un hombre con quien tenía muchos puntos en común, pues también estudiaba Derecho y también quería ser escritor, y que aparentaba gran seguridad en sí mismo, ya que no tenía problema en mostrar sus escritos a la menor oportunidad o en hablar en público. Además, también era un hombre físicamente fuerte, al contrario que Kafka. Esta amistad duraría toda la vida. Por mucho que algunos lleguen a cuestionarlo, resulta evidente que Brod sentía verdadera admiración por Kafka.
Kafka encuentra el modo de ganarse la vida en una oficina de la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, un trabajo que le produce hastío y que aborrece. «El hecho de que, en tanto no me haya liberado de mi oficina, estoy sencillamente perdido, me resulta de lo más claro; de ahí que se trate tan sólo, mientras ello sea posible, de mantener la cabeza lo bastante alta para no ahogarme», escribe en su diario el 18 de diciembre de 1910.
Pese a que él mismo se define como un ser atormentado, insatisfecho, depresivo, incapaz de soportar a nadie, víctima de lo que llama “falta de relación con la vida”, en realidad parece ser que era una persona afable, con mucho sentido del humor y gran conversador. Así al menos lo define su amigo Max Brod.

Al parecer, publicar no era algo obsesivo para Kafka. Él necesitaba escribir, publicar era algo secundario. Además, le imponía demasiado respeto y sólo cuando estaba absolutamente convencido de un texto, convencido sin fisuras de ningún tipo, sólo entonces se lanzaba a publicarlo, como le ocurrió con el relato “La condena”, que lo escribió durante una noche en vela, en estado febril, de un tirón, como suele decirse, y que le pareció lo mejor que había escrito nunca, hasta el punto de enseñarlo rápidamente a todo el mundo y pedirle a Brod que le ayudara a publicarlo, cosa inusual, pues siempre era Brod quien le insistía para publicar algo y, cuando lo conseguía, Kafka empezaba a ver imperfecciones en cuanto el texto estaba ya impreso. El caso es que la redacción de “La condena” le hace ver a Kafka que los resultados son mejores si escribe de noche, así que se distribuye la jornada del modo que considera mejor para escribir. Después del trabajo, come y se acuesta a dormir. Se levanta sobre las siete de la tarde, hace gimnasia, sale con los amigos, cena con la familia y de 10:30 en adelante se pone a escribir, hasta la una, aunque no es raro que la jornada se alargue.
El primer libro que publica se titula “Contemplación”, y en él se reúnen los textos que había publicado en revistas. Con este motivo, escribe en su diario el 11 de Agosto de 1912: «Nada, nada. ¡Cuánto tiempo me hace perder la publicación del pequeño libro y cuánta presunción ridícula, perjudicial, surge al leer estas viejas cosas con la perspectiva de publicarlas! Sólo esto me impide escribir. Y sin embargo no he conseguido realmente nada; la perturbación es la mejor prueba de ello. De todos modos ahora, tras la publicación del libro, tendré que mantenerme aún mucho más apartado de las revistas y de las críticas, si no quiero darme por satisfecho con meter únicamente las puntas de los dedos en la verdad». Su relación con la escritura es atormentada, es sufrimiento y necesidad, como si sintiese que tenía que llevar a cabo su obra pese a cualquier circunstancia, lo cual hace más incomprensible el hecho de que publicase muy pocos textos en su vida y que pidiese que el grueso de su obra fuese destruido tras su muerte. A Gustav Janouch, autor del libro “conversaciones con Kafka”, le dijo en cierta ocasión: «Mis garabatos no merecen una encuadernación en piel. Son sólo mi espantajo personal. No se deberían ni siquiera imprimir. Deberían ser quemados y eliminados. Carecen de toda importancia». ¿Quién iba a decirle entonces el papel que su obra iba a ocupar en la historia?

Consagró toda su vida a la literatura y, pese a que persiguió a Felice Bauer con verdadera obsesión, y consiguió que accediera a casarse con él en varias ocasiones, lo cierto es que no llegó a materializar tal compromiso. De pronto, se veía asaltado por las dudas, por los remordimientos, y se daba cuenta de que la vida de escritor era incompatible con el matrimonio. Le aterraba que casarse con Felice no le permitiera ya nunca abandonar la oficina y lo alejase de la escritura, una actividad para la que necesitaba disponer de muchas horas en soledad. Por fin, fue la tuberculosis la que le libró tanto de la boda con Felice como de la oficina. A causa de dicha enfermedad, tuvo que pasar temporadas en el campo. En Shelesen conoció a Julie Wohryzek y sintió de nuevo deseos de casarse. Julie Wohryzek era hija de un zapatero y el padre de Kafka puso el grito en el cielo. En la “Carta al padre” hace referencia a este hecho: «Me dijiste más o menos: “Seguramente se puso una blusa muy mona, como saben hacerlo las judías de Praga, y naturalmente decidiste enseguida casarte con ella. Y lo antes posible, dentro de una semana, mañana, hoy. No te entiendo; eres un hombre hecho y derecho, vives en la ciudad y no se te ocurre nada mejor que casarte con la primera mujer que se te pone a tiro. ¿Es que no hay otras posibilidades? Si tienes miedo, yo mismo te acompañaré”». Un párrafo que Franz Kafka reproduce de memoria y que deja bien a las claras el carácter del padre. En esa misma carta, todo un ejercicio de introspección y análisis, se cuestiona por qué no se ha casado, llegando a la conclusión de que es “intelectualmente incapaz para el matrimonio”: «Esto se manifiesta en el hecho de que, a partir del momento en que decido casarme, ya no puedo dormir, me arde la cabeza día y noche, mi vida no es vida, ando tambaleándome, presa de la desesperación». Más tarde conocería a Milena Jesenská. Ella le mandó una carta explicándole que estaba interesada en traducir algunos de sus escritos y, a partir de ahí, comenzó entre ellos una amistad muy estrecha. Ella estaba casada con el escritor Ernst Polak. Se vieron en pocas ocasiones, aunque llegaron a mantener una relación intensa y muy especial. La correspondencia con ella es un ir y venir constante, un adelante y atrás, pero de una complicidad y una afinidad evidentes. Kafka llegó a dejarle parte de su diario personal para que ella lo leyera. Él le dice: «contigo en el corazón puedo soportar cualquier cosa». Pese a ser una mujer muy segura de sí misma, también llegó a sentir miedo del intenso tormento interior de Kafka. Finalmente, fue Dora Dymant la mujer con la que vivió los últimos años de su vida, sin llegar a casarse. Ella era quince años más joven que él. Se puede decir que con Dora fue feliz, ella supo respetar su tiempo para escribir y constituía un apoyo imprescindible para el estado de ánimo de Kafka, cada vez más mermado por la enfermedad. Se sabe que le pidió que destruyera algunos de sus escritos delante de él, y los quemaron en la estufa. Dora estuvo a su lado hasta el día de su muerte, víctima de la tuberculosis, que le destrozó la laringe. Murió el 3 de Junio de 1924. Kafka tenía cuarenta y un años de edad. Con él se encontraba su amigo, el médico Robert Klopstock, que le había prometido aliviar su sufrimiento cuando éste fuese insoportable. Kafka le dijo esa última noche: “Mátame, o eres un asesino”. Klopstock le administró una inyección y lo último que dijo Kafka fue: “yo me voy”.

El héroe o antihéroe kafkiano, un hombre cualquiera, poco definido, nombrado casi siempre por una sola letra, K, está en un mundo cuyo sentido se le escapa, sujeto a una serie de normas que le ayudan a moverse en él, pero sin entender el mecanismo que mueve el engranaje que lo engulle sin piedad alguna. En un decorado que se encuentra sujeto a la normalidad se desarrolla una trama que resulta delirante. El hombre intenta llegar a alguna parte, comprender lo que le rodea, respetar las normas, pero de una forma inevitable se ve arrastrado por las circunstancias. Y nosotros, simples testigos impotentes de su periplo, captamos la angustia en toda su dimensión. Kafka llegó a decir que no sabía si escribía para salvar su alma o para condenarla, y hay quien afirma que quiso destruir sus escritos porque se arrepentía de ellos, ya que todos se centran en la angustia y la desesperación. Sólo él sabía sus motivos, así que se puede seguir elucubrando sobre ello, es algo que lo hace más grande.
Podrían decirse muchas cosas sobre Kafka. Uno de los autores más importantes que han existido. Puede hablarse mucho sobre el modo atormentado en que vivió la escritura, sobre sus opiniones, sus miedos, sus indecisiones, sus contradicciones, todo aquello que se refleja en sus escritos, aunque parece que hay también otro Kafka, más divertido, más emprendedor, dispuesto incluso a asesorar a gente humilde para que puedan ganar frente a la propia compañía de seguros en la que él trabajaba. Desconozco hasta qué punto se ciñe a la realidad la visión que tengo de él. En cualquier caso, me gusta pensar en Kafka como alguien capaz de comprenderme cuando siento que nadie me entiende; alguien para quien la literatura era un refugio, el único lugar en el que se encontraba a salvo.


lunes, julio 28, 2008

Hablar en público

Isaac Asimov era un gran orador. Dio muchas conferencias y siempre fue capaz de encandilar a su público.
En su autobiografía escribe: “Cuando alguien da una conferencia, la presentación corre a cargo de otra persona. Hay un riesgo en ello, ya que, a menos que la introducción sea corta y concisa, puede crear problemas: si es larga y aburrida enfría la audiencia, pero si es ingeniosa, corta o larga, eclipsa al orador”.
Y añade: “Por lo general, prefiero que no haya ninguna presentación. Me gustaría entrar en un escenario vacío a la hora programada para el comienzo, avanzar hacia el podio y decir: «Señoras y señores, soy Isaac Asimov», y después empezar a hablar. Ésa es toda la introducción que quiero y necesito, pero hasta el momento nunca lo he podido conseguir. Siempre hay alguien que quiere su momento de gloria”.

A mí me gustarías ser como Asimov, pero la verdad es que me aterra hablar en público; ese tipo de actos me crean taquicardia. Me siento muy identificado con el artículo de Vila-Matas titulado "Sobre la angustia de hablar en público".
Un amigo me invitó el año pasado a presentar un libro de cine. Llevé un texto escrito y lo leí de tirón, sintiendo que me temblaba la voz. Pero lo hice y me sentí bien. Y luego me relajé y creo que la cosa no estuvo mal. Ahora bien, debo confesar, y juro que es cierto, que unos días antes llegué a ir a un cardiólogo porque pensé que la opresión que tenía en el pecho podía deberse a alguna dolencia del corazón. Y resulta que todo se me pasó después de la presentación del libro. A veces pienso en esos escritores que no dan entrevistas, que no se dejan fotografiar, como Pynchon o Salinger… Pero claro, uno es consciente de que no es Pynchon ni Salinger ni Cormac McCarthy…

A primera vista, se puede decir que el acto de la escritura es directamente contrario a las actividades sociales. Quiero decir que uno escribe en soledad, pasa muchas horas aislado, y luego tiene que exponerse ante los demás. Son cosas muy distintas. Pero claro, si uno lo piensa bien, es cierto que hablar en público no tiene nada que ver con el hecho de escribir, hablar es público es algo relacionado con el hecho de publicar. Ésa es la cuestión. Es un paso más en esa exhibición a la que el escritor decide someterse libremente. Cuando uno da el paso de publicar, debe asumir que tiene que participar en el teatro implícito en el acto de promocionar un libro, debe asumir que deja de ser un solitario y se convierte en alguien que está a gusto con la gente, que deja de hablar consigo mismo y pasa a hablar a una audiencia más o menos extensa.

Cuenta Vila-Matas que se compró el libro “Aprender a hablar en público”, de Juan Antonio Vallejo-Nájera y que, en contra de lo que esperaba, el libro aún aumentó su pánico y angustia. Yo compré hace unos años el clásico de Dale Carnegie “Cómo hablar bien en público”, que tiene el añadido, en letra más pequeña, “e influir en los hombres de negocios”. Bueno, parece “dos libros por el precio de uno”. El libro se presenta como ayuda necesaria y afirma al poco de empezar: “De una cosa por lo menos podemos estar seguros: de que el adiestramiento y la ejercitación harán desvanecerse el temor al auditorio, infundiéndonos por siempre valor y confianza en nosotros mismos. No debemos creer que nuestra situación es única. Aún aquellos que luego llegaron a ser los oradores más elocuentes de su época, se vieron al principio entorpecidos por este miedo y esta timidez ofuscadores”.

El libro es como una sesión de palmaditas en la espalda. Y eso no suele venir mal. Pero una de las cosas que recomienda al poco de comenzar es que “no leamos ni tratemos de recordar los discursos palabra por palabra”. Cuando precisamente leer un texto me parece una manera válida de salir airoso del trance. Luego da consejos sobre cómo debe prepararse la charla, señala errores que deben evitarse, técnicas para recordar ciertos datos… Pero resulta que, pese a todo, los síntomas son físicos: puede uno llevar un discurso muy lúcido y no poder evitar que le falte la respiración… Como ocurre con tantas otras cosas, parece que sólo se puede aprender a hablar en público, hablando en público. Aunque yo tomo buena nota de lo que aconseja Vila-Matas en el artículo que mencioné antes; “Junto al calmante y el humor, pensar que no hay público es la tercera solución para evitar, a trancas y barrancas, el pánico escénico”.


Nota aparte.
El viernes publicaré el último texto antes de irme de vacaciones. El blog quedará inactivo durante el mes de Agosto. Se trata de un artículo sobre Kafka que surgió a raíz del comentario que Clara dejó en mi relato “Jeep”. Nos volvemos a encontrar en Septiembre.

jueves, julio 24, 2008

Hancock

En un mundo en el que cada vez se cree menos en las cosas, se desmoronan los principios y las verdades absolutas, donde cuando alguien se muestra amable pensamos que nos quiere vender algo y se siente casi lástima por quien se atreve a conmoverse por las desgracias ajenas, no es de extrañar que hasta los superhéroes entren en crisis. El superhéroe se ha convertido en un ser solitario, desplazado de la sociedad, diferente, y esto le entristece. Ya no es alguien que está por encima del bien y del mal, vigilante, sino que, en muchos casos, se trata de una persona anodina que sobrelleva la carga de poseer unos poderes que debe ocultar a los demás. El superhéroe se ha humanizado, ha descendido a nuestro terreno.
Esta tendencia ya se ha tratado en cómics como “Watchmen” o en libros como “Muy pronto seré invencible”, de Austin Grossman, o incluso en series de televisión como “Héroes”. La visión del superhéroe se ha vuelto más humana, más realista; ya no se encuentran en un plano superior, sino que pueden estar aquejados por problemas tan cotidianos como pagar la hipoteca. Recuerdo que una de las cosas por las que prefería a Spiderman a cualquier otro superhéroe de los que iban surgiendo en mi adolescencia era precisamente que se preocupaba por cosas tan normales como los exámenes, la novia, el chulo del colegio o la forma de ganar dinero para subsistir, mientras el resto vivía en lujosos refugios dotados con los más inimaginables avances tecnológicos.

Así las cosas, llega a la pantalla “Hancock”, la historia de un superhéroe alcoholizado y mal hablado, poco amable y con mucho mal genio, que realiza su trabajo con una profunda desgana y causando enormes destrozos, hasta el punto que la gente se pregunta si no resulta peor el remedio que la enfermedad. Cada intervención suya cuesta a la comunidad grandes sumas de dinero. Hancock es un superhéroe despreciado por la gente, que lo insulta y lo abuchea.
No obstante, esto puede cambiar cuando conoce a Ray, un asesor de imagen que cree en las buenas causas, todo lo contrario que Hancock. Ray es un hombre bueno que confía en las personas y que se esforzará por conseguir que Hancock caiga simpático a la gente y se comporte como el superhéroe que es. Esto conlleva, entre otras cosas, enfundarse un traje de superhéroe y no ir por ahí volando en zapatillas. En este punto, la película alcanza su nivel álgido, el contraste de la pareja resulta muy efectivo y se alcanzan momentos de indiscutible comicidad. De hecho, creo que la película debería haber seguido explotando este tema, pues permitía hablar de muchas cosas, como el poder de la publicidad, la manipulación de los medios de comunicación, el gusto por la fama o la necesidad de ser aceptado por los demás, por poner algunos ejemplos. Sin embargo, no sé en base a qué criterio comercial, la trama se desvía hacia otros caminos que me interesaron menos y desinflaron mi entusiasmo inicial.

Pese a ello, se trata de una película muy entretenida, con espectaculares efectos especiales y buenas interpretaciones, destacando entre el elenco de actores, por supuesto, a Will Smith, que se puede decir que es el actual Rey Midas del cine norteamericano, pero sin olvidar a Jason Bateman ni a Charlize Theron.
Ha sido dirigida por Peter Berg, cuyo último trabajo hasta la fecha era “La sombra del reino”.

domingo, julio 20, 2008

Tareas pendientes

A veces, en el mes de Julio, mi familia se va a la playa y dejan que me quede entre mis libros, escribiendo, leyendo, adelantando una tarea ingente que no tiene fin. Cuando llega ese momento, pienso que debo aprovechar cada minuto. Madrugo. Me siento delante del ordenador y sólo me levanto para comer y, a última hora, para ver una película en la televisión e irme a dormir.

Sin embargo, a veces ocurre que me quedo en blanco. Empiezo a perder el tiempo. Busco un libro o pongo orden en una estantería o reviso el correo… Pero no escribo. No sé por dónde empezar… Demasiadas cosas se me amontonan y, a veces, veo que el tiempo pasa y yo no he adelantado gran cosa. Esto me desespera, me crea una gran ansiedad y, con frecuencia, en esos momentos, me siento culpable.
Pero también es verdad que yo no podría vivir sin escribir. Además, cuando no escribo durante varios días me suelo poner de mal humor. Pienso que ese fin de semana que estaré sólo me cundirá el tiempo y terminaré muchas cosas… Pero luego resulta que hay días en que no termino nada y siento que me falta la respiración.

Este fin de semana, por ejemplo, me dediqué a mover libros. Siempre he querido hacer una base de datos para saber exactamente lo que tengo, aunque suelo saberlo. No obstante, me ha ocurrido en un par de ocasiones que he comprado un libro que ya tenía. Entonces pienso que tengo que hacer una relación de mis libros. Pero eso sería un trabajo atroz, así que se me ha ocurrido fotografiar los libros. Es una base de datos fotográfica. Y así pasé varias horas, fotografiando estanterías.

Otra tarea que me ocupa bastante tiempo es elegir los libros que me llevaré este verano. Siempre llevo más libros de los que puedo leer, pero eso es otra cuestión, al menos los paseo. Hay algunos que creo que tengo claros: “Pasando página”, de Sergio Vila-Sanjuan, un ensayo sobre el mundo editorial en España, en los veinticinco primeros años de su democracia. “Vía revolucionaria”, de Richard Yates, todo un clásico estadounidense que justifica el hecho de que al autor se le compare con Cheever y su influencia se reconozca en gente como Carver o Richard Ford. Copio el texto de la solapa: «Alguien me preguntó en una fiesta sobre mi novela y le respondí que estaba escribiendo sobre el aborto. Le dije que era una sucesión de abortos de todo tipo: una obra abortada, varias carreras abortadas, una infinidad de ambiciones y planes abortados, todo lo cual conduce a un aborto real, físico, y a una muerte al final. Tal vez ése sea el mejor resumen de la novela que pueda ofrecer. Durante los cincuenta prevalecía un generalizado deseo conformista en todo el país, y no sólo en las urbanizaciones: una suerte de búsqueda de seguridad, ciega y desesperada, que se encarnó políticamente en el gobierno de Eisenhower y en la caza de brujas de Joe McCarthy. Muchos estadounidenses estaban muy preocupados por ello, pues parecía una traición absoluta a nuestro más gallardo espíritu revolucionario, un espíritu que quise ver encarnado en el personaje de April Wheeler. El título alude a que la vía revolucionaria de 1776 había llegado prácticamente a su fin en los años cincuenta”. Promete ¿verdad? Otro libro que llevaré conmigo es “Milena”, la semblanza que escribió Margarete Buber-Neumann sobre Milena Jesenská. Ambas se conocieron en el campo de concentración de Ravensbrück. Buber-Neumann es autora de un clásico de la literatura sobre experiencias en campos de concentración titulado “En las cárceles de Stalin y Hitler”, que también tengo pero cuya lectura dejaré para más adelante. También quiero este verano leer uno de esos libros que me avergüenza reconocer que tengo pendiente: “Los detectives salvajes”, de Roberto Bolaño. Libros extensos, ideales para leer cuando se tiene tiempo libre por delante. Pero llevaré otros, seguro, al menos cuatro o cinco más que aún no he decidido.

sábado, julio 12, 2008

Rosa íntima


Resulta muy difícil intentar transmitir la alegría que sentí cuando encontré en mi buzón el último poemario de Rosa Silverio, titulado “Rosa íntima”.
Rosa Silverio es una reconocida poeta dominicana, amiga de este blog y autora a su vez de un blog personal muy recomendable en el que comparte sus reflexiones, relatos y poemas. Tiene también publicados otros poemarios, como “De vuelta a casa” o “Desnuda”.

Sus poemas son desgarrados, escritos desde las tripas. Poemas rápidos por los que uno parece descender como si se tratara de una montaña rusa, con el vértigo en el estómago. Poemas que encierran historias; los engullimos como si fueran pequeños relatos que luego se despliegan en nuestro interior.
Me llama la atención la mezcla de elementos que utiliza Rosa en sus poemas. No duda en sembrarlos de detalles duros, sórdidos a veces, creando un texto que desconcierta al lector y que termina por dejarle un regusto amargo, un poso de inquietud. Poemas que golpean, que se adentran en las grietas de nuestra naturaleza en busca de las zonas oscuras que todos llevamos dentro.

La poesía de Rosa nos desvela su lado más íntimo y personal, y en ella se muestra el aspecto moral y comprometido de su escritura. En este libro nos habla de la soledad, de la vejez, del miedo… poemas de introspección que exploran sus anhelos y sus temores, sus esperanzas y desasosiegos, y que respiran melancolía y sinceridad. Un poemario de carácter biográfico, narrado en primera persona, de tono intimista, que afronta con valentía los miedos que nos acechan en la oscuridad, la incertidumbre de la evolución y las debilidades que nos pellizcan por dentro, intentando doblegarnos, y pese a las cuales seguimos erguidos, marchando hacia delante, hacia lo desconocido.

No puedo resistir copiar uno de los textos como muestra:

Interior

En mi interior hay un torrente extraño,
caudal que conduce a ninguna parte,
recodo de mis piedras y cangrejos,
de mi cuerpo triste,
de esta piel cansada
y de estas piernas que se niegan a sí mismas,
que se arrojan sin temor a la corriente
y se entierran en el fondo como un ancla.
En mi interior hay humedad que no me moja,
hay torpeza, hay basura,
hay una barca que perdió sus remos
y un mar en el que no desemboco nunca.
Graciela Barrera también habla de este libro en su blog y, además, entrevista a la autora, así que recomiendo su lectura encarecidamente.

sábado, julio 05, 2008

La carretera



La carretera, de Cormac McCarthy, editada en Mondadori, fue merecedora del Premio Pulitzer 2007 a la mejor obra de ficción. Se trata de una historia dura, desasosegante, que podría enmarcarse en el género de la ciencia ficción aunque, para mí, estaría más cercana al terror, por la sensación que me produjo, por el mordisco que me pegó en el estómago, por el impacto de sus imágenes, que todavía me persiguen.

Un padre y su hijo avanzan por una carretera que parece ser el último reducto de una civilización que ha desaparecido. Un paisaje postapocalíptico, de naturaleza muerta, frío extremo, polvo y niebla. Un padre y su hijo avanzan arrastrando un carrito de supermercado con lo que queda de sus pertenencias. Deben tener cuidado. Hay supervivientes violentos, que no dudan en robar, en matar, seres brutalizados que se alimentan de carne humana. Dentro del infierno continúa siendo cierto lo que decía Sartre: “el infierno son los otros”.
Todo es desolador. Los restos del pasado, en forma de casa abandonada, lejos de tranquilizarnos nos ponen un nudo en la garganta. Avanzamos con ellos, pensando “tened cuidado”, perdidos en una pesadilla, sabiendo que los monstruos nos acechan.

Las historias sobre el fin del mundo están de actualidad; y “La carretera” describe perfectamente la sensación de fracaso, de pérdida, el horror y el desamparo, la angustia por encontrar una salida, por llegar a un lugar en el que todavía quede algo bueno, que invaden a esa solitaria pareja que avanza sin descanso, que sólo piensa en sobrevivir y en salir de un mundo devastado y perdido para siempre, arrastrando sus cosas en un carrito de compra, como un mal chiste sobre los restos de la sociedad de consumo.

La carretera es un espacio mítico en la ficción norteamericana, metáfora del viaje de la vida, de la evolución y el cambio. Ahora, se transforma en una cicatriz, única huella de la presencia humana, pero se mantiene como símbolo de la esperanza en ese viaje angustioso que McCarthy narra con un ritmo implacable, dejándonos escenas que se nos clavan en la carne y nos hacen sangrar.

Cormac McCarthy no es sólo un autor de culto, sino que es uno de los escritores norteamericanos más decisivo de los últimos años. Su estilo es despojado y seco, sin lugar para la retórica. Sus libros suelen indagar en la esencia del mal, de la crueldad, del sufrimiento. Y “La carretera” no es una excepción en este sentido.
No obstante, cuando lo leía, no podía quitarme de la cabeza la película “Ladrón de bicicletas”, de Vittorio de Sica, al contemplar la relación entre el padre y el hijo. En ese mundo desolado, plagado de peligros, duro y aterrador, es la relación entre ese padre y ese hijo lo único puro que se puede encontrar, el amor filial, el lazo familiar, es la única esperanza en ese terreno muerto y oscuro.

sábado, junio 28, 2008

Jeep

Un día llaman a tu puerta y te dicen que se tienen que llevar a tu hijo porque lo van a convertir en un hombre, y no puedes retenerlo argumentando la fuerza del amor familiar porque lo que pretenden es que luche por su Patria, que es algo mucho más grande e importante; y les da igual lo que argumentes, no le piden que crea en nada, sólo que esté dispuesto a dar su vida por la Patria, no quieren su devoción, quieren que muera por la Patria, así de simple, y para eso van a convertirlo en alguien capaz de cumplir las órdenes más absurdas sin pestañear, como descargar un camión empezando por el fondo, sin pensar en lo ridículo que puede ser descargar un camión empezando por el fondo, él debe ser capaz de obedecer cosas de este tipo respondiendo con energía un ¡sí, señor!, que resulta tanto más estúpido cuanto más ridícula es la orden recibida, y tal vez un día te llegue una carta diciendo lo sentimos mucho, su hijo no estaba preparado para conducir un jeep, pero lo pusimos a conducir un jeep, así que se ha estrellado y se ha matado y ha destrozado el jeep, y lees la carta una y otra vez, intentando encontrarle un sentido, pero eres incapaz de encontrarle un sentido a todo aquello, así que lo único que te queda es arrugar la carta y llorar por él, maldiciendo ese sistema que te ha arrancado a tu hijo sin que hayas podido negarte, porque te dan un fusil y te dicen que mueras por la Patria y tú no tienes más remedio que ir y morir, es así de simple, y nadie puede impedirlo, nadie puede decir nada en contra, así que uno se queda hundido de impotencia mientras despide a su hijo y le dice, al menos, que tenga cuidado, aún sabiendo que no se puede tener cuidado en medio de una emboscada, pero se lo dices de todas formas, aunque no se te ocurrió decirle que tuviera cuidado al conducir, no pensaste en que podía ser peligroso conducir un jeep.


sábado, junio 21, 2008

Feria del Libro 2008

Un año más acudo a la Feria del Libro de Madrid. Un año más el calor es insoportable. Un año más excedí mi presupuesto. Un año más terminé para el arrastre. Un año más lo pasé en grande y un año más me dispongo a contar mi paseo y compartir mis adquisiciones.

Feria calurosa y abarrotada de gente

En primer lugar, estuve en los stands de ediciones latinoamericanas. Siempre me detengo en ellos porque encuentro libros que, normalmente, aquí no llegan. Es una pena que se pierda la oportunidad de conocer nuevos autores. Los encargados de una de las casetas empezaron a recomendarme libros. “Este acaba de salir”, “este es muy bueno”, y a veces me contaban algún detalle más, como “este es un autor muy recomendado por tal escritor”, etc. Al final, compré una novela titulada “¿Vos me querés a mí?”, de Romina Paula, editorial Entropía. Me hubiese llevado muchos más libros de allí, pero tenía intención de controlar mi presupuesto con la cabeza y no con el corazón: firme propósito que me temo no pude cumplir en su totalidad.

Al continuar mi paseo, me encontré con una cola que se perdía en el interior del parque. Era algo fantasmal. Parecía una escena sacada de una película de ciencia ficción.


Una cola fantasmal

Un poco más adelante descubrí el motivo: estaba firmando Ken Follet. Increíble dispositivo. La gente que hacía cola pasaba delante de él a toda velocidad. Apenas dejaban hueco para sacarle una foto.

Ken Follet

Asistí a un acto que empezaba a las 13:00 horas en la carpa de la Fundación Círculo de Lectores. Se trataba de una charla entre Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán sobre ficción y autobiografía, y en ella establecieron un juego divertido en el que mezclaron todo tipo de ideas, como que Vila-Matas escribe una especie de diario en prensa en el que se suele inventar las cosas y, sin embargo, en sus novelas suele poner elementos biográficos. Contó que se inventó un viaje que iba a realizar, de modo que cuando su texto apareció publicado, él estaba viviendo dicho viaje, y dijo haber forzado alguna conversación para conseguir que la realidad se ajustase a la ficción. Rodrigo Fresán, por su parte, mencionó como excelentes biografías de escritores a “David Copperfield”, “Martin Eden” y “Drácula”, aunque al final fueron las de Malcolm Lowry, Proust y Nabokov las que fueron ensalzadas como excelentes autobiografías. Y dado que el ambiente era cada vez más distendido, llegó Fresán a mencionar una autobiografía de Raphael como interesante ejercicio literario. Aunque se sintió un poco aterrado por el hecho de que la charla terminase precisamente con ese titulo, lo cierto es que así terminó la cosa.
Me acerqué y saludé a Vila-Matas. Muy amable, me dedicó el que es su último libro: una recopilación de artículos que se ha editado en Argentina y que se titula “Y Pasavento ya no estaba”.

Enrique Vila-Matas y Rodrigo Fresán

Al salir de la carpa, emprendí el camino de regreso, despacio, mirando de reojo las casetas. Y de pronto vi que estaba firmando Angelina Lamelas, una escritora amiga de Medardo Fraile. Me acerqué a saludarla y me dedicó un libro para mi hijo titulado “Tato, el fantasma que perdió su sábana”. Pregunté por Medardo y me dijo que estaría en la Feria por la tarde, lo cual me llenó de alegría.
Por la tarde, acudí primero a la Casa del Libro, para dar una vuelta rápida, como si tuviera que cumplir con una especie de ritual secreto. Busqué algunos títulos. Encontré el libro “Parejas”, de José Manuel Martín Peña, de cuya existencia me había enterado gracias al blog de Conde-Duque. También compré el último libro de Oscar Esquivias: una colección de cuentos titulada “La marca de Creta”.

Volví a la Feria y fui a saludar a Medardo Fraile. Estuvo muy amable, como lo es siempre. Espero con ansiedad la aparición de su autobiografía. Compré su último libro, editado en Huerga & Fierro, un libro sobre cine con un titulo que me parece muy bueno: “Entradas de cine”. Y me lo firmó, claro.

Medardo Fraile

También me encontré allí, y tuve la suerte de saludar, a Ángel Zapata, uno de los mejores narradores actuales, amigo también de Medardo Fraile y con quien ya había coincidido en alguna otra ocasión.
Mi siguiente parada fue en la caseta de “Cátedra”, donde Juan Carlos Márquez, firmaba el libro de relatos con el que ha ganado la última edición del Premio Tiflos. Un libro titulado “Oficios”, cuya reseña apareció no hace mucho en el blog “el síndrome Chéjov”.

Juan Carlos Márquez

Luego anduve curioseando. Viendo la cola de gente que esperaba firmas de personajes televisivos como Buenafuente y Risto Mejide, entre otros. Gente del cine de indudable interés, como José Luis Borau, Nacho Vigalondo o Icíar Bollaín.

José Luis Borau

También me topé con un personaje infantil de ficción, el mismísimo Geronimo Stilton, firmando ejemplares de sus libros.

Geronimo Stilton

Y me dediqué a descubrir dónde estaba Juan José Millás, Soledad Puértolas, Mingote, Andrzej Sapkowski, Marina Mayoral, Antonio Gala, León Arsenal, Matilde Asensi, Javier Negrete, Almudena Grandes, Andrés Amorós o Manuel Talens.

Antonio Mingote


Juan José Millás

Soledad Puértolas

Antonio Gala


Manuel Talens

Cuando ya me iba, encontré a Rosa Montero y no pude resistir la tentación de comprar ese libro titulado “Instrucciones para salvar el mundo”.

Rosa Montero

Al día siguiente, asistí al acto de entrega de los premios que “La tormenta en un vaso” otorga al mejor libro publicado en castellano y al mejor libro traducido del 2007, que han recaído en “El padre de Blancanieves”, de Belén Gopegui, y “La carretera”, de Cormac MacCarthy respectivamente. La entrega se llevó a cabo en el café-librería “La buena vida”, un sitio con un encanto muy especial.

Belén Gopegui en la entrega de los Premios Tormenta

viernes, junio 13, 2008

El gremio de los escritores

Antonio Orejudo, en su columna del diario Público, llamada “¿Soy yo o es la gente?”, escribe el miércoles 11 de Junio de 2008 un artículo titulado “Que les den morcilla”. Habla esencialmente de los grandes cocineros, y concluye diciendo que “se parecen cada vez más al gremio nada respetable de los escritores”. Afirma que a los escritores les cuesta hablar de los colegas con admiración: “No me imagino a un cineasta escribiendo el artículo de Muñoz Molina el sábado pasado en Babelia. Y mira que era elegante. O el de Javier Marías en el dominical de El País, regañón como siempre…”

Javier Marías, en “La Zona Fantasma”, publica su artículo titulado “Las facturas de la admiración”, en el que viene a decir que cuando un escritor expresa su admiración hacia otro es siempre porque espera algo a cambio y, si no lo recibe, muestra inmediatamente su desprecio. Dice que, de joven, le dieron el siguiente consejo: “Si le dedicas un ejemplar a otro escritor, no dejes de ponerle «con admiración», se la tengas o no; porque si no se lo pones te harás un enemigo sin querer”. Pero claro, el joven Marías sólo siguió ese consejo en los casos en que sentía admiración de verdad, motivo por el cual “durante muchos años no existí para gran parte de mis mayores, españoles e hispanoamericanos”.
Prosigue explicando que, ahora que ya es un escritor maduro, los jóvenes le envían sus libros dedicados “con admiración” y, si no los lee o no le gustan, dejan de tenerle admiración. “El bloguero R me mandó un libro suyo humorístico en cuya dedicatoria me aseguraba que el humor era una forma de admiración; lo hojeé, y al ver que, en contra de lo que él creía, Dios no lo había llamado por esa senda (no tenía ni puta gracia, ni la tiene jamás), me abstuve de contestarle; desde entonces sólo me llegan ecos de sus diatribas contra mí, y me pregunto qué se hizo de la humorística admiración”. Añade que por suerte hay excepciones, pero son las menos.
Me hace gracia esa anécdota del bloguero, sobre todo porque recuerdo que Javier Marías siempre se jacta de no utilizar internet. Así son las cosas.

Por su parte, el artículo de Muñoz Molina, titulado “El integrado, el apocalíptico”, me ha parecido excepcional, debo admitirlo. En él plantea cómo, a fin de cuentas, cada uno cuenta la historia según le va. Utiliza a dos escritores muy contrapuestos: Ruiz Zafón y Juan Goytisolo. Uno, autor de bestseller, protagonista de la mayor tirada editorial de nuestro país; el otro, un autor de culto, de minorías, cuya calidad literaria ha motivado numerosos estudios. El primero afirma en una entrevista que los personajes “deben definirse a través de sus acciones y de sus palabras, no echando un rollo patatero en un párrafo inmenso”. El segundo afirma en otra entrevista que los bestsellers son “productos editoriales que siempre han existido y gracias a los cuales las casas editoriales pueden permitirse el lujo de publicar textos literarios”.

Los dos coinciden en sentirse fuera del mundillo literario, pero por razones radicalmente opuestas. Muñoz Molina, con mucho acierto, recuerda que una obra de calidad puede ser un bestseller (Lolita, Vida y destino, Bella del Señor…), y también que una historia transparente no tiene por qué estar exenta de matices que no se agoten en ninguna lectura. Y concluye que “más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá”.

Son textos muy interesante que reflejan el mal rollo que parece existir dentro del gremio de los escritores, donde cada uno pontifica según su propia experiencia y no duda en despreciar al de enfrente. Mal nos lo pintan. Yo espero que la cosa no sea así o, al menos, que no sea así siempre. Tiendo a pensar que en las entrevistas, a veces, uno debe improvisar y soltar cosas que, tal vez, no había meditado suficientemente. Por otra parte, parece que cuando uno habla de otros autores, lo hace pensando que, en cierto modo, está dando una información sobre su forma de escribir. Si digo que admiro a Dostoyevski, verán que soy un genio, y si hablo de Carver, dejaré claro que me gusta el realismo y el estilo despojado, mientras que otros autores nunca deben ser mencionados si no quieres que alguien te dé un tomatazo.

Quiero, para terminar, dedicar este texto a Antonio Orejudo, a Javier Marías y a Antonio Muñoz Molina, con admiración (por si acaso).

martes, junio 10, 2008

Inspiración y planteamiento

La inspiración existe, entendida como un fogonazo concreto, como una corriente de frases que, de momento, te parecen todas perfectas, aunque luego constates que no los son.
Comprendo todo lo que se suele decir sobre la inspiración, restándole importancia, aquello de que debe pillarte trabajando, que la mejor inspiración es sentarse a escribir todos los días… pero lo cierto es que existe. Aunque Faulkner dijo que él jamás la experimentó, yo creo que todo el mundo ha tenido un momento en el que se ha resuelto, como por arte de magia, el problema que quería plantear en una novela, el final de un relato, o una primera frase de la que sólo tenemos que tirar para descubrir adónde nos conduce. Son momentos que me parecen mágicos y que le llenan a uno de una felicidad un poco extraña e incomprensible.

Ray Bradbury, en su libro “Zen en el arte de escribir”, que es muy interesante por cierto, incluye un capítulo titulado “Cómo alimentar a una Musa y conservarla”. Esa Musa es, por supuesto, la inspiración, que admite que se corresponde con lo que todo el mundo llama el inconsciente. No obstante, sostiene que esa Musa debe ser alimentada a base de lecturas de todo tipo y de escritura constante: “Viviendo bien, observando a medida que vive, leyendo bien y observando a medida que lee, usted ha nutrido su Identidad Más Original. Mediante el entrenamiento, el ejercicio repetido, la imitación y el buen ejemplo ha creado un lugar limpio y bien iluminado para conservar a la Musa”.

Todo suele comenzar con una idea, o con una frase que aparece de repente y se niega a irse; y lo demás surge después, a fuerza de ir tirando del hilo.
Supongo que resulta inevitable que cada escritor le dé vueltas a los temas que le obsesionan, bien sean las drogas o la introspección psicológica, la muerte o la soledad, el sentido de culpa o el destino, la indecisión o el azar. Pero no es raro que el escritor se dé cuenta de esos temas a medida que avanza en la construcción de algo que pueda ser digno de denominarse “su obra”. Cuando se enfrenta a los textos, empieza a encontrar las concordancias, incluso las obsesiones. Y también supongo que habrá casos en los que será algún crítico, de los buenos, que los hay, quien le mostrará al escritor aspectos de su obra que él no había analizado fríamente y con distancia.

Desde hace algún tiempo, pienso que me gustaría poder escribir una historia en la que varios personajes viviesen en un mismo sitio, pero con una visión de la realidad distinta. No sé por qué me interesa este tema. Tal vez lo descubra si alguna vez llego a desarrollarlo.
En mi caso, no tengo preconcebido ningún plan. Alguna vez lo he intentado, pero me resulta aburrido, prefiero dejarme llevar, que los personajes vayan tomando sus decisiones sobre la marcha. Puedo asegurar que a veces me he sorprendido del giro que ha tomado una determinada historia. Recuerdo concretamente el caso de un relato que finalmente titulé “El Recuerdo”: yo quería que fuese la historia de un hombre que va rememorando diferentes episodios de su vida, sin embargo, sin previo aviso, se presentó “La Sombra” y empezó a hacerle preguntas al viejo y, finalmente, me enteré de que el viejo había matado a su esposa, pero la había matado por amor. Es un relato inédito, claro.

Cuando uno se enfrenta a sus escritos puede empezar a descubrir cosas de las que no era consciente, temas recurrentes como la infancia o la muerte, que le hacen pensar en sí mismo, le ayudan a conocerse. No obstante, aún así, uno no puede afirmar que esté seguro de sus conclusiones, pues ya se sabe que un escritor es el peor juez de su propia obra.
Supongo que con un blog pasa poco más o menos lo mismo.

lunes, junio 02, 2008

El humor en la literatura



Muñoz Avia, Antonio Orejudo y Mercedes Abad, moderados por el televisivo Tonino, charlaban sobre el humor en la literatura en uno de los actos que se celebraron en la pasada Feria del Libro de Valencia.

Orejudo inició la conversación dejando claro que el humor le parece un condimento esencial en la literatura, pero en su justa medida. No soporta los libros que se presentan como “graciosos”. Recalca que la mala leche es una manifestación del humor. Generalmente, parece que da más prestigio la tragedia que la comedia. La risa tiene mala prensa porque los poderosos temen a la risa. Cuenta que Francisco Umbral recomendaba que el autor no se riera en la foto de la contraportada de sus libros, recordando que el autor siempre debe parecer atormentado y que a la gente no le interesa lo que pueda contar alguien aparentemente feliz. Citó a Chesterton cuando dijo que lo contrario de divertido no es serio, sino aburrido y a Borges al afirmar que la literatura de género no goza del prestigio del aburrimiento. Por último, destacó la importancia de autores como Mihura o Jardiel Poncela, diciendo que sólo su filiación política puede explicar que no ocupen hoy en día el lugar que les corresponde.

Mercedes Abad dijo que el humor nos defiende de la pomposidad, la solemnidad, también de la cursilería. Recordó que la realidad es tragicómica y, para ilustrarlo, contó una anécdota sobre el entierro de un familiar lejano que no había sido una persona muy querida. Fue en el coche de su prima, que conducía fatal y se saltó un semáforo y un stop, lo que le hizo pensar que podía morir yendo precisamente a un entierro. Casi se perdieron por el cementerio. Cuando llegaron al fin, iban con retraso y todo se hizo muy deprisa. De pronto el coche mortuorio, la grúa y los funcionarios se fueron y los dejaron allí, preguntándose cómo iban a encontrar la salida. Y, en ese momento, el letrero de un florista en un nicho, reclamando una deuda pendiente, les hizo estallar en carcajadas. Terminó entonces afirmando que el humor nos muestra lo insignificante que es todo y, sin duda, por eso es un elemento esencial en autores como Kafka o Kundera.

Rodrigo Muñoz Avia explicó que el humor surge de la propia historia. Uno no escribe de lo que quiere sino de lo que puede. El éxito de su primera novela le ha clasificado como autor de novelas de humor, pero su segunda novela no tiene tanto humor y esto supone un factor de presión. Afirma que el humor es una manera de derribar algo, de mostrar la humanidad despojada de solemnidad. Contó que lo último que la había causado risa era la noticia de ese cura que se había atado a un montón de globos de helio y había desaparecido en el cielo. Algo muy surrealista. A fin de cuentas, el humor y la tragedia no es raro que anden unidos.
Pese a que su libro se encuentra en la estantería de literatura de humor de muchas librerías, coincide con Orejudo en que es una estantería que le produce horror a un autor, sin duda por el encasillamiento que conlleva.

Concluyeron que parece que esté mal visto leer por placer, que da mala conciencia divertirse. Hay que leer una serie de libros que dan prestigio y que, si no se han leído, parece que uno sea menos inteligente. Y muchos de esos libros son, por supuesto, aburridos.

La charla fue distendida, como puede verse. En general, he de admitir que a mí también me causan rechazo los libros supuestamente “de humor”, los de portadas estrafalarias. Pero no he tenido problema en comprar algunos. Me viene ahora a la cabeza “Speaking in silver” que me parece muy ocurrente. También leí en su día el libro de Muñoz Avia "Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos" (cuya portada también me disgusta). El libro de Muñoz Avia es ameno y está cargado de mala leche. El asunto de la búsqueda de la felicidad y de cómo uno puede llegar a obsesionarse por cosas nimias, resulta muy atractivo, más en los tiempos actuales, en los que parece obligatorio ser feliz y divertirse todo el tiempo. El personaje principal del libro tiene, no obstante, algo de ridículo que lo enmarca en el terreno de las clásicas novelas de humor. Sus desventuras, su agobio, su ir de aquí para allá y sus obsesiones me recuerdan a Woody Allen. Los libros de Allen ocupan un lugar relevante en mi biblioteca personal, así como las memorias de Groucho Marx. Mihura, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Alfonso Paso, Edgar Neville o Gómez de la Serna son autores a los que me acerqué en uno u otro momento y cuyo concepto del humor resulta ineludible para quien quiera analizar la evolución del género en nuestro país. Rafael Azcona también debe figurar en esta relación y Eduardo Mendoza, cuya obra “El misterio de la cripta embrujada” recuerdo como un auténtico acontecimiento en el momento de su publicación y que ha escrito también otros libros que pueden considerarse obras claves del género.

El humor no es que esté mal visto, es que suele ser ninguneado en los ambientes que se consideran cultos. No abiertamente, por supuesto. Lo primero que uno oye cuando pregunta por el humor en la literatura es que es esencial y que no se debe olvidar que “El Quijote” es un libro de humor. También se suele destacar la vena humorística de Quevedo, El arcipreste de Hita, Fernando de Rojas o la picaresca en general… pero ahí parece estancarse el tema, como si se produjera un salto en el que los principales autores humorísticos que uno recuerda son extranjeros: Voltaire, Moliere, Swift, Sterne... El humor parece perder relevancia en algún momento, algo que se sabe que está ahí pero a lo que no se le suele prestar demasiada atención. O eso me parece a mí.

domingo, mayo 25, 2008

Augusto Monterroso y Liu Hsia

Augusto Monterroso falleció en México el 8 de febrero de 2003, víctima de un fallo cardíaco. No necesita presentación. Uno de los escritores más interesantes que puede uno encontrar, ejemplo de concisión y elegancia, autor de piezas ya clásicas, de relatos que han sido traducidos y antologados hasta la saciedad, como “Mr. Taylor” o “Primera dama” (sí, también “El dinosaurio”, sí), relatos que pueden quedarse en la mente de quien los lee por mucho tiempo, quizá para siempre, como me pasó a mí con “Leopoldo (sus trabajos)”, cuando lo leí en la vieja edición de Alianza Editorial que todavía conservo, siempre a mano. Autor también de la novela, “Lo demás es silencio”, del libro autobiográfico "Los buscadores de oro", y de numerosos artículos.

Recientemente, su viuda, Bárbara Jacobs, ha donado a la Universidad de Oviedo, la biblioteca y documentos personales del autor, lo cual es todo un acontecimiento. Unos 14.000 volúmenes cuya clasificación necesitará, se estima, unos dos años. (Más información)
El mismo día de la muerte de Monterroso, la escritora taiwanesa Liu Hsia, conocida por su seudónimo Hsing Lin Tzu, murió tras haber sido herida por su criada indonesia que padecía problemas mentales. Hsing Lin Tzu era autora de una treintena de obras que abarcan la novela, el relato, la biografía y el reportaje, así como múltiples artículos. Obtuvo un premio nacional de arte y literatura en 1982. Sufría artritis reumática desde los 12 años, por lo que debía usar una silla de ruedas. Era asesora presidencial y creadora de la Fundación de Acción Social Edén.

La muerte de Monterroso, como no podía ser de otra manera, ocupó al menos cuatro páginas en los periódicos; la de Hsing Lin Tzu, o Liu Hsia, una necrológica de unas pocas líneas, y en algunos periódicos ni siquiera eso.

Sin embargo, desde ese día, he buscado información sobre esta escritora, no me pregunten por qué. Tal vez quiero pensar que el hecho de que muriera el mismo día que Monterroso debe significar algo. Pero lo cierto es que poco hay en la red sobre Liu Hsia. Artículos de breves líneas que repiten los mismos datos escasos. Murió a los 61 años de edad. La sirvienta que la asesinó era indonesia, tenía 32 años y se llamaba Vinarsih. Se desconoce el motivo de la agresión.

El artículo más extenso que he encontrado se encuentra en taipeitimes.com.
Y poco más. Una desconocida para el mundo occidental. Supongo que no será así en ese internet paralelo de caracteres chinos que nos resulta tan inaccesible y cuya actividad es superior a la nuestra. De hecho, el blog más visitado del mundo es el de la china Xu Jinglei, actriz y directora, que contabilizó el año pasado más de 100 millones de visitas.

Me pregunto si allí alguien comentó la coincidencia, el modo en que esta escritora y el maestro guatemalteco quedaron unidos por la fecha de su muerte.

El caso es que si algún día se traduce un libro de esta escritora, saldré corriendo a comprarlo, para comprobar si los caprichos del destino encierran algún secreto. Y supongo que poca gente entenderá de dónde nace mi interés por esta escritora. Son cosas que normalmente uno no le cuenta a nadie. Ustedes, sin embargo, ya lo saben.




Foto de Monterroso en la página de editorial Alfaguara.
Foto de Liu Hsia obtenida en
taiwaninfo.nat.gov.tw.

lunes, mayo 19, 2008

Jack, el oso

La adolescencia es una cantera inagotable de historias, no sólo para el cine, sino para la ficción en general. Y esto es así por cuestiones elementales, ya que se trata de un periodo de aprendizaje, de cambios importantes, el momento en que uno abandona el mundo de la niñez, con toda la imaginería que éste conlleva, y se interna en el mundo de los adultos, con paso dubitativo pero inexorable. A este respecto, la película “Jack, el oso”, dirigida por Marshall Herskovitz en el año 1993, supone una aportación muy interesante y que pasó injustamente desapercibida.

John Leary (Danny DeVito) presenta en televisión un ciclo de películas de terror. Lo hace disfrazado de ser siniestro. John tiene dos hijos, Jack (Robert J. Steinmiller, jr.), de doce años y Dylan (Miko Hughes), de tres, de los que debe cuidar solo, ya que su mujer murió en un accidente de tráfico. Sin embargo, John es un hombre que quiere seguir siendo un niño, se siente bien entre niños y no tiene reparo en jugar con los muchachos del barrio que acuden a su casa, no para buscar a su hijo, sino para buscarle a él y pedirle que haga de monstruo. John siempre dice en este momento que los monstruos no existen, que sólo existen en los lugares más oscuros del corazón del ser humano, pero cuando parece que va a volver a su casa, simula una transformación y sale corriendo en pos de los pequeños.

Jack, el hijo mayor, por la noche, sin que nadie le vea, se escabulle hasta la habitación de su padre y allí ve películas de terror: “La mosca”, “La invasión de los ladrones de cuerpos”… Unos monstruos que agitan sus noches, aunque no tanto como lo harán los monstruos de verdad, los que irá descubriendo a su alrededor. El mal, encarnado en la figura de su vecino Norman Strick (Gary Sinise), agitará su mundo.

Es la voz en off de Jack la que nos irá narrando los acontecimientos, consiguiendo un efecto de cercanía en el espectador. Todo lo iremos viendo a través de sus ojos. El despertar a un mundo desconocido, lleno de nuevas sensaciones, como el amor, representado en su compañera de clase Karen Morris (una jovencísima Reese Witherspoon). Nos presentará a sus vecinos y sus extravagancias y nos recordará algunos de los acontecimientos que ha vivido el barrio, como el partido de béisbol que los une en un improvisado desfile. Jack es, también, quien tiene que asumir las responsabilidades que su padre descuida. Las aventuras infantiles, con espadas e investigaciones, irán transformándose en aventuras más crueles y duras. Sin embargo, lo que prevalecerá por encima de todo, es el amor que se tienen unos a otros.

La exploración que lleva a cabo “Jack el oso” es, sobre todo, interior, anímica, centrada en los sentimientos, en las debilidades y fisuras del ser humano. No nos encontramos ante una película que centra el paso a la edad adulta exclusivamente en relaciones sexuales o, más extremo aún, en experiencias delictivas o peligrosas incursiones con drogas, al estilo de películas como “Kids” (Larry Clark) o “Thirteen” (Catherine Hardwicke), sino en una historia que nos habla del mal, de nuestra responsabilidad con nuestros hijos, de los peligros que se encierran en nuestros semejantes, en fanáticos que pueden residir en la casa de enfrente, de los lazos afectivos que se establecen en una familia y del dolor y la angustia que nos invaden cuando las circunstancias nos sobrepasan.

Danny DeVito realiza una interpretación muy compleja, que oscila entre la diversión y la amargura con eficacia. También los niños componen unos personajes que nos conmueven. El titulo proviene de la canción que su madre le cantaba a Jack cuando era pequeño. En cierto modo, la muerte de la madre representa el fin de la niñez para Jack. La película se basa en un libro de Dan McCall, basado en sus propias experiencias.
Se trata pues de la historia de una transformación por la que todos pasamos. Cuando empezamos a mirar el mundo de otra manera, cuando tomamos conciencia de que hemos de adoptar un sitio en ese mundo y todo lo que hasta ese momento habíamos creído que era inamovible, se desmorona sin remedio.
Este texto fue publicado en la revista "Versión Original", en el número 150 dedicado a la adolescencia.

martes, mayo 13, 2008

Dos Años

Este blog cumple dos años. El tiempo pasa deprisa. El aniversario es un buen momento para hacer una especie de balance, para tomar aliento.
Es evidente que el blog sólo me ha proporcionado alegrías, de modo que la experiencia es más que positiva. Creo que he conseguido crear un espacio personal, en el que voy plasmando todo aquello que me interesa. Yo jamás he escrito un diario, aunque lo intenté alguna vez, pero a través del blog voy hablando de mí.
Como decía Piglia, uno encuentra su vida en los textos que lee, los interioriza, los hace suyos y les aporta su visión personal. Lo mismo se puede decir del autor de un blog, quien va uniendo temas que, en principio, no tienen nada que ver entre sí, o episodios personales, momentos concretos que pueden verse de pronto fusionados en nuestra experiencia. Y así, los textos, los posts, van creando a su vez una nueva narración.

Pero, sobre todo, el blog tiene sentido gracias a sus lectores. Y algunos llevan conmigo desde el principio de la aventura. Se establecen relaciones estrechas, te sientes amigo de gente a la que no has visto nunca y, tal vez, nunca llegues a ver. Otros, ya hemos tenido la suerte de ponernos cara, de estrecharnos la mano, señal de que la aventura avanza.

También es cierto que el blog acaba devorando tu tiempo. Es absorbente y uno termina escribiendo casi exclusivamente para él, lo cual, para alguien que aspira a escribir también otras cosas, puede convertirse en un pequeño problema. Supongo que muchos de los que empezaron la aventura al mismo tiempo que yo, más o menos, se enfrentarán ahora con los mismos problemas, los mismos dilemas.

No obstante, la experiencia es positiva y sigo adelante, expectante ante lo que pueda encontrar en el camino, agradecido por lo ánimos y el apoyo de todos los que me leéis. Gracias, amigos, por estar ahí.

miércoles, mayo 07, 2008

Hugo Claus y Sylvia Kristel

El pasado mes de Marzo falleció el escritor Hugo Claus. Debo reconocer que no es un autor al que haya seguido, aunque se trata de un autor belga de importancia indiscutible. Tengo un libro suyo por alguna parte: “El asombro”, aunque no lo he leído. Me temo que los libros no leídos de mi biblioteca son ya demasiados. Hugo Claus fue provocador, duro, de opiniones contundentes y afilado sentido del humor, candidato al premio Nóbel en varias ocasiones; su obra abarca no sólo la novela, sino también poesía, pintura, teatro, cine…
Incluso su muerte se presta a la polémica, pues solicitó la eutanasia y, de este modo, él mismo determinó el momento de su final, tal como se explicó en la nota oficial que se mandó a la prensa por su editorial, en nombre de la familia. La eutanasia es legal en Bélgica. Claus padecía la enfemedad de Alzheimer.

En una entrevista publicada por “El Mundo” , en el año 2000, firmada por Paula Izquierdo, encuentro las siguientes declaraciones:

Si miramos desde muy cerca las cosas resultan mucho más sorprendentes de lo que parecen. Y cuando uno escribe, sobre todo si escribe de una forma poética, de pronto se producen algunas correspondencias entre lo que se escribe y lo que luego ocurre.

Yo, a mi venerable edad, sigo escribiendo todos los días. Aunque sé que no tiene ningún sentido. Porque si todavía no he dicho lo que tenía que decir, lo que debería hacer es abandonar. Cada vez que uno acaba un libro, por lo menos a mí me pasa, cree que no ha conseguido escribir lo que quería, de modo que vuelvo a empezar.

Sin embargo, debo reconocer que lo primero que me vino a la cabeza cuando me enteré de la muerte de Hugo Claus fue que estuvo casado con Sylvia Kristel, la inolvidable protagonista de “Emmanuelle”. Tanto la actriz como la mítica película suponen un episodio muy importante para mi generación. Yo recuerdo que conseguí entrar a verla, con amigos del instituto, siendo aún menor de edad. En el cine había gente sin butaca, en los pasillos. Era la época del destape, el primer logro de una libertad recién recuperada tras la muerte de Franco.
La carrera de esta actriz quedó marcada por “Emmanuelle”. Aunque intentó huir del encasillamiento interviniendo en películas muy diferentes, lo cierto es que siempre será recordada por su interpretación en aquel film, basado en la novela del mismo titulo firmada bajo el pseudónimo de Emmanuelle Arsan, perteneciente en realidad a Maryat Andrienne, esposa de un funcionario de la UNESCO destinado en Bangkok. Kristel ha sobrevivido a un cáncer de garganta y de pulmón, vive alejada de los excesos y dedicada a la pintura. En 2004, dirigió el cortometraje “Topor et moi”, que fue premiado en el Tribeca Film Festival de Nueva York. En 2006 publicó su autobiografía, titulada “Nue”; en inglés apareció con el titulo “Undressing Emmanuelle: A Memoir”. En ella, entre otras cosas, confiesa que fue violada por su padre a la edad de nueve años y que, en realidad, siempre ha tenido un problema de frigidez.

miércoles, abril 30, 2008

John Fante


Cuando a uno le preguntan por su libro favorito, resulta muy difícil dar una contestación clara y contundente. De hecho, la respuesta suele cambiar de una vez a otra. Es lógico. Sin embargo, sí hay títulos que han quedado unidos a nuestra biografía, que se nos metieron en las tripas y nos agitaron desde dentro, libros que nos ayudaron a ser como somos. En mi caso, hay un libro en particular que forma parte de mi manera de enfocar la literatura. Un libro muy especial en mi vida, que siempre procuro tener cerca y que hojeo de vez en cuando. No entiendo por qué no hablé de él antes. Quizá quería escribir algo tan brillante que no escribí nada, a veces pasa. El libro se titula “Pregúntale al polvo” y su autor se llama John Fante.
La edición que tengo es de abril de 1989, de Empúries/Paidós. Está gastada, llena de papelitos señalando determinadas partes del libro. No está subrayado porque yo, hasta hace poco, no escribía en los libros. Ahora sí lo hago. Y me arrepiento de no haberlo hecho antes, pero esa es otra cuestión.
Como mucha gente sabrá, el libro viene avalado por un excelente prólogo de Charles Bukowski. Yo leí el prólogo de pie, en la librería, y ya no pude salir de allí sin aquel libro. Bukowski comienza con una frase certera: Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Y cuenta que iba a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles y nada de lo que allí encontraba le satisfacía. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Hasta que un día, por fin, encontró un libro que consiguió interesarle. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. El entusiasmo de Bukowski resulta contagioso. Su texto nos incita a imaginarlo dando saltos de alegría por el gran hallazgo de aquel libro. Y, por supuesto, tiene su sello personal. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”.


Arturo Bandini es el alter ego de Fante, la voz protagonista no sólo de “Pregúntale al polvo”, sino también de “Espera a la primavera, Bandini”, “Sueños de Bunker Hill” y “Camino de Los Ángeles”. Sus libros están publicados por la editorial Anagrama, incluyendo “Un año pésimo”, “La hermandad de la uva” y “Al oeste de Roma”. Todos ellos tienen una fuerte inspiración biográfica.
En “Pregúntale al polvo”, Bandini es un joven aspirante a escritor que no tiene dinero y pasa hambre, pero está firmemente decidido a alcanzar su meta. Es un soñador que, constantemente, se da de bruces con la realidad. Sus aventuras, su constancia, sus luchas internas, su educación católica, su amor por Camila, la bondad con la que contempla lo que le rodea, su sentido del humor… todo nos arrastra con un ritmo rápido, sin interrupciones, en el que los diálogos, las descripciones y las reflexiones fluyen de un modo magistral. El estilo de Fante es directo y elegante, una combinación perfecta que siempre me ha llenado de envidia. Así que, como le pasó a Bukowski, también yo he querido siempre llegar a escribir como Fante. Su estilo, su forma de enfocar la historia, han tenido una influencia decisiva en mis preferencias literarias.

He aquí un ejemplo del estilo de Fante en “Pregúntale al polvo”:

Daban asco aquellas naranjas. Ya sentado en la cama, hundí las uñas en la fina corteza. La carne me temblaba, se me hacía agua la boca y la vista se me nublaba sólo de pensar en ellas. Cuando mordí la pulpa amarillenta, me sentó igual que una ducha fría. Oh Bandini, dirigiéndome al reflejo del espejo de la cómoda, ¡cuántos sacrificios por el arte! Habrías podido ser un rey de la industria, un príncipe del comercio, un gran jugador de béisbol de primera división, el pichichi de la Liga Americana, con una media de 415, ¡¡pero no!! Hete aquí viviendo como un gusano día tras día, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable!

John Fante nació en Denver, el 8 de Abril de 1909, y murió en California, el 8 de Mayo de 1983. Su familia era de origen italiano. Escribió guiones de cine. Comenzó a publicar novela en 1938. En 1955 le diagnosticaron diabetes. A causa de esta enfermedad, en 1977 se quedó ciego y, poco después, tuvieron que amputarle una pierna.

Para finalizar, no me resisto a copiar también el principio de “Pregúntale al polvo”:

Cierta noche me encontraba sentado en la cama del cuarto de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que decidir algo sobre la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota; la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.