jueves, febrero 24, 2011

Vorín

La enfermera les hizo pasar a la sala de espera y el joven matrimonio tomó asiento en un sofá de cuero, sin soltarse las manos, en silencio. Hacía ya año y medio que duraba la enfermedad de su hijo Vorín. Empezó de forma imperceptible, con unas caídas que en modo alguno hacían presagiar lo que vendría después. Vorín se desplomaba inesperadamente y, durante unos segundos, perdía la consciencia; luego, volvía a levantarse y seguía correteando y jugando como si nada hubiese ocurrido.
—¿Qué te ha pasado? —le preguntaban.
Pero él les miraba y daba a entender que no sabía de qué le estaban hablando.
—Le faltan vitaminas —decía la madre en la oscuridad del dormitorio.

Le llevaron al médico, seguros de que le recetaría algún reconstituyente o algún antibiótico o cualquier otra cosa capaz de solucionar el problema en cuatro días, pero nadie parecía saber qué era lo que le ocurría al niño. Las caídas siguieron y se alargó la duración de los periodos de inconsciencia. Le sometieron a infinidad de pruebas, pero ningún resultado fue concluyente. Un estudio llevaba a otro. Los médicos ponían cara de circunstancias.
— ¿Y si no se salva? —preguntaba a veces la madre.
Su marido se negaba a considerar siquiera esa posibilidad.
—Se salvará, cueste lo que cueste.
Fue el Dr. Boix quien diagnosticó por primera vez la enfermedad y explicó la sucesión de síntomas y su posible desenlace. Se trataba de una encefalitis poco común, de origen viral, cuya curación se desconocía por el momento.
Ahora, Vorín estaba postrado en una cama, con la mirada fija en el techo, una mirada que, a fuerza de expresar el miedo, se había quedado triste.

La enfermera entró en la sala y les dijo que el doctor les recibiría enseguida. Lo dijo intentando sonreír. Ellos le dieron las gracias. Avanzaron despacio por un estrecho pasillo adornado con un papel pintado de flores azules. Se abrió una alta puerta de madera y entraron en el despacho del eminente psiquiatra, el doctor Zuala, quien les invitó a tomar asiento.
El padre comenzó a hablar. Le expuso el motivo de su visita mientras el médico le atendía con una expresión que daba a entender que no era la primera vez que tenía que escuchar tonterías. Un documental que habían visto en televisión aseguraba que se estaban llevando a cabo ciertas investigaciones relacionadas con la posibilidad de regenerar células cerebrales y, si tenían éxito, se podrían curar infinidad de enfermedades mentales. Por eso estaban allí, porque si de verdad se estaban llevando a cabo tales experimentos, ellos estaban dispuestos a permitir que se experimentase con su hijo, que lo utilizaran como conejillo de indias a cambio de una esperanza.
Cuando cesó su desordenada y entrecortada explicación, el Dr. Zuala se apoyó con los codos sobre el escritorio.
—Miren —dijo—, su hijo era pero ya no es. Es así de simple. No hay solución milagrosa. No hay esperanza y deben aceptarlo. Quien haya dicho eso en la televisión es un mentiroso y un charlatán. Se tienen que hacer a la idea de que tendrán que arrastrar a su hijo en un carro de ruedas el resto de su vida. Nunca volverá a ser el mismo. Se ha ido y la ciencia no puede traerlo de vuelta. Su enfermedad, por desgracia, es incurable. No hay nada que hacer. Nada. ¿Lo entienden?

La madre apretó el brazo de su marido y se echó a llorar. El padre, por su parte, intentó responder pero no quería que le flaquease la voz delante de aquel hombre, así que se limitó a mirarle fijamente.
—Cuanto antes lo acepten será mejor para todos.
La enfermera les puso la mano en la espalda con suavidad. Los sacó de aquel despacho y les acompañó hasta la puerta. El padre no pronunció ni una sola palabra, se limitó a andar muy recto. Las manos le temblaban.
Vorín sobrevivió cinco años en estado de coma profundo, alimentado por sondas nasales, constantemente atendido por su madre. Algunas tardes ella se sentaba a su lado y charlaba con él y le contaba cómo transcurrían las cosas y le decía que no debía preocuparse por nada, que no debía tener miedo porque era un niño muy valiente, le decía que tanto ella como su padre le protegerían siempre y nada malo podría ocurrirle.

miércoles, febrero 16, 2011

Llenad la Tierra


La carrera literaria de Juan Carlos Márquez se va consolidando paso a paso. Ha ganado importantes premios y participado en diversas antologías. Tras “Norteamérica profunda” y “Oficios”, sus anteriores libros, la editorial Menoscuarto nos ofrece ahora “Llenad la Tierra”, una colección de relatos que dejan claro tanto la valía literaria de Márquez como sus intereses y preocupaciones.
“Llenad la Tierra” es un libro que explora temas como la familia y la relación con los demás, observa y retuerce las situaciones que nos presenta para proporcionar una experiencia lectora llena de imaginación, de humor, de historias sorprendentes y de imágenes poéticas que nos transportan a un paisaje a mitad de camino entre el sueño y la cotidianidad. El autor juega con la forma, con el enfoque, con la voz narradora, con la extensión, provocando giros, tanto estructurales como formales que dificultan la catalogación del libro, siempre dispuesto a escapar de los límites impuestos por cualquier intento de acotarlo. Así, encontramos relatos de unas pocas páginas alternados con otros más extensos, algunos limitados a meros diálogos, otros con forma de monólogo, otros divididos en pequeños capítulos, incluso uno narrado al compás de unos recibos bancarios. Esto convierte la lectura de “Llenad la Tierra” en una aventura que no da tregua al lector, que no le deja acomodarse.

Encontramos relatos meramente descriptivos, como “Es sólo un hombre”, “El progreso” (casi un poema en prosa), “Subterfugios” o “Un relieve verdoso”; en contraposición a los que se componen únicamente por líneas de diálogo: “Mamá recitando a Neruda”, “El orden integral”, “Sopla”, “Cuántica” o “Mecánica popular”, todos ellos muy divertidos; y tramas más complejas que anticipan una particular forma de mirar el mundo. Encontramos casos en los que el surrealismo irrumpe como algo previsible y normal que a nadie extraña, como ocurre con ese padre que llega a casa con su corazón en la mano, en “El corazón de mi padre”; o ese hombre que ha empeñado a su mujer y a su hijo en “La meteorología”; o ese peculiar taxidermista del relato “La eternidad”. También encontramos historias más realistas, como “De peceras y trenes”, “Llegado el momento” o “Restos”, que podemos calificar incluso de hiperrealista. Por último, en algunos de estos relatos se produce una simbiosis perfecta entre el elemento fantástico, casi onírico, y lo que podemos entender por normalidad, como en “La vida discontinua”, con esa niña que juega de un modo inquietante con unos ojos de pescado, o en “Papá, mírame”, “Belgrado 1976”, “Hacer lo necesario” o “Las preposiciones de Blint”, en los que los elementos surrealistas son aún más sutiles. Y es sobre todo en estos casos en los que Márquez demuestra que estamos ante un escritor al que hay que seguir de cerca.
“Llenad la Tierra” es un libro que se lee con interés, que desborda sentido del humor, muy cuidado estilísticamente, y que ofrece grandes dosis de imaginación. Un libro en el que Juan Carlos Márquez escarba en la realidad, en su lado menos amable, y nos lo presenta bajo un prisma distinto, ligeramente deformado, para que podamos asomarnos entre las costuras que lo conforman.


Extracto:
Una sirvienta me guió por un laberinto de pasillos hasta el umbral del dormitorio de Isabella y, sin siquiera anunciarme, se retiró con discreción a sus quehaceres. La soprano estaba en la cama, recostada sobre una torre de almohadas. Tenía la clase de belleza irresistible para un necrófilo. Pálida y huesuda, una nube de aristas con el cabello muy corto y los labios de color cereza. Su camisón negro me pareció un gato dormido sobre las sábanas.


LLENAD LA TIERRA
Juan Carlos Márquez
Menoscuarto Ediciones
1ª edición: 2010

domingo, febrero 13, 2011

World Press Photo 2011



Aisha, 18 años, afgana, de la provincia de Oruzgan.
No aguantó el maltrato de su marido y lo abandonó. Se fue a casa de su familia.
Esta gran ofensa fue castigada al más puro estilo talibán.
Su marido le cortó la nariz y las orejas. Luego la abandonó.
Ahora vive en EE.UU.
Su retrato, realizado por la fotógrafo Jodi Bibier, ha merecido el premio World Press 2011.

martes, febrero 08, 2011

Más allá de la vida



Vivimos de espaldas a la muerte. La gente se aferra a las pequeñas cosas como si ignorase el hecho de que algún día dejará este mundo, tal vez de un modo inesperado. Preguntarse por el más allá, por la posibilidad de que exista un plano de existencia diferente después de la muerte, es un tema que no parece siquiera que deba ser considerado. Y es, probablemente, el tema más importante sobre el que podemos reflexionar.
Clint Eastwood se ha atrevido, en su última película, a indagar en este asunto, a esbozarlo siquiera, pero se lo perdonarán por ser quien es, aunque no pueda evitar que le den unos cuantos azotes, que digan que es su trabajo más flojo, que es sentimental, que no plantea el asunto desde un punto de vista objetivo, que no habla de otras religiones, que le ha salido un producto New Age y otras lindezas por el estilo, algunas justificadas. Pero yo tan sólo diré que la película me emocionó.

La historia presenta a tres personajes: un hombre con la capacidad de comunicarse con los muertos, lo cual vive como una maldición que le impide llevar una vida normal; una periodista francesa que está a punto de morir ahogada a causa del tsunami que azotó el sudeste asiático; y unos hermanos gemelos, de los cuales uno fallece trágicamente dejando al otro totalmente desamparado y ávido de respuestas. Estas historias abordan el asunto desde tres perspectivas que se complementan y que, obviamente, terminarán confluyendo. Tres personajes que representan experiencias que parecen inexplicables. Las visiones que dicen tener quienes han estado clínicamente muertos, las sensaciones que se pueden producir al experimentar una pérdida importante y los inexplicables médiums que realmente parecen poseer algún tipo de conexión con seres ya desaparecidos. Éstos últimos son pocos, pues en esto como en tantas otras cosas proliferan los charlatanes y los estafadores, pero parece haberlos. De hecho, el personaje interpretado por Matt Damon recuerda al protagonista de la película “La puerta del Mas Allá”, un film que se basaba en las experiencias de James Van Praagh. Y también encontramos ecos de otro film, “Dragonfly”, que planteaba la misteriosa conexión que experimentaba un hombre con el espíritu de su esposa fallecida. También me llamó la atención el personaje de una científica que investiga el fenómeno de la muerte, directamente inspirada en la doctora Elisabeth Kübler-Ross, cuyos libros transmiten un mensaje presente en el film: las similitudes entre lo que cuenta la gente que ha vivido una experiencia cercana a la muerte son tan grandes que no puede tratarse de meras coincidencias.

La película se inicia con las impactantes imágenes del tsunami, excepcionalmente rodadas, y se toma su tiempo en presentar a los personajes y sus tragedias y dudas. Tres ejes que avanzan hacia un final tal vez un poco forzado que pretende manifestar la fuerza de las pasiones humanas para seguir viviendo. No hay respuestas, no es una reflexión filosófica, es tan sólo una película que esboza la cuestión de si hay algo después de la muerte. Nadie lo sabe, cada cual piensa lo que le parece, pero existen señales que escapan a nuestra lógica, o eso parece decirnos Eastwood en esta película.

domingo, febrero 06, 2011

Presentación de "Perversiones"



El próximo martes día 8 de febrero se presenta el libro "Perversiones. Breve catálogo de parafilias ilustradas", a las 20:30 en la libreríaTipos infames, San Joaquín 3, Bajo Izq. El acto estará a cargo del editor, José Antonio López, del escritor Oscar Esquivias y de aquellos antologados que puedan acudir y se animen a participar.

martes, febrero 01, 2011

Prohibido prohibir

La ley del tabaco me parece intransigente, culpabilizadora, excluyente y, encima, se condimenta con la recomendación al ciudadano de que denuncie a los infractores. Todos contra todos en nombre del bien común. Debo reconocer que me indigna. Me pregunto qué problema hay en que un señor que ha montado un bar permita que se fume en su interior. No lo entiendo. ¿Por qué no pueden existir bares para fumadores? ¿Los no fumadores sentirán entonces unas ganas locas de entrar en esos locales? ¿De pronto un no fumador querrá charlar con un amigo en uno de esos bares para fumadores y se sentirá en peligro? ¿La gente no será capaz de respetarse y de encontrarse en lugares en los que todos estén a gusto? En el caso de que unos amigos sean fumadores y deseen charlar entre cigarros y cafés, no pueden hacerlo, está prohibido. Es más, les pueden denunciar. Sus propios vecinos incluso. ¿A nadie más le asusta esto? Ahora pienso en el grito de Mayo del 68, “Prohibido prohibir”, y sólo veo gente que habla de tolerancia cero.
A veces se habla de los empleados. El camarero del bar de fumadores es un no fumador y se sentirá agredido. ¿Por qué tiene que ser el camarero no fumador el que trabaje en un bar de fumadores? Se podría contratar en estos locales sólo a personal especializado, es decir, fumadores. Si la salud del trabajador es importante, que lo es, deberían desaparecer también otras profesiones de tanto o más riesgo, como la minería, por ejemplo.
Se pueden establecer medidas de seguridad. Que los bares de fumadores no se encuentren en edificios colectivos, no sean bares de empresa o de hospitales; y que adviertan en la entrada con carteles gigantes y luces de colores que se puede fumar en su interior. Vale, las advertencias que se quieran. ¿Pero por qué se prohíbe esto tan tajantemente, y más cuando hace apenas unos años se obligó a los bares a acondicionar zonas de fumadores y algunos tuvieron que realizar importantes inversiones? Yo no lo entiendo, la verdad, y me indigna. Me indigna que se excluya y culpabilice a una parte de la población y que no pueda haber sitio para todos. Tal vez habría que pensar en pedir indemnizaciones. A fin de cuentas, fumar es un hábito que se ha impuesto culturalmente por diferentes cauces. No sé, creo que buscando un bien nos hemos encontrado con un disparate.
Llegados a este punto se argumenta que ya se ha hecho en otros países. Ah, bueno, pues entonces no he dicho nada, ustedes perdonen.