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domingo, marzo 04, 2007

Plataforma


El teatro resulta ideal para agredir al espectador, trastocar su mente, modificar su visión del mundo, sorprenderlo, asustarlo, indignarlo, hacerlo reír o hacerlo llorar, ponerle un nudo en el pecho o ensancharle el corazón. El teatro que nos sorprende, se queda en nuestro interior, convertido en una experiencia inolvidable. El teatro transgresor es capaz de agarrarnos del cuello y transportarnos lejos, muy lejos, más allá de ese escenario de madera sobre el que unas personas se mueven y hablan, más allá de la butaca roja en la que estamos sentados, probablemente bastante incómodos.
Admito que voy poco al teatro. Creo que la obra anterior que había visto había sido “El método”, una obra genial. Pero un día, el pasado diciembre, leí en el periódico que se estrenaba en Madrid la adaptación que Calixto Bieito había realizado de la novela de Michel Houellebecq: “Plataforma”, y no pude resistir la tentación.

“Plataforma” es una novela que habla del turismo sexual y del fanatismo islamista y del vacío decadente de la sociedad occidental. Una novela cruda, ácida, con un claro ánimo de provocación, que motivó que su autor fuera juzgado por ofensas contra el Islam, acusado de promover el odio racial, además de recibir protestas airadas de organizaciones de protección a la infancia y hasta del director de la “Guía del trotamundos”. Incluso se rumoreaba que el mismo John Grisham estuvo estudiando la posibilidad de querellarse contra Houellebecq por la crítica burlona que realiza el personaje de “Plataforma” sobre la novela “The firm” (“La tapadera”).

La adaptación teatral venía precedida por los importantes premios cosechados en el festival de Edimburgo. Pese a todo, era consciente de que me iba a incomodar. En el cristal de las taquillas un cartel advertía que la obra “podía herir la sensibilidad del espectador”, y el mismo aviso se repetía en los folletos. Juan Echanove dijo en una entrevista: “Solo puedo decir que este texto es lo más complicado a lo que yo me he enfrentado. Hasta a mí me produce sonrojo y pudor verbalizar las cosas que dice de los occidentales. Sé que el público que asiste a ver Plataforma tiene que romper con sus prejuicios para asumir el tema del sexo y la pornografía en los niveles que se plantea. Pero quiero que sepa que yo también he tenido que romper con muchos prejuicios, que es un gran esfuerzo para mí verbalizar lo que Houellebecq ha escrito. A mí tampoco me ha resultado fácil.”
Y, en esa misma entrevista, explica: “vengo a perder de dos kilos y medio a tres por función. Así que, como una amiga me ha recomendado, tengo que aferrarme a las mejores cosas que pueda, a mis amigos, a mi casa, para meterme en este pozo de basura”.

Hubo gente que no aguantó hasta el final y abandonó la sala antes de tiempo. También hubo quien aplaudió como loco, puesto en pie, al finalizar la representación.
El montaje escénico es ingenioso y complejo. Un escenario giratorio, sobre el que permanecen todos los personajes durante las dos horas que dura la función, nos crea la ilusión de estar ora en París ora en Tailandia. Unas pantallas de televisión emiten imágenes pornográficas. La actriz Belén Fabra se pasea desnuda, como una presencia etérea, e interpreta algunos números musicales conmovedores y un monólogo estremecedor. Juan Echanove simula masturbarse en varias ocasiones, simula practicar sexo con Marta Domingo, y suda y babea y no se puede negar que pone todo de su parte en la interpretación de Michel, aunque a mí me pareció un poco sobreactuado. Imagino al personaje de Houellebecq más frío, pero esto es una apreciación personal que no resta mérito a lo que ese hombre hace sobre el escenario, que es, ni más ni menos, exponerse ante el público con toda su humanidad a flor de piel.

La historia se centra en Michel, un funcionario gris que consume su tiempo libre entre salas de sex-shops y la pantalla de su televisor, y que un día hereda una cantidad de dinero por la muerte de su padre y se plantea realizar un viaje a Tailandia, con el fin de vivir las experiencias sexuales con las que siempre ha soñado. Allí se une a un grupo de turistas que, como él, no dudan en coger lo que se les ofrece sin planteamientos morales ni falsas condescendencias. La experiencia, totalmente insatisfactoria y vacía, le sirve, no obstante, para conocer a Valeríe, su complemento perfecto, una mujer dispuesta a satisfacer todas sus fantasías y con la que iniciará, al regresar a París, el proyecto de crear una cadena de clubes de vacaciones por todo el mundo, orientados al turismo sexual, donde la prostitución está permitida. Sobre esta base, todo es diseccionado y no se deja títere con cabeza: el consumismo, lo políticamente correcto, las represiones, las religiones, la moralidad...
Una obra con una coreografía milimétrica, con números musicales, con una estudiada planificación y una entrega total por parte de los actores, pues todos sin excepción ofrecen un trabajo a pecho descubierto, en situaciones sin duda difíciles y que dejan al espectador totalmente aturdido, después de ser zarandeado sin descanso durante toda la función.