miércoles, abril 30, 2008

John Fante


Cuando a uno le preguntan por su libro favorito, resulta muy difícil dar una contestación clara y contundente. De hecho, la respuesta suele cambiar de una vez a otra. Es lógico. Sin embargo, sí hay títulos que han quedado unidos a nuestra biografía, que se nos metieron en las tripas y nos agitaron desde dentro, libros que nos ayudaron a ser como somos. En mi caso, hay un libro en particular que forma parte de mi manera de enfocar la literatura. Un libro muy especial en mi vida, que siempre procuro tener cerca y que hojeo de vez en cuando. No entiendo por qué no hablé de él antes. Quizá quería escribir algo tan brillante que no escribí nada, a veces pasa. El libro se titula “Pregúntale al polvo” y su autor se llama John Fante.
La edición que tengo es de abril de 1989, de Empúries/Paidós. Está gastada, llena de papelitos señalando determinadas partes del libro. No está subrayado porque yo, hasta hace poco, no escribía en los libros. Ahora sí lo hago. Y me arrepiento de no haberlo hecho antes, pero esa es otra cuestión.
Como mucha gente sabrá, el libro viene avalado por un excelente prólogo de Charles Bukowski. Yo leí el prólogo de pie, en la librería, y ya no pude salir de allí sin aquel libro. Bukowski comienza con una frase certera: Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Y cuenta que iba a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles y nada de lo que allí encontraba le satisfacía. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Hasta que un día, por fin, encontró un libro que consiguió interesarle. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto. El entusiasmo de Bukowski resulta contagioso. Su texto nos incita a imaginarlo dando saltos de alegría por el gran hallazgo de aquel libro. Y, por supuesto, tiene su sello personal. Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”.


Arturo Bandini es el alter ego de Fante, la voz protagonista no sólo de “Pregúntale al polvo”, sino también de “Espera a la primavera, Bandini”, “Sueños de Bunker Hill” y “Camino de Los Ángeles”. Sus libros están publicados por la editorial Anagrama, incluyendo “Un año pésimo”, “La hermandad de la uva” y “Al oeste de Roma”. Todos ellos tienen una fuerte inspiración biográfica.
En “Pregúntale al polvo”, Bandini es un joven aspirante a escritor que no tiene dinero y pasa hambre, pero está firmemente decidido a alcanzar su meta. Es un soñador que, constantemente, se da de bruces con la realidad. Sus aventuras, su constancia, sus luchas internas, su educación católica, su amor por Camila, la bondad con la que contempla lo que le rodea, su sentido del humor… todo nos arrastra con un ritmo rápido, sin interrupciones, en el que los diálogos, las descripciones y las reflexiones fluyen de un modo magistral. El estilo de Fante es directo y elegante, una combinación perfecta que siempre me ha llenado de envidia. Así que, como le pasó a Bukowski, también yo he querido siempre llegar a escribir como Fante. Su estilo, su forma de enfocar la historia, han tenido una influencia decisiva en mis preferencias literarias.

He aquí un ejemplo del estilo de Fante en “Pregúntale al polvo”:

Daban asco aquellas naranjas. Ya sentado en la cama, hundí las uñas en la fina corteza. La carne me temblaba, se me hacía agua la boca y la vista se me nublaba sólo de pensar en ellas. Cuando mordí la pulpa amarillenta, me sentó igual que una ducha fría. Oh Bandini, dirigiéndome al reflejo del espejo de la cómoda, ¡cuántos sacrificios por el arte! Habrías podido ser un rey de la industria, un príncipe del comercio, un gran jugador de béisbol de primera división, el pichichi de la Liga Americana, con una media de 415, ¡¡pero no!! Hete aquí viviendo como un gusano día tras día, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable!

John Fante nació en Denver, el 8 de Abril de 1909, y murió en California, el 8 de Mayo de 1983. Su familia era de origen italiano. Escribió guiones de cine. Comenzó a publicar novela en 1938. En 1955 le diagnosticaron diabetes. A causa de esta enfermedad, en 1977 se quedó ciego y, poco después, tuvieron que amputarle una pierna.

Para finalizar, no me resisto a copiar también el principio de “Pregúntale al polvo”:

Cierta noche me encontraba sentado en la cama del cuarto de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba, en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que decidir algo sobre la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota; la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir.

sábado, abril 26, 2008

De libros

Nuevo paseo literario. Curioseando por las librerías. Varios libros llaman mi atención, como siempre. Y aprovechando que acaba de celebrarse el día del libro y que se ha inaugurado la Feria del Libro en Valencia, comparto mis intereses.


“Los buenos deseos”, de Yiyun Li. Publicado por Lumen. Un libro de relatos de una escritora de origen chino afincada en EE. UU. que ha cosechado no pocos premios y que, en breve, verá cómo algunas de sus historias son adaptadas al cine. Dos películas dirigidas por Wayne Wang, la primera de las cuales acaba de estrenarse y se titula “Mil años de oración” y la otra (no creo que tarde en llegar) se titula “The princess of Nebraska”. Las críticas que he leído sobre este libro son muy elogiosas.




“Naturaleza infiel”, de Cristina Grande. Una escritora que, hasta el momento sólo tenía dos colecciones de relatos en el mercado, muy recomendables por cierto, y que irrumpe en el mundo de la novela con la historia de Renata, una historia de deriva que es reflejo de una generación. La critica está celebrando la aparición de este libro y lo elogian en todos los suplementos. La cadena Fnac la señala como Nuevo Talento Fnac Abril 2008.




“Los príncipes valientes”, de Javier Pérez Andújar. Lo saludan como la mejor novela de su generación (que es la mía). Un libro ambientado en una época muy concreta, la evocación de una infancia en los años finales del franquismo, un despliegue de memoria, de cultura, en el que tienen cabida los clásicos, las series de televisión y los cómics. Un libro que está avanzando con discreción, pero imparable. Puede ser toda una revelación.




“Espejos”, de Eduardo Galeano. Seguro que este escritor uruguayo no necesita presentación. Galeano tiene una gran cantidad de seguidores. Sus historias son de una intensidad que contrasta con su brevedad. Nunca defrauda. Un amigo, buen lector, corrió a decirme que lo comprara enseguida, que era lo mejor que había leído en mucho tiempo. En este libro, el autor, según sus propias palabras, pretende “la aventura delirante de querer contar la historia del mundo”.




“Objetos frágiles”, de Neil Gaiman. Hace tiempo que quiero leer algo de este autor que se dio a conocer en el mundo del cómic y cuya imaginación y originalidad es elogiada por gran cantidad de admiradores y autores contemporáneos. Así que la publicación de un libro de relatos es la mejor ocasión para acercarse a él. Y, cuando leo, al principio de la sinopsis, que “en esta recopilación de historias los narradores y el arte de la narración tienen el papel protagonista”, ya no necesito más para saber que he de comprarlo. De hecho, éste ya lo he comprado. Y les copio el final de la contraportada: “Estos relatos -varios de ellos merecedores de premios Hugo y Locus- conforman este extraordinario libro que nos sumerge en el universo particular de Neil Gaiman: tierno, gótico, infantil, fantástico, cargado de un oscuro sentido del humor y, sobre todo, de una imaginación fuera de lo común y un talento que lo convierten en un escritor excepcional”.

domingo, abril 20, 2008

Barreras

Camino con dificultad, arrastrando la mitad de mi cuerpo. También me cuesta hablar. La mitad de mi rostro se encuentra paralizado. Cuando intento abrir la boca, la parte izquierda de mis labios se queda inmóvil y todo mi rostro se desencaja ya que la mitad de mi expresión intenta estimular a la otra mitad y una ceja sube y la otra se queda igual y un ojo se abre y el otro se queda quieto. No es extraño pues que las palabras me salgan a medias, también mutiladas, surgen con dificultad, a trompicones. Algunas personas me vocalizan como si creyeran que soy sordo o que estoy idiota y no comprendo las cosas que me dicen. No les culpo. No es ilógico que supongan que dentro de un cuerpo desarticulado debe encerrarse un cerebro igualmente ruinoso. En ocasiones me dejo llevar, me sumerjo en su ignorancia con la misma amargura con que supongo darán el último paso los suicidas que se arrojan desde el puente a las frías y revueltas aguas del río. A veces, algún gracioso me intenta imitar, habla como yo, me ridiculiza y se ríe. Me concentro en su risa, me cubro con su desprecio. Intento borrar de mi mente otras imágenes más terribles, otras sensaciones, otras palabras, como el día en que sufrí el derrame o la sentencia de mi médico la semana pasada. Cuando llego a casa y me acuesto en la cama, esas risas continúan resonando en mi cabeza. También me duelen las frases de lástima, las explicaciones que algunas madres dan a sus hijos cuando éstos me señalan con el dedo, las miradas lánguidas, sobre todo de la gente cercana, de quienes me conocieron antes del ataque. Me gustaría gritarles, mandarlos al infierno, pero agacho la cabeza y paso de largo, en silencio. El que no tiene nada no tiene derecho a despreciar la mierda. Es triste quedar atrapado en un cuerpo roto, desde luego. Lloro muy a menudo, aunque intento sobreponerme, seguir adelante, superar los obstáculos, darme de hostias con los rituales, con la cotidianidad, con el menosprecio, con la lástima, con las burlas, con esto, con lo otro, día tras día, sintiendo el irrefrenable impulso de ponerme a gritar hasta caer inconsciente. Ahora, sin embargo, parece que ya todo da lo mismo, que carece de importancia, pues mi batalla está perdida. Me he encontrado con un viejo amigo a quien hacía tiempo que no veía. Me ha visto cojear y se ha acercado a mí y me ha preguntado qué me había pasado en la pierna. Luego me ha mirado el rostro, se ha fijado más detenidamente en mi brazo caído, y su expresión se ha ensombrecido de repente. He tratado de sonreír, pero creo que ha sido peor el remedio que la enfermedad, como suele decirse. Mi amigo ha intentado actuar como si nada ocurriera, como si tal cosa. Me ha dicho que se alegraba de verme y se ha preguntado cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que nos habíamos visto. Ya apenas lo recordaba. En cualquier caso, seguro que yo todavía no había sufrido el ataque. Afortunadamente no llegó a decir que por uno parece que no pasan los años. Me habló un poco de su trabajo, del estrés, se quejó lo normal y luego recordó algún momento del pasado en que él y yo habíamos reído juntos. Procuraba no mirarme directamente, miraba mucho al cielo, como si temiera que fuera a ponerse a llover de un momento a otro, pese a que el sol brillaba con fuerza y le deslumbraba implacable y le obligaba a parpadear y a mirar a otro lado, más allá de mi silueta torcida, por supuesto. Por fin, guardó un momento de silencio y creí que había llegado el momento de decir algo. A veces ocurre que uno se salta las buenas maneras y estalla como una bomba de relojería. Traté de erguirme al máximo y hablé, con mi voz trémula y pastosa de palabras doloridas.
Uno cree que no puede morir sin haber hecho nada en esta vida. La vida sin sentido es algo corriente, te lo aseguro. Tengo una familia que me necesita y un montón de proyectos en la cabeza, pero no podré llevarlos a cabo porque mi tiempo se agota sin remedio. Nadie puede pararlo. Esa es la realidad. Tu y yo fuimos al colegio juntos y ahora yo me voy y tu te quedas. No sé por qué. Nadie lo sabe.
Eso le he dicho. No se ha reído. Su rostro se ha vuelto blanco y sin duda su lengua le ha caído garganta abajo. Parecía una estatua cuando decidí seguir mi camino y empecé a arrastrar la mitad de mí mismo hacia delante, hacia ninguna parte, hacia el final.

domingo, abril 13, 2008

Taxi Driver


En este texto me dispongo a contar una de esas películas que se te meten en las tripas y ya no te abandonan. Vi “Taxi Driver” en el cine Artis (ya desaparecido). Yo tenía esa edad en la que se cree uno que ya es adulto y está convencido de poder entender el mundo. Nunca más en la vida de una persona, ni antes ni después, se vuelve a creer semejante despropósito. Había poca gente en la sala. Era una película dura, extraña, polémica, y, por tanto, verla era, en cierto modo, un rasgo de reafirmación personal. Recuerdo que una de las escenas que más se comentaba era aquella en la que Travis (Robert de Niro) limpiaba sus botas camperas con grasa de caballo. Por entonces, muchos jóvenes usaban botas camperas y las limpiaban con grasa de caballo. No sería de extrañar que la demanda de este producto se hubiera multiplicado a raíz del estreno del film. También se hablaba, por supuesto, de la Magnum 44, la pistola que empleaban en África para cazar elefantes, nada menos. Y, por supuesto, del momento en que Travis ensaya delante del espejo: ¿Con quién hablas?, ¿Te diriges a mí? Aquí no hay nadie más, de modo que debe ser a mí.... Después, la he vuelto a ver muchas veces, recurro a ella en los momentos especialmente melancólicos, para acompañar mi tristeza con la del taxista neurótico.

El film comienza con un taxi surgiendo de la niebla, "un ataúd de metal", como lo definió Paul Schrader, autor del guión de la película. Es una aparición fantasmal. En su interior, los ojos de Travis observando la realidad que le rodea, una realidad que aparece difusa tras el cristal mojado por la lluvia. Acompañado todo por la música suave, profunda y monótona de Bernard Herrmann, como un réquiem secundado por otros sonidos tales como el limpiaparabrisas, el taxímetro o la sirena de la policía que se deja escuchar intermitente durante toda la cinta.
Seguimos a Travis y somos testigos de su solicitud de trabajar en el turno de noche, alega que no puede dormir, quiere trabajar incluso en días festivos. Nos damos cuenta de la soledad que atenaza al personaje. Nos enteramos de otras cosas: ha servido en infantería de marina, se licenció en mayo del sesenta y tres, y le resulta muy difícil comunicarse con los demás. Seguidamente vemos su apartamento. Lo primero que se nos muestra es un petate militar colgado de la pared. Puerta y paredes agrietadas pintadas de blanco, desnudas, una bombilla encendida, un espejo junto a una cocina desordenada, la puerta de la calle atrancada con una barra de hierro, la cama desecha, el televisor, latas de bebidas por todas partes, arrugadas, ventanas enrejadas y Travis inclinado sobre una endeble mesita de camping, escribiendo un diario. Escuchamos su voz en off, que ya no nos abandonará en ningún momento. Gracias señor por la lluvia que ha limpiado de basura las calles... Parece dirigirse a Dios, esto recalca el carácter místico de la película. Travis es un ser asustado, solitario, incapaz de comunicarse con otros seres humanos, asqueado del entorno, por la noche salen bichos de todas clases. Todo está narrado con un tempo lento, desde el punto de vista de Travis, podríamos decir que estamos realizando un viaje al interior de la mente perturbada de un hombre.
Travis pasa su tiempo libre en un cine porno. Travis está solo, atrapado, alienado. Pero hay un momento en que está a punto de salvarse, de salir de su agujero. Cuando conoce a Betsy (Cybill Shepherd), la idealiza, piensa que ella no es como las demás. La suciedad no podía alcanzarla a ella, a ella. Betsy trabaja para la campaña del senador Palantine (Leonard Harris). Travis la invita al cine y, atrapado por su rutina, por los límites ruinosos de su existencia, por sus monótonas y defensivas costumbres, ajeno ya a otras realidades, ajeno a otras personas, la lleva al cine porno. Ella se ofende y se aleja de él. Travis la llama repetidamente, le ruega que le dé otra oportunidad. Es que yo no sabía los gustos de usted, puedo llevarla a otros sitios. Hay una escena en la que él está hablando con ella por teléfono, dándole todo tipo de explicaciones y, entonces, la cámara se aparta y nos enfoca un pasillo desolador, solitario, al que será abocado Travis al perder definitivamente a Betsy. Es como las demás, fría y distante.
Aparece fugazmente una joven prostituta (Jodie Foster), casi una niña, que es sacada de su taxi por un chulo (Harvey Keitel) de aspecto desagradable. El chulo deja un billete arrugado en el taxi de Travis y le dice: no has visto nada. Este billete será conservado por el taxista, como un modo de decirnos que este encuentro le ha afectado profundamente y, tarde o temprano, tendrá sus consecuencias. Hay otra escena con función detonante, interpretada precisamente por el propio Martin Scorsese. Aquella es mi mujer, pero esa no es mi casa. Un tipo nervioso va a matar a su mujer con una "magnum 44". Tampoco olvidará Travis lo que escucha sobre tal arma.
Todavía encontramos otro intento por salvarse, una petición de auxilio. Travis habla con un compañero taxista al que llaman "Mago" (Peter Boyle). Le cuenta que está asqueado, que quiere salir, hacer algo. Pero la filosofía de Mago no podemos decir que sea precisamente tranquilizadora: un hombre elige un oficio y, ese oficio, le convierte a uno en lo que es. Es decir, no hay salida.
Todo empieza a precipitarse. Travis está más nervioso. Por primera vez le vemos tocar el claxon con el gesto crispado. Resignado, confiesa: soy un hombre solitario. Decide comprar armas. Compra cuatro pistolas. Empieza a prepararse físicamente, vemos heridas en su espalda, secuelas de su pasado. Lo vemos disparar. Se comporta cada vez de un modo más extraño. Su conversación con uno de los responsables de la seguridad del senador Palantine durante un mitin es propia de un loco.

Travis quiere cambiar la sociedad, asestarle un golpe, descargar su ira. Escuchad, imbéciles de mierda. Aquí hay un hombre que va a cortar por lo sano. Necesita darle salida a la agresividad reprimida. Intenta incluso asesinar al senador Palantine, pero no le es posible.
Entonces decidirá rescatar a la joven prostituta. No puede cambiar el mundo, pero puede salvarla a ella. La mente de Travis, perturbada, arrinconada por una sociedad que le asusta, intenta rebelarse, y lo hace de un modo violento. La rabia acumulada por su insatisfacción estalla al fin, se produce una sobrecogedora huida hacia delante. La escena final es una especie de vía crucis de violencia, inexorable, serena incluso, implacable y, desde luego, escabrosa. Llegar al cuarto de la joven prostituta le va a suponer un gran esfuerzo. Un reguero de sangre queda a su paso. Sangre por todas partes. Finalmente intenta suicidarse, pero ya no le quedan balas. Cuando llega la policía, todo ha terminado.
Cuando la veo, me doy cuenta de que "Taxi Driver" refleja, con un planteamiento magistral, el germen de la violencia, el aislamiento, la anulación del individuo en un sistema social que lo engulle sin esperanza. Claro que tiene una lectura fascista, pero yo la veo como una historia existencialista, un film sobre la insatisfacción, la alienación y la angustia. Nos metemos en la mente del protagonista y llegamos a entender la sordidez que le rodea. Su rabia, sus reacciones, llegan a resultar patéticas.

domingo, abril 06, 2008

Si vuelves te contaré el secreto


En el libro “El arte de la novela”, Milan Kundera dice: Hasta los veinticinco años me sentía mucho más atraído por la música que por la literatura. Lo mejor que hice en aquel entonces fue una composición para cuatro instrumentos: piano, viola, clarinete y batería. Prefiguraba casi caricaturescamente la arquitectura de mis novelas, cuya existencia futura, por aquel entonces, ni siquiera sospechaba. Y realiza una interesante exposición sobre la influencia de la música y de las matemáticas en la composición de sus libros. Sin remedio, he recordado estas reflexiones del autor checo al terminar la lectura del libro “Si vuelves te contaré el secreto”, de Mónica Gutiérrez Sancho, escritora nacida en Sevilla y afincada en Zaragoza cuya primera novela no está pasando desapercibida.

Un local abre sus puertas en una calle corriente de cualquier anodina ciudad. Un local muy especial llamado, precisamente, “The Club”. El local tiene un gran éxito, pues promete pasar una velada de felicidad plena, aunque está establecido que nadie pueda asistir a él más de una vez. Los empleados tienen prohibido comentar con nadie lo que ocurre allí dentro ni facilitar que nadie, ni siquiera un amigo o un familiar, pueda acceder por segunda vez al interior del club. Esta es la premisa principal del libro, a partir de la cual se articula una historia coral en la que cuatro personajes nos servirán de hilos conductores, presentados en el primer capítulo: Sara, vendedora de trajes de novia, Rita, la prostituta, Julia, la camarera y Simón, el portero. Estos personajes actuarán como instrumentos principales de una estructura jazzistica, interpretando incluso sus propios solos, en fragmentos narrados en primera persona. A ellos se unirán otros que adquirirán relevancia a lo largo del relato, dándole densidad.

Encontramos pues una historia que gira en torno al jazz y que incorpora a su composición elementos propios de este género, como si de una “jam session” se tratara, un poco caótica en algunos momentos, utilizando la repetición de varios motivos para dar cohesión al conjunto, y cuya lectura fluye sin problemas, hipnótica, sin tropiezos, gracias a una prosa elegante y precisa al mismo tiempo, que consigue transmitirnos la información de un modo muy visual y que no carece de humor, sin rehuir la dureza o la sordidez de ciertos momentos, pero siempre con una extraordinaria ternura hacia los personajes, pese a las luces y sombras de éstos. Valga como muestra el siguiente párrafo:
Marcadas ojeras, gafas redondas de montura fina y plateada, color blanco grisáceo, enfermizo, tos seca, pelo rizado y largo sin alopecia a la vista y ojos grises y fríos, sin reflejo alguno, eran su aspecto. Habría pagado por ser bello, por enamorar a damas imposibles, a hadas encantadas, por contraer la sífilis o la tuberculosis, pero tenía que conformarse con unas diarreas matutinas persistentes que, al menos, le ayudaban a conservar un aspecto demacrado de planta marchita que no termina de morir. Habría matado por poseer las agallas para suicidarse por amor, pero tenía que conformarse con mezclar sus fluidos y su cuerpo con poetisas de medio pelo, adictas a músicos, golfas que no llegaban a cobrarle un precio fijo.

El libro posee su propia banda sonora, y nos propone sus temas al inicio de cada capítulo, en una selecta selección de intérpretes claves en la historia del jazz. Recorremos de un modo lineal, pero plagado de contrapuntos, la historia de ese club misterioso que ofrece una dicha absoluta a sus clientes, una velada mágica que atraerá a gente de todo tipo, personajes insatisfechos que buscan ese algo indefinido y abstracto que es la felicidad, y que tendrán la oportunidad de atisbarla durante una noche cuyo recuerdo los dejará aturdidos, con el deseo de repetir la experiencia, sabiendo que tal cosa es imposible y sin sospechar que esa imposibilidad viene determinada por la propia naturaleza de lo buscado. Desde el casting del personal hasta la última sesión del club, entramos en una historia con aire de cine en blanco y negro de los años cincuenta que, no obstante, me trajo ecos de un autor tan dispar como Philip K. Dick. Una historia original, sencilla y engañosa a la vez, de cuidada arquitectura, que supone un debut espectacular de una escritora a la que hay que seguirle la pista.

Les dejo, para acabar, con el gran Thelonious Monk:


jueves, abril 03, 2008

Narrativas 9

Acaba de salir el número 9 de la revista Narrativas. Se puede descargar gratuitamente. Su índice ofrece un contenido muy interesante, y he tenido la suerte de figurar en él. Con este número, la revista Narrativas cumple dos años de loable labor literaria, ayudando a difundir el trabajo de escritores noveles y dándonos la oportunidad de participar en un proyecto en el que figuran también autores de reconocida trayectoria.
Espero que lo disfruten. Y que “Narrativas” cumpla muchos años más.

ÍNDICE:

Ensayo
La poética en “Axolotl” de J. Cortázar, por Osvaldo Ulloa Sánchez
La sensibilidad mediterránea: herencia y equilibrio para una razón más vital, por Enrique Ferrari Nieto
Gilgamesh y la escritura, por José Ángel García Landa
Obra maestra de las adaptaciones literarias al cine: “Carta de una desconocida”, de Max Ophüls, por Alfredo Moreno

Relato
"Crónica de un cazador", por Manuel Díaz Martínez
"Nada antes que la fe", por Vicente Luis Mora
"Algo provisional", por Ismael Grasa
"El poeta en excedencia", por Salvador Gutiérrez Solís
"Final de cuento", por Jorge Villarruel
"Seguir observando", por Pablo Lorente Muñoz
"La perla de Córdoba (I)", por Carlos Montuenga
"El faquir", por Rosy Palàu
"El círculo de Eliot", por Norberto Luis Romero
"El paso de la oca", por Recaredo Veredas
"Ochenta pisos", por Juan Carlos Vecchi
"Pueblo de Jones", por Luis Emel Topogenario
"Dos misivas", por Julio Blanco García
"El colorao", por Adriana Serlik
"Enfrente de la casa, toda la noche", por Agustín Cadena
"Ajustando cuentas", por Fernando Sánchez Calvo
"Ballenas", por Alfredo Carrera
"Los hombres que lloraban lágrimas rojas", por Carlos Garvín
"Lirios blancos", por Soledad Acedo Bueno
"Lisa", por Javier Guerrero
"Pistoleros famosos", por Paul Medrano
"Me niego rotundamente", por Jonathan Minila
"Los días felices de Edwin", por Josué Barrera
"El diablo de las Hespérides", por Ahmed Oubali
"Extranjeros y fantasmas", por Carlos Frühbeck
"Últimas palabras para Wendy", por Javier Esteban
"Como un canto rodado", por Esteban Gutiérrez
"Pero no matarás", por Luis Tamargo
"El gringo", por Pablo Giordano
"Lo que trajo la noche", por Salvador Alario Bataller
"La luna y las comedias", por Noemí Pastor
"El tren", por Miguel Sanfeliu
"Metempsicosis", por Gemma Pellicer
"Reencuentro", por Edilberto Aldán
"Instrucciones para treintañeras desordenadas y tibias", por Ana Muñoz de la Torre
"Corazón de fuego", por Carlos Arnal
"Liviandad", por Antonio Ramos
"Paisaje sin batalla", por Sergio Borao Llop
"De ámbulos concéntricos", por Héctor Huerga
"Cándida en el cielo", por Antonio Toribios
"La manda de Názaro", por Roberto Strongman

Novela
Rapsodia vagabunda (Capítulo), por Juan Carlos Guerrero
En la ciudad inmóvil (Capítulo), por Moisés Ramírez

Narradores
En esta ocasión, el espacio de Narradores está dedicado a la escritora peruana Patricia de Souza

Entrevista
Marco Tulio Aguilera, por Germán Martínez

Reseñas
Golpes de mar de Antón Castro, por Magda Díaz y Morales
La hermana de Sándor Márai, por Sandro Cohen
La carga de la brigada ligera de Gonzalo Calcedo Juanes, por Juan Carlos Márquez
Prosa temprana y obras póstumas publicadas en vida de Robert Musil, por Eugenio Sánchez Bravo
Nunca llueve sobre el Sáhara de Pedro M. Martínez, por Guillermo Ortiz López
Espejo roto de Mercé Rodoreda, por C. Martín
Los lobos de la luna de Frank Quasar, por Hari Seldon
Arde el musgo gris de Thor Vilhjálmsson, por María Aixa Sanz

Miradas
"Comentario a Pedro Páramo, las cien páginas más célebres de la literatura mexicana", por Javier Cercas Rueda
"Lo desmemorioso en los ojos", por Juan Fernando Covarrubias Pérez
"H. P. Lovecraft y la seducción del misterio", por Jorge Villarruel

Literatura e imagen
El sueño de Cthulhu, pintura del artista mexicano Ricardo Olvera, basada en el relato “La llamada de Cthulhu” de H.P. Lovecraft.
La lectura de la literatura, de la ilustradora aragonesa Blanca BK Gimeno.
Ilustración que forma parte de tres expuestas en la Biblioteca de María de Huerva.
Vandalismo, del ilustrador y dibujante José Antonio Ruiz-Roso, ilustración basada en el relato de Carlos Arnal, "Corazón de fuego".

Novedades editoriales

domingo, marzo 30, 2008

Entre dos aguas


Rosa Ribas nació en el Prat de Llobregat (Barcelona) y reside en Frankfurt. Su primera novela, “El pintor de Flandes”, tuvo una buena acogida de público y crítica.
“Entre dos aguas”, su segunda novela, es muy diferente a aquella. Se trata de una novela negra, fiel a las reglas del género, y en la que introduce a la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, de padre alemán y madre española, que sin duda protagonizará otros títulos de esta autora.

Como toda novela policiaca que se precie, nada más comenzar aparece un cadáver: un hombre flotando en el río. Se trata del cuerpo de Marcelino Soto, inmigrante español muy apreciado en la comunidad española de Frankfurt, motivo por el cual la comisaria Cornelia parece la más indicada para encargarse del caso. Ella y su equipo, compuesto por los policías Reiner Fischer y Leopold Müller, llevarán a cabo una investigación en la que irán quedando expuestos distintos aspectos del fenómeno de la inmigración en Alemania (que pueden ser extrapolados a cualquier otro país de circunstancias similares). El crimen de Marcelino Soto tiene que simultanearse con la desaparición de una empleada de hogar de origen ecuatoriano: Esmeralda Valero que, pese a su interés, contribuye a dispersar ligeramente la trama.

No obstante, el tema principal de este libro es la inmigración; y el racismo se encuentra en el trasfondo de la historia, un racismo que afecta a todo el mundo. Así, veremos a un turco arremetiendo contra los yugoslavos o a la propia madre de la inspectora marcando diferencias entre la inmigración española y la actual en un fragmento que no tiene desperdicio: Así nos tenemos que ver los emigrantes de verdad, los que vinimos como gente honrada a ganarnos la vida y no como toda esta gente que viene ahora que no se sabe qué busca aquí. Porque ahora ya no existe verdadera emigración. Nosotros sí éramos emigrantes de verdad, pero ahora a saber qué quiere toda esta gente. Yo no soy racista, pero con toda esa gente que viene no sé adónde vamos a ir a parar. E incluso el portero del edificio en el que reside la comisaria expone un punto de vista muy similar (pág. 160).
Es evidente que el género policiaco es muy apropiado para reflejar la realidad social de una comunidad, para bucear en sus diferentes estratos y diagnosticar sus posibles fisuras. Esta tarea la cumple con solvencia esta novela, en la que queda claro que el mal no entiende de razas sino más bien de debilidades humanas, aspecto evidente desde el principio, desde el caso cuya resolución sirve para presentar a la propia Cornelia.

La historia está narrada en tercera persona, aunque no nos despegamos en ningún momento de la protagonista y compartimos sus cavilaciones, sus dudas y debilidades. El estilo de Rosa Ribas fluye con facilidad y resulta eficaz y minucioso, pendiente en todo momento de esos pequeños detalles que confieren solidez a un texto, como en el siguiente caso: La señora Schneider, una mujer menuda, de unos sesenta años con el pelo teñido de rubio oscuro, le indicó dónde podía sentarse. Un breve cruce de miradas con su marido le dio a entender a Cornelia que le acababa de ofrecer el sillón donde se solía sentar el señor Schneider, pero los ojos de la mujer habían reflejado por unos segundos una fiereza admonitoria a la que su marido se tuvo que doblegar. Sobre una mesita baja humeaba una tetera.
La presentación de los personajes españoles se completa con pequeñas escenas sobre el momento de su llegada a Alemania, sus circunstancias, sus ilusiones, sus decepciones, completando un mosaico representativo de una comunidad que se ha ido afianzando y cuyos descendientes, ya alemanes de pleno derecho, como la propia comisaria Weber Tejedor, se siguen debatiendo entre esas dos realidades, integrados en una sin llegar a tomar distancia de la otra, sintiéndose en todo momento entre dos aguas.
No es extraño que la comisaria Cornelia Weber-Tejedor protagonice otros títulos de Rosa Ribas, hasta un total de cuatro, según contó la autora en la presentación del libro a la que tuve la suerte de asistir. Será pues interesante seguir indagando en los casos que tendrá que resolver esta comisaria, salvado ya el inicial propósito de presentar todos los aspectos de los personajes y la realidad en la que se mueven.

viernes, marzo 28, 2008

Hay Festival Granada

Entre los días 3 y 6 de Abril, tendrá lugar, por primera vez, la celebración del Hay Festival en Granada. El entorno privilegiado de la Alhambra será testigo de una nueva edición de este festival literario en el que se organizan tertulias, entrevistas, presentaciones, proyecciones de cine, etc. Pueden consultar el programa en la pagina oficial del Hay Festival.
Se hará un homenaje a Francisco Ayala, que acaba de cumplir los 102 años.
Acudirá gente como Raja Alem, Ahdaf Soueif, Almudena Grandes, Luís García Montero, Umberto Eco, Fadia Faqir, Joaquín Sabina o el jugador de ajedrez Boris Spassky, entre otros. Muy a mi pesar, me temo que no podré acudir a esta cita. Me resulta del todo imposible por diferentes motivos, y bien que lo siento. Pero así son las cosas.

miércoles, marzo 26, 2008

Rafael Azcona

La noticia de su muerte me ha caído como una pedrada. Rafael Azcona es un autor entrañable, autor de guiones geniales, que forman parte de nuestra historia, como "El pisito", "El cochecito", "El verdugo", "Plácido"... Su último trabajo ha sido la adaptación del libro "Los girasoles ciegos".
Su sentido del humor era corrosivo, tirando a negro, pero siempre tierno con los personajes, comprensivo con las situaciones más duras. Como escritor, formaría parte de la generación del medio siglo, aunque lo cierto es que se trata de un autor un tanto atípico y a contracorriente.

Quise buscar una entrevista que me parecía recordar haber visto en el programa "Estravagario", pero no la he encontrado, quizá me falla la memoria. No obstante, encontré otra correspondiente a un programa de Aragón Televisión que no tiene desperdicio.
Les dejo con Azcona.

jueves, marzo 20, 2008

Boxeo

No pasé de la tercera categoría, uno más del montón, además me retiré joven, antes de que me dejaran sonado, y sin embargo alguna vez me han reconocido y me han recordado aquellos tiempos, claro que no es frecuente, pero siento que me descompongo por dentro cuando alguien dice que me recuerda, y desearía salir corriendo, por eso se me pone un pequeño nudo en el estómago cada vez que entra alguien en la tienda, un nudo que se disuelve inmediatamente después de comprobar que el tipo no me va a hablar de cuando yo era boxeador.
La tienda es pequeña y en ella vendemos artículos de todo tipo. Se trata de productos que están muy rebajados de precio, bien por estar fabricados con un material muy económico o por pertenecer a partidas de saldo. Son productos caducos, como yo, acabados. La tienda no es mía. Sólo soy un empleado. Es un trabajo digno que me permite huir del infierno balbuciente que el alcohol me propone.
Cuando aquel hombre entró en la tienda lo reconocí antes incluso de que la campanita que colgaba sobre la puerta denunciara su presencia, pese a que los años le habían desgastado el cuerpo con especial saña. Apenas le quedaba un poco de pelo blanco sobre las orejas. Su rostro se había hinchado empequeñeciendo los ojos y agrandando la nariz chata y la boca torcida. No era alto, pero estaba tan gordo que sus pies le arrastraban con notable esfuerzo. Se dirigió directamente hacia mí, sin darme tiempo a esconderme, me tendió su mano grande y fuerte y me sonrió de un modo estúpido.
-Me alegro de verte -dijo, con un tono bobalicón, pronunciando cada palabra despacio y con cuidado.
No dije nada. Traté de sonreír, sin éxito. El hombre se llamaba Carlos. Había sido sparring y, en aquella época, su destino y el mío parecían unidos por el sueño de un futuro lleno de éxito, riqueza, fama y mujeres.
Los peores momentos se vivían en el vestuario, antes de la pelea, hundido en uno mismo, deseando que todo terminase rápido. Pensando en los golpes, en el dolor, en el propio cuerpo y en la propia vida y en la emoción de la lucha y en la expectación del público. El entrenador me daba un masaje mientras hablaba del contrincante y de la estrategia a seguir.
-Quieren parar la pelea -me dijo aquel día-, pero no debes preocuparte por nada. Les he dicho que la pelea tenía que celebrarse fuera como fuese.
-Han pasado muchos años -dijo Carlos-. Es increíble.
Solté su mano y hundí los puños en los bolsillos del pantalón.
-Creo que no nos hemos visto nunca, señor -dije, y mi voz sonó grave, monótona. Mi rostro se mantuvo impasible mientras mi cerebro se revolvía en la cabeza. No estaba seguro de lo que estaba haciendo. Sin embargo, desde el momento en que mis palabras se pasearon entre él y yo, ya era demasiado tarde para rectificar.
-Vi todos tus combates -insistió-. Hemos entrenado juntos. ¿Acaso te has olvidado de mí?
-¿Combates? -pregunté- No sé de qué me habla.
Igual que golpear el saco de entrenamiento. El chico se tambaleó de un lado al otro del ring al ritmo de mis golpes. Sus ojos no me miraban sino que me traspasaban y se perdían en la oscuridad de la sala.
Carlos me miró con extrañeza. Sus ojos se agrandaron.
-Vi tu último combate. Estuve allí. No fue culpa tuya. Tú no sabías que él estaba tan mal.
-¿Va a comprar algo o sólo quería charlar un rato?
Agachó la cabeza. Dio media vuelta y sus pies le arrastraron lentamente hasta la puerta.
-Vaya chiflado -dije justo antes de que saliera-. No tengo ni idea de lo que me está hablando. Yo sabía perfectamente cómo estaba aquel chico. Sabía que tenía un tumor y que no aguantaría mis golpes. El médico había intentado parar la pelea y yo lo sabía. Lo sabía todo.
Cayó como una marioneta a la que le hubiesen cortado los hilos. Tuve la sensación de que se había desplomado antes incluso de que le llegase mi golpe. Sus ojos quedaron en blanco y su pecho dejó de moverse. El médico subió de un salto y se agachó a su lado y le tocó el cuello. Su cara reflejaba el miedo. Miró a su alrededor, como si en silencio gritase pidiendo ayuda. Y volvió a tocarle el cuello. Subieron al chico a una camilla y lo bajaron del ring y, mientras recorrían el pasillo hacia la salida, el médico iba a su lado sin dejar de tocarle el cuello, sin perder la esperanza de encontrar un pulso que se había desvanecido. Yo lo vi todo desde el centro del cuadrilátero y, cuando me di cuenta, estaba solo y mi puño seguía en alto.
-Nada de lo que pueda hacer en esta vida -le digo al hombre- podrá borrar mi responsabilidad.
-Siento haberle molestado.
-Márchese y no le diga a nadie que me ha visto. No hable de mí. No cuente mi historia a sus amigos. No me conserve entre sus recuerdos.
Agachó la cabeza aún más y salió tan despacio que la campana de la puerta no llegó a sonar. Todo quedó de nuevo en calma y pensé que aquel hombre no había existido nunca.

martes, marzo 18, 2008

Fallas 2008



















Un año más la ciudad está patas arriba, sembrada de monumentos que arderán la noche de San José. Fiesta ruidosa y excesiva, plagada de arte, de color, de sátira... siempre asombrosa y sobrecogedora. Por supuesto, también causa incomodidad, especialmente para acudir al trabajo, para llevar una vida normal, para dormir. Además, una huelga salvaje del transporte público ha agravado la situación. No obstante, debo reconocer que la disfruto, que me encanta pasear de falla en falla y respirar el olor a pólvora por todas partes.

viernes, marzo 14, 2008

Feria del libro antiguo y de ocasión



Todos los años, por estas fechas, se instala la feria del libro antiguo y de ocasión en la Gran Vía Marqués del Turia de Valencia. Este año, desde el 29 de Febrero al 23 de Marzo, se puede visitar la XXXI edición de este evento, en la que se dan cita 38 casetas correspondientes a librerías de toda España. Y es una buena oportunidad, pues con la extraña conjunción que se ha producido entre la fiesta de Fallas y la Semana Santa resulta que nos encontramos con un puente festivo de seis días, todo un lujo.
Aquí se dan cita coleccionistas de libros raros, bibliófilos en busca de ediciones antiguas y muy cotizadas. Debo admitir que no es mi caso. No me considero un bibliófilo, no busco el libro como objeto ni como obra de arte, más bien busco autores que han pasado desapercibidos o libros que no pude comprar en su día y que aparecen ahora como saldos u oportunidades de segunda mano. A veces, también encuentro algo que no esperaba, como en esta ocasión: un libro que ha vuelto a mis manos después de casi treinta años, y del que me he acordado en más de una ocasión, aunque no lo iba buscando.



Se trata de un libro que perdí en el año 1979. Ese año, realicé con mi familia un viaje que duró cuatro meses y que nos llevó a Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá y Miami. A la vuelta, mi maleta de libros se perdió. Llegaron a decirme que creían tenerla localizada en Canadá, pero lo cierto es que ya no volví a saber nada de ella. Recuerdo casi todos los libros que iban en ella, así como mis apuntes y la primera parte de una novela que me consta era muy imperfecta, pero que aún así me dolió en el alma. Desde entonces, si he tenido que viajar, siempre he llevado mis libros como equipaje de mano. Prefiero, llegado el caso, quedarme sin ropa antes que sin libros.


En fin, el libro que me salió al paso el día que estuve visitando la feria se titula “Argumentos fabulosos” y su autor es Irving Wallace. Sé que no suena muy importante. Irving Wallace no es un escritor de cabecera de nadie, pese a que es autor de títulos tan conocidos como “El premio Nobel”, en el que se basó la película “El premio”, dirigida por Mark Robson y protagonizada por Paul Newman, Edward G. Robinson y Elke Sommer, “El hombre” o “Fan club”. Está considerado un escritor de bestsellers, y por tanto la crítica se ha limitado a ignorarlo, cuando no a despreciarlo, quizá con cierta razón, aunque lo cierto es que vendió unos 250 millones de ejemplares de sus libros en todo el mundo. No obstante, “Argumentos fabulosos” es un libro de pequeños ensayos en los que se rastrean las vidas de las personas reales que inspiraron famosos personajes literarios y en los que Wallace demuestra que es un ameno comunicador y un solvente narrador de historias. Un libro de ensayos que parecen cuentos, de breves biografías noveladas sobre personas que inspiraron a grandes escritores, como el doctor Joseph Bell, a quien Conan Doyle tomó como modelo para su Sherlock Holmes, o Alexander Selkirk, el hombre que vivió solo en una isla durante más de cuatro años y que es el germen de Robinson Crusoe, o William Brodie, un hombre cuya doble vida sirvió de inspiración a Stevenson para la creación de su Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Ocho textos en total, el primero de los cuales, el más breve, es un interesante y ameno acercamiento al fenómeno de la inspiración.



Un reencuentro gozoso, que me produjo gran alegría y, por eso, no es de extrañar que luego, llevado por esa exultación, no me resistiera a comprar algunos libros más, entre ellos el libro de conversaciones con Pepín Bello, la “Historia personal del«boom»”, de José Donoso y una breve novela de Jerzy Kosinski titulada “El ermitaño de la calle 69”. Jerzy Kosinski es también un autor curioso cuya obra más conocida, “Desde el jardín”, fue llevada al cine, dirigida por Hal Ashby e interpretada por Peter Sellers en el papel principal, con el titulo de “Bienvenido Mr. Chance”. Kosinski se suicidó en 1991.

jueves, marzo 13, 2008

46


Hoy cumplo 46 años… y no sé qué decir al respecto.

Quizá debería comentar algo sobre la sensación de que el tiempo se me echa encima…

miércoles, marzo 05, 2008

La crítica en los blogs

Está surgiendo una nueva crítica, o debería llamarla fuente de información, para liberarla un poco de la pesada carga que la responsabilidad de la crítica conlleva, y el culpable de esta transformación o revolución, como queramos denominarlo, es internet. Su fácil acceso ha propiciado que cualquiera pueda hacer crítica literaria desde un blog, lo cual resulta positivo porque aquí no existen presiones del mercado y uno puede escribir exclusivamente de lo que le apetece, pero también supone encontrarse con infinidad de carencias e incluso con gente que disfruta denigrando e insultando, amparados generalmente en el anonimato. Este panorama hizo a Jonathan Franzen decir que lamenta la falta de los críticos literarios tradicionales, que actuaban como filtro para descubrir libros de verdadero valor. Es mucho mejor tener 50 inflexibles críticos de esa clase que tener 500 mil gritones incompetentes.
Naturalmente, no creo que nadie pueda estar de acuerdo en que todo aquel que escribe en un blog sea incluido en la calificación de “gritón incompetente”. Aceptando sus múltiples carencias, debo decir que la desconfianza en unos medios que se someten a intereses mercadotécnicos hacen que sean los blogs los encargados de difundir y comentar libros que, de otro modo, serían ninguneados. Los blogs son, actualmente, los que mejor pueden llevar a cabo las funciones que Auden atribuía a la crítica, los que mejor pueden difundir obras de calidad que, de lo contrario, desaparecerían en pocos días como si nunca hubieran existido. Por supuesto, esta labor implica que uno debe enfrentarse a ella con un mínimo rigor y responsabilidad.

Fernando Iwasaki opinó sobre los blogs lo siguiente: No me agradan los blogs porque muchas veces cobijan opiniones anónimas e insultantes que sus autores jamás suscribirían con sus nombres verdaderos, pero reconozco que también he leído en los blogs razonamientos inteligentes y originales, aunque no comparta el ideario de sus autores. Creo que también es importante este concepto del ideario de los autores. En el caso del blog literario, cuando uno lo lee, no es difícil que se haga una idea de cuáles son las preferencias de su autor, qué autores le fascinan, qué géneros, qué ideas estéticas… mucha información adicional que ayuda a valorar las opiniones y juicios de valor que allí se exponen.

Para ir acabando, me gustaría citar las palabras de Ignacio Echevarría, en la entrevista que le hizo Blanca Vázquez: Toda la ambición de un crítico debe estar puesta en descubrir lo nuevo, y apoyarlo. Otra cosa es que, entre sus funciones sociales, se cuente la de ahorrar al lector algunos caminos inútiles, indicarle atajos. Algo a tener en cuenta, pese a que Echevarría sea también uno de esos autores que desconfía de los blogs, como deja claro en la misma entrevista: desconfío de la supuesta libertad con que operan los blogs. No es lo mismo una escritura libre que desinhibida. Y la de los blogs es una escritura desinhibida. Por otro lado, creo en la función social de la crítica, en su contribución a la construcción de la comunidad, en su poder de incidencia y de representación. Pero las comunidades de los blogs no son evaluables ni representativas. A menudo son jaulas de grillos, por mal que me esté decirlo en esta circunstancia. De momento, la crítica que en ellos se hace es bastante inofensiva. En los mejores casos, puramente testimonial. Y no me parece que la cosa tenga visos de cambiar a corto o medio plazo.
Bueno, pues ya veremos cómo evoluciona esto.

domingo, marzo 02, 2008

Premio Pulitzer 2007


Uno abre un suplemento o un periódico y, de repente, se encuentra con algo que le golpea con fuerza y lo deja noqueado durante bastante tiempo. Me ocurre con el suplemento de “El País”, donde me tropiezo con la fotógrafa Renée Byer, ganadora del Premio Pulitzer 2007 por su reportaje “A mother’s journey”. Durante un año convivió la fotógrafa con Cyndie French y fue testigo del calvario que pasó esta mujer con uno de sus tres hijos, Derek Madsen, de 11 años, enfermo de cáncer. El niño murió en Mayo de 2006.
Renée Byer ha viajado a España, invitada por la Asociación Infantil Oncológica de la Comunidad de Madrid (Asion).
Haciendo clic en la foto podrán ver todo el reportaje fotográfico, aunque advierto de su dureza.
El artículo del suplemento viene firmado por Karelia Vázquez.

martes, febrero 26, 2008

La crítica

Uno sólo debería hablar de aquello que le ha conmovido o que quiere ayudar a divulgar, sería lo más honesto y también lo más satisfactorio. Auden decía que Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter.
Auden definió las que, en su opinión, deberían ser las funciones del crítico, y entre ellas está la presentación de obras o autores desconocidos, valorar a autores que han sido ninguneados o menospreciados, mostrar relaciones entre obras de épocas y culturas diferentes y hacer una lectura de una obra que aumente su valoración sobre ella. Creo que es importante recordar esto.
Claro que también Auden advierte que un escritor cuando habla sobre los libros de otros no puede sino hablar al mismo tiempo de los propios.
Ricardo Piglia parece corroborar esta opinión cuando dice que el crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee.

No creo que sea más “profesional” quien afirma con énfasis “esto es una mierda”, sino aquel que es capaz de apuntar que tal o cual cosa habría funcionado mejor de otra manera. Ricardo Senabre dice que lo que el lector espera del crítico son orientaciones razonadas, no elogios vacíos ni rechazos injustificados. La crítica debe señalar los defectos que se aprecian en una obra, sus supuestas imperfecciones, razonadas con más o menos acierto, pero no debe caer en la descalificación gratuita y general.

No obstante, hay múltiples condicionantes que intervienen para que la crítica se desvíe de su función primordial, y es probable que la más importante sea la influencia del mercado, el poder de ciertos medios. El propio Senabre lo explica así: hay demasiada consideración con editoriales poderosas, por una parte, y, por otra, excesivo temor a reseñar negativamente obras de autores prestigiados. Bueno, como la vida misma ¿no? Claro que no todo el mundo comparte esta opinión. García-Posada, en su libro “El vicio crítico” afirma que la influencia de los medios de comunicación, que es abrumadora, difícilmente se ejerce con productos tan minoritarios como la literatura. Y aún va más allá al afirmar que no hay crítico que tenga capacidad para alzar o hundir un libro.

jueves, febrero 21, 2008

Opinar

Hace unos días Alex de la Iglesia escribió una carta en “El País” replicando a un artículo anónimo que había aparecido en la sección de opinión de dicho periódico, y en el que se hacía una valoración despectiva del cine español en general. En dicha carta decía, entre otras cosas, lo siguiente:

¿Se imaginan a alguien diciendo "todos los escritores de este país son aburridos", o "los pintores españoles cansan con sus cuadros de siempre", o "basta ya, por favor, de zapatos españoles, preferimos los italianos"?
Lo que realmente duele de estos palos no es la rotundidad con la que se formulan, sino todo lo contrario, lo alegremente que se escriben, como sin darles importancia. Da la impresión de que no afectaran a nadie. Y ahí se equivocan, porque el cine español no sólo somos cuatro torpes directores sin talento, sino cientos o miles de profesionales que viven de nuestras películas, muchas familias que tienen que buscarse la vida haciendo cualquier otra cosa, porque esto del cine cada vez se lo ponen más difícil.

Debo admitir que me impactaron estas palabras. Me dejaron pensando. Es cierto que a veces se opina muy a la ligera sobre cualquier cosa. Se pontifica con rotundidad, como si uno estuviera en posesión absoluta de la verdad. Y parece que cuanto más duro y despreciativo se muestra uno, más demuestra su valía, su seguridad en sí mismo y en su criterio.
A mí me parece que no hay crítico infalible. Es inevitable que tarde o temprano se meta la pata, porque a fin de cuentas, cada uno tiene sus preferencias, sus gustos, sus debilidades, sus intereses.



En el libro “El ojo crítico”, ediciones B, 1990, se mostraban múltiples ejemplos de opiniones desafortunadas, expresadas por gente de indiscutible prestigio. Expongo unas cuantas:

Bertrand Russell dijo sobre Bernard Shaw: Me parece que Shaw, en conjunto, es más un calavera que un genio… No pude con Hombre y Superhombre: me repugnó.
Y el propio Shaw dijo sobre "Julio César", de Shakespeare: No hay una sola frase pronunciada por el Julio César de Shakespeare que sea, no diría digna de él, sino tan sólo digna de un jefe Tammani.

Pío Baroja dijo, en 1944, sobre Unamuno: Era el aldeano que sale del terruño y se hace rabiosamente ciudadano y adopta todos sus hábitos y procedimientos. Quiso primero ser un escritor español ilustre y después ser un escritor universal… Sus novelas me parecen medianas, y sus obras filosóficas no creo que tengan solidez ni importancia.

Virginia Woolf escribió en su diario sobre el Ulises, de James Joyce: Acabé Ulises y me parece un fracaso… El libro es difuso. Es salobre. Pretencioso. Vulgar, no sólo en el sentido común sino también en el literario. Quiero decir que un escritor de primera línea respeta demasiado el acto de escribir para permitirse hacer trampas.
No obstante, Constantino Bértolo, el compilador de estos fragmentos, escribe en el prólogo de “El ojo crítico”: Tener criterio significa poseer un entendimiento de lo que es la literatura y ejercer desde ese sentimiento sin miedo a equivocarse. (…) Es necesario que el crítico tenga una escala de valores desde la que enfrentarse a la obra y es conveniente que esa escala se transparente en su trabajo.
Y más adelante escribe: No existe lectura inocente. Uno lee desde lo que es y con todo lo que es. Me quedo con esta frase.

domingo, febrero 17, 2008

De libros

Entre los últimos libros que me han llamado la atención, debo empezar por el último de Haruki Murakami, “Sauce ciego, mujer dormida”, una recopilación de relatos editada por Tusquets. Cuando lo veo, viene a mi mente una frase que leí no recuerdo ahora dónde, según la cual Murakami resulta aún más eficaz en relatos o novelas cortas. Veremos.

Encuentro también el libro de Joshua Ferris, “Entonces llegamos al final”, editado por RBA y que fue finalista del National Book Award y elegido como uno de los mejores libros del año por el New York Times Book Review. Viene precedido por una importante campaña de promoción. Se trata de la primera novela de Ferris y la trama transcurre en una oficina. Y es cierto que son pocos los libros que escogen este escenario para desarrollar sus tramas, pese a que es algo que rige el estilo de vida de una gran parte de la población. Se habla del sentido del humor del libro. Está narrado en primera persona del plural.


Curioseo un poco sin rumbo y otro libro despierta mi interés. Se titula “Las voces del laberinto”, historias reales sobre la esquizofrenia, de Ricard Ruiz Garzón, editado por DeBolsillo. En la portada consta que ha obtenido el I Premio Miradas de la Fundación Manantial. Lo abro y leo el principio:

Estimado señor Paul Auster.
Le escribo porque mi hijo ha muerto. Se suicidó hace tres meses. En primavera. Tenía veinticinco años.
Le vi saltar por la ventana. Le vi morir. Y una vez abajo, vi también un libro en su mano izquierda. El mismo que estuvo leyendo toda la noche; se arrojó con él. Parece imposible, pero no lo soltó al chocar contra el suelo. Perdió hasta un zapato, pero conservó el libro. Costó Dios y ayuda arrancarlo de entre sus dedos. Días después, al hojearlo, hallé una extraña dedicatoria, y también una página marcada. El libro era “El Palacio de la Luna”…


Es un libro de relatos basado en testimonios reales. Sobre uno de los textos se ha rodado el documental “Uno por ciento, esquizofrenia”, de Ione Hernández.


Y otra de mis últimas adquisiciones ha sido el libro de Mónica Gutiérrez Sancho, editado por Caballo de Troya, “Si vuelves te contaré el secreto”. Una novela a ritmo de jazz sobre los peligros que acechan detrás del imprudente deseo de ser felices.

martes, febrero 12, 2008

Tiburón

Acaba de morirse Roy Scheider, al parecer de un cáncer de médula ósea. Tenía 75 años. En su filmografía destacan títulos como “The French Connection” y “All That Jazz”, por los que estuvo nominado al Oscar, y también, entre otros, “Marathon Man”, “52/Vive o Muere”, “El eslabón del Niágara”, “El Trueno Azul”… y, muy especialmente, “Tiburón”.



“Tiburón” se estrenó en el año 1975 y se trata de la adaptación cinematográfica de una novela de Peter Benchley. La película la vi en el ya desaparecido cine Tyris de mi ciudad, que exhibía en formato “Vistarama”. La novela la leí durante la convalecencia de una operación de vegetaciones. Cosas de la memoria. También leí otro titulo de Benchley: “Abismo”, que fue llevada al cine por Peter Yates, con Nick Nolte, Jacqueline Bisset y Robert Shaw en los papeles principales.

La historia transcurría en un pequeño pueblo llamado Amity, aunque en realidad se rodó en Martha's Vineyard, una isla situada frente a Cape Cod. Se trata de una localidad turística en cuyas playas aparece un enorme tiburón blanco que causa varias muertes. El jefe de policía Brody (Roy Scheider) quiere cerrar las playas por seguridad, pero se encuentra la oposición del alcalde (Murray Hamilton), quien entiende que el cierre de las playas supondría grandes pérdidas económicas. Se pide el asesoramiento de un biólogo marino experto en tiburones, Hooper (Richard Dreyfuss), que no tiene dudas sobre la seriedad del problema. El propio Peter Benchley interpreta a un reportero que informa sobre los acontecimientos que tienen lugar en Amity. Finalmente, Brody, Hooper y Quint (Robert Shaw), un rudo cazador de tiburones, se harán a la mar con la intención acabar con el terrible escualo.
Esta segunda parte, con los tres hombres en un viejo barco, en mitad del mar, a la búsqueda de un monstruo, es mi preferida. Brody es el hombre urbano que desconoce todo lo relacionado con la pesca y la navegación, Quint, por su parte, es un hombre hecho a sí mismo, que desconfía de la valía del científico Hooper. Lo trata, en ocasiones, como si fuera un aprendiz. Sin embargo, el peligro se encargará de unir esas dispares personalidades.

Existen escenas memorables, como aquella en la que Quint relata el episodio del USS Indianápolis, el barco que fue bombardeado cuando regresaba de entregar las piezas que formarían las bombas atómicas que serían arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La tripulación quedó en el mar a merced de los tiburones, que los fueron devorando uno detrás de otro. Una historia espeluznante que se mantiene sólo con el rostro de Shaw, que recita un texto cuya versión definitiva fue escrita por él mismo.

El encargado de dirigir el proyecto fue un joven Steven Spielberg que tuvo que afrontar múltiples dificultades. Spielberg reescribió el guión y eliminó la historia de amor que aparece en el libro entre la mujer de Brody (Lorraine Gary) y Hooper. El guión fue luego revisado por Howard Sackler y la redacción final la llevó a cabo Carl Gottlieb.
En este rodaje, todo lo que podía salir mal salió mal.
Bob Mattey, artesano de Hollywood durante cuarenta años, que ya había construido un pulpo gigante artificial para la película "20.000 leguas de viaje submarino", fue el encargado de materializar el proyecto del tiburón gigante. Le llamaron "Bruce", pesaba doce toneladas y necesitaba un equipo de 15 hombres para accionarlo. Pero, además, la mayoría de las veces no funcionaba en el agua. Para la escena de la jaula, se utilizaron tiburones reales y, como sólo medían cuatro metros y medio mientras que el de la película se suponía que medía casi ocho, hubo que utilizar una jaula más pequeña y meter en su interior a una persona muy bajita para que parecieran más grandes. Spielberg tuvo que echarle imaginación y utilizar la cámara subjetiva, la elipsis, el recurso de los barriles amarillos, en lugar de mostrar una y otra vez a un tiburón mecánico que se decoloraba y agrietaba por el sol y cuyos mecanismos hidráulicos perdían presión. De hecho, el tiburón apenas sale filmado por completo, siempre irrumpe parcialmente, lo cual intensifica el impacto de algunas escenas como aquella en la que Brody se encuentra tirando cebo al mar y que culmina con una de las frases más famosas de la película, “vamos a necesitar un barco más grande”, una frase que, al parecer, fue improvisada por Scheider. Otro recurso muy efectivo fue la música de John Williams, cuyos conocidos acordes delatan la presencia del tiburón sin necesidad de mostrarlo. Y, por supuesto, hay que destacar la importancia del montaje, que estuvo a cargo de Verna Fields.

Durante un tiempo, Spielberg sufrió la pesadilla de creer que se encontraba todavía en el cuarto día de rodaje y se despertaba angustiado.
Para el papel de Quint se pensó en un primer momento en Lee Marvin, quien rechazó la oferta. Respecto al jefe de policía, Carl Gottlieb, en el "Diario de a bordo de Tiburón" cuenta: "Charlton Heston quería encarnar el papel de Brody, el jefe de policía de la localidad veraniega, pero acababa justamente de salvar Los Ángeles de la destrucción total en "Terremoto" y parecía un jefe de policía demasiado imponente para una pequeña localidad veraniega de Nueva Inglaterra".

Tiburón es una película que te mantiene pegado al asiento y que ha tenido una notable influencia sobre cintas posteriores. Tuvo secuelas de muy inferior calidad: "Tiburón 2", "Tiburón 3D", "Tiburón, La venganza", etc. Por no hablar de su influencia en otros bichos marinos que también sembraron el terror en las salas de cine, como un pulpo, una orca, unas pirañas o, incluso, un calamar gigante. Y otros monstruos de diversa procedencia que, pese a que ahora ya es posible reproducirlos digitalmente, todavía se nos siguen mostrando por partes para intensificar el efecto en el espectador.


sábado, febrero 09, 2008

Caótica Ana

Habían pasado cuatro años desde el último trabajo de Julio Médem, el documental “La pelota vasca”, que tanta cola trajo. Y hubo gran expectación cuando Medem presentó este film dedicado a su hermana, trágicamente fallecida en un accidente de tráfico, pintora de la que aparecen algunos cuadros en la cinta, de colores muy vivos, muy expresivos.
“Caótica Ana”, como ejercicio de estilo, es interesante: los encuadres, la luz, los colores, las escenas oníricas, que destilan sensibilidad, resultan casi hipnóticas en algunos momentos, ayudadas por una banda sonora impecable y eficaz. Sin embargo, la trama termina por desinflarse y malogra una película que podía haberse convertido en un símbolo de una forma de sentir que nos conecta con nuestra esencia y con nuestro pasado. Pues de eso trata la historia.

Ana (Manuela Vellés) es una joven que vive con su padre en una cueva de Ibiza y que tiene un talento innato para la pintura. Vende sus cuadros en un mercadillo hippy, donde la encuentra una mecenas (Charlotte Ramplig) que la convence para trasladarse a Madrid, a una especie de escuela donde podrá desarrollar su talento. Allí conoce a otro artista, Said (Nocilás Cazalé), de quien se enamora; y traba amistad con Lidia (Bebe). Pero algo le ocurre a Ana, pues sufre una serie de episodios en los que pierde la noción de la realidad para sumergirse en visiones que pertenecen a otras vidas, a otras épocas. Un hipnotizador, Anglo (Asier Newman), la ayudará a explorar esas visiones. Ana comprenderá que es importante buscar el inicio de esas alucinaciones, cuyo nexo común consiste en que todas pertenecen a mujeres jóvenes que han tenido una muerte violenta.

Parece obvio que sólo desde la alegoría y la ilusión se puede sostener una trama como ésta. Uno debe aceptar semejantes planteamientos, y resistirse a la crítica fácil de muchos de los estereotipos que Medem dibuja en esta película, para entrar en ese mundo ficticio y mágico. Y tanto la música como la composición de las imágenes ayudan a ello.
Manuela Vellés está bien en su papel y consigue sacar adelante un personaje complejo cuyos trazos lo mantienen cerca del ridículo. Hubiera sido deseable que una historia mágica contara con un final acorde con las situaciones que nos propone. En lugar de eso, el director prefiere incrustar un final escatológico que rompe, a mi parecer, ese frágil universo. Una decepción. Yo había pasado por alto el absurdo de algunas situaciones para llegar a la esencia de una historia que intuía interesante, de haber seguido la senda de la fantasía y haber mantenido el tono de cuento impregnado de magia, pero no fue así.