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domingo, septiembre 13, 2009

El bloqueo del escritor

Escribe Paul Bowles en “Memorias de un nómada”: El placer consistía en inventar un nuevo problema y dar con la forma de resolverlo. El problema que me planteaba no era distinto al que describía Raymond Roussel en “Comment j’ai écrit certains de mes livres”. Digamos que empezaba con cuatro fragmentos distintos (anécdotas, citas o simples frases fuera de contexto) tomados de distintas fuentes y que incluían una serie de personajes completamente diferentes. La tarea consistía en inventar una trama narrativa de conexión que lograra que los cuatro elementos originales sustentaran por igual la obra resultante.

Es algo que siempre me ha parecido un buen ejercicio para intentar salir de un periodo de bloqueo, aunque en verdad no sé si da resultado.
Creo que todo escritor ha experimentado alguna vez un periodo de bloqueo, una época en la que parece que no se le ocurre nada. Se sienta ante el ordenador y las ideas no vienen, y se entretiene haciendo esto o aquello, pero no avanza en la redacción de ningún texto. Es una sensación angustiosa que genera una insoportable ansiedad.

Victoria Nelson escribió un libro muy interesante titulado “Sobre el bloqueo del escritor” (Ediciones Península). Y me parece una buena terapia recurrir a sus páginas de vez en cuando. El libro se inicia con una cita de Kafka: 7 de junio. Mal día. Hoy no he escrito nada. Mañana no tendré tiempo. Imagino que todo aquel que desea escribir se hace una idea de la angustia contenida en esa frase: mañana no tendré tiempo. De hecho, el motivo principal del bloqueo es la autoexigencia. A veces, uno se impone una meta demasiado ambiciosa y el cuerpo se frena, avisa. Tal vez nos hemos propuesto escribir una obra maestra, perfecta, compleja, pero la primera frase no se presenta. O quizá hemos reservado dos días para escribir todos los textos que tenemos pendientes, en la cabeza, y cuando llega el momento, ninguno parece materializarse. Y la incapacidad de abordar el trabajo autoimpuesto crea más ansiedad y, por consiguiente, menos concentración.

La autora escribe:
El tiempo elegido para escribir es una decisión muy personal. Pero el cuerpo y las emociones se rebelan, a menudo, contra cualquier trabajo forzado.
(…)
¿Qué pasa si está decidido a escribir a pesar de llevar una vida abrumadoramente ocupada? Algunos —muy pocos— asumen la responsabilidad de la distribución de su tiempo de la siguiente manera: «Debo atenerme a este programa porque otras vidas dependen de que me gane el sueldo, pero, a pesar de los pesares, arañaré una hora o dos cada día para mí, porque quiero escribir». Esta decisión requiere sacrificio, aguante, y un tipo especial de coraje para mantener felices tanto al adulto como al niño. Representa un giro crucial en el que surge un pequeño número de escritores en ciernes de entre las filas de quienes se limitan a desear escribir.
(…)
Calentarse significa aprender de nuevo a jugar como un niño y es una actividad que consta de los siguientes pasos fáciles. En primer lugar, permítase no hacer nada hasta sentir una urgencia profunda y genuina de escribir algo concreto. A continuación, escriba sólo lo que quiera escribir. Escriba donde y cuando desee hacerlo. Escriba tanto o tan poco como le apetezca. Cuando se canse de escribir, déjelo.


Pero no creo que sea una tarea fácil. No es una meta cómoda.
Hay tantas cosas por hacer: libros por leer, textos por terminar, ideas por desarrollar…
Ay, mañana no tendré tiempo…

jueves, mayo 21, 2009

Fredric Brown y la gorra roja


Fredric Brown era un escritor de ciencia ficción con una imaginación portentosa. Autor de títulos clásicos como “Marciano, vete a casa” o “Universo de locos”. También cultivó el género policíaco, con títulos como “La noche a través del espejo”, “La trampa fabulosa” o “La bestia dormida”, por poner sólo unos ejemplos. Pero yo prefiero los relatos, siempre imaginativos, sorprendentes, con un tono burlón muy apropiado para el fin que persigue en ellos: retorcer el punto de vista del lector.

La última selección de relatos que realizó él mismo, se tituló “Paradoja perdida”. Un libro que editó en España “Martínez Roca” y al que guardo un afecto especial. En él hay un prólogo escrito por Elizabeth Brown, su segunda mujer. Es muy breve, apenas un par de páginas, pero lo he leído una y otra vez porque me parece magistral el modo en que describe la rutina y las manías del escritor.

Comienza con una frase que ya daría para llenar muchas páginas: Fred odiaba escribir. Pero adoraba haber escrito.

Habla de cómo postergaba el momento de sentarse a trabajar haciendo cualquier otra cosa. O de sus viajes en autobús de línea, por la noche, buscando la concentración necesaria para solucionar un argumento.
Elizabeth nos confiesa incluso que ella misma no es una apasionada del género de la ciencia ficción, porque la mayoría de las obras de este género le parecen excesivamente técnicas. Pero no ocurre así con las obras de Fredric Brown, que suelen ser muy amenas.

Y uno de los episodios que más me gusta de este prólogo es el de la gorra roja, así que lo transcribo literalmente:

Fred caminaba de una habitación a otra cuando urdía el argumento. Puesto que los dos estábamos en casa buena parte del tiempo, tuvimos el problema de que yo le hablaba mientras caminaba, y así interrumpía el hilo de sus pensamientos. No le gustaba. Después de probar varias soluciones que no dieron resultado, le aconsejé que se pusiera su gorra de algodón rojo cuando no quería ser molestado. Poco después, le miraba automáticamente la cabeza antes de abrir la boca.



Reseñas

Blanca Vázquez ha publicado una reseña del libro "Anónimos" y una entrevista, en su blog "El gusanillo de los libros". Pueden leerlo aquí.

Dichos textos también han salido en la revista digital "La república cultural", donde se puede encontrar una interesante entrevista con Hilario J. Rodríguez. Aquí.

Petrusdom narra en su blog "Montañas de silencio y profundos ríos de palabras", sus impresiones sobre el libro "Anónimos". Aquí.

domingo, septiembre 23, 2007

Proceso de averiguación

Dice Javier Marías en una entrevista (EPS 23-09-2007):

No acepto eso de que los libros le vayan conduciendo a uno o que los personajes se rebelen frente a la voluntad del escritor. Uno conduce el libro, faltaría más. Uno improvisa, uno decide. Tú decides siempre. A mí lo que más me gusta del acto de escribir es el proceso de averiguación. Yo averiguo la novela que estoy escribiendo y sólo la entiendo cuando la he terminado.

En esta respuesta ¿No hace Marías un enunciado para negarlo a continuación? Yo creo que cuando un escritor dice eso de que los personajes se le rebelan y empiezan a tomar decisiones, se refiere precisamente a eso que Marías llama “proceso de averiguación”. El personaje evoluciona y, de pronto, el escritor (por supuesto), se da cuenta de que la historia ganaría si en lugar de emprender el camino A, emprendiese el B, porque además podría unirse luego en el D, y etc. Desde luego, es el escritor quien decide, un personaje no tiene vida propia por muy buena caracterización que llegue a adquirir sobre el papel. Por eso yo entiendo la respuesta de Marías como una ironía.

El caso contrario es el del escritor que tiene absolutamente planificado el libro, sin cabos sueltos, y se dedica a escribir la historia, sin más, sin sorpresas, algo que a mí, particularmente, siempre me ha parecido más aburrido. Me gusta que la historia vaya adquiriendo su propio sentido, su lógica, que vaya creciendo y cogiendo fuerza, siempre como si se fuera a desbocar.

miércoles, marzo 14, 2007

Evolución

Una cita de Vila-Matas sobre la novela:

«Mi teoría es que, más que muerta, la novela evoluciona. Vamos a una novela que se aproxima al ensayo. Pienso en esos cuentos de Pitol que acaban como ensayos o en esos ensayos suyos que terminan como cuentos. Es probable que el lector vaya buscando, con el tiempo, menos ficción y más ensayo. El propio Coetzee, en su último libro, admite que camina en esa dirección. Creo que existe una saturación de la ficción que se sabe ficción y también una saturación del ensayo que se sabe plomizo. Sebald, Magris, Piglia, son otros casos claros de introducción del ensayo dentro de la ficción, o viceversa. Mezclar a Montaigne con Kafka, por ejemplo, me parece en este preciso instante una idea muy interesante.»

Y lo cierto es que los resultados suelen ser muy interesantes. Es cada vez más frecuente que el autor aparezca deambulando por su obra, aprovechando alguno de sus recuerdos o ideas para enriquecer una trama. Es como si se diluyera la línea que separa los géneros. Un artículo no resulta tan frío y técnico si el autor nos cuenta alguna experiencia personal o algún recuerdo relacionado con el tema que está tratando.

martes, febrero 27, 2007

El origen de las historias

Si a un escritor se le pregunta de dónde surgió tal o cual historia, contestará, en un gran porcentaje de los casos, que todo empezó con una frase. Una frase que surge de un modo misterioso suele ser el detonante de la imaginación. También puede tratarse de una frase escuchada al azar, o incluso leída en un anuncio. Una frase juguetona que se mete en la cabeza y se queda allí y se niega a marcharse hasta que no se ha transformado en algo más grande: una historia. La historia puede ser simplemente situacional o tratar de responder a una pregunta del tipo ¿qué pasaría si...? De este modo, se crea una trama que, casi sin que el autor se dé cuenta, se va ordenando en su cabeza. Por fin, el escritor configurará a los personajes necesarios para materializar dicha trama. Es así en un alto porcentaje de los casos.

Sin embargo, hay veces en que lo que primero aparece es el personaje. Por algún motivo, uno se encuentra con un personaje y, aunque este encuentro no suele dar lugar a la historia de un modo inmediato, sabe que dicho personaje aparecerá en el momento adecuado para ocupar su lugar.

Yo encontré uno de estos personajes en un periódico hace algunos años. Concretamente en el año 2001. El titular de la noticia era: "UNA ABOGADA PISOTEA SU TOGA EN UN JUICIO". Y transcribo ahora parte de dicha noticia, aunque dejando el nombre de la abogada sólo con sus iniciales:

"El Colegio de Abogados de (...) ha abierto diligencias informativas contra la letrada A. M. F. por pisotear su toga mientras afirmaba que «la justicia es una mierda», durante un juicio. La apertura de diligencias responde a una posible infracción del código deontológico de la abogacía. La letrada defendió en el juicio a uno de los cuatro acusados del asesinato de un agricultor."

Es genial. Sé que esa abogada que pisotea su toga en mitad de un juicio aparecerá en algún momento para convertirse en un personaje de ficción. Sólo es cuestión de tiempo. Su frustración, su impotencia, reflejados en ese estallido inútil pero elocuente, resultan materiales valiosos para una historia.

sábado, febrero 24, 2007

Talleres literarios

Se tiene la idea de que uno no puede aprender a ser escritor. Se puede aprender a pintar, a esculpir, a componer, pero no a escribir. El escritor ha de hacerse a sí mismo. No hay otro camino. Parece incluso comúnmente aceptado que si ha desempeñado muchos y variados trabajos, mejor escribirá.
Se piensa que los talleres literarios son lugares donde va la gente a intentar que la doten de un talento que la naturaleza no ha querido otorgarles. Tarea penosa llevada a cabo, presuntamente, por escritores frustrados que han encontrado en esta "moda" un medio para ganarse la vida. Pero ahí tenemos a Juan José Millás, a José María Merino, a Alejandro Gándara... que no creo que sean escritores mediocres precisamente, dando clases de escritura creativa en la Escuela de Letras.

En EE.UU. los talleres literarios tienen un prestigio del que carecen aquí. Muy buenos escritores han impartido clases, como el mismísimo Raymond Carver. No se puede adquirir el genio, pero sí la disciplina; no se puede crear imaginación de donde no la hay, pero sí se puede enseñar técnica. Pienso que debemos superar el prejuicio de que no se puede aprender a escribir, que el escritor lo es por inspiración divina, por poseer unas capacidades innatas.
Los mejores maestros son los clásicos, la mejor enseñanza es la lectura... Cierto, nada que objetar, pero no creo que los talleres literarios nieguen esto, no creo que sean opciones excluyentes.

Yo vivo en Valencia, y aquí no hay talleres literarios ni escuelas de letras, así que hace ya unos años me apunté a un taller literario que funcionaba por correspondencia: Fuentetaja. Ángel Zapata era, y si no me equivoco sigue siendo, asesor en dicho taller y me corrigió algunos relatos, siempre con indicaciones inteligentes y palabras de ánimo. Allí descubrí autores que no conocía, practiqué ejercicios que nunca se me hubieran ocurrido y, sobre todo, perdí el miedo (es un decir) a compartir con los demás y a aceptar las críticas. El sistema consistía en enviar textos que eran fotocopiados y reenviados a todos los miembros del grupo, quienes mandaban luego sus opiniones. Y éstas también se distribuían, junto con dossieres de teoría literaria y ejemplos de importantes autores. Recuerdo la excitación que sentía cada vez que llegaba aquel sobre a mi buzón.
Ahora, internet facilita mucho la comunicación y uno puede exponerse ante una audiencia que ni siquiera soy capaz de imaginar. Es más fácil encontrar gente con las mismas inquietudes y lugares donde perder el miedo y aprender a corregir los propios errores, los que se nos escapan por muy autocríticos que seamos.