lunes, julio 30, 2007

Jindabyne


Siempre he sentido una extraña fascinación por el relato de Carver “Tanta agua tan cerca de casa”; de hecho, escribí hace unos años un texto sobre él. Es un relato que siempre he imaginado adaptado al cine. Lo cierto es que cuando las películas se basan en relatos en lugar de en novelas, aquello de que “era mejor el libro” ya resulta más discutible. Robert Altman, en “Vidas cruzadas” (“Short cuts”), ya lo utilizó, entre otras historias del mismo autor, por lo que su fuerza dramática quedaba algo diluida. Pero es ahora cuando su trama sirve de base a una película del director australiano Ray Lawrence, de quien tendré que estar muy atento a todo lo que haga porque tanto esta película como su anterior proyecto, “Lantana”, me han cautivado.
La historia se sitúa ahora en la localidad Jindabyne, cuyo nombre sirve de titulo a la película. Cuatro amigos van a ir de pesca. Se trata de una excursión de un fin de semana que les sirve para escapar de la rutina, para huir de sus vidas y, en cierto modo, encontrarse con ellos mismos, recuperar el espíritu aventurero que parece haberse diluido con los años para transformarse en pesada rutina. En un momento dado, vemos al personaje interpretado por Gabriel Byrne mirar a una joven a través de la ventana de su taller para, acto seguido, observarse en el espejo, mirar sus canas y su rostro envejecido. Lawrence se demora en presentarnos a estos personajes, especialmente a Stewart Kane (Gabriel Byrne) y a su esposa Claire (Laura Linney), un matrimonio que ha superado una crisis que parece seguir interponiéndose entre ellos, espesando la atmósfera hasta volverla casi irrespirable.
Cuando los amigos llegan al río, sin siquiera haber terminado de instalarse, realizan un cruento hallazgo: el cuerpo desnudo de una joven flotando en el agua. Superado el primer impacto, deciden que no pueden hacer nada por ayudarla. Y, por otra parte, no pueden perder ese fin de semana. Así que optan por asegurarla para que no la arrastre la corriente y avisar el lunes a la policía. Esta cuestionable forma de actuar desatará una fuerte repulsa hacia ellos. Claire (Laura Linney) asume un profundo sentido de culpabilidad por lo que ha hecho su marido e intentará alcanzar, de algún modo, una especie de redención.
Probablemente, el final, con su sentido moralizante, así como la introducción del tema del racismo en la historia, sean los aspectos más discutibles de un film cuyo balance me resultó más que satisfactorio.
Disfruté esta película como hacía tiempo que no me pasaba. Tal vez, el hecho de estar solo en la sala fuese un condicionante para que esto fuera así. Claro que una primera sesión, en pleno mes de julio, en un multicine de un centro comercial situado en un barrio poco transitado de la ciudad, y además en versión original subtitulada, no parece una oferta tentadora para la mayoría de la gente, así que ahí estaba yo, con toda la sala para mí solo. Me situé en el centro exacto, fila tres de un total de cinco, pues ya se sabe que las dimensiones de estas multisalas suelen ser reducidas. La historia y yo. Una bárbara experiencia.
NOTA: Por cierto, pronto me marcho de vacaciones y no sé si durante el mes de Agosto me será posible subir algún texto, así que mi próxima entrada, al igual que hice el año pasado, será un relato un poco extenso. Espero que os guste y que me digáis qué os parece.

miércoles, julio 25, 2007

La vida de los otros


“La vida de los otros” ganó el oscar a la mejor película extranjera de 2006. Se trata de una película alemana de escaso presupuesto, con un guión muy atractivo y unas interpretaciones capaces de pegar al espectador al asiento y retenerlo ahí durante todo el metraje. Ha sido dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck, un director desconocido que debuta en el cine de un modo brillante con esta producción.
El protagonista de la historia es el capitán Gerd Wiesler (Ulrich Mühe), un profesional agente de la famosa Stassi, la policía secreta alemana de la antigua RDA. Su trayectoria es intachable, su seriedad está fuera de toda duda, lo que parece indicar que se trata de la persona ideal para encargarse de una misión un poco delicada: espiar a la pareja formada por el prestigioso escritor de obras de teatro Georg Dreyman (Sebastian Koch) y la famosa actriz, Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck). Se establece todo el dispositivo técnico necesario: se camuflan micrófonos en los lugares más insospechados, se cablea todo el apartamento y se establece un puesto de control en un piso franco situado justo encima del apartamento de la pareja. Y así comienzan a pasar los días, con la rutina de una pareja de artistas que no quiere meterse en política y entienden que el sistema se defienda de los elementos que intentan erosionarlo, y unos hombres silenciosos, como sombras, que pasan horas y horas espiando esas vidas ajenas, como espectadores ocultos que rastrean cada frase en busca de un fallo, una prueba de la deslealtad de los vigilados.
Sin embargo, lo que ocurre de un modo gradual es que el propio capitán Wiesler empezará a sentir una profunda empatía con la forma de pensar, especialmente, del dramaturgo. De este modo, cuando al fin Dreyman sienta deseos de rebelarse, Wiesler comprenderá que esta reacción está tan justificada que incluso se involucrará personalmente, poniendo en riesgo su carrera.
No se trata de un film que necesite apelar a la espectacularidad para mantener la tensión, pues dispone de un buen guión y, muy especialmente, de un excelente trabajo actoral, en el que cabe destacar a Ulrich Mühe, un actor capaz de transmitirnos toda la fuerza de sus emociones, sin grandilocuencias. Sin apenas cambiar la expresión de su rostro, consigue reflejar la tensión, el miedo, la emoción del personaje.
Es una película muy interesante, a la que el único inconveniente que se le puede poner reside en lo esquemático de su planteamiento, pese a que este funciona muy bien a nivel dramático. Es posible que, como se ha dicho, no fuera necesaria esa cercanía física entre espía y espiado a la hora de investigar a alguien, pero no cabe duda de que esa proximidad acrecienta la intensidad de la relación que se establece entre ellos.
Acabo de conocer, alertado por un comentario de Laura Díaz, la muerte de Ulrich Mühe, a los 54 años de edad, a causa de un cáncer de estómago.

domingo, julio 15, 2007

Después de la revolución


Con este impactante titulo, acaba de aparecer el estudio que sobre la cinematografía de los hermanos Taviani ha llevado a cabo Hilario J. Rodríguez, el primero que se escribe en nuestro país sobre estos importantes realizadores italianos, a quienes se les rindió homenaje en el pasado festival internacional de cine de Huesca, al que acudieron para recibir el premio “Luís Buñuel”.

Los libros de cine tienen una característica peculiar. La aventura que nos proponen no se acaba con la lectura de los mismos, sino que se puede decir que es entonces cuando empieza. Generalmente, suponen una puerta a otro tipo de experiencia: el visionado de determinados films. El libro de Hilario repasa de un modo exhaustivo todas las películas de los hermanos Taviani: “Padre padrone”, “Allonsanfan”, “Good morning, Babilonia”, “Kaos”, “La noche de San Lorenzo”, “El prado”, “Las afinidades electivas”, “La casa de las alondras”, etc. Y lo hace con su peculiar estilo, derrochando erudición de un modo ameno, mezclando su propia experiencia con datos históricos, y narrándonos los temas fundamentales de los protagonistas de su estudio como si nos estuviera ofreciendo una novela.
Resulta evidente que este libro lleva un tremendo trabajo de documentación, lo que le da una densidad considerable. La prosa de Hilario Rodríguez se alterna con las palabras de los propios realizadores toscanos, recogidas en la mayoría de los casos de entrevistas aparecidas en distintas publicaciones, creando una sensación de diálogo, de encuentro entre amigos, que hace aún más interesante la lectura.

Las películas de los hermanos Taviani, nos dice Hilario, jamás han dejado de indagar en las posibilidades del cine como mecanismo fabulador y como laboratorio de formas.
Y eso mismo hace este libro, indagar en la obra y la personalidad de los Taviani, reuniendo toda serie de informaciones, dedicando incluso un capítulo a lo que han dicho otros críticos, salpicando todo el recorrido con interesantes reflexiones que ponen de manifiesto la erudición del autor, que fluye de un modo natural, sin pedantería ni amaneramientos.

Quiero mencionar también que al final del libro se nos ofrece un breve “Diccionario Taviani del audiovisual”, compuesto con fragmentos de declaraciones hechas por estos directores a lo largo del tiempo y referidas a su propia concepción del cine. Podemos encontrar frases como las siguientes:
El cine es una divertidísima máquina de hacer trucos.
El aburrimiento es el enemigo más peligroso de toda forma de espectáculo.
Nosotros estamos a favor de los exagerados.
No nos cabe duda de que un elemento que deberíamos mantener siempre en nuestro quehacer cinematográfico es la ironía.
La verdadera autonomía de una obra: la claridad en la simplicidad.


El libro “Después de la revolución” está bellamente editado, al igual que el otro título que la editorial Calamar acaba de sacar al mercado, “Pilar Miró, directora de cine”, enmarcados en la colección “Huesca de cine”. Ambos tienen una presencia y una composición que invitan a sumergirse en ellos, en sus letras y en sus cuidadas fotografías.

martes, julio 10, 2007

Nuevo empleo

El trabajo dignifica. Uno no debe nunca avergonzarse de ganarse la vida honradamente. Y yo nunca hice daño a nadie. Nunca. Siempre intenté tomar las decisiones correctas, aunque a veces las circunstancias parecen empeñadas en ponerme la zancadilla.

Cuando me echaron del trabajo sabía que, a mi edad, ya me sería difícil encontrar un buen empleo, así que desde un primer momento supe que tendría que aceptar cualquier tipo de trabajo, y este no es de los peores, eso lo sé, por muy incómodo que me sienta, especialmente hoy, cuando veo a mi hijo dirigirse hacia mí.

Mi hijo tiene cinco años y espero que algún día llegue a ser una persona que pueda mantener a su familia sin estrecheces. Con eso me conformo. No quiero que gane el premio Nobel ni ninguna estupidez semejante, sólo quiero que pueda vivir con comodidad, y no es poco, lo puedo asegurar. Es un buen chico y, cuando me veo en sus ojos, que brillan como si fueran capaces de mirar en mi interior, siento que no merezco su admiración. Es normal que un niño admire a su padre, pero yo no lo merezco.

Ha debido venir con el colegio. Sí, veo a su profesora, que no parece haberme reconocido. Admito que siento vergüenza y que me gustaría poder huir, pero no puedo, debo permanecer aquí sentado, viendo cómo mi hijo se acerca, hasta que le llega el turno y se sienta en mi rodilla y me dice: “Santa Claus, ¿sabes que usas la misma colonia que mi papá?”

jueves, julio 05, 2007

El hombre de hielo

La editorial Edaf acaba de sacar un libro titulado “El hombre de hielo”, escrito por Philip Carlo. Se trata de una biografía de Richard Kuklinski, un asesino a sueldo despiadado que llevaba una doble vida como esposo y padre de familia.


Casualmente, tengo grabada una entrevista que le hicieron a Kuklinski en la prisión estatal de Trenton, New Jersey, y que fue emitida por el programa “Documentos TV” hace unos años.

Kuklinski se muestra frío, habla despacio y, a veces, muestra una leve media sonrisa. Da muestras en varias ocasiones de un humor sarcástico y negro. Fue acusado de asesinato múltiple y condenado a cadena perpetua el 25 de Mayo de 1988, finalizando así una carrera criminal que duró más de treinta años. Cuando le preguntan cuánta gente ha matado, se queda pensando un rato y, aclarando que se trata de un cálculo aproximado, dice: “más de cien”. Dice que esto no le preocupa en absoluto, que no le produce ninguna sensación en ningún sentido. Entonces el entrevistador le pregunta si alguno de sus crímenes le persigue y él contesta: “Nada me persigue. No pienso en ello. Si pensara en ello terminaría haciéndome daño a mí mismo”.

Utilizó los métodos más variados. Cuando salía de casa solía llevar tres pistolas y un cuchillo. Nunca creyó tener elección y llega a decir que, en realidad, le hubiera gustado ser distinto y tener una actitud mejor en la vida. Pero cuesta creerle.

Tuvo una infancia infeliz. Sus padres le pegaban. Aunque se crió en el catolicismo, se dio cuenta de que no creía en ello. De niño se metían con él, hasta que descubrió que era mejor dar que recibir y que si haces daño te dejan en paz.
En 1960 conoció a la que se convirtió en su mujer, Bárbara Pedrin, con la que tuvo tres hijos y que lo define como un hombre romántico y un buen padre. Dice que enterarse del trabajo real de su marido fue una conmoción, que no podía imaginarlo siquiera, aunque reconoce que no le hacía preguntas cuando tenía que salir de casa por motivos de trabajo.
En la solapa del libro se cuenta que tenía ataques de furia y que le decía a su hija Merrick que si alguna vez mataba a su madre, luego tendría que matarles a ellos también, para no dejar testigos, aunque le decía que a ella sería a la que más le costaría matar. Desde luego, en la entrevista que estoy comentando no se deja entrever ningún episodio violento dentro de la familia, pero al parecer sí que tuvieron lugar.

Ganaba mucho dinero. Por un “trabajo” cobraba al menos cinco cifras “tirando más a la mitad de arriba”. Cuenta que, en cierta ocasión, un hombre suplicaba, “por favor, por Dios”, una y otra vez, así que le dijo que le daba media hora para rezar y que si Dios bajaba, le daría el plazo que pedía… Pero Dios nunca se presentó… Y eso fue todo… Y, por fin, reconoce: “No estuvo muy bien. Es algo que no debería haber hecho”.


En realidad, admite que lo que más le gustaba era estar en casa, con su familia. Se muestran escenas de videos caseros, escenas normales de una familia feliz. Era como si llevase dos vidas diferentes. Su intención era mostrarles a sus hijas “el lado bueno de la vida, no el malo”.

Cuenta que una Nochebuena tuvo que salir a cobrar una deuda. El tipo no quería pagarle, así que lo mató con una pistola. Estaban dentro de un coche y le disparó. “Fue muy ruidoso, me estuvieron pitando los oídos un buen rato”. Luego regresó a casa y se puso a preparar los juguetes de Navidad para los niños. En la televisión dijeron que se trataba de un asesinato relacionado con la Mafia. “Aquella fue la primera vez que supe que estaba relacionado con la Mafia”, sonríe. El entrevistador le pregunta cómo se sintió y él se queda un momento en silencio, como pensando, y al fin dice: “Estaba enfadado porque no podía montar el maldito vagón”.

Su mujer, en un momento determinado, dice: “Somos la familia de Richard Kuklinski y ya no somos nosotros mismos”.

El apodo de “Hombre de Hielo” se lo ganó por el hecho de congelar algunos cuerpos con el fin de despistar a la policía sobre el momento en que cometió los crímenes. En 1983 mantuvo el cuerpo de Louise Masgay congelado durante dos años, pero cuando lo encontraron, se dieron cuenta de que había hielo en su interior. Fue un error. Si hubiera esperado unas horas más nadie se habría dado cuenta de lo que ocurría.

Pero lo cierto es que, con cincuenta años, Kuklinski se sentía cansado y comenzó a cometer errores. También era más despiadado. Mató a varios de sus socios. La policía sospechaba de él y el agente Dominick Polifone, consiguió infiltrarse y reunir pruebas en su contra. El motivo que dio para sus crímenes fue que se trataba de “cuestiones de negocios”.

Reconoció que no había muchos métodos de asesinar que no hubiera probado. El que le parecía más eficaz y “limpio” era el cianuro. Lo había utilizado de todas las maneras posibles. “¿Alguna vez utilizó una sierra eléctrica?”, le pregunta el entrevistador. “Para matar no, para cortar un cuerpo con el fin de deshacerme de él, sí”. “¿Y qué sentía? ¿Qué sentía al cortar un cuerpo humano?”. Kuklinski se encoge de hombros y dice: “Es sucio”.

Al final de la entrevista, por fin, Kuklinski se derrumba. Ha conseguido mantener una distancia segura con los hechos, con su narración, incluso ha sonreído en varias ocasiones, pero al fin, dice: “Nunca he lamentado nada de lo que he hecho, excepto hacer sufrir a mi familia. Eso es lo único que lamento. No busco el perdón y no me arrepiento…” Se queda un momento en silencio y rectifica: “No, no es verdad. Quiero que mi familia me perdone”. Aquí se emociona y respira hondo. “No podré terminar esto. Nunca me había pasado. Este no soy yo. Sufro por mi familia. El Hombre de Hielo llorando, no es algo muy macho. He herido a personas que lo son todo para mí. Las únicas personas que significaron algo para mí”.

Richard Kuklinski falleció en prisión, el 6 de Marzo de 2006, a los 81 años de edad.

En YouTube se puede encontrar esta y otra entrevista en varias partes. Yo dejo aquí un montaje con algunas imágenes de este hombre.



lunes, julio 02, 2007

Sobre la lectura

Mientras leía este pequeño libro, me iba provocado las mismas sensaciones que en él se iban describiendo. Desde luego, no es otra la magia de la literatura. "Sobre la lectura" es el prefacio que Proust escribió para su traducción de "Sésamo y lirios" de John Ruskin, según se nos informa en la solapa.

En sus 68 páginas Proust nos habla del placer de leer, de ésa ansiedad que todos hemos experimentado ante la perspectiva de continuar la lectura de un libro interesante. Nos habla en primer término de los sitios en los que leía, no nombra títulos o contenidos en esta primera parte, sino los lugares donde se instalaba, "cerca del pequeño fuego de troncos", donde era interrumpido por la cocinera cuando entraba para colocar los cubiertos en la mesa, y finalmente por sus padres cuando le dirigían la frase fatal: "venga, cierra ya el libro, vamos a comer"; o en su habitación, que describe con detalle, o en el parque, a un kilómetro del pueblo, escondido en cualquier enramada donde "el silencio era profundo, el peligro de ser descubierto casi nulo, la seguridad la hacían todavía más dulce los gritos lejanos que, desde abajo, me llamaban en vano". Para terminar esta primera parte hablándonos de la frustración que representa el final del libro: "Aquellos seres a los que habíamos prestado más atención y ternura que a las personas de carne y hueso, no atreviéndonos nunca a confesar hasta qué punto los amábamos, e incluso cuando nuestros padres nos sorprendían leyendo y parecían reírse de nuestra emoción, cerrando el libro con una indiferencia afectada o un aburrimiento fingido; aquellas personas por las que habíamos temblado de emoción y sollozado, no volveríamos a verlas, no volveríamos a saber ya nada de ellas".

Después de esta primera parte, nos habla Proust por primera vez de Ruskin y de sus conferencias y de las teorías que en ellas se contienen, para seguidamente proceder a refutarlas. Mientras Ruskin sostiene que la lectura es "una conversación con hombres mucho más sabios y más interesantes que todos aquellos que podemos tener la ocasión de conocer en torno nuestro", Proust nos dice que "la lectura no puede compararse sin más a una conversación". En esta segunda parte sí que nombra a autores como Gautier, Maeterlink, Shakespeare, Schopenhauer, Molíere, Víctor Hugo o Balzac, pero lo hace de pasada, apoyándose en ellos para demostrar que la lectura nos produce un estímulo que proviene de otra mente, quizá muy lejana en el tiempo, pero que recibimos en perfecta soledad y se instala en nuestro interior enriqueciendo nuestro conocimiento, siempre que no caigamos en los peligros que nos tiende la simple erudición. Finalmente, hace una defensa de los libros clásicos afirmando que "la preferencia de los grandes escritores recae en los libros antiguos".
"Sobre la lectura" es un libro denso que destila amor a la literatura, un libro breve que provoca el placer que describe. Una pequeña joya cuyo rescate se agradece.

viernes, junio 29, 2007

Un extraño encuentro

Me encontraba en una macro-librería, hojeando el libro de Amos Oz, “La historia comienza: ensayos sobre literatura”, cuando alguien se me acercó y me preguntó si conocía a ese autor. Se trataba de un hombre joven, muy amable, con la cabeza rapada y ciertos ademanes nerviosos. Me explicó que él había leído una novela corta de Oz y que le había dado la impresión de que yo tenía cierto “olfato” para los libros. Yo quedé extrañado, pero le presté atención. Me dijo que, de esta forma, alguien le había recomendado una vez a Ismael Kadaré y me preguntó por algún libro realmente interesante. No sabía muy bien qué decirle, le hablé de Vila-Matas, de John Updike… Y él me explicó que uno de sus autores favoritos era Philip Roth. A su juicio, la mejor obra de Roth era “El pecho”, pues suponía un verdadero paso adelante en su narrativa, “La metamorfosis” de Kafka y “La nariz” de Gógol, reescritos bajo su propia mirada, del mismo modo que “El lamento de Portnoy” era una especie de reescritura de “El guardián entre el centeno”, de Salinger. Hablaba deprisa y, cuando yo decía algo, él hacía un pequeño aspaviento y decía “coincido con usted”. Me habló de la ceremonia de los premios “Príncipe de Asturias” del año pasado, en la que los finalistas fueron precisamente Amos Oz, Philip Roth y Paul Auster, que fue el galardonado. Aún no se había fallado el premio de este año, que como todos sabrán, ha sido para Amos Oz.

Me recomendó un librito de Oscar Wilde titulado “La decadencia de la mentira”, según él una pequeña obra maestra. Y, por último, me explicó que andaba buscando un libro de Marcel Proust titulado “Sobre la lectura”, editado por Pre-Textos. Le dije que lo tenía, que era un libro que fue publicado hacía ya algunos años y que, en mi opinión, le iba a resultar difícil encontrarlo. Él ya lo suponía. Hablamos un poco más sobre este libro y luego me dijo “bueno, ya no le entretengo más”, y se marchó. Tan de repente como había aparecido.

Me pareció un encuentro extraño. Me pareció aún más extraño que el libro de Proust hubiera saltado frente a mis ojos, así que pensé que lo mejor sería publicar aquí lo que escribí sobre este ensayo cuando lo leí. Pero eso será en una próxima entrada.

lunes, junio 25, 2007

Parpadeos


Eloy Tizón es uno de los autores más solventes del panorama literario español. Su importancia es indiscutible y viene avalada por la calidad de su trabajo. Yo no recuerdo que Tizón participe en tertulias o que se prodigue como articulista y, sin embargo, sus lectores le son fieles, saben que en sus libros encontrarán todo aquello que un buen lector le suele exigir a la buena literatura. De un tiempo a esta parte, internet le está demostrando que sus seguidores son legión y que le tienen en muy alta estima. Supongo que es un reconocimiento que debe agradecer bastante, pues no hay mejor elogio que el que dan los lectores, al margen de vanidades, rencillas o asuntos extraliterarios.

En el blog “El síndrome Chéjov”, se escogió, por votación popular, su libro “Velocidad de los jardines”, como uno de los mejores libros de relatos de los últimos veinte años. Este libro ya formaba parte de la lista de “los 100 libros más significativos de los últimos 25 años” establecida en su día por “El País”, así como uno de “los mejores libros de cuentos de la literatura española del siglo XX” seleccionada por la revista “Quimera”. Su novela “Seda salvaje” quedó finalista del premio Herralde de 1995. Por otra parte, el colectivo del blog “La tormenta en un vaso”, escogió recientemente su libro “Parpadeos” como el mejor del año 2006 en castellano.

“Parpadeos” es un libro de relatos muy recomendable, escrito con esa prosa exquisita y reposada que caracteriza a Tizón, dotada de un ritmo ágil que ameniza, aún más si cabe, unas historias que nos hablan del interior del ser humano, del modo en que nuestro mundo se suele sustentar en aspectos muy frágiles que, si se quiebran, nos dejan perdidos, desamparados. Y eso puede ocurrir en una fracción de segundo, en un parpadeo.

El libro está dividido en dos secciones: “Animales en casa” y “Parpadeos”. Todos los relatos de la primera parte contienen la presencia de algún animal, bien un pájaro que llora, un león o un ser inclasificable de pelo amarillo. Me ha gustado especialmente “El pez volador”, en el que se narra, con gran economía de medios, lo decepcionante que suele ser el abandono del mundo infantil, donde la magia es posible. También “Los invasores”, una exploración de una mente perturbada. Y “El inspector de equipajes”, en la que toda una vida transcurre en unas pocas páginas. Por otra parte, en la segunda parte, la incorporación de elementos de la cultura popular le da a los relatos un tono frívolo que, sin embargo, no resta importancia a los temas que en ellos se aborda, más bien al contrario, los intensifica. Temas como la soledad, la muerte, el vacío… Mr. Spock solo en su nave, un robot enamorado y consciente de su inminente final, Heidi que se ha hecho mayor y lucha por abrirse camino en el mundo, como todos. Un mundo injusto e imperfecto en el que puede ser una ocupación como cualquier otra especializarse en hacer agujeros, quizá buscando algo.

En este libro, la prosa de Tizón es vertiginosa y viene salpicada por pinceladas de humor. Formalmente, es un libro muy atractivo, en el que el autor nos habla directamente. Nos coge por la solapa y nos habla de momentos significativos, de personajes anodinos; y también de grandes héroes, de androides, de agujeros, de equipajes. E incluso de un fantasma a quien alquiló un piso en cierta ocasión.

miércoles, junio 20, 2007

Ousmane Sembene


El sábado, 16 de Junio, venía en el periódico la noticia del fallecimiento del senegalés Ousmane Sembene, a los 84 años de edad. El mundo del cine ha perdido a un interesante realizador, pero el mundo en general ha perdido a un ser humano excepcional, defensor incansable de los derechos de su pueblo.
Yo descubrí a Sembene hace unos años, gracias a Hilario J. Rodríguez, que me llevó a ver “Emitaï” en un ciclo que programó fugazmente la Filmoteca de Madrid. Estaba rodada en un estilo muy rudimentario, pero su mensaje era demoledor. El hombre blanco aniquila al hombre negro porque ni siquiera se ha preocupado por entenderle. Está ambientada en el año 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, en un pueblo de Casamance. Los hombres jóvenes del poblado son reclutados por el ejército francés. La armada colonial quiere requisar la cosecha de arroz para los soldados. Los ancianos consultan a los dioses, y ofrecen sacrificios de animales, y no saben qué deben hacer. El hombre blanco interpretará el titubeo como una táctica de dilación, como un acto de resistencia a sus deseos, mientras los hombres de la tribu no se explican por qué los dioses no atienden sus plegarias.
La última película de Sembene ha sido “Mooladé”, y ésta sí que ha tenido mayor distribución comercial en nuestro país. Fue galardonada con el premio “Una cierta mirada” en el festival de Cannes de 2004 y el gremio de críticos estadounidenses la declaró “Mejor película extranjera”. “Mooladé” es un film valiente que se opone a la práctica de la mutilación genital femenina. En la película, cuatro niñas escapan del ritual de la ablación y se refugian en la casa de Collé, una mujer de fuerte carácter que ya se opuso a que la tercera de sus hijas fuera sometida al brutal rito. Y Collé evoca la “Mooladé”, coloca una cinta en la puerta de su casa que nadie puede traspasar hasta que ella misma no pronuncie las palabras sagradas que pongan fin a la protección. Esto, obviamente, desestabiliza la convivencia de la comunidad.
El cine africano es poco conocido y carece de medios. Cuando alguien se dedica en África a rodar cine lo hace asumiendo que va a tener que luchar mucho para sacar adelante sus proyectos. Sembene aceptó el reto y, además, se dedicó a denunciar los problemas que asolan a una sociedad cargada de sufrimiento.
Quiero cerrar este comentario con las palabras que se citan en la nota necrológica del periódico:
“Me gustaría que los africanos leyeran más y fueran más al cine, pues eso influiría en sus vidas. En Occidente la gente sólo conoce de África su miseria y sufrimiento. Pero hay otra África que lucha a diario y vence”.

jueves, junio 14, 2007

Zodiac

David Fincher es uno de los más interesantes directores de la actualidad. Su filmografía mantiene una línea muy coherente. Sus películas se inscriben en el género del “thriller”, pero huye de la superficialidad que normalmente se le suele atribuir a dicho género indagando en la mente de sus personajes. Se puede decir que Fincher explora los demonios que el ser humano lleva dentro. Su primer trabajo, “Seven”, utilizó unas técnicas e innovaciones que fueron, de manera inmediata, imitadas hasta su agotamiento. Pero “Seven” continua siendo un referente, un clásico, y no creo estar exagerando, en el que se exponen con toda crudeza las peores pesadillas. Más tarde, “The game”, jugaba con la realidad y la ficción, con el deseo de buscar un poco de emoción y la angustia que supone perder nuestra seguridad. Algo similar ocurre en “La habitación del pánico”, donde el mecanismo que debe servir para protegernos, acaba convirtiéndose en una trampa asfixiante. Mención aparte merece “El club de la lucha”, un titulo complejo, basado en una obra que bien podría ser la novela de referencia de nuestra época, que supone, desde mi punto de vista, una obra maestra sobre la que se podría hablar largo y tendido. Y en este repaso a su filmografía obviaré también, como casi todo el mundo, “Alien 3”.
Nos llega ahora su último trabajo: “Zodiac”, la narración centrada en el asesino más enigmático de la historia criminal de EE.UU. Una película en la que Fincher nos cuenta la historia de una obsesión.

A finales de los años sesenta, un asesino siembra el pánico en San Francisco. Se trata de un asesino despiadado, meticuloso, que no deja pistas y cuyos crímenes parecen carecer de móvil, un psicópata, un asesino en serie que, al igual que hizo en su momento Jack el Destripador, envía cartas jactándose de sus actos y se denomina a sí mismo con el sobrenombre de “Zodiac”. Además, sus notas suelen estar cifradas, con lo que el misterio y la fascinación se ven incrementados. Envía estas cartas a un periódico en cuya redacción trabajan dos personajes cruciales para la historia: Paul Avery (Robert Downey Jr.) y Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal). El primero se encarga de escribir los artículos sobre el asesino mientras que el segundo, simple dibujante, adquirirá el protagonismo a partir de la segunda parte de la película, cuando admite su obsesión por el caso y se da cuenta de que nadie tiene tanta información como él sobre los crímenes. Se trata del reflejo de aquello que nos lleva a perseguir algo con un afán que puede llegar a ser irracional, hasta el punto de poner en peligro nuestra propia estabilidad con tal de alcanzar el objetivo fijado.
Tenemos pues un film con dos partes bien diferenciadas. La primera se centra más en el asesino, en la escenificación de algunos de sus crímenes, sobriamente relatados; así como en los policías que se encargan del caso, como el detective Dave Toschi (Mark Ruffalo), profesional dotado de un olfato especial con el que compensa la falta de medios a su disposición. La segunda parte se centra en la figura del dibujante Robert Graysmith, que emprende una investigación particular, persiguiendo su intuición, rastreando los mínimos indicios, de un modo caótico. Estamos, sin duda, ante uno de los mejores trabajos de Fincher, una cinta que vuelve a redefinir el género. El trabajo de los actores es impecable y, pese a que la mayor parte del tiempo nos encontramos en sitios cerrados, con gente hablando, y que la duración de la película es de dos horas y media, puedo decir que el interés se mantiene todo el tiempo. En definitiva, una obra maestra.

domingo, junio 10, 2007

Feria del libro 2007


Como todos los años, he ido a la Feria del Libro de Madrid. Ayer pasé allí todo el día. Mañana y tarde. Mochila al hombro. Curioseando por las casetas. Me entretuve especialmente en unos stands dedicados a ediciones latinoamericanas. Por la mañana, encontré a Care Santos, flamante finalista del Premio Primavera y a quien tengo la suerte de conocer. Me presentó a Esther García Llovet, una escritora a la que aprecio por haber escrito un libro de relatos magistral titulado “Coda”.
Mi lista de compras ha sido:
“Léxico editorial”, de Mario Muchnik (firmado)
“La soledad de los aviones”, de Sergio Galarza
“Tres fronteras”, de Edgardo Cozarinsky
“La muerte de Venus”, de Care Santos (firmado)
“Días aún más extraños”, de Ray Loriga (firmado)
“Aunque no entendamos nada”, de Vila-Matas
“Bolaño por sí mismo”, entrevistas escogidas en edición de Andrés Braithwaite
Sí, sí, lo sé. La ruina. Pero qué le voy a hacer. Es una adicción.
Por cierto, hice algunas fotos, para mostrar el ambiente.



La Feria, abarrotada de gente. Y un calor impresionante.


Antonio Gala, una vez más, era uno de los autores con más cola de gente esperando su firma. Luego estaban los televisivos: un grupo de jóvenes que al parecer debían su fama a un programa de radio llamado "Ponte a prueba" o Iker Jiménez y Carmen Porter, artífices del programa de misterio "Cuarto Milenio". En un tercer grupo estarían los políticos y los periodistas, como Santiago Carrillo, Isabel San Sebastián, Esperanza Aguirre...


Este año también estuvo Leopoldo María Panero, un clásico. ¿Puedo hacerle una foto? le pregunté. ¿Es para algún periódico? me preguntó. No, respondí, es para internet. Y dijo: Ah, vale, tengo muchas páginas de internet dedicadas a mí.


A mediodía me fui a la Gran Vía y decidí descansar viendo una película. Me decanté por "Zodiac", de David Fincher.

Benjamín Prado

Luego regresé. Un poco tarde. Y volví a pasear entre libros y gente, más gente aún si cabe que por la mañana.

Álvaro Pombo, Premio Planeta

Por último, asistí al acto de presentación de 451 editores, a cargo de Javier Azpeitia, Fernando Marías, Marta Sanz, Martín Casariego y Giralt Torrente. Al acto le siguió un vino y unos canapés que debo admitir estaban fantásticos.

A la salida de la Feria, nos despidió un hada.

miércoles, junio 06, 2007

El reencuentro

Mi padre es el menor de cuatro hermanos. El mayor murió. El tercero, vive cerca de nosotros y mantenemos cierto contacto. El segundo, Antonio, estuvo desaparecido treinta y dos años.
Antonio perteneció a la CNT, por lo cual sufrió largas jornadas de torturas en manos de la policía franquista y seis años de cárcel en lo que ahora es el rehabilitado monasterio de San Miguel de los Reyes, en Valencia. Cuando salió, había cambiado. Creía que le seguían y estaba asustado. Esto, unido a la difícil situación económica de aquellos tiempos, le impulsó a decidir marcharse de la ciudad, rumbo a Barcelona y, probablemente, continuase hacia Francia. Después de su marcha, se recibieron un par de cartas y luego, el silencio.
Nosotros siempre creímos que había muerto. Pero un día, mi tío José encontró una nota que alguien había echado por debajo de su puerta. La nota era del desaparecido tío Antonio, y explicaba que estaba viviendo en Alicante. Esta noticia nos produjo a todos una gran conmoción. Sin perder tiempo, preparamos la marcha al encuentro de aquel hombre al que yo sólo conocía por unas escasas y descoloridas fotografías. Durante el trayecto, elaboramos toda una serie de posibilidades sobre lo que nos íbamos a encontrar, nos preguntábamos si se habría casado, si le habrían diagnosticado una enfermedad incurable... no sé. El caso es que la idea del reencuentro con aquel familiar nos provocó una inexplicable emoción, emoción que fue acrecentándose conforme fuimos llegando a la dirección que nos había facilitado, al edificio señalado, a su piso, a su puerta.
Debo reconocer que no hubo gritos ni lágrimas, lo cual movió a mi tío José a comentar que, sin duda, nos hubieran echado del programa "Quien sabe dónde". El humor siempre ha sido una buena manera de aligerar la tensión de ciertas situaciones. Aquel hombre tenía setenta y ocho años, pero se conservaba bien de salud, a excepción del hecho de que su paranoia se había acentuado, y esta era la causa que le había impulsado a reencontrarse con sus hermanos y a pedirles ayuda para luchar contra sus perseguidores. También su situación económica era bastante precaria. Su casa era pequeña y desordenada, pero allí, los tres hermanos, revivieron su pasado, los amigos en común, la infancia, las circunstancias que provocaron la marcha de Antonio, los tres volvieron a ser niños por unas horas.
Este hombre, durante todos los años transcurridos, no había hecho otra cosa más que huir inútilmente de un pasado atroz, de unos hombres de uniforme, de una comisaría oscura donde lo golpearon día y noche. Un médico se encargaba de decir cuándo debían parar de pegarle, para que no se muriese por los golpes.
Intentamos establecer un contacto con él, pero a la tercera visita se mostró incómodo. No quería saber nada de nadie. Dijo que se marchaba de viaje, que alguien entraba en su casa por las noches y le cambiaba las cosas de sitio. La siguiente noticia, apenas unos meses más tarde, fue que estaba en un hospital, muriéndose.
Resulta curioso cómo nos ata el pasado. El pasado parece encerrar las claves de nuestra existencia actual, nos explica. Por eso este tipo de encuentros nos resultan tan emotivos, porque son encuentros con el pasado, con nuestro pasado, compartido con una persona que se había perdido del mismo modo que se pierden los recuerdos. En la mayoría de los casos se tiene la impresión de que esa persona que vuelve directamente desde un determinado punto de nuestra infancia o juventud, encierra en su poder alguna clave sobre nosotros mismos.


jueves, mayo 31, 2007

La Gran Novela Americana

Es posible que “La Gran Novela Americana” sea uno de estos tres títulos: “Cien años de soledad”, “Rayuela” o “Los detectives salvajes”.
Sin embargo, los escritores estadounidenses parecen realmente obsesionados con la idea de escribir una “Gran Novela Americana”, tanto que suelen anunciar una nueva cada dos o tres años. De hecho, sería más exacto hablar de “La Gran Novela Norteamericana”, una especie de obra definitiva, globalizadora, que refleje los ideales y el modo de vida de EE.UU.
Por encima de todo, su extensión debe ser considerable, como si la citada Gran Obra tuviera necesariamente que ser un novelón decimonónico de cerca de mil páginas. Todo libro gordo resulta, a priori, un intento de Gran Novela.

Podemos citar varios ejemplos de novelas candidatas a ocupar el cacareado pedestal. Para mucha gente, dicho titulo le corresponde sin ninguna duda a “Moby Dick”, aunque también hay quien se decanta por “Lo que el viento se llevó”. Hay otros candidatos, como “Llámalo sueño”, de Henry Roth, o “El ángel que nos mira”, de Thomas Wolfe. También Truman Capote consideraba su “A sangre fría” como merecedora del codiciado titulo.
Cuando, hace unos años, Tom Wolfe publicó “La hoguera de las vanidades”, ya se habló de esta obra como la Gran Novela Americana. Últimamente, ha habido varias nuevas candidatas: “El día de la Independencia”, de Richard Ford; “Pastoral Americana”, de Philip Roth; “Submundo”, de Don DeLillo; “Empire Falls”, de Richard Russo; “Las correcciones”, de Jonathan Franzen; “Middlesex”, de Jeffrey Eugenides; “La broma infinita”, de David Foster Wallace o “Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay”, de Michael Chabon.

Uno de los casos más llamativos es el de Harold Brodkey. Harold Brodkey publicó “Primer amor y otros pesares” en 1954. Rápidamente le llovieron los elogios, lo compararon con Salinger. Una fama abrumadora le cayó encima, así que se puso a la tarea de escribir “La Gran Novela Americana”. Se dice que en 1959 ya se hablaba de la redacción de “El alma fugitiva”. Sin embargo, no se supo nada de esta obra durante treinta años. En ese tiempo, el autor mantuvo una sección en The New Yorker, llamada “Talk of the town”, donde publicaba artículos de tono autobiográfico. También iba publicando relatos aquí y allá. Toda una leyenda se fue forjando a su alrededor. Algunos críticos que tuvieron acceso al manuscrito de esa novela no escatimaron elogios: compararon a Brodkey con Whitman, con Proust, Joyce, Faulkner... Pero la novela no parecía terminarse nunca. En 1988, se publicaron sus relatos en un voluminoso libro titulado “Cuentos a la manera casi clásica”, que ha quedado un poco deslucido por el papel que interpretó de anticipo de la genial obra que no terminaba de llegar. Lugar injusto sin duda, ya que se trata de una colección de relatos magistral. Cuando por fin se publicó “El alma fugitiva” todo el mundo se abalanzó sobre ella y, claro, lo largamente esperado pocas veces cubre todas las expectativas, así que, aunque fue un libro elogiado en diferentes medios, su repercusión no fue todo lo impactante que se suponía. Aún así, Brodkey volvió a estar en primera fila de la popularidad, recogiendo las mieles de un éxito hueco que resultó también breve, pues dos años después de la publicación de la novela, cayó enfermo de sida. Tenía los días contados. Y a un escritor en este caso, como en tantos otros, lo único que se le ocurre hacer es escribir, de modo que Brodkey comenzó la elaboración de un libro memorable: “Esta salvaje oscuridad”, con el subtítulo “La historia de mi muerte”. Una reflexión sobre la muerte y sobre la vida y sobre la literatura y la inmortalidad.

En realidad, yo creo que un conjunto de cuentos, como “Catedral”, de Raymond Carver o cualquiera de los libros de John Cheever; o un libro de poesía, como la “Antología de Spoon River”, de Edgar Lee Masters o “Canto a mí mismo”, de Walt Whitman o “Aullido”, de Allen Ginsberg; o incluso una obra de teatro como “¿Quién teme a Virginia Woolf?”, de Edward Albee o “Muerte de un viajante”, de Arthur Miller, cumplirían dignamente el papel de obra cumbre de la cultura norteamericana. ¿Por qué no? ¿Por qué ese afán en buscar una Gran Novela y no simplemente un Gran Libro?
Lo cierto es que La Gran Novela Americana es una quimera, un objetivo inalcanzable, pese a lo cual los escritores estadounidenses se afanan a él con el ahínco con que Sísifo empujaba una y otra vez, montaña arriba, la enorme roca que habría de caer tan pronto alcanzase la cima.
Aunque también es posible que alguien lo haya logrado en secreto, quién sabe, tal vez Joe Gould, el vagabundo que siempre llevaba un maletín en el que portaba las notas de su manuscrito “Historia oral de nuestro tiempo” y cuyo retrato popularizó el periodista Joseph Mitchell, lo haya conseguido.

lunes, mayo 28, 2007

Premios La Tormenta en un vaso

El sábado 26 de Mayo se celebró la entrega de la I Edición de los Premios otorgados por el colectivo del blog "La tormenta en un vaso", en dicho blog se pueden ver fotos del acto. Además, se ha colgado en YouTube un video del evento y lo podeis ver en esta dirección: http://literaturastv.blogspot.com/.

jueves, mayo 24, 2007

Una buena causa

El ambiente es muy fashion, de verdad. Lo repito una y otra vez, aunque no sé lo que significa. Mi acompañante me ha dicho que lo diga a menudo, parece que es muy apropiado en este tipo de fiestas. Hay gente muy importante: presentadores de televisión, famosos de los que salen en las revistas del corazón, cantantes... Aunque en el grupo en el que me encuentro no hay nadie conocido. Oigo a alguien preguntar: ¿A favor de qué o quién es esta fiesta benéfica? Ni puta idea, le responden. Es verdad, añade otro, ¿qué es lo que estamos apoyando? Tenemos que saber qué es lo que se defiende esta noche, por si nos preguntan los de la tele. Pues léete el programa si tanto te preocupa. Joder, es que vosotros pasáis de todo. Mira oye, ¿por qué no sales a que te dé el aire? ¿Qué es lo que te preocupa? Si alguien te pregunta, sé ambiguo, ¿no sabes acaso ser ambiguo? Es fácil, dices que es muy importante para ti estar aquí, que siempre estuviste muy comprometido con esta causa, y cosas así, ¿entiendes? Sin concretar. ¿Pero qué causa? Y dale. Yo voy a por otra copa, parece que los camareros están en huelga. ¿Pero quién es el que ha entrado? Es un actor, digo, pero no recuerdo su nombre ahora, hace una serie muy buena. Las luces se mueven y corren hacia otro lado. Alguien me toca la pierna. Miro hacia abajo. ¿Hace el favor de bajar de mi silla? Claro, claro, disculpe. A veces, me cruzo con alguien que me sonríe o me pregunta ¿qué tal?, sin esperar respuesta, y yo digo que todo es muy fashion. El ambiente está cargado, lleno de humo y de frases banales. Me detengo para respirar, sólo eso, respirar, en un rincón, y los murmullos vienen hacia mí como dardos. Creo que he visto a alguien que lleva un traje igual que el mío, dice una voz, ¿lo puedes creer?, es horrible, horrible, tengo ganas de llorar y todo. Miro a mi alrededor. La mezcla de perfumes caros produce una atmósfera que casi se puede mascar. Todo el mundo ríe. Todo el mundo tiene la boca abierta y parece feliz. Nadie está consternado por la causa que han venido a apoyar, a pesar de que debe ser un asunto serio y triste y dramático, sea cual fuere.

viernes, mayo 18, 2007

Muerte y resurrección de la novela


Miguel Delibes ha publicado toda su obra con la editorial Destino. Desde que ganara el premio Nadal en 1947 con “La sombra del ciprés es alargada”, ésa ha sido su editorial, así que cuando la colección “Áncora y Delfín” planeaba su número 1000, le propusieron que dicho número llevara su firma. Dado que Delibes ha manifestado en reiteradas ocasiones que no iba a escribir más narrativa, le propusieron que recopilara “aquellas reflexiones y notas que ha ido desgranando a lo largo de su vida, en cursos, seminarios y viajes por todo el mundo”. El resultado es el libro que lleva como titulo “España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela”.

Se trata de un libro atípico en la obra de Delibes, pero de gran interés. En primer lugar nos explica que ganar el premio Nadal le situó de golpe en el mundo literario español, un mundo al que ni siquiera se había propuesto pertenecer, pues no tenía lo que se dice una obra literaria elaborada. No obstante, esto no fue óbice para que se le catalogara como miembro de la “Generación de la inmediata posguerra”, compuesta por un pequeño grupo (Camilo José Cela, Carmen Laforet, Ana María Matute, Rosa Cajal, Manuel Pombo…) que bien figuraba como independiente o bien era unido a los llamados “Niños de la guerra”, donde figuraban nombres como Sánchez Ferlosio, Fernández Santos, Mercedes Salisachs, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Medardo Fraile... entre otros. Nombres de gran importancia en la historia literaria española que, por el lugar que les tocó ocupar, han sido en muchos aspectos ninguneados, o al menos minusvalorados.

Realiza Delibes retratos, pequeños apuntes, sobre algunos de estos autores coetáneos suyos. Y nos cuenta anécdotas. Camilo José Cela, de quien dice que estaba siempre preocupado por aparecer en los periódicos. José María Gironella, autor de la novela “Los cipreses creen en Dios”, auténtico best-seller de la época. Carmen Laforet, que tras su sonado debut con la novela “Nada”, ganadora del premio Nadal, se sumió en el silencio, incapaz de asimilar el revuelo que su obra había causado. Rafael Sánchez Ferlosio, de quien cuenta que era incapaz de sujetarse a una rutina y, a veces, desaparecía durante semanas para volver demacrado, sin que nadie supiera lo que había hecho en ese tiempo. Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Tomás Salvador, Ana María Matute, de quien prefiere sus novelas cortas, Juan y Luís Goytosolo, entre otros. Apuntes rápidos, certeros, que nos aproximan a nombres en muchos casos relegados a un injusto segundo plano. Y, mientras nos habla de ellos, vamos aproximándonos también a él, a Delibes, un hombre sereno, que no se deja impresionar por las salidas de tono y que analiza a sus colegas con inteligencia y un cierto sentimiento de camaradería.

La segunda parte está formada por “Cuatro conferencias en torno al fenómeno narrativo”, lo cual no deja de ser un acontecimiento, pues Delibes no es persona que se prodigue en artículos teóricos.
Los cuatro textos son muy interesantes y nos desvelan la opinión de Delibes respecto a la literatura, su concepción estética, sus ideas sobre el arte: “al verdadero artista siempre le será posible derivar, poner en juego otros recursos expresivos. Lo único imposible será reducirle al silencio cuando verdaderamente tiene algo que decir”. Nos habla de la importancia que tiene para él el personaje como eje central de la obra, y afirma que todo debe girar en torno a él, incluso la estructura y el estilo. Clasifica en cinco grupos las preocupaciones estéticas de los escritores de la posguerra y, en la última conferencia, una de las más interesantes, titulada “Confidencia”, no duda en decir que podrían incluirse libros suyos en todas esas corrientes. Curiosamente, este es el único texto en que habla de sus obras directamente, aunque no con exhaustividad. Nos cuenta que el personaje central de Cinco horas con Mario estaba, en un principio, vivo. Y nos desvela su particular teoría sobre la novela: “Para mí, una novela requiere un hombre (un protagonista), un paisaje (un ambiente) y una pasión (un móvil)”. Delibes habla con una sinceridad que nos llega hondo, da la impresión de que realmente se desnuda en cada una de sus letras, para terminar admitiendo que, como novelista, ha adoptado siempre una actitud moral, pese a que es consciente de que “la moral nada tiene que ver con el arte, antes bien, es un lastre para ella”.

La guerra parecía haberlo devastado todo, pero de entre las cenizas y el horror, un grupo de jóvenes se empeñaron en resucitar la novela, en circunstancias muy difíciles y con una inquebrantable determinación. Era inevitable que predominara una corriente realista, pues después de una guerra no parece haber lugar para la lírica. Uno de esos hombres, silencioso, decidido, de honda sensibilidad y un estilo limpio y cuidado, es Miguel Delibes.


Se puede leer el principio del libro aquí.

domingo, mayo 13, 2007

Aniversario

Hace un año. 13 de Mayo de 2006. Primera entrada.
Hoy escribo la entrada número 120.
No está mal.
Algunas cosas han cambiado. Estoy contento de haber emprendido esta aventura y debo admitir que me ha proporcionado muchas alegrías y, sobre todo, el contacto con gente a la que considero amiga, sin necesidad de habernos visto ni de haber hablado personalmente.
Me he impuesto una rutina, una obligación, y creo que he cumplido. Al principio, todo era nuevo y la actividad resultaba frenética. Ahora, el tiempo se vuelve en contra y hay que arañar un poco aquí y allí, pero sigo adelante, con la ilusión por hacer las cosas bien, por no defraudar, por mantener el interés.
El blog trata sobre cine y literatura, mis dos pasiones, pero al hablar sobre ello, muchas veces termino hablando sobre mí. El blog es, ante todo, una carta de presentación. Éste soy yo. Y me ha brindado oportunidades que me han hecho muchísima ilusión.

“Cierta Distancia” es un espacio que se enriquece con la gente que lo visita. Si tiene algún interés, éste se lo debe a sus lectores, así que gracias. Muchos están ahí casi desde el principio. Otros vinieron y se fueron. Otros permanecen en silencio. Gracias a todos.

Todo el que escribe desea, en el fondo, que le lean. Y esta es una buena forma de llegar a muchos potenciales lectores. Es lógico que uno empiece recorriendo blogs afines a sus intereses y diciendo “Hola, aquí estoy”. La cortesía en este mundillo suele ser exquisita y, con frecuencia, las visitas se devuelven. Y así nos vamos conociendo y nos vamos quedando en los sitios que más nos atraen. Sin embargo, llega un momento en que el tiempo empieza a faltar y, a veces, aunque devuelvas la visita, no puedes corresponder con la diligencia deseable, a veces lo haces más adelante, pero esto suele quedar mal. Así que debo pedir excusas a todos aquellos a quienes no haya correspondido como merecían. Ha llegado un momento en que me doy cuenta de que no llego a todo lo que me gustaría. Es que, además, uno tiene que trabajar para vivir, tiene que dedicarle tiempo a su familia y tiene que seguir escribiendo y leyendo.
Los últimos meses tuve que bajar el ritmo de los posts. Pero sigo adelante. Y seguiré por el momento. Y espero que sigáis ahí.


domingo, abril 29, 2007

Listas

Recientemente he podido ver interesantes iniciativas para resaltar buenos libros.

Miguel Ángel Muñoz, en su blog, “El síndrome Chéjov”, proponía una votación para elegir los mejores libros de relatos de los últimos veinticinco años (1982-2007).

Los ganadores fueron:

Catedral, de Raymond Carver
Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño
La velocidad de los jardines, de Eloy Tizón

Francisco Ortiz, por su parte, en su blog “Novela Negra y Cine Negro”, propuso buscar la mejor novela negra publicada. Los títulos más votados fueron los siguientes:

El sueño eterno, de Raymond Chandler
Los mares del sur, de Manuel Vázquez Montalbán

El blog de crítica literaria “La tormenta en un vaso”, coordinado por Care Santos, también ha elegido, en este caso, los mejores libros de 2006:

Premio Tormenta al mejor libro publicado en castellano en 2006









Parpadeos, Eloy Tizón.
Anagrama, Barcelona, 2006.

Premio Tormenta al mejor libro traducido al castellano en 2006








Me acuerdo, Georges Perec.
Traducción y prólogo de Yolanda Morató.
Berenice, Córdoba, 2006.


Bueno, llegado aquí, lo primero que uno debe hacer es felicitar a Eloy Tizón, ganador de dos de las tres votaciones. Supongo que la de Francisco Ortiz no la ha ganado porque Eloy no escribe novela negra, que si no también.

Y dicho todo esto, uno se pregunta qué sentido tienen las listas, qué finalidad. Creo que resulta imposible establecer un ranking entre libros, porque muchas cosas no son comparables y mucho menos medibles. Cuando uno hace una votación de este tipo, la hace en un momento concreto, consciente de que cinco minutos más tarde su votación sería otra. Nuestras preferencias cambian constantemente. Uno puede establecer una lista de libros importantes para él, e incluso esta lista va cambiando con el tiempo.

¿Se puede elegir el mejor libro de una forma objetiva e incuestionable? Yo creo que no. Todos hemos leído críticas desfavorables, emitidas por gente de respetable criterio, que luego han sido obras maestras.
Ahora bien, el hecho de que muchas personas coincidan en señalar la calidad de un determinado libro o autor es algo muy importante: se trata de la mejor publicidad a la que se puede aspirar.
Pero, por encima del resultado, el valor de estas votaciones que he comentado estuvo en el desfile de libros. Títulos que uno ya no recordaba y que son de nuevo aireados, despertando el interés. Este me parece el mayor aliciente del juego de las listas: la recuperación de títulos que corren el riesgo de ser olvidados.

viernes, abril 27, 2007

Más extraño que la ficción


Harold Crick (Will Ferrell) es un hombre meticuloso, fiel a sus rituales, una de esas personas cuya existencia está cuadriculada, incapaz de romper su rutina. Una voz en off nos presenta al personaje. Es inspector de sanidad y sus compañeros admiran sus rápidas dotes para el cálculo matemático. Esa voz en off nos dice que Harold se cepilla los dientes un determinado número de veces de arriba abajo y de izquierda a derecha y, de pronto, Harold se detiene y mira a su alrededor. La voz se calla. Harold vuelve a cepillarse y la voz retoma su discurso. Entonces Harold empieza a gritar y a registrar la casa. Harold es un personaje que escucha lo que dice la voz que nos narra su historia, y esto es algo que puede volver loco a cualquiera. Por eso visita a varios psiquiatras que se obstinan en decirle que padece esquizofrenia. Pero él sabe, por extraño que resulte, que esa voz es real, porque dice cosas en las que él no había reparado. Y un día, cuando la voz anuncia que Harold morirá en poco tiempo, encontrar a su dueña se convierte en un objetivo vital. La única persona que puede ayudarle es un profesor de literatura (Dustin Hoffman) que, tras un primer momento de rechazo, parece aceptar con cierta naturalidad el hecho de que Harold sea en realidad un personaje de ficción. Lo primero que deben averiguar es si la historia en la que está inmerso Harold pertenece al drama o a la comedia.

Este es el planteamiento de esta película, narrada con brío, que mantiene el interés del espectador, desconcertándolo, y que cuenta con un excelente elenco de actores. La película está llena de escenas memorables, como la que nos muestra a la escritora Karen Eiffel (Emma Thompson) en la sala de urgencias de un hospital, buscando la inspiración para narrar la muerte de su personaje. Y es que nos enfrentamos, ante todo, a una reflexión sobre los elementos narrativos, lo cual establece una distancia que impide que el espectador se relaje, pues cuando cree que está viendo una comedia se encuentra con que está ante un drama. Marc Foster, director de la excelente “Descubriendo Nunca Jamás”, nos ofrece una propuesta atractiva y de hondo contenido, cuya puesta en escena presenta efectivas ideas visuales.

Supongo que es inevitable acordarse de “Niebla”, de Unamuno. El momento en que Augusto acude a ver a su autor para decirle que está pensando en suicidarse y el autor exclama que eso es imposible: “Pues opino que como tú no existes más que en mi fantasía, te lo repito, y como no debes ni puedes hacer sino lo que a mí me dé la gana, y como no me da la real gana de que te suicides, no te suicidarás. ¡Lo dicho!” Claro que en la película de la que estamos hablando, las intenciones del personaje son justo las contrarias: seguir viviendo.

martes, abril 24, 2007

Esperando al enemigo


Gonzalo Calcedo nació en 1961, en Palencia, y reside en Santander. Ha publicado varios libros de relatos y ha obtenido importantes premios. "Esperando al enemigo" fue su primer libro. Reúne relatos en los que aparentemente no pasa nada, retazos de vidas anodinas, historias de motel, conversaciones en la oscuridad, carreteras que no llegan a ninguna parte; relatos que transmiten el mismo sentimiento que cuando observamos las ventanas iluminadas de los edificios en mitad de la noche. Y, sin embargo, transmiten soledad y vacío. Así, en "Hombres con armas", nos encontramos con Mel y Emma, una pareja que ha tenido que pasar la noche en un hotel de carretera porque se les ha estropeado el coche. Viajaban a visitar a la hermana de Emma, que se encuentra agonizando. Desde la habitación llega el sonido de unos disparos que aterrorizan a Emma. Mel sale de la habitación en busca del mecánico y encuentra al autor de los disparos: el encargado de recepción, está practicando puntería contra una puerta. Le ofrece a Mel la oportunidad de disparar y éste la acepta. Luego se ponen a charlar y a tomar café. Cuando por fin regresa a la habitación, ella le reprocha que haya tardado tanto y le dice que "ése loco ha estado disparando todo el rato". Pero él no le dice nada. Su conversación es vacía. Comprendemos de pronto que Mel querría quedarse en aquel lugar, quizá porque es un sitio que a ella le horroriza. En el mejor estilo carveriano, el relato se centra en unas horas de la vida de una pareja, en un acontecimiento nimio que, sin embargo, encierra todas las claves para comprender que el matrimonio de Mel y Emma está acabado. Podría hablar de cualquier otro relato, todos magníficos, como “La temporada próxima” o “La nieve tiene la culpa” o el propio “Esperando al enemigo”, pero resistiré la tentación para no desvelar demasiado. Sólo diré que todos ellos son extractos de situaciones, cortadas con un fino bisturí para abrirlas y dejarnos vislumbrar lo que se esconde en su interior.

Gonzalo Calcedo no puede negar la influencia americana, así que la pone de manifiesto en la cita que abre el libro. Una cita de John Cheever:
…y Bascomb depositó la medalla de Lérmontov a los pies del ángel. A continuación se arrodillo y dijo en voz alta:
—Dios bendiga a Walt Whitman. Dios bendiga a Hart Crane. Dios bendiga a William Faulkner, a Scott Fitzgerald y especialmente a Ernest Hemingway.

Calcedo adopta la tradición americana, el realismo sucio, y lo reproduce a la perfección. Sus paisajes son americanos y sus protagonistas también. Los temas de las historias, los asuntos solapados bajo la excusa de los viajes: las familias rotas, la soledad, la vacuidad de la existencia, son asuntos universales, que nos conciernen a todos.
Sus historias han recibido los más importantes premios literarios. Sus últimos libros han sido: “El peso en gramos de los colibríes” (Castalia), “La carga de la brigada ligera” (Menoscuarto) y “Saqueos del corazón” (Algaida).