viernes, septiembre 29, 2006

HFS - El placer de leer

En esta ocasión, se trataba de una especie de coloquio o mesa redonda en torno al tema "El placer de leer". Se encontraban Enrique Vila-Matas, Rosa Montero, Laura Restrepo, Jorge Franco, Carmen Posadas y Ali Smith, moderados por Ignacio Sanz.

Debido a que a Martin Amis, con la intención de solventar el caos que se había producido en el acto anterior, lo sacaron a la plaza a firmar libros, a la cola que se formó para entrar y a cierto problema que tuve con la entrada, llegué tarde y me perdí la intervención de Ali Smith. De modo que mi crónica, en esta ocasión, está incompleta.

Cuando llegué, Carmen Posadas hablaba de "Casa Desolada" y de Jane Austen, novelas decisivas en su formación como escritora y en su deseo de escribir.

Rosa Montero empezó nombrando un libro de Nuria Amat titulado "Letraheridos" y en el que dijo que aparecía una pregunta que a ella le gustaba formular cuando se encontraba con otros escritores. ¿Qué preferirías, dejar de leer o dejar de escribir? Afirmó que la mayoría respondía, incluida ella misma, que preferirían seguir leyendo, porque la lectura es lo que da sentido a sus vidas. Rosa Montero es una mujer que te hipnotiza cuando habla, te transporta. En el teatro no se oía ni a una mosca. Habló de dos lectura que tuvieron un fuerte impacto en su vida. Una era un cuento infantil: "El gigante egoísta", de Oscar Wilde. La otra fue "Lolita", de Nabokov. La explicación que dio sobre el libro de Nabokov fue muy interesante. "La forma magistral en que se nos narra toda la historia desde la deformada y malsana mente del protagonista es todo un prodigio del que uno no sale indiferente. Al final, nos damos cuenta de qué clase de persona es en realidad Humbert Humbert. Al final, podemos ver la triste realidad de la historia de un pedófilo y de una pobre niña, más bien ordinaria y maleducada, que ha sido su víctima inocente".

Jorge Franco, un joven colombiano, autor, entre otros, de "Rosario Tijeras" y "Paraíso Travel", habló de la fascinación que siente ante la forma que tienen algunos autores de mezclar el tiempo. Nombró, entre las lecturas que más le habían impresionado, "Pedro Páramo", "El otoño del patriarca", los libros de Onetti, de quien dijo que le parecía implacable con sus personajes, y, por último, "Carta a un joven poeta", de Rilke.

Laura Restrepo, también colombiana, autora de "La novia oscura" y "Delirio", por citar dos de sus obras, aprovechó la intervención de Jorge Franco para explicar que las generaciones actuales de hispanoamericanos toman como referente a autores también sudamericanos. La generación anterior, la de sus padres, se formó con los norteamericanos y la anterior aún, con los franceses. Aprovechó su intervención para reivindicar a dos autores injustamente olvidados. José María Arguedas, que se suicidó poco antes del conocido boom, y cuya novela "Los ríos profundos" merece ser reeditada y leída; y João Guimarães Rosa, de quien recomendó su libro "Grande Sertão: Veredas".

Varias personas del público llevan libretas y escriben. Rosa Montero, en el escenario, también lo hace.

Le tocó el turno a Vila-Matas. Vila-Matas habla como si dudara de lo que dice, tiene aspecto de encontrarse un poco ausente y tiene un humor que resulta irresistible. Empezó diciendo que, respecto a la pregunta que había formulado antes Rosa Montero, él elegiría leer escribiendo. Sus compañeros rieron y lo trataron como si estuviera haciendo trampas. Pretendió defenderse diciendo que cuando uno lee también escribe, a la vez, en su cabeza, lo que está leyendo. Dijo que le resultaba imposible elegir a un autor como su favorito. Kafka y Pessoa le divertían. Solía leer y releer los "Diarios" de Franz Kafka. "Me hacen reír", dijo. También "El libro del desasosiego", "aunque éste no me hace reír y termino volviendo a Kafka."

Cuando pudo intervenir el público, un hombre dijo que ninguno de los presentes había recomendado un libro de alguno de sus compañeros. Dijo que no los había leído tampoco y que es la historia la que hace justicia con un autor. Vila-Matas le respondió: "yo no pienso morirme para gustarle a usted". Laura Restrepo aceptó el reto lanzado y recomendó con entusiasmo el libro de Vila-Matas "Bartleby y compañía".

Alguien hizo referencia a las adaptaciones al cine. Preguntó si el hecho de que te adapten al cine quiere decir que ya eres un autor consagrado. Todos coincidieron en quitarle importancia a dicha posibilidad. Jorge Franco dijo que en una época había querido dedicarse al cine, pero se había dado cuenta de que podía hacer lo mismo, e incluso con mayor libertad, a solas con un lápiz y un papel. Rosa Montero dijo que, desde el momento en que un autor vende los derechos, debe apartarse y dejar que decida el director, porque se trata de dos medios diferentes con lenguajes diferentes. Carmen Posadas defendió la magia que tenía la lectura y, a este respecto, contó una anécdota referente a Quino, el autor de Mafalda. Al parecer, llevó a su hija al cine, a ver una adaptación de Mafalda, y la niña le dijo en un momento dado: "¿por qué le cambiaron la voz?"

Una de las últimas preguntas fue: "¿Escribir te retira un poco de la vida y te hace ver las cosas desde cierta distancia?"
Rosa Montero no dudó en afirmar que leer y escribir es vida. La lectura, dijo, nos ayuda a cubrir la fisura que existe entre una persona y el mundo. Quien además decide escribir lo hace, probablemente, porque su fisura es mayor.
Jorge Franco dijo que escribir era un modo de meterse en vidas ajenas.
Vila-Matas dijo: "Mientras lees estás viviendo, es pura lógica". Llegó a admitir incluso la posibilidad de que la literatura sea más intensa que la vida. Y también dijo una cita de la que no recordaba el autor: "La cabeza de alguien que no lee es como un desván sin muebles".

miércoles, septiembre 27, 2006

HFS - Martin Amis



Martin Amis es considerado como el chico rebelde de las letras británicas, pese a que ya superó los cincuenta años. Además, es de los autores mejor pagados y su relación con sus compañeros de generación no suele ser muy buena, aunque mantiene la amistad con McEwan. Entre sus virtudes: ser "políticamente incorrecto". Es hijo del escritor Kingsley Amis y la tormentosa relación que tuvieron padre e hijo alimentó la leyenda rebelde del autor que nos ocupa.

La entrevista estaba a cargo de Carmen Posadas y, cuando ambos entraron en el escenario del Teatro Juan Bravo, recordé lo que Alejandro Gándara dijo de él en cierta ocasión: "Tiene cara de alto, pero es bajo". Posadas, por su parte, es una mujer de una altura considerable.

Sin apenas preliminares, la conversación se centra en la aparición del 11-S en la literatura. Amis dice que en "Perro callejero" no llega a tocar el tema de lleno, más bien le interesaba explorar los cambios que se han producido a partir de ese suceso. Cree que el 11-S y sus consecuencias alimentarán la ficción de los próximos años. Alguno ya lo ha intentado, como Salman Rushdie en "Rabia", pero estaba demasiado cerca, le faltó tranquilidad.
Le pregunta la entrevistadora sobre la posibilidad de escribir un libro sobre el Islam y Amis revela que lo ha intentado. "Se trataba de una novela localizada entre Pakistán y Afganistán y cuyo protagonista era un terrorista". Sin embargo, no pudo sacar adelante el proyecto, no podía escribir sin contener la ira que todo lo relacionado con el Islam le provoca. El Islam, dijo, es totalitario, "lo controla todo, hasta cómo se debe uno sentar para ir al cuarto de baño". Dijo también que no creía que ellos estuvieran ganando, está convencido de que seremos testigos de la agonía del imperio del Islam. "Es inconcebible que perdamos esta guerra".
El Islam no aprueba nuestra forma de vida, no aprueba la emancipación de la mujer. Nosotros nos dimos cuenta hace tiempo de que se puede vivir sin Dios.

Amis reconduce la conversación al decir que se encuentra escribiendo una novela con una mujer embarazada como protagonista: "La viuda embarazada". Es una especie de metáfora del cambio, del nacimiento de un nuevo orden. Respecto a la emancipación de la mujer, cree que todavía no se ha culminado. "En ese tema llevamos dos tercios de embarazo". La mujer se ha preocupado más por conseguir poder que por equiparar las tareas del hogar.
Aprovecha Posadas para preguntarle algo que, según dice, siempre se le pregunta a las mujeres escritoras: ¿Cree que existe una literatura femenina y una masculina?
Sin pensarlo mucho, Amis dice que sí. Las mujeres están más cerca de sus emociones. "Es un cliché, pero los clichés suelen ser ciertos".

Afirma que un escritor depende de su subconsciente. Suele ser el subconsciente el que hace todo el trabajo, el que resuelve las dificultades. Mientras el escritor da un paseo o lee un libro, su subconsciente se encarga de planificar la idea que le anda rondando por la cabeza.

Habla de uno de sus últimos relatos, en el que un superviviente de un gulag le escribe una carta a su hija porque no le parece bien su actitud, más contemporánea.
Dice que ahora somos adictos al instante, es lo único que importa. Las nuevas generaciones parecen haberse anestesiado, necesitan tatuarse y clavarse agujas para sentir algo. Todo va demasiado deprisa.

Lo que asusta a un escritor al pasar los años es volver a escribir las mismas palabras. Cuenta que John Updike dice que encuentra frases ahora que ya había escrito hace cuarenta años.

En el turno de preguntas, alguien entre el público que afirma ser el traductor de algunos de los libros de Martin Amis, se deshace en elogios durante un buen rato y termina diciendo que hay que leerlo. Amis, en un español escaso dijo: "mu-chas gra-cias".

lunes, septiembre 25, 2006

HFS - Ian McEwan


Ian McEwan es uno de los escritores contemporáneos más importantes, sin discusión. El Teatro Juan Bravo estaba lleno. Entre el público, Rosa Montero, Vila-Matas, Carmen Posadas y Laura Restrepo.

Lo entrevistó Juan Villoro y me gustó el enfoque que le dio a la charla, en la que la literatura tuvo un peso importante. Habló de dónde surgieron algunas de sus ideas, contó anécdotas personales... Sobre su método de trabajo, afirmó ser bastante desordenado y confesó que lo primero que había escrito de una de sus novelas, "Amor perdurable", fue el capítulo 19. Respecto a "Perros negros", lo primero que escribió fue el final.
Le resulta esencial la exploración del personaje y su situación en un tiempo que está lleno de imprevistos. No cree en el destino.
Al arte "sólo se le puede exigir trabajo y talento", afirmó.

El cine también apareció en la conversación. Aquí, McEwan dijo que había visto obras casi perfectas en literatura, pero nunca en el cine. En el turno de preguntas, le preguntaron, haciendo alusión a esto, qué novelas, en su opinión, rozaban la perfección. Se quejó un poco, dudó, y al final nombró "Madame Bovary", algunos pasajes del "Ulises", y también los libros de Orwell y Saul Bellow.

Se mostró en todo momento pausado, con aplomo, y mostrando un accesible sentido del humor.
Habló de "Sábado", de su personaje principal y su postura ante todos los acontecimientos que nos está tocando vivir, especialmente ante la guerra.
Aquí surgió ya uno de los asuntos que han tenido un peso importante en varias de las entrevistas: el terrorismo islámico. Dijo que había dos posturas extremas: una que piensa que habrá terrorismo mientras no se solucionen los problemas de esa gente y que es preciso ayudarles; y otra que piensa que es un tipo de nazismo, con una lista de odios demasiado grande y que hay que atacarles. Entre ambas posturas, dijo, siendo la primera el cero y la última un diez, él se colocaba en un siete coma dos.

McEwan dijo que el futuro podía ser terrorífico, que incluso podía ocurrir que se sintiera nostalgia de nuestra situación actual: "Se podía comer en buenos restaurantes –dijo, como si estuviera recordando-, sobre todo en Segovia".
En su opinión, no podemos renunciar a nuestras libertades. Y añadió que debemos tener de nuestro lado a todos los musulmanes moderados que ahora no pueden manifestarse. Confió finalmente en que triunfaría la razón, ya que "la religión no ilumina el pensamiento".

Dijo que el pesimismo es un banquete intelectual, mientras que el optimismo es de bobos. El optimismo "sólo lo practican los poetas, y éstos ocasionalmente".

domingo, septiembre 24, 2006

Hay Festival Segovia - Introducción


Del mismo modo en que unos corren en pos de su equipo para verlo jugar en cualquier parte del mundo y otros persiguen con entusiasmo las actuaciones de sus cantantes favoritos, yo decidí el viernes no acudir a mi trabajo y marcharme al Hay Festival de Segovia. Cargado con una mochila con libros, una cámara de fotos, (que tengo que tirar a la basura, pues la mayoría de las imágenes las sacó borrosas y, por supuesto, la culpa la tiene la máquina, no la voy a tener yo), una grabadora sin pilas y una libreta, me lancé a la carretera.
Tras ciertas vicisitudes del viaje, debidas a los mensajes del ordenador del coche y que no entraré a relatar, llegué a la monumental ciudad de Segovia, al pie de su famoso acueducto, imponente. Conseguí un plano en la oficina de turismo y casi ninguna indicación, pues la chica que me atendió, al parecer, acaba de empezar a trabajar allí y apenas conocía nada.
El casco antiguo de Segovia es un lugar que respira historia en cada piedra, con edificios de una belleza increíble. Pasear por sus calles es todo un privilegio al que debía añadir la posibilidad de cruzarme, de pronto, con algún escritor de renombre.

Llegué al Teatro Juan Bravo a las cuatro y media de la tarde. Faltaba media hora para que abrieran la taquilla. Aproveché para localizar el edificio San Juan de los Caballeros, donde tendrían lugar los actos que me interesaban del día siguiente. Cuando volví a la puerta del teatro eran las cinco y cinco, y la cola frente a la taquilla imponía respeto.
Paciente y resignado, con el programa en la mano, me dispuse a esperar en la cola. Esto es extraño en mí, no suelo hacer colas, normalmente me marcho de los sitios antes que hacer una cola, pero aquí no había más remedio. Era imposible acudir a todos los eventos programados, algunos de ellos coincidían a la misma hora en lugares diferentes, por lo que tuve que realizar una selección. Debo admitir que no me resultó especialmente difícil. Mis preferencias eran claras. Sólo dudé entre la charla sobre el idioma español a cargo de Laura Restrepo y Jorge Edwards, moderada por César Antonio Molina y la que iba a llevarse a cabo, a la misma hora, entre los periodistas Enric González, Åsne Seierstad, Alfredo Martesanz y Aurelio Martín: finalmente me decanté por la primera opción.

Así pues, asistí a siete actos:
-Ian McEwan entrevistado por Juan Villoro.
-Martin Amis entrevistado por Carmen Posadas.
-Enrique Vila-Matas, Rosa Montero, Laura Restrepo, Jorge Franco, Carmen Posadas y Ali Smith, moderados por Ignacio Sanz. Sobre "el placer de leer".
-Charla sobre "el filandón", a cargo de Antonio Pereira, Luís Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio. (Probablemente la que más disfruté).
-Enrique Vila-Matas y Eduardo Lago, moderados por Mercedes Monmany.
-Jorge Edwards y Laura Restrepo, moderados por César Antonio Molina. Charla sobre el idioma español
-Doris Lessing entrevistada por Marianne Ponsford.


Una lista de elecciones contiene siempre una lista de renuncias, pero esto es inevitable.
Los actos en inglés disponían de traducción simultánea a través de unos auriculares y un receptor que resultaron muy eficaces. Mi inglés es escaso y muy rudimentario.
Al finalizar cada acto, los autores firmaban libros, así que me he traído la firma de Ian McEwan, Martin Amis, Antonio Pereira, Enrique Vila-Matas, Eduardo Lago y, por supuesto, Doris Lessing.


El personal mostró siempre una gran amabilidad, pero la organización del evento llegó a ser caótica en algunos momentos, como el que se produjo al juntarse las colas desorganizadas de la gente que quería comprar libros, los que querían que el autor les firmase un ejemplar, los que querían devolver los auriculares, los que querían salir, los que querían entrar y los que querían comprar entradas. En fin, esperemos que se celebren próximas ediciones de este Festival Literario y se subsanen estos problemas.


La cobertura que el Festival ha tenido, especialmente en televisión, es de vergüenza ajena.


Hablaré, en próximas entregas, de las charlas y entrevistas.

jueves, septiembre 21, 2006

Hay Festival Segovia

El acontecimiento literario del año. La celebración del Hay Festival en la ciudad de Segovia. Tendrá lugar del 21 al 24 de Septiembre, es decir, desde hoy hasta el domingo. Hay infinidad de actos programados. Estarán Vila-Matas, Ian McEwan, Alejandro Gándara, Martin Amis, Antonio Pereira, Doris Lessing, Mercedes Monmany, Juan Villoro, Jose Máría Merino, Luis Mateo Díez, Eduardo Lago, etc. etc.

Esta noche se inicia con un concierto a cargo de Bob Geldorf.
Me voy para allá. Me voy, no puedo resistirme, aunque sólo sea el sábado, estaré allí.

Toda la información sobre el festival se encuentra en la siguiente dirección:
www.hayfestival.com/segovia

El Hay Festival toma su nombre de la localidad galesa "Hay on Wye", famosa por ser el lugar con mayor número de librerías por habitante. Esta fama como ciudad libresca se debe al empeño de Richard Booth, un hombre excéntrico que incluso llegó a proclamarse rey con tal de dar a conocer esta región.

martes, septiembre 19, 2006

La fugacidad

La sociedad actual se basa en el consumo. El ocio que se nos ofrece consiste en consumir. La moda, la televisión, los escaparates, las celebraciones... todo está enfocado al consumo. Para ello, es necesaria una rotación vertiginosa de los productos. Todo queda obsoleto a los pocos meses de haber aparecido. Incitándonos a ser únicos se nos conduce a la uniformidad, por paradójico que pueda sonar.

Este ritmo comercial hace tiempo que llegó también al mundo editorial. Un titulo apenas se mantiene unas pocas semanas en la mesa de novedades, de ahí, pasa a ocultarse en una estantería, otras cuantas semanas y, finalmente, vuelve a la editorial. Es difícil encontrar librerías con un fondo propio, entre otras cosas porque el consumidor, aleccionado por las promociones, siempre busca "lo último de..."

Con este sistema, también se consigue que la gente compre libros que le interesan sólo porque si espera es muy probable que ya no los encuentre. A veces, resulta asombrosa la velocidad con que un libro se descataloga.

Así las cosas, el autor novel lo tiene bastante difícil. No se trata sólo de conseguir que te publiquen, sino que, además, hay que conseguir sobresalir entre el resto de las novedades, hay que conseguir salir reseñado, ser entrevistado, que se hable de ti. En su libro "El arte del yo-yo", Juan Bonilla ironiza sobre esto en un texto titulado "La necesidad del doble":
Hace sólo unas semanas, un editor se lamentó por la escasa venta de una novela en la que había confiado el suficiente aparato publicitario como para haberse convertido en un éxito. El editor culpaba del fracaso mercantil de la obra a la renuencia del novelista a decir alguna burrada ante los periodistas en la presentación de su libro, alguna de esas frases llamativas que originan titulares y se nos agarran durante unas horas a la memoria (las suficientes como para que nos induzcan a adquirir el libro). El novelista, al parecer, se negó a hablar de otra cosa que no fuera literatura y ello incumbió de manera determinante en las ventas de su libro: si no se dice un disparate que capten y multipliquen los periodistas, la obra pasa desapercibida ante la suculencia de los disparates que han pronunciado los otros. Vende más el que más llamativos titulares arroje con sus burradas.
Ante esta situación, Bonilla propone que los escritores contraten a un doble, como los actores, que será el encargado de hacer el payaso.

También la escritora croata Dubravka Ugresic, en su libro "Gracias por no leer" se queja del mismo asunto: La propaganda de un libro es más importante que el libro en sí; tal como la foto del autor en la solapa es más importante que el contenido, y la apariencia del autor en los diarios de gran tirada y en la televisión es más importante que lo que el autor haya escrito realmente.

sábado, septiembre 16, 2006

Johnny cogió su fusil


"Johnny cogió su fusil", de Dalton Trumbo, fue publicada en España en el año 1981, por la editorial Bruguera. Esa es la edición que yo tengo, con traducción de Marta Susana Eguía. Lo leí pues, hace ya bastantes años. Pero es un libro al que vuelvo de vez en cuando. Releo algunos de sus pasajes, los que más me gustan, los que tengo marcados para encontrarlos con facilidad. Si un libro puede revolverte las tripas, transformarte, alimentarte, marcarte para siempre, ése libro (o uno de ellos) en mi caso, ha sido "Johnny cogió su fusil".

El libro queda en la cabeza del lector como si estuviera narrado totalmente en primera persona, pese a que una tercera persona subjetiva, que hace referencia al flujo mental del protagonista, sus recuerdos y sus percepciones, se mezcla con la voz del protagonista, con sus ideas, que sí se expresan en primera persona. Su estilo puede parecer poco cuidado en algunos momentos, un tanto desordenado incluso, especialmente en los discursos, sin duda porque está supeditado al fondo, transmite la inmediatez, la urgencia, la desesperación, la virulencia y apasionamiento de lo que se está diciendo. Son discursos importantes y muy humanos, que nos hablan de la inutilidad de la guerra y de lo importante que es la vida. Es un canto a la vida:
"...Si alguien venía y te decía vamos hijo haz esto o aquello era una especie de obligación para contigo mismo detenerte y decir veamos señor ¿por qué tengo que hacer esto? ¿para quién y qué saco yo de todo esto? Pero cuando viene un tío y te dice ven conmigo y arriesga tu vida y afronta la muerte y la mutilación entonces no tienes derechos. Ni siquiera tienes el derecho de decir sí o no o lo pensaré. Hay muchas leyes que protegen el dinero de la gente hasta en tiempos de guerra pero no hay nada en los libros que diga que la vida de un hombre le pertenece."

No es extraño que este libro sea el más importante alegato antibelicista que se haya escrito. Su historia es demoledora. Nos habla de un soldado que se encuentra postrado en la cama de un hospital. Despierta de la inconsciencia y vamos descubriendo con él que está sordo, que está ciego, que ha perdido las extremidades, que tiene un agujero en lugar de nariz y boca. El horror de estos descubrimientos es agobiante. Intenta averiguar dónde se encuentra, recordar qué ha pasado. Y su mente salta a su infancia, a su familia, a los días felices, episodios vitales y concretos, como la noche antes de partir al frente, la noche que pasó con su novia Kareen, a la que ya nunca podrá volver a abrazar. Estos recuerdos tienen un peso mayor en la primera parte, la titulada "Los muertos". En la segunda mitad del libro, titulada "Los vivos", gana protagonismo la estancia en el hospital, los recuerdos aparecen, pero son cada vez más lejanos. Pasan los años, comprende que es muy probable que ni siquiera conozcan su identidad, dada la magnitud de las heridas. Percibe lo que ocurre a su alrededor, aprende a distinguir a las enfermeras, por la forma en que le tocan, por las vibraciones que producen sus movimientos. En esta parte tienen lugar los episodios más duros del libro. La escena en que una de las enfermeras lo masturba es una de las más patéticas. Su discurso se hace más suplicante, más desesperado. A estas alturas el lector ya se encuentra en esa cama, en ese hospital, y siente la amargura de ese hombre, su rabia y frustración.
Pocos libros te oprimen el pecho, te estrujan las emociones, te colocan al borde de las lágrimas, te golpean tan contundentemente como éste.

En 1971, el propio Dalton Trumbo dirigió la versión cinematográfica de su obra, protagonizada por Timothy Bottoms. Una película igualmente recomendable más por su fondo, por su historia, que por la forma, aunque no apta para todos los estómagos.
Dalton Trumbo sufrió las consecuencias de la era McCarthy y pasó muchos años firmando guiones con pseudónimo, entre ellos el de "The brave one", por el que recibió un oscar que no pudo ir a recoger. En 1960, los guiones de "Éxodo" y "Espartaco" son los primeros que puede firmar con su nombre auténtico después de tan oscuro episodio. Su autoría se encuentra también en películas como "Papillón", "El hombre de Kiev" o "Vacaciones en Roma". Murió el 10 de Septiembre de 1976, dejando inacabada una novela titulada "La noche del uro", que pretendía ser una indagación sobre la figura de un oficial nazi. Curiosamente, Bruguera publicó este libro inconcluso, con las notas y todo el material que Trumbo tenía sobre él.

jueves, septiembre 14, 2006

Lejos del cielo

Nos encontramos ante una película de apariencia amable. Estética años 50. Típico hogar americano, con jardín. Matrimonio y dos hijos: chico y chica. Todo aparentemente idílico. Todo conforme a los cánones establecidos para el concepto de familia feliz. Vemos cómo el marido se mete en la cama peinado y con el pijama perfectamente planchado. Todos se llaman "querido" y "querida". Sin embargo, debajo de esa normalidad se oculta la sordidez, la violencia, el racismo, la crítica, la homosexualidad, la infidelidad, la hipocresía... Terribles miserias escondidas bajo el felpudo de la entrada.
Julianne Moore se muestra espléndida en el papel de esposa abnegada, que sabe comportarse correctamente en todas las situaciones, dispuesta a salvaguardar las apariencias. Y Dennis Quaid, un actor con muchas cualidades, está también impecable en el papel del marido que trata de ocultar su homosexualidad, que se muestra dispuesto a acudir a la consulta de un médico con la esperanza de que se la curen y poder seguir conservando el idílico hogar del idílico sueño americano.
Cuando la esposa descubre el secreto del marido, todo aquello empieza a resquebrajarse. En ese momento, encuentra consuelo en la compañía de su jardinero, un hombre de raza negra, lo cual constituye también algo inaceptable que debe ocultarse si no quiere sufrir el rechazo de toda la comunidad. La sociedad, las habladurías, los comentarios, son los encargados de salvaguardar la moral, los principios establecidos como correctos, mediante su férreo control.
El momento en que, en medio de un barullo doméstico, el padre se echa a llorar y le confiesa a su mujer que jamás había sabido lo que era el amor, nos hiela la sangre.
Poco a poco, el director Todd Haynes, con un ritmo implacable y con una contención que no se permite en ningún momento caer en la truculencia, nos muestra cómo el entorno idílico se va tornando angustioso. Uno tiene la sensación de que hay más cosas enterradas bajo la superficie que a la vista. Todo se desmorona, aniquilado por un mundo que no permite que nada lo perturbe.
Lo terrible es que viendo esta película que nos habla del problema del racismo, de la sexualidad, de los roles marcados para el hombre y la mujer (claramente desfavorables para ella) y de la hipocresía social, nos damos cuenta que son cuestiones plenamente vigentes hoy en día.

martes, septiembre 12, 2006

United 93


Cumplido ya el necesario periodo de duelo, el cine americano empieza a acercarse al atentado ocurrido el 11 de Septiembre de 2001. A la espera de la cinta de Oliver Stone, "World Trade Center", que aborda el suceso en un film con actores importantes y al más puro estilo hollywoodense, a juzgar por lo que cuentan las crónicas, nos llega esta película de Peter Greengrass, en la que, a modo de docudrama, se nos narran los acontecimientos ocurridos aquel fatídico día centrándose en cómo lo vivieron los controladores aéreos y los pasajeros del último avión secuestrado, el único que no alcanzó su objetivo y sobre el que se han lanzado todo tipo de especulaciones.
El film narra los hechos en tiempo real. Nos sitúa en escenarios cerrados, lo cual llega a crear cierta claustrofobia. Tiene un peso relevante lo ocurrido en las diferentes torres de control aéreo, lo más tedioso del film, donde se pone de manifiesto lo desprevenido que estaba todo el mundo y la falta de coordinación y desconcierto que reinaron en aquellos minutos. Un secuestro sin confirmar, luego otro, luego otro, aviones que desaparecen de la pantalla, el impacto contra las torres, del que se enteran porque lo retransmite la televisión, los intentos por localizar al presidente o a alguien que pudiera autorizar el derribo de los aviones secuestrados antes de que alcanzaran un objetivo vital. Nadie sabía qué estaba pasando. No obstante, la orden de cerrar todo el espacio aéreo estadounidense se produce con celeridad y eficacia, sin duda porque para ello no hacía falta la autorización del presidente. Las instituciones fracasaron y las riendas las tomaron las personas.
Los terroristas son tratados sin caricaturas ni estereotipos, simplemente un grupo de hombres dispuestos a dar sus vidas por una causa y que se encuentran nerviosos, sudorosos y asustados.
La parte centrada en los acontecimientos vividos en el interior del avión es la más dramática y la que mejor funciona a nivel narrativo. En este caso hay algo importante: todos sabemos el final de la historia. Si no fuera así, el espectador desearía que aquella gente tuviera éxito en su intento por hacerse con el control del avión. Sin embargo, cuando ya han conseguido alcanzar su objetivo un último plano del suelo acercándose y un fundido en negro nos recuerdan que aquello no fue una película, que aquella gente murió de verdad. Y necesitamos un momento para recuperarnos antes de abandonar la sala.
Prácticamente todos los actores nos resultan desconocidos, lo cual incrementa la sensación de estar viendo algo real. Imagino que para ellos debió suponer una importante responsabilidad encarnar a personas que se enfrentaron a una situación trágica que despierta todo tipo de sensibilidades. No sobresale ningún héroe por encima de los demás. Se trata de un grupo de personas en un momento crítico, que tienen que tomar una decisión y la toman, deciden actuar, defenderse, luchar por sus vidas. Consiguen comunicarse con sus familiares, algunos se despiden, les cuentan lo que ha pasado con las torres gemelas y, bajo una increíble tensión, deben hacerse una idea de lo que está ocurriendo y tomar las riendas de la situación. Insisto, esta historia épica merecía un final feliz.
El estilo de Greengrass es frío, quirúrgico, huye del sentimentalismo, incluso en el modo en que se recrean las llamadas en las que los pasajeros se despiden de sus familiares. Una buena película para abrir la veda sobre un suceso que, sin duda, ha cambiado el mundo.

viernes, septiembre 08, 2006

Pesadilla

Una niña de diez años va al colegio. Entonces la coge un extraño, un desconocido, y la encierra en un sótano. La niña tiene miedo, un miedo atroz, y grita y llora, desesperada... En la gran mayoría de los casos, llegados a este punto, se enciende la luz del dormitorio y entra mamá o papá para tranquilizar a la niña y decirle que todo ha sido una pesadilla, que no pasa nada.

Sin embargo, en el caso de Natascha Kampusch la pesadilla no termina. Se prolonga uno y otro día. No vuelve a ver a sus padres, ni a sus hermanos, primos, tíos, amigos del colegio, no vuelve a ver su casa, ni su cuarto, ni sus juguetes. Uno y otro día. Uno y otro mes. Ocho años.

La vimos ayer en televisión.

Dijo que sus padres y hermanos la abrazaron al verla, rieron y lloraron y gritaron, pero ella no sabía qué hacer. Sin duda ha aprendido a disimular sus emociones, a contenerlas, pues sólo de ese modo ha podido ahogar el miedo, la soledad, la impotencia y la tristeza.

Tan entera que podría llegar a pensarse que se trata de una impostora, la artífice de un plan maquiavélico planeado al milímetro, pero las pruebas de ADN han confirmado su identidad.
Los expertos dicen que se ha inventado una personalidad fuerte y fría que le permita superar todo lo que ha vivido y todo lo que le queda por vivir. Sin duda, ha tenido que ir construyendo a esa mujer capaz de superar el miedo que las amenazas de su captor le causaban, capaz de emprender una huida que conduciría a aquel hombre a la muerte. Ella, en cierto modo, siente que lo ha matado.

Ha estado encerrada la etapa en la que se forma la personalidad, ha pasado su adolescencia en un sótano, sometida a la voluntad de un hombre que la amenazaba con matar a todo aquel que hablase con ella. Ahora tiene que aprender a socializarse, a convivir con los demás, a expresar emociones.

Viendo a Natascha, mirando sus ojos sensibles a la luz, uno siente un estremecimiento, consciente de estar ante una joven que ha vivido ocho años dentro de una pesadilla terrible.

miércoles, septiembre 06, 2006

El hombre en busca de sentido



Un psicólogo en un campo de concentración, tratando de dotar de sentido a una experiencia extrema, a una aniquilación cruel y disparatada, tan disparatada que, de no haber sucedido realmente, parecería inventada. De modo que el autor analiza la vida en los campos de exterminio y su influencia en el ser humano, cómo puede un hombre adaptarse a la situación más dramática que se pueda imaginar. Para esta empresa, lo primero que le preocupa al autor es mostrar el distanciamiento necesario y no caer en la parcialidad personal, no pecar de desproporcionado o tendencioso. Intenta una empresa casi imposible, dotar de sentido a una experiencia que no lo tiene; y, sin embargo, resulta necesario ese sentido para poder seguir adelante, para no pensar que uno ha sido maldecido, aplastado, y no caer por tanto en la desesperación o hasta en el suicidio. De aquí extraerá como conclusión que todo el mundo necesita algo a lo que aferrarse para superar todo lo que la vida le depara. Pero antes que nada quiere dejar algo claro, lo dice al final de su prólogo: "Por lo general, sólo se mantenían vivos aquellos prisioneros que tras varios años de dar tumbos de campo en campo, habían perdido todos sus escrúpulos en la lucha por la existencia; los que estaban dispuesto a recurrir a cualquier medio, fuera honrado o de otro tipo, incluidos la fuerza bruta, el robo, la traición o lo que fuera con tal de salvarse. Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros –como cada cual prefiera llamarlos- lo sabemos bien: los mejores de entre nosotros no regresaron".
Las reflexiones autobiográficas de Viktor E. Frankl están ordenadas en tres fases: "Internamiento en el campo", "La vida en el campo" y "Después de la liberación". La primera etapa está marcada por la esperanza de que no todo puede ser tan malo. Creer que las cosas no pueden empeorar les mantiene en estado de permanente asombro y, el ser testigos del proceso de degradación, les va hundiendo de forma paulatina en un peligroso letargo, fruto del más duro horror. Adaptarse a la vida en el campo conlleva renunciar a parte de la humanidad, perder los escrúpulos, abandonarte por completo a la situación, observando desde fuera cómo tu cuerpo se va desgastando. Para mantenerse vivos es necesario creer que aquello está sirviendo para algo. "Los que conocen la estrecha relación que existe entre el estado de ánimo de una persona –su valor y sus esperanzas, o la falta de ambos- y la capacidad de su cuerpo para conservarse inmune, saben también que si repentinamente pierde la esperanza y el valor, ello puede ocasionarle la muerte". Y la vida en el campo es tan horrible, el sufrimiento es tan atroz, la muerte se convierte en algo cotidiano, la sumisión es total y la desesperación sólo puede contrarrestarse con creencias que trascienden al ser humano, como manifiesta cuando habla "de un camarada que al llegar al campo había querido hacer un pacto con el cielo para que su sacrificio y su muerte liberaran de un doloroso final al ser que amaba". Y llegados a tan crítico punto, el hecho de que todo finalice bruscamente, plantea nuevos peligros: "Lo mismo que la salud física de los que trabajan en cámaras de inmersión correría peligro si, de repente, abandonaran la cámara (donde se encuentran bajo una tremenda presión atmosférica), así también el hombre que ha sido liberado repentinamente de la presión espiritual puede sufrir daño en su salud psíquica".
Todos estos recuerdos atroces están contado de forma aséptica, fragmentaria, procurando evitar no caer en el victimismo; intenta hablar de los que le rodean, narrar anécdotas que le permitan no recrearse en sus recuerdos. Así, va elaborando su teoría sobre el hombre, sobre su capacidad para dotar de sentido a su existencia. Y este tono a veces le pone en la situación de parecer querer demostrar que él estuvo por encima de todo aquello. Se convierte en algunos momentos en el "pedante" de tan tétrico entorno. Creo que no debe interpretarse así la intención de Frankl. Simplemente se trata de un hombre más, que procura vivir aquella experiencia hasta el final, es decir, que quiere sobrevivir, seguir adelante, y para ello necesita entender lo que está ocurriendo, por su naturaleza, por su condición de psicólogo, quiere extraer algo positivo de todo aquello, dotar de sentido a lo que no lo tiene. El autor estudia su entorno y, de este modo, consigue distanciarse, que es un método de huir tan válido como cualquier otro.
Luego, su vida se reconstruye y sale adelante y elabora la teoría de la "logoterapia", que es explicada brevemente en la segunda parte del libro. "Uno de los postulados de la logoterapia estriba en que el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrar un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido". Esta es la conclusión del autor: "Al aceptar el reto de sufrir valientemente, la vida tiene hasta el último momento un sentido y lo conserva hasta el fin, literalmente hablando". Y por eso, cuando alguien acude a la consulta del doctor Frankl en busca de ayuda, éste lo primero que le pregunta es: ¿Por qué no se suicida usted? Y de la respuesta a esta pregunta depende en muchos casos la terapia a aplicar, pues es importante saber lo que realmente nos ata a la vida, ya que eso es lo que dota a nuestra vida de sentido y nos impulsa a seguir adelante.

lunes, septiembre 04, 2006

La joven del agua


A estas alturas, ya resulta evidente que el mundo de Shyamalan no se encuentra en el terreno del terror sino en el de la fantasía. Y uno debe estar dispuesto a aceptar esto cuando se dispone a ver un nuevo titulo de este director, hay que entrar en su mundo y dejarse llevar por su imaginación, admitir la ingenuidad de sus personajes y de sus planteamientos, unos personajes capaces, como en este caso, de admitir, sin ninguna discrepancia, sin la mínima duda, que la mujer joven que aparece semidesnuda una noche en la piscina de un bloque de apartamentos es una Narf, ni más ni menos, es decir, un ser de cuento infantil con claras similitudes con las sirenas. Bien.
Nos encontramos en "La joven del Agua" con un microcosmos que parece aislado del mundo, un mundo demasiado real y cruel que sólo se manifiesta a través de las pantallas de los televisores, siempre emitiendo imágenes de guerra. También eran microcosmos aislados la granja de "Señales", una película que me pareció fantástica por ser capaz de contarnos una invasión extraterrestre desde el interior de un sótano, y lo era también la comunidad de "El bosque".
La Narf se llama Story (Bryce Dallas Howard) y es ayudada por Cleveland (Paul Giamatti), el hombre encargado del mantenimiento de los apartamentos. En toda esta historia, el personaje interpretado por Paul Giamatti es el más complejo y logrado, un hombre que arrastra un terrible drama y que encuentra su propio destino en la protección de esa ninfa desvalida, descifrando las claves, resolviendo los enigmas, enfrentándose a los monstruosos scrunts. Un auténtico héroe bajo la apariencia de un hombre corriente. Cleveland descubre que la Narf tiene que entregar un importante mensaje a alguien a quien llama "el escritor", y la ayudará a encontrarlo. Por otra parte, unos monstruos peludos, los scrunts, se empeñan en impedir que Story pueda volver a su mundo y, para hacerles frente, un grupo de vecinos que deben corresponderse con unos personajes dotados de específicos poderes, serán los encargados de encontrar el modo de protegerla para que pueda regresar. Bueno, básicamente es esto... Un niño leerá las claves en las cajas de los cereales después de que su padre haya fracasado al leerlas en un libro de crucigramas... ante nuestra perplejidad. El grupo elegido intentará revivir a una narf agonizante por las heridas del monstruo, y lo harán mediante súplicas, poemas... Aquí el espectador puede sentirse tentado a pensar por qué a nadie se le ocurre la idea de llamar a un médico. La respuesta es simple. Todos "saben" que Story es una narf y que un médico no podrá curarla.
El personaje del escritor está interpretado por el propio Night Shyamalan, y se trata del personaje sobre el que recaerá la pesada carga de llegar a ser el autor de un libro que cambiará el mundo. Se lo dice la narf y él lo cree sin siquiera un parpadeo, entornando los ojos y respirando hondo ante tamaña responsabilidad.
No obstante, pese a lo ilógico de muchos de los planteamientos, nos encontramos con una historia amable que encierra un mensaje de concordia entre los seres humanos, que deben ser capaces de confiar los unos en los otros para conseguir que aquello en lo que nos negamos a creer se pueda hacer realidad. Nos habla de la necesidad de un guía, de recuperar la capacidad de creer. Nos habla de que todos tenemos una misión en nuestra vida, todo ser humano es importante, y juntos podemos enfrentarnos a cualquier cosa. Nos dice que a nuestro alrededor existen cosas que escapan a nuestra lógica, fuerza misteriosas, mágicas, más allá de la realidad palpable. Y nos cuenta la historia con un dominio absoluto del lenguaje cinematográfico, con una planificación eficaz, unos encuadres perfectamente elaborados, una música que actúa de contrapunto dramático y, especialmente, unas interpretaciones francamente notables. Sin duda, es el elenco actoral el que sostiene la historia. Y especialmente interesante resulta el personaje del crítico cinematográfico, un hombre de vuelta de todo que afirma que "ya no hay originalidad en el mundo".
Una película entretenida, un titulo menor en la filmografía de un director que todavía nos ha de ofrecer muchas sorpresas.

sábado, septiembre 02, 2006

Cierta distancia (fragmento)

Me gusta leer entrevistas a escritores. Es cierto que las preguntas suelen ser siempre las mismas y, si me apuran, también las respuestas guardan enormes similitudes, pero quizá sean esas coincidencias las que más me atraen, pues gracias a ellas me siento, muchas veces, más cercano a esos escritores que a las personas que me rodean. ¿Desde cuándo escribe? ¿Por qué escribe? ¿Qué lee? ¿Cuáles son sus autores favoritos? Y voy contestando mentalmente, a la vez que me doy cuenta de que la inquietud vital de la gente que ha convertido a la literatura en el eje sobre el cual gira todo lo demás, guarda significativos puntos de contacto. Solemos observar todo lo que pasa a nuestro alrededor en busca de una anécdota que pueda germinar una historia, en nuestra cabeza siempre bullen frases, trozos de conversaciones, posibles principios magistrales... Ray Bradbury dice que «lo que para todos los demás es el inconsciente, para el escritor se convierte en la musa». La mente de un novelista está repleta de historias, de secretos, de palabras, de personajes, de situaciones... Un revoltijo alucinante que no es extraño le suma de vez en cuando en fantasías que lo trasladan a un universo privado y exclusivo donde se puede ser feliz, pero también donde se puede sufrir. Como dice Sergio Pitol: «un novelista es un hombre que oye voces, lo cual le asemeja a un demente». Y Bioy Casares cree que “en la mente del narrador vive una actitud que le permite descubrir historias, aunque estén ocultas”. John Gardner, en su magistral libro “Para ser novelista”, cuenta la anécdota de un día en que se dispuso a auxiliar a una mujer embarazada que acababa de sufrir un accidente de tráfico y, mientras lo hacía, no podía evitar sentirse mentalmente distanciado porque en su cabeza se repetía, una y otra vez: «tengo que recordar esto, tengo que recordar esto». Así es la mayor parte del tiempo, tanto si eres un autor consagrado como si no has publicado un libro en tu vida. Rosa Montero, en su libro “La loca de la casa”, dice: «La cabeza del novelista marcha por sí sola; está poseída por una suerte de compulsión fabuladora, y eso a veces es un don y en otras ocasiones es un castigo». Estoy seguro que incluso el escritor que ha decidido no volver a escribir, se pasa el día componiendo narraciones en su cabeza, porque es algo que no puede evitarse. Uno se acostumbra a vivir de este modo y, es más, no comprende que alguien pueda vivir de otra manera. Se pasa horas encerrado en una habitación, componiendo historias que serán leídas por muy pocas personas, familiares y algún amigo que lo elogiarán con cariño; y esa será la única recompensa que recibirá por todo ese tiempo que ha robado a sus hijos y a su esposa, por todos los planes a los que tuvo que renunciar para poder satisfacer una necesidad anímica que, de lo contrario, si no es atendida, le sume a uno en un estado de melancolía absoluta. No escribir ocasiona un sentimiento de culpa, una tristeza con visos de tragedia, una honda amargura.
Podría decirse que un escritor es alguien que contempla su propia vida desde cierta distancia.